lunes, 11 de diciembre de 2017

RANKING LECTURAS ARTÍCULOS DEL CRONISTA 2017

Aquí tenéis el ranking de lecturas de los artículos del Cronista de Arroyo durante el 2017, ordenados de mayor a menor.
Un saludo y viva la HISTORIA DE ARROYO !!

1* Piconeros y Lavanderas: 10833 lecturas
2* Historias de la Venus: 10437 lecturas
3. Amigos de lo ajeno: 9172 lecturas 
4. 1974. Tardofranquismo: 3794 lecturas
5* José Jorquera, un imaginero: 3747 lecturas
6. Barbero-sacamuelas: 3728 lecturas
7. Julio Petit Ulloa: 3217 lecturas
8. Suitino: un intelectual: 3212 lecturas 
9. ... y luego el hambre: 3185 lecturas
10. Los Herreras y su castillo: 3019 lecturas
11. ... en tiempos del cólera: 2888 lecturas

57232 LECTURAS EN TOTAL
 5202 LECTURAS DE MEDIA AL MES
Fco. Javier García Carrero (Cronista de Arroyo de la Luz) [foto:www.cronistasoficiales.com]

sábado, 2 de diciembre de 2017

11. EL CRONISTA: "LOS HERRERAS Y SU CASTILLO (Señores de Arroyo del Puerco)"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz


Varias son las páginas en la Web, próximas o patrocinadas por la institución municipal, que ofrecen noticias sobre el castillo de nuestra localidad. Generalmente son afirmaciones erróneas que fundamentan en muchos casos datos completamente contradictorios los unos con los otros. Para la mayoría de esas páginas el castillo podría tener un pasado Almohade, lo cual no tiene ni la más mínima verosimilitud. Pero si, además, a los Almohades los relacionan con el siglo XV, entonces ya lo fidedigno queda completamente alejado de la realidad histórica.
Bien es cierto, que el que suscribe estas líneas hace ya muchos años dejó entrever, equivocadamente, que el castillo pudiera ser anterior a la fecha real de su construcción, aunque siempre afirmé que su origen era posterior al proceso reconquistador del siglo XIII y en absoluto relacionado con lo Almohade. Nunca se ha podido actualizar aquel aserto, aunque también es verdad que se hizo hace un año, aproximadamente, algún intento por parte de la administración municipal de poner al día aquellos datos y que, por la causa que fuere, nunca se han podido actualizar por este cronista.
Interior del Castillo

Castillo

En conclusión, por la Red se puedan encontrar afirmaciones que van desde que el castillo se construyó en el siglo XIII hasta otras que lo trasladan hasta el siglo XVI. Siempre se identifica, eso sí, con los señores de Herrera, aunque de manera genérica, y sin detallar correctamente con cuál de los Herrera, ni cuándo fue exactamente su construcción, entremezclando los nombres de los distintos Herreras que pasaron por este linaje y confundiendo el primero con alguno de sus sucesores. Además, la famosa Wikipedia, que, por cierto, yerra en varias cosas adicionales en relación con nuestro pueblo, e incluso pienso que malintencionadamente redactada una entrada concreta sobre la contemporaneidad arroyana (aunque ello es ya un asunto distinto al que aquí nos ocupa), relaciona la edificación del castillo con “Garci González de Herrera” y el siglo XIV, una afirmación que tampoco se ajusta a los verdaderos hechos históricos.
Hoy día, en cambio, estamos en disposición de referir, no solo la evolución de toda la familia Herrera, señores de Arroyo del Puerco, y su relación con la “aldea-lugar” de nuestra localidad, sino también podemos reflejar con total exactitud la fecha de construcción del castillo y, especialmente, el nombre del Herrera concreto y artífice de su arquitectura señorial. Datos que espero zanjen definitivamente cualquier polémica sobre este asunto y sean los que se incorporen, al menos, a las páginas oficiales del Ayuntamiento de Arroyo de la Luz más pronto que tarde.
Escudo antiguo Arroyo
Ya sabemos que el origen de nuestro pueblo en el espacio físico que hoy ocupa está relacionado con el proceso reconquistador que el rey Alfonso IX de León realizó en estas tierras en el año 1229. Esta es la fecha en la que se ocupó los dominios de Cáceres por las tropas cristianas y todos los territorios cercanos entre los que se incluye lo que posteriormente sería una de sus seis aldeas, la de Arroyo del Puerco. Desde esa fecha, y durante los siguientes 80 años, sobre Arroyo únicamente tenemos noticias indirectas que nos hacen pensar en el escaso poblamiento aldeano que todavía estaría en fase de conformación durante el resto del siglo XIII.
Hasta ahora uno de los documentos más antiguos, y que refiere nuestro pueblo se encuentra en una carta de compraventa en la que aparecen dos personas que procedían de “Arroyo del Porco”, alusión que podemos leer en el tomo III de la historia eclesiástica de Badajoz. En cambio, en la documentación municipal de la “villa de Cáceres” a la que pertenecíamos habrá que esperar hasta 1305 para que se mencione de nuevo a nuestra localidad, y en relación con el suceso del intento de entregar la aldea a Alonso de Portugal, un suceso ya estudiado en nuestro trabajo Del Puerco a de la Luz. Se trata de una fecha semejante en la que aparecen también citadas el resto de las aldeas cacereñas; es decir, Sierra de Fuentes, Torreorgaz, Torrequemada y Aliseda. El Casar, en cambio, ya viene aludida por primera vez en esta misma documentación municipal cacereña desde el año de 1281.

Mapa tierras de Cáceres
Las aldeas estaban pensadas en función del aprovechamiento agrícola y ganadero. Se asentaban en estos territorios, lo que definimos como repoblación, un número escaso de aldeanos por faltar tierras en las inmediaciones de Cáceres. En las aldeas vivirán sobre todo individuos que dependían de algún modo de un señor de la villa tales como criados y yugueros (el que labra la tierra con un par de bueyes o mulas). Es decir, gente pobre y pechera (el que tributaba impuestos al rey, al señor territorial o a cualquier otra autoridad), y que vivía consiguientemente en la miseria y resignado a su situación dependiente de la villa de Cáceres. Pocos fueron los aldeanos que tuvieron categoría de “vecinos” (debían poseer casa poblada), aunque todos ellos estaban autorizados por la villa cacereña a coger las bellotas de las dehesas de Zafra y Zafrilla.
Muy pronto el alejamiento de la frontera con Al-Ándalus provocó una evolución demográfica distinta de cada una de las aldeas cacereñas, de esta forma, mientras algunas estuvieron a punto de desaparecer, Aliseda, por ejemplo, otras como Arroyo comenzaron a experimentar una evolución poblacional considerable. El cambio de estatus le llegó a Arroyo durante el reinado de Enrique II conocido en la historia como “El de las Mercedes” o también como “El Fratricida”. Este monarca, primer rey de la dinastía de los Trastámaras, se hizo con el trono de Castilla después de asesinar a su hermano Pedro I en el año 1369. Es a partir de este momento cuando un guerrero castellano, García González de Herrera, comenzó a labrarse un nombre en la Corte y, sobre todo, una gran fortuna personal. Por consiguiente, el ascenso al trono del nuevo rey Enrique II proporcionó poco después a García González de Herrera un poderoso patrimonio gracias, por un lado, al próspero matrimonio con Estefanía Fernández de Monroy, rica heredera de uno de los principales linajes extremeños y, por otro, por su nombramiento como nuevo Mariscal de Castilla. Por consiguiente, el triunfo de la nueva dinastía castellana le cubrió de rentas por gran parte de la actual Extremadura, incluida nuestra población, y le otorgó grandes honores militares.
Había nacido García González de Herrera hacia el año 1344 y es descrito por las crónicas, como buen caballero, alto y delgado, valeroso, franco y leal. Que amó a muchas mujeres, agrio de carácter y de una severidad triste, “alto de cuerpo e delgado, e de buena persona e cuerdo y esforzado, e buen amigo de sus amigos, pero muy malenconioso e triste, amó muchas mugeres y es bien de maravillar que franqueza y amores, dos propiedades que requieren alegría e placer, que las oviese hombre tan triste e tan enojoso”, dirán literalmente estas crónicas.

Casona de los Herrera en Pedraza (Portal Fuenterrebollo)
A la muerte de Enrique II en 1379 le sucedió en el trono de Castilla su hijo Juan I, un nuevo Trastámara que confirmó a García González de Herrera como Mariscal del reino. El nuevo monarca le corroboró todas las donaciones que adquirió durante el reinado de su padre, e incluso le otorgó nuevas propiedades como fue la villa de Pedraza de la Sierra en Segovia, todo ello le convirtió, definitivamente, en un poderoso hacendado nobiliario, linaje que siguió ampliándose en años posteriores.
Finalizando el reinado del segundo Trastámara en 1390 y coincidiendo con la subida al trono de Enrique III, el tercero de esta dinastía y conocido como “El Doliente”, García González de Herrera quedó viudo de Estefanía Fernández de Monroy con la que no había conseguido tener descendencia alguna. Ello le llevó, para poder asegurar su linaje, a un nuevo matrimonio en este caso con María de Guzmán. Por estos años, finales del siglo XIV, el mariscal ya se había convertido de manera definitiva en un fiel colaborador de la corona que provocó un nuevo incremento de su caudal patrimonial.
De esta forma, entre 1398 y 1402 García González de Herrera incorporó a su hacienda un nuevo conjunto de tierras y dehesas que en este caso estaban localizadas en Badajoz, Salamanca y Plasencia. El primer Herrera falleció en el año 1404 y dejaba a sus dos hijos, Pedro y Juana, nacidos de su segunda esposa María de Guzmán, una herencia muy considerable. Los dos herederos, aún muy jóvenes, quedaron bajo la tutela de su madre que administró el patrimonio de su difunto esposo y gobernó sus señoríos hasta el año 1410 y 1411 en que ambos hermanos, ya mayores de edad, se repartieron la mitad de las posesiones del Mariscal Herrera y dos años después, ya fallecida la madre, la totalidad de la herencia.
Pedro Núñez de Herrera se convierte de esta forma en segundo señor de Pedraza de la Sierra y hereda a su vez un patrimonio muy disperso que incluía las villas y lugares extremeños de Arroyo del Puerco, Serrejón, La Oliva y Santa María de la Ribera, entre otros muchos espacios. En el inventario correspondiente a Arroyo se decía que se le entregaba con “sus palacios y unas casas y una bodega en la plaza, cinco viñas y 1.200 ovejas”. En este documento que se custodia el Archivo Ducal de Frías en Montemayor (Córdoba) y que está fechado en 1410, también refiere todo el mobiliario de los palacios arroyanos, pero en absoluto menciona ni Casa Fuerte ni castillo alguno, evidencia palmaria de que aún no se había construido. Son los años de un nuevo monarca, Juan II de Castilla, que había accedido al trono a la muerte de su padre Enrique III en 1406 y siendo nada más que un niño, por lo que hasta 1419 los destinos de Castilla estuvieron en manos del regente Fernando de Antequera.
Pedro de Herrera que siguió a las órdenes del nuevo monarca no amplió de manera sustancial la herencia de su padre, aunque como él, logró contraer en 1415 un excelente matrimonio con la hija del almirante Alonso Enríquez, una joven llamada Blanca Enríquez con la que llegó a tener 6 hijos, García, Luis, María, Elvira, Juana y Catalina. Pedro de Herrera falleció en 1430 cuando aún sus vástagos eran todos muy jóvenes. Como en la anterior ocasión, su viuda, Blanca, y hasta que fueran mayores de edad, se hizo cargo de toda su herencia.
La tutela sobre el primogénito, García de Herrera duró hasta el año 1439, fecha en la que tomó posesión de los señoríos del linaje y la misma fecha en la que se pactó otro excelente matrimonio. En este caso García de Herrera, tercer señor de la villa de Arroyo del Puerco, casará con María Niño, hija de Pedro Niño que era conde de Buelna (un linaje de reciente creación por el rey Juan II). De la misma forma, una de sus hermanas, María de Herrera también casó con Enrique Niño, que era el primogénito del conde. Es decir, hermano y hermana Herrera casados con hermana y hermano Buelna.
Este tercer Herrera, a diferencia de su padre Pedro de Herrera, sí consiguió ampliar sustancialmente el patrimonio que había heredado de sus antepasados; no obstante, el linaje familiar no estaba completamente consolidado porque García de Herrera no conseguía, a pesar de los muchos años que llevaba casado, tener hijos varones con María Niño. La heredera del linaje era una hembra, Blanca de Herrera. Su padre, para conservar en lo posible su apellido y todo su señorío necesitaba un noble poderoso para que gobernase y defendiese sus dominios cuando él faltase.
Bernardino Fernández de Velasco (Geneal.net)
Cuando el patrimonio en la Edad Media era amplio el pretendiente no tardaba en aparecer, y ello fue lo que sucedió. En este caso, se trataba de Bernardino Fernández de Velasco, primogénito del conde de Haro y heredero de una de las familias más poderosas del reino de Castilla. Las capitulaciones matrimoniales se firmaron en 1472 y Blanca llevaría como dote familiar un millón de maravedíes y la promesa de heredar todos los señoríos de su padre. Aunque el matrimonio podía significar la desaparición de su linaje, García de Herrera podía sentirse satisfecho, su yerno era el mejor partido de la Corona castellana, con enormes posesiones territoriales entre Burgos y Cantabria, y muy ligado su nombre a la más alta nobleza del reino que ahora se encontraba en manos de Enrique IV.
 García de Herrera falleció en 1483 y dos años después su esposa María Niño. Ya en el año de la muerte de su padre, Blanca entregó el poder a su esposo para que tomara la posesión en su nombre de los dominios de su padre entre los que se encontraba “la fortaleza de Arroyo del Puerco que se construyó durante su matrimonio”; es decir entre 1439 y 1483. O lo que es lo mismo, mediados del siglo XV, que es cuando realmente se construyó la Casa Fuerte de Herrera, nuestro castillo. El testamento de María Niño, esposa de García de Herrera y que se custodia en el Archivo Ducal de Frías no deja lugar a ninguna duda: “Yten dexo en mis bienes y herencia e posesión la meytad de todas las labores de la fortaleza de Arroyo el Puerco, la qual mi señor García de Herrera e yo fezimos desde el comienzo durante el dicho matrimonio entre él y mí”.
Castillo
A partir de ese instante se inició el señorío de Bernardino Fernández de Velasco y la enfermiza Blanca de Herrera, que muy pronto entregó el gobierno y la total administración de sus villas a su esposo. Posteriormente se produjo el nacimiento de otra Herrera, la muerte de su madre Blanca, un nuevo matrimonio de Bernardino, en este caso nada menos que con una hija del rey Católico, Fernando, la ligazón a los Benavente, el abandono y ruina del castillo, y su conversión desde principios del XIX, no desde mediados, como cementerio de la población. Aunque todo ello, y como siempre señalamos, ya sería una nueva e interesante historia.
Castillo. Familia Tejeda
  
Castillo de noche (APyF)
Entrada actual al Castillo (APyF)
Vista actual del Castillo (APyF)

"El gigante desdentado". Grajuela y Castillo (APyF)


viernes, 3 de noviembre de 2017

LA ESPAÑA RURAL (Por Emilio Higuera)

YO SIENTO EN MI SOLEDAD LA TRISTEZA Y AMARGURA DE NO PODER DISFRUTAR DE MI BELLA EXTREMADURA TE ABANDONE EN PLENA INFANCIA CASI SIN PENA NI GLORIA Y AUNQUE ESTOY EN LA DISTANCIA SIEMPRE ESTAS EN MI MEMORIA YO QUE VIVI LA POSGUERRA EN UNA EDAD MUY TEMPRANA VI MASACRAR A MI TIERRA QUE SIEMPRE ESTUBO ABANDONADA TIERRA DE HISTORIA Y CULTURA DE HOMBRES TRABAJADORES QUE MI NOBLE EXTREMADURA DIO GRANDES CONQUISTADORES DONDE EL OBRERO EXTREMEÑO BAJO EL YUGO DEL TIRANO TRABAJABA PARA EL DUEÑO SIN CONSUELO NI DESCANSO FINCAS CON CIENTOS DE HECTAREAS EN PLENA NATURALEZA DONDE UN CORTIJO SE ALZA CON MUCHO LUJO Y RIQUEZA A UNOS METROS DEL CORTIJO OTRA CASA EN RUINA Y VIEJA DONDE EL GUARDA CON SUS HIJOS DUERMEN CON FRIO Y GOTERAS LOS GUARDESES DE LA DEHESA CON SUS HIJOS AUN MENORES EN VEZ DE IR A LA ESCUELA LOS OFRECIAN DE PASTORES A LA EDAD DE DOCE AÑOS POR LA FINCA VAN DISPUESTOS CUIDANDO BIEN EL REBAÑO Y CRECIENDO ANALFABETO ERA LA ESPAÑA RURAL DONDE EL RICO NOS MANDABA ERA LA CLASE SOCIAL QUE AL POBRE SE LE HUMILLABA ESCASEABA EL TRABAJO EL TEMPORERO A DIARIO QUE TRABAJABA A DESTAJO POR UN MISERO SALARIO YO HE VISTO HOMBRES CURTIOS POR EL FIO AGUA Y VIENTO LLORAR LO MISMO QUE UN CRIO POR NO TENER ALIMENTOS PARA QUE COMAN SUS HIJOS ENTRAR EN COTOS PRIVADOS ERA JUGARSE LA VIDA LOS TENIAN BIEN VIGILADOS PARA SUS GRANDES BATIDAS ESA ERA MI EXTREMADURA OBREROS LLENOS DE HISTERIA VIVIENDO LA DICTADURA ENTRE EL HAMBRE Y LA MISERIA SEÑORITOS Y SU PANDA UN EJEMPLO MUY PRESENTE EL QUE VIVIO ALFREDO LANDA EN LOS SANTOS INOCENTES GOZABAN HACIENDO EL MAL CON ALEGRIA INFINITA LE PASO A PACO RABAL CON SU MILANA BONITA POR DSO MI EXTREMADURA SIEMPRE ESTUBO ABANDONADA CON SUS EXTENSAS LLANURAS SIN INDUSTRIAS Y OLVIDADA CANSADO LOS EXTREMEÑOS HARTOS DE QUE LE EXPLOTARAN DECIDIERON VIVIR SU SUEÑO EN CUALQUIER LUGAR DE ESPAÑA EMPEZO LA INMIGRACION LA JUVENTUD SE MARCHABA A BUSCAR CON ILUSION UNA VIDA MAS HUMANA POCO A POCO NOS MARCHAMOS EN BUSCA DE UNA AVENTURA CON TRISTEZA Y APENADOS AL DEJAR TU EXTREMADURA CON EL PASAR DE LOS AÑOS LOS QUE DE NUEVO VOLVIERON ENCONTRARON MUY EXTRAÑO EL LUGAR DONDE NACIERON QUE ALEGRIA REGRESAR PARA VIVIR JUNTO A ELLA Y EM PAZ PODER DESCANSAR EN MI EXTREMADURA BELLA HOY MI TIERRA DESEADA LA VIVO CON ANSIEDAD Y SIN QUE A NADIE LE EXTRAÑA SERA LA COMUNIDAD MAS DESEADA DE ESPAÑA

Arroyo de la Luz, años 60

jueves, 2 de noviembre de 2017

10. EL CRONISTA: "TIEMPOS DE ESTRAPERLISTAS, PICONEROS Y LAVANDERAS"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz

Lavandera en la Charca Grande


El final de la Guerra Civil con el parte oficial del 1 de abril de 1939 no supuso la tranquilidad para la inmensa mayoría de los españoles. Como ya advirtió hace muchos años el escritor José María Gironella, con un juego de palabras muy interesante, y que dio título a una de sus novelas más leídas, “había estallado la paz”; o lo que era lo mismo, había que administrar la “victoria” por parte de los sublevados y vencedores de la guerra. Aunque bien es cierto que no todos los arroyanos aceptaron la derrota de la causa republicana, e incluso alguno de ellos se echó al monte como guerrillero antifranquista (maquis), iniciando lo que podríamos definir como la última batalla de la guerra civil, la realidad fue que la mayor parte de nuestros paisanos accedieron a integrarse, con mayor o menor agrado, en la Nueva España en unas condiciones aterradoras. A partir de ese año fueron la represión, el miedo y el hambre los tres elementos consustanciales de esa España que nacía y que tuvo como finalidad última ahormar a los posibles disidentes.
Cartilla de Racionamiento

En una España devastada por la guerra, y con una errática política económica propiciada por la autarquía, a los arroyanos lo único que le quedó fue poder sobrevivir. Si algo recuerdan nuestros padres y abuelos de aquellos años cuarenta y principios de la década de los cincuenta fue especialmente el hambre, los terribles “años del hambre”. La hambruna generalizada en España trató de solventarse con la Orden del 14 de mayo de 1939 por la que el Gobierno estableció el racionamiento en todo el territorio nacional. Se implantaron, pues, unas cartillas de racionamiento completamente ineficaces, ya que resultaba ridícula la cantidad de alimento que diariamente podía comprar una familia a precio de “tasa oficial”. Ello provocó, por un lado, un modelo delictivo que hundía sus raíces en comportamientos ancestrales de los arroyanos, y donde la pillería se hizo muy común. Esta picaresca se tradujo en multas o detenciones que siempre estuvieron relacionadas con la falta de alimento, o con las carencias alimentarias que sufría la población. De esta forma, la mayor parte de las sanciones del Ayuntamiento en estos años fueron por “falta de peso en el pan”, “echarle agua a la leche”, “falta de peso en el tocino”, “vender oveja por cordero” o “falta de peso en la chacina”, entre otros curiosos casos.
España del estraperlo (Agencia EFE)

Pero fundamentalmente, y por otro lado, el racionamiento lo que provocó entre nuestros paisanos fue el auge del estraperlo. Un mercado negro que fue todo un fenómeno socioeconómico fundamental y básico para la vida del arroyano de aquellos años y que, a pesar de la implacable persecución que la Guardia Civil ejercía sobre los que lo practicaban, en absoluto esta actividad tuvo nada que ver con lo puramente delictivo. El estraperlista adquirió un protagonismo inusitado durante estos años y fue practicado por un número importante de arroyanos y arroyanas de las clases más desfavorecidas de la población, que por otro lado eran la inmensa mayoría, y que generalmente estaban relacionados de una forma u otra con los perdedores de la guerra. Ese fue el caso, por ejemplo, de Marcela Salado Bermejo, la viuda de un fusilado arroyano que tuvo que recurrir a este “trabajo” para poder sobrevivir y sobre todo para poder dar de comer a sus dos hijos. Tenemos muchos otros nombres, aunque no daré ninguno más, porque de una forma u otra, casi toda la población arroyana participó del fenómeno del contrabando, bien acudiendo a por los productos que escaseaban en la localidad o bien comprándoselos, con mucho sigilo, a los que se habían atrevido a ir a por ellos.
No obstante, los verdaderos héroes y, sobre todo heroínas, de aquella odisea fueron los que estuvieron dispuestos a trasladarse hasta Portugal, y correr con todos los riesgos inherentes de esta práctica en una España gobernada militarmente y con mano de hierro. El proceso siempre era similar al que describiremos a continuación. Se juntaban cuatro o cinco arroyanos de ambos sexos y que decidían ir hasta Portugal (Marvao). Los días previos a la marcha vendían lo poco que tenían para juntar un dinero con el que trasladarse hasta aquella población para comprar todo lo que faltaba en Arroyo: garbanzos, lentejas, arroz, harina, tripas para hacer la matanza y café, especialmente. El trayecto no era ni corto ni fácil. Primero había que llegar caminando hasta la estación Arroyo-Malpartida y subirse al tren que les llevaba hasta Valencia de Alcántara. En esta localidad se bajaban para iniciar un recorrido peligroso a pie y bordeando las aduanas oficiales siempre vigiladas tanto por la Guardia Civil como por los guardias portugueses.
Este recorrido de unos 20 kilómetros estaba plagado de dificultades ya que había que franquear un río. Cuando el caudal era escaso lo atravesaban por unas pasaderas de piedra, pero en ocasiones el río bajaba con bastante agua lo que les llevaba a atravesarlo por dos maderos largos que cruzaban todo el lecho fluvial. Uno de ellos servía para pisar y el otro para sujetarse con las manos. Una vez en Marvao ya tenían su contacto habitual, una portuguesa que les facilitaba una habitación para pernoctar, descansar y esconderse de posibles miradas indiscretas. También les facilitaba utensilios básicos de cocina para hacer unas patatas con arroz y reponer fuerzas y antes de ir a comprar los alimentos anteriormente señalados que eran los que debían traer hasta Arroyo.
El transporte de regreso también era muy peligroso. Llevaban cestos con doble fondo, bolsillos escondidos entre la ropa y dobles bastillas en pantalones, faldas y enaguas las mujeres. Pero sobre todo elaboraban unos “chorizos”, unos cinturones alargados de tela, huecos donde introducían el arroz, los garbanzos y las lentejas para después cerrarlos y atarlos con disimulo alrededor de la cintura o debajo del pañuelo del pecho. En cambio, los paquetes de café los anudaban a lo largo de las piernas con cuerdas. No siempre pudieron regresar el día que tenían previsto porque en ocasiones una tormenta de lluvia les impidió volver, teniendo que pernoctar alguna noche más en el país vecino lo que hacía todo más peligroso ya que podían ser localizados por la policía portuguesa.
Embutidos como con una coraza iniciaban el camino de vuelta que era aún más angustioso que el de ida. A eso se sumaba la intranquilidad por una detención que, si llegaba a producirse provocaba inexorablemente la retirada de los productos comprados en Portugal. Ello llenaba a todo el grupo de una gran zozobra. Eran horas peligrosas que originaba en ocasiones ataques de pánico reales o fingidos cuando la Guardia Civil se dirigía a ellos antes de un posible cacheo. En ocasiones, incluso, no llegaron a subir al tren en Valencia ya que ese día había inspecciones exhaustivas. Entonces decidían caminar campo a través, casi corriendo, hasta San Vicente de Alcántara y subirse allí a algún otro tren que siempre tenía menos vigilancia que los que se tomaban en Valencia.
La llegada a la estación Arroyo-Malpartida era una nueva odisea para el grupo de arroyanos. Había que evitar miradas indiscretas y aparentar la mayor tranquilidad posible, aunque realmente estaban todos temblando de miedo ante la posibilidad de coronar con éxito una aventura obligada y que tenía como única misión poder comer con la mayor dignidad posible. Como muy bien recuerda una de sus protagonistas, y con toda la razón del mundo, “nosotros no robábamos a nadie, solamente comprábamos para sobrevivir y dar de comer a nuestras familias, y eso no debería ser delito. Y es que el hambre es muy fea, un punto de rabia”, dirá con unos ojos azules penetrantes y con mente perfectamente lúcida a pesar de sus 90 años.
Piconeros y carboneros
En íntima relación con los estraperlistas, muchas veces eran los mismos personajes, o bien las mujeres que habían ido al estraperlo acababan casadas con uno de ellos, se encontraban los piconeros. Otra de las figuras claves de la posguerra arroyana y que tanto frío nos evitaron durante muchos años de aquellos terribles y crudos inviernos. Estamos ante una nueva tarea, en absoluto reconocida socialmente, y que sin embargo sus protagonistas llevaron la profesión con enorme dignidad, unos hombres que fueron esenciales en aquellos años y de los que siempre escuché hablar en mi casa con enorme respeto: “los piconeros eran los que nos dieron de comer durante varios meses al año durante mucho tiempo”, me recordaba mi padre, y en no pocas ocasiones. Y es que el piconero está asociado a uno o dos burros, un animal esencial en todo el proceso para la elaboración, transporte y venta del producto. Una caballería que debía ser herrada con regularidad para que pudiese aguantar todo el trajín que llevaba aparejada esta dura profesión, y ahí es donde entraba mi padre.
 Muchos de los piconeros arroyanos se iniciaron en este trabajo siendo poco más que un niño, con dieciséis años en muchos casos, una labor que en ocasiones también pasó de padres a hijos. La empresa era trabajosa y dificultosa en la que las ganancias daban para poco más que dar de comer al animal de carga, y mal alimentar toda la familia. “Asiéntalas, maestro”, le decían los piconeros a mi padre en muchas ocasiones una vez concluido el herraje. Significaba que en ese instante no podían pagarle, lo harían otro día, cuando tuvieran “posibles”, jamás dejaron de hacerlo, a pesar de lo limitado de su economía.
Piconeros cargados de gavillas
El proceso se iniciaba con la elección de los espacios en los que se iba a elaborar el picón. Los arroyanos iban fundamentalmente a la Sierra de San Pedro en las proximidades de Aliseda, (La Pulgosa), necesitándose al menos dos días antes de concluir una carga completa. Un piconero cortaba y “agavillaba” en jornadas de sol a sol, unas diez horas y en pleno invierno, que era la estación en la que se hacía el picón, unos 800 o 900 kilogramos de jara que eran amontonados sobre la “piconera”. El día siguiente, y muy de mañana, se prendía fuego a todas las gavillas y teniendo muy a mano el agua necesaria para poder completar el proceso del apagado. Un agua que había que ir a buscarla a veces hasta una hora de camino.
Apagando la piconera
Cuando empezaba a arder toda la piconera había que ir echando el agua con sumo cuidado porque la cuestión clave en la elaboración del picón era que quedara “cisco” y no cenizas. Un proceso que duraba varias horas. Posteriormente se buscaban para apartarlo y tirar lo más alejado posible a los “tizones”, un elemento muy dañino y peligroso que era rara la vez que no se colaba entre los sacos cargados y que constituía todo un problema cuando uno estaba sentado en el brasero, ¡ten cuidado que puede que tengamos un tizón! nos advertían nuestras madres, sobre todo si te quedabas encerrado en una habitación pequeña.
Una vez que el picón estaba completamente frío se iba introduciendo en los sacos que una vez cerrados se iban apilando en el burro para su transporte al pueblo. Al día siguiente, y hacia las tres de la mañana, envueltos, “arrebujados”, dirían ellos, con sus renegridas mantas, y con un intenso frío, iniciaban somnolientos un trayecto agarrado a la cola del burro de 20 kilómetros, porque lo ideal era tratar de colocar el “genero” en Cáceres capital que era donde se obtenía un beneficio mayor por este producto, entre dos reales y una peseta la lata de picón. Cuando llegaban a la capital bajaban por la calle Gómez Becerra, Avenida de España y por la calle Caleros dando a conocer su producto ¿A picón quién?
Piconera apagada
Piconero arroyano. Años 80
Cubiertas las cabezas con sacos cuando la lluvia arreciaba, siempre llevaban la cara renegrida lo que impedía ver, en muchos casos, la fisonomía real del hombre que ahí se encontraba. En otras ocasiones eran sus ojos lo único que sobresalía entre tanta negrura, siempre con manos agrietadas y con sabañones curtidos por el intenso frío que padecían. Eran, por consiguiente, hombres llevados hasta el límite de sus fuerzas con la única finalidad de paliar el hambre de sus hijos.
Concluida la venta se iniciaba el regreso, otros 20 kilómetros de vuelta hasta el pueblo. Otras cinco horas eternas de un caminar monótono que era aprovechado en ese instante para ir reponiendo fuerzas, comiendo un trozo de tocino o morcilla encima de un poco de pan y con la “chaira” siempre cercana. Un breve descanso en el domicilio y vuelta a empezar. No es extraño, por consiguiente, que esas “Piconeras Extremeñas” nos recordaran que “ser minero o piconero es la misma profesión, bajo tierra o bajo el sol, son del monte prisioneros, hasta que mueren los dos”.
Lavanderas arroyanas

Por último destacaremos a las lavanderas, otro colectivo clave de esa España de posguerra, figuras iconográficas en el pueblo y como complemento a los otros dos grupos sociales aquí estudiados. Lavanderas eran todas las mujeres del pueblo, con excepción de las pudientes, que “pagaban” sus particulares lavanderas, y que acudían fundamentalmente al río Pontones, a la Quebrada, a la Grajuela, o la Charca Grande para lavar la ropa que la mayor parte de las veces se encontraba “almidonada” en sudor o en la negrura que los anteriores oficios provocaban en las familias más necesitadas.


Madre e hija. Lavanderas
Generalmente las lavanderas nunca iban solas a lavar, unas veces le acompañaba la hija mayor de la casa, aunque lo normal es que acudiesen al río o a la charca un grupo de cuatro o cinco vecinas como una constante peregrinación al agua. De esta forma, el río se concebía no solo como un lugar de trabajo, sino también como un espacio de socialización. Aunque alguna de ellas iba acompañada del burro que portaba la carga, lo habitual era ver a la lavandera con el rodete a la cabeza, nosotros decimos “ruilla” (rosca de paño u otro material que se colocaba sobre la cabeza para aliviar el peso), con un baño de cinc, otro al “cuadril” (parte superior de la pelvis), y en la mano un cubo con la ropa menuda y el jabón que casi siempre era de “sosa” y, por consiguiente, el encargado de quitar las “cascarrias” de la ropa interior y de las sábanas después del frote constante y enérgico que aplicaba la mujer arroyana.
Lavandera en la charca Grande
En las gélidas mañanas del invierno, la lavandera se veía en la necesidad de romper el “carámbano” con sus propias manos o bien con el lavadero de madera que le había confeccionado uno de los muchos carpinteros que había en la localidad. Era, una vez más, y como sucedía con los anteriores oficios, una lucha constante contra la naturaleza que se traducía de manera inexorable en unas manos siempre agrietadas por el frío, el agua y ese jabón de sosa.
En verano, en cambio, era habitual que los niños acudieran al río o a la charca con la madre o con la abuela. Se pasaban toda la jornada entretenidos con los barcos, normalmente un trozo de corcho o madera, que echaban a la corriente para ver cuál era el ganador. Y es que había que esperar a que las grandes sábanas tendidas sobre los “canchales” o la hierba se “oreara” al igual que el resto de la colada que, de esta forma, quedaba a la vista de cualquier persona que pasase por las orillas de los ríos o charca.
El Pontones como lavadero
Lavandera en la charca la quebrá
A pesar que son numerosas las instantáneas que dibujan un paisaje alegre de las lavanderas, siempre eran avisadas que se les iba a fotografiar, lo que parece denotar una atmósfera risueña de la vida rural, y alejada completamente de la dureza real del trabajo que desarrollaban, la verdad es que aquellas niñas y mujeres de posguerra son otras heroínas anónimas de un tiempo de pocas esperanzas y de muchas frustraciones.

De cualquier forma, son varias las anécdotas que tenemos en relación a las lavanderas arroyanas. Quizás la que hoy nos produce una sonrisa mayor, dada las circunstancias en las que tuvo lugar, fue lo que sucedió una tarde de verano finalizando la década de los cuarenta. Su protagonista, aunque sin quererlo, nunca recordaba la fecha exacta de “aquel agradabilísimo striptease”.
La situación fue la siguiente: tarde plomiza de verano, varias mujeres lavaban la ropa en el río pontones. Casi sin avisar, se pone a llover a cántaros, las mujeres recogen la ropa como pueden y salen corriendo la calle arriba de Carlos Barriga, todas las puertas estaban cerradas cuando, de manera inesperada, asoma al postigo para ver cómo llovía Joaquina León. Fue la salvación de las cuatro o cinco mujeres que corrían, que casi atropellan a Joaquina que les cede el paso llena de temor y con muchas reticencias a que entraran en su casa a refugiarse. Y no es que fuera insolidaria la dueña de esa vivienda, todo lo contrario, el problema se encontraba en que en ese domicilio estaba “enterrado en vida”, viviendo como un “topo” de posguerra desde hacía unos 13 años su hermano Juan Pedro León. Y ese dato no era conocido por nadie en el pueblo, con excepción de su madre y su hermana que eran las que le cuidaban. De hecho, todo el mundo lo daba por muerto desde los primeros días de la Guerra Civil. Pero no era así, Juan Pedro había estado metido en un pequeño cubículo de su casa temiendo siempre por su vida, “otros no habían hecho nada y tuvieron mala suerte”, confesaría unos años más tarde.
Juan Pedro León y su hermana Joaquina
No obstante, aquel día Juan Pedro había bajado de su pequeño escondite para ir con mucho cuidado hasta la cocina, momento en el que entraron atropelladamente las mujeres que llegaron empapadas en agua. A Juan Pedro únicamente le dio tiempo a esconderse en una alhacena de esas que tenían una pequeña rejilla y que permite ver sin ser visto. Las lavanderas encontraron el alivio que buscaban ignorantes de la presencia de ningún hombre en aquella casa, allí únicamente vivían dos mujeres. Juan Pedro no podía creer lo que estaba viendo, las mujeres comenzaron a quitarse la ropa con total naturalidad y entre risas juveniles desenfadadas, y él allí en silencio, aunque sudando, creyendo, por otro lado, que estaba en el paraíso. No soñaba, aunque lo pareciese.

Nota: Este artículo está redactado como homenaje a esos héroes anónimos de la posguerra, verdaderos protagonistas de la historia, y especialmente a las familias de Marcela Salado, Modesta Díaz e Isabel Salceda.

lunes, 2 de octubre de 2017

09. EL CRONISTA: "SUITINO, UN INTELECTUAL EN LA POSGUERRA ARROYANA"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz


El final de la fratricida Guerra Civil llenó de luto a centenares de arroyanos. A pesar de ese sombrío panorama, a los que se sumó el hambre, la miseria y las cartillas de racionamiento que constituyeron, por consiguiente, una realidad cotidiana, algunos arroyanos no estuvieron dispuestos a seguir lamentando sus muchas desgracias y quisieron de alguna forma salir del marasmo en el que se encontraban. En aquella década de los cuarenta no hallaron mejor fórmula para hacerlo que recurrir a la cultura. Fue en aquel contexto donde se inscribe la mítica Revista de Ferias y Fiestas. Una publicación anual que fundada por el secretario del Ayuntamiento, Juan Luis Cordero Gómez, vio la luz por primera vez en 1944.
Un boletín que discurrió en paralelo a la Revista Alcántara, de tirada provincial y que todavía hoy continúa publicándose y que, incluso, tuvo un nacimiento posterior a la arroyana, ya que la revista de la Diputación está fechada un año después. Lo que sí tuvieron en común ambas publicaciones fue el elenco de escritores que colaboraron en ambas. Fue por otro lado la arroyana, una revista que creó escuela en la población y pionera de otras muchas que se han ido fundando en la villa a lo largo de los últimos 70 años, desde Garabatos. Adagio o Alfares, sin olvidarnos de El Convento, el último intento serio por revitalizar las revistas culturales de Arroyo y que en este último caso llegó de la mano de la periodista Loli Higuero Padilla.
En la revista colaboraron desde el primer número, además de su director Cordero Gómez, Juan Ramos Aparicio, Miguel Borrachero, Pedro y Carlos Caba Landa, Vicente Criado Valcárcel y Tomás Martín Gil, entre otros interesantes copartícipes. La calidad de la publicación, su presentación exquisita y la versatilidad temática provocó que la nómina de escritores se incrementarán en las siguientes tiradas, mostrando, de esta forma, la importancia que la revista tuvo en los círculos de la cultura extremeña durante los años del Primer Franquismo.
Ramiro Gutiérrez Suitino
Por ejemplo, en las revistas de los siguientes ejercicios, además de los nombres anteriores se incorporaron de manera asidua Germán Sellers de Paz, Delgado Valhondo, el gran poeta extremeño, y sobre todo Ramiro Gutiérrez Suitino, un prosista que residía en Arroyo de la Luz, muy poco conocido y menos valorado por sus paisanos y que en ocasiones firmaba con el seudónimo de “Erege”. No obstante, Suitino, aunque fundador de la revista arroyana desde el primer momento, fue ahora cuando quedó consagrado como un escritor de hábil pluma, que nos legó numerosos escritos y que por su trascendencia sobrepasó el ámbito estrictamente local ya que fue muy apreciado y conocido en ámbitos intelectuales provinciales.

Ramiro Gutiérrez en 1916
Ramiro Gutiérrez Suitino, “Erege”, nació el 17 de agosto de 1913. No era arroyano de nacimiento ya que sus padres procedían de Alburquerque y Valencia de Alcántara, José y Modesta, que eran como se llamaban sus progenitores. Como tantos otros que llegaron a la localidad en los primeros años del siglo XX lo hicieron en torno a la industria corchera, una de las más florecientes de la población durante una gran parte del siglo pasado y hoy, desgraciadamente, completamente desaparecida en el panorama local.
No obstante, no fue esta la profesión en la que ni su padre, ni él mismo, hizo carrera. Muy pronto José comenzó a trabajar de ayudante en la notaría de la localidad, y se llevó a Ramiro para que aprendiera el oficio que más tarde supuso el sustento familiar definitivo. Su buen hacer en la oficina arroyana llegó a oídos de un notario de la provincia de Málaga que le ofreció trabajo en Vélez-Málaga hasta donde se desplazó toda la familia hacia el año 1933. Estando en esta localidad fue cuando, como a tantos jóvenes españoles, la rebelión militar de 1936 trastocó todos sus planes de juventud. Ramiro fue llamado a filas para luchar en la guerra que se inició ese mismo año, aunque dado su nivel cultural, muy superior al de la mayoría de los soldados, hizo que la mayor parte del conflicto lo pasara en “oficinas”. De cualquier forma, también conoció la crueldad de la contienda ya que estuvo, al igual que su amigo Juan Ramos Aparicio, en la Batalla de Teruel, una de las más sanguinarias de la guerra dada las bajísimas temperaturas que los soldados tuvieron que soportar en aquel envite.
Concluido el conflicto volvió a Arroyo de la Luz, población que ya nunca abandonó y donde comenzó a ser un asiduo animador de la cultura local con proyección provincial. Casado con Leoncia García Hernández y padre de una hija, Josefina, fue un autodidacta, con conocimientos musicales y “devorador” de libros, leía casi todo lo que llegaba a sus manos, de tal forma que en veladas de café dejaba a sus contertulios con la boca abierta cuando les explicaba algunos de sus muchos conocimientos sobre temas variados y complicados. En una ocasión, por ejemplo, dejó entusiasmados al párroco, a un maestro y al médico cuando le escucharon exponer sus teorías sobre la piedra filosofal, una sustancia que se decía capaz de convertir los metales más básicos en oro.
Antruejo arroyano. 1944
Los conocimientos variados del personaje llamaron la atención en la localidad lo que provocó que muy pronto aparecieran algunos de sus escritos en diversas revistas locales y provinciales, tal y como hemos señalado al principio de este artículo. El primer texto que tiene publicado está fechado en 1944 y lo tituló “Antruejo arroyano”. Aquí Suitino, además de referir algunas de las tradiciones de la población, baile del pandero, estudiantinas de corcheros, o describir a la “Peña Tripera”, se deleita especialmente en la narración de la comida arroyana, especialmente exhibida ya que nos encontramos con un año en el que el hambre era una cotidianidad para la mayor parte de la población: “coles con buche, con pizpierno, morcilla ancha y témpora de tocino fresco, ostentosas y provocadoras con su humeante y oloroso barniz escarlata de casi dos dedos de grasa”, diría el texto que provocaba gran añoranza en todo el que lo leyó.
Corros en la plaza. Familia Tejeda (Germán y Emiliana)
En octubre de 1945 apareció en la Revista Alcántara una poesía dedicada a su persona, “Orto y ocaso” llevaba por título, “A Ramiro Gutiérrez, juventud, amistad y letras en su rincón extremeño del Arroyo”. Su autor era Pedro Sánchez Mora, un poeta nacido en Trujillo en 1891 y que durante muchos años, al igual que Suitino, también firmaba sus escritos con seudónimo (Yo Fu). Era también el trujillano amigo de Juan Luis Cordero (otro amante de los seudónimos) y como el secretario del Ayuntamiento arroyano un enemigo del caciquismo extremeño, “hundamos al cacique, levantemos a Extremadura y muramos después tranquilos”, afirmó ya en la prensa de 1918.
Esta poesía de Sánchez Mora le franqueó puertas en la publicación provincial por lo que unos meses más tarde, febrero de 1946, envió su primera aportación literaria a la Revista Alcántara, “Melibea (Una fantasía amorosa)”, convirtiéndose en uno de los cincuenta colaboradores habituales que este rotativo tuvo a mitad de la década de los cincuenta. Melibea es un trabajo extenso de cuatro páginas, para lo que era habitual en sus textos, en el que especialmente se observa un profundo conocimiento de la obra de Fernando de Rojas, La Celestina. A partir de ese momento, Alcántara será su escaparate habitual de divulgación, además de las publicaciones locales.
En octubre de 1946 presentó también en Alcántara un breve cuento titulado “Porque el hombre es el nombre y su primera fatalidad su nombre”, un texto que recoge los problemas que en muchos matrimonios se presentaba a la hora de elegir el nombre de su vástago. Mucho más interesante es el análisis que hizo en septiembre de 1947 de “Los Corros” y que en este caso publicó en la Revista de Ferias y Fiestas de aquel año. En aquel escrito expuso la “belleza poético-musical receñida por gargantillas de mocitas enhebradas, y donde la música es lánguida, muy perezosa, como fuente musulmana”, afirmaría con un lenguaje refinado y culto.
En noviembre de 1947 un nuevo texto aparece en el número 13 de la Revista Alcántara, en este caso “Dos flores”, dos páginas donde describe, otra vez, con lenguaje al alcance de pocas personas, dos flores “recamadas de celestes primaveras y opalinos otoños”. Un año después y de nuevo en la Revista de Ferias volvió a aportar otro de sus escritos más logrados, “Chinelas de cristal”, una profunda reflexión donde mezcló “caminos de ensueño”, diría en su escrito, pero en el que se evidencia de manera meridiana que era la literatura su bien más preciado.
El año 1949 fue uno de los más prolíficos, al menos en cuanto a texto publicado se refiere. Aquel año tres fueron sus aportaciones más sobresalientes. En abril dio toda una lección en la Revista Alcántara sobre “El ajedrez”, un juego, entonces poco conocido en la villa, y al que describió como una sesión de “hipnotismo práctico donde las piezas quedan catalépticas sobre el mármol”. Un mes más tarde, y también la misma revista provincial, apareció “Lilith, su cántaro y yo”, una reflexión sobre el puente mayor de Arroyo de la Luz y la visión que el autor tuvo de una “labradorcita” a la que veía pasear por el puente menor. Y, por último, en septiembre de 1949 fue en el periódico Extremadura donde firmó “Agua en Arroyo”, aquí describe a nuestro pueblo como una tierra llena de humedales y donde la “charca Grande, Chica, Pontones, Quebrada, Petit, Pizarra, Barrera y Dos Molinos” componen el almacenamiento más importante. Pero también reflejó a las 26 fuentes de Arroyo entre las que algunas tenían “finísimas aguas como Torrezno, Cantería, Palabarguero, Cazadora, Albarda y el Corchito”, algunas de ellas fuentes ya casi completamente olvidadas en la localidad.
En 1950 el nuevo alcalde de la población, Manuel Montero, encargó a Ramiro para que fuese el encargado de elaborar el pregón de las ferias de aquel año. “Una sucesión de recuerdos crujientes y punzantes como secas rocas, una agridulce emoción llena el corazón de muchos arroyanos ahora, al sentir el pregón del heraldo espontáneo de su feria grande”, diría con enorme orgullo de arroyano de adopción.
A partir de esta década Suitino comenzó a dilatar sus aportaciones literarias, no es que dejase de escribir, sino que dejó de publicar al menos con la asiduidad anterior. Tenemos que esperar al año 1953 cuando aparezca en la Revista de Ferias un “Anochecer” espléndido, en el que el autor comenzaba a verse como “fuera de juego”, mientras Arroyo se moderniza, diría en su escrito “yo declino invariablemente hacia los tipismos llenos de evocación”. Nostalgia que volvió a repetir en 1954 cuando publicó “El amigo que se va”, instante en que algunos de sus convecinos comenzaban a marcharse de la localidad y a los que escribía diciéndoles que cuando estuviesen lejos de Arroyo, ya verían como todo el pueblo le parecería más hermoso, “más larga, más llana y airosa la Corredera, las Cuatro Esquinas y el Arrabal; más solemne la Plaza Mayor, y más poética la Charca Grande llena de arreboles al amanecer”, y no le faltaba razón, muchos fueron los que se marcharon y que describirían así a un pueblo al que dejaron atrás.
Anochecer. 1953
Después de ese escrito Suitino no publicó hasta el año 1963, al menos en las revistas habituales que plasmaron sus textos. Este año y al albur de una magnífica Revista de Ferias y Fiestas aportó un “Timbre de progreso” en el que, de nuevo, realizó un elogio al agua y al alcantarillado que comenzaba a ser una realidad en la villa. Sirvió el texto para hacer una crítica, como en su momento hizo Juan Luis Cordero, a esas calles arroyanas, “siempre reidoras”, afirmaría, y que hasta entonces habían sido el “obligado receptáculo de todas las aguas residuales, una afrenta contra la que venía luchando desde tiempo ha”, diría en ese escrito.
Y después de todo ello, el silencio. Como sucede en otros casos, tanto o más que lo que llegó a publicar fue lo que quedó inédito. Gracias al poeta Juan Ramos, quien lo describió como “mi gran amigo Ramiro, autodidacta y hombre afable y correcto. Leyó con ansia de saber, aunque pasara por su gran modestia ignorado por su pueblo”, poseemos en su archivo personal dos escritos sin publicar, el primero centrado en Luis de Morales, el artista del Renacimiento y que tituló “Morales, pintor místico”; y el otro, un cuaderno manuscrito de su puño y letra, todo un cajón de sastre con numerosas reflexiones y “apuntes de un arroyano apasionado por la cultura”, como reza la primera hoja que firmó Juan Ramos para que se supiera que lo que había allí, aunque estaba entre sus papeles, eran exhortaciones y consejos de “Erege”.  
Ramiro Gutiérrez Suitino, arroyano de pro, falleció el 28 de marzo de 1981 cuando únicamente contaba 67 años de edad. Está enterrado en el cementerio de Arroyo de la Luz. Sirva este artículo para reivindicarlo y recordarlo de manera perenne.