sábado, 2 de septiembre de 2017

08. EL CRONISTA: "BARBERO, SANGRADOR Y SACAMUELAS"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz

El Sacamuelas. Museo del Louvre (Gerard Van Honthorst)

La Extremadura que conoció Miguel García Trejo

Durante el Antiguo Régimen, Extremadura fue una única provincia. Sus límites geográficos eran algo más reducidos que las actuales provincias de Cáceres y Badajoz. Todo este territorio estaba dividido en ocho partidos territoriales y jurisdiccionales: Cáceres (en el que se englobaba Arroyo del Puerco), Alcántara, Trujillo, Plasencia, La Serena, Badajoz, Llerena y Mérida. Un territorio fronterizo con el reino portugués, sin capitalidad alguna, poco conocido, casi aislado y mal comunicado con el resto del país. En fin, casi como en la actualidad.

Además, era una provincia escasamente poblada, únicamente se contabilizaban unos nueve habitantes por kilómetro cuadrado, cuando la media nacional llegaba hasta los veintitrés. Dentro de este casi desierto demográfico, Arroyo del Puerco se elevaba como un oasis poblacional. Las cifras de nuestra localidad fueron, a lo largo de los siglos modernos, de las más altas de la provincia de Extremadura. Bien es cierto que la mayor parte de la población era completamente analfabeta, a pesar de los esfuerzos que realizaba alguno de los monjes que estaba adscrito al convento de San Francisco. De cualquier forma, hubo alguno de nuestros paisanos, como fue el caso de Miguel García Trejo, y aunque completamente olvidado por la historia de nuestra localidad, que hizo los esfuerzos suficientes para labrarse un futuro más agradable en aquella sociedad estamental. Concretamente Miguel García Trejo obtuvo en el año 1699, el último del reinado de Carlos II, el título de “barbero sangrador” (flebotomiano).
El charlatán sacamuelas. Museo del Prado (Theodoor Rombouts)

La burocratización del Estado Moderno, ya fuese con la Casa de los Austrias o de los Borbones, provocó que el funcionariado alcanzara un peso importante en la sociedad extremeña. Y dentro de ella, una de las profesiones más demandadas por ciudades y pueblos fueron las de los médicos, cirujanos, barberos-sangradores (conocidos como flebotomianos), boticarios, barberos y parteras. Todos ellos integraron el colectivo de profesionales responsables de atender la salud de los extremeños de aquellos años. Muchas de las funciones de estos “técnicos” se solapaban las unas con las otras por lo que para evitar enfrentamientos entre ellos, que a veces terminaron en graves desgracias, existieron diversos tribunales que velaban por la pureza de los oficios, encargándose de otorgar las licencias correspondientes para poder ejercer las distintas profesiones. Lo que sí fue común a todos ellos fue la escasez de salarios que ofrecían los municipios, un dato que provocó un déficit permanente de estos profesionales a lo largo de todos los siglos modernos.
Uno de los principales problemas en este personal sanitario se encontraba entre la distinción que debía existir entre los conocidos como “barberos” y los “barberos-sangradores”, profesión última que a la postre había elegido nuestro paisano Miguel García Trejo. Los “barberos” únicamente podían dedicarse al corte de pelo o barba. Un escalón muy superior en esa sociedad estamental lo ocupaban los “barberos-sangradores” que desde el año 1500, durante el reinado de los Reyes Católicos, debían pasar por el control del llamado “Protobarberato”, una institución que velaba por la pureza de esta segunda profesión y para que no se colase ningún intruso, “No consentir ni den lugar a que ningún barbero pueda poner tienda para sajar, ni sangrar, ni echar sanguijuelas, ni sacar dientes ni muelas, sin ser examinados primeramente por los Barberos Mayores”.
De esta forma, para que Miguel García Trejo pudiera obtener el título de “barbero-sangrador” en 1699, nuestro paisano tuvo que estar adscrito durante cuatro largos años a las órdenes de un maestro sangrador que ejerciese en un hospital. En nuestro pueblo el único hospital que estuvo funcionando a lo largo de los siglos modernos fue el de la Piedad o también conocido como de la Encarnación, un dispensario hoy completamente desaparecido y, lo que es más triste, totalmente olvidado ya que sus instalaciones se incorporaron al actual edificio del Ayuntamiento cuando este último se terminó de remodelar completamente en 1868 (el próximo año se cumplirá su 150 aniversario), y todas sus pertenencias se llevaron al Hospital Provincial de Cáceres.
Pasado los cuatro años de aprendizaje la justicia arroyana certificó su paso por el hospital durante ese tiempo, por lo que Miguel pudo realizar el examen de “oposición” para poder adquirir el título oficial que le permitiese ejercer esta profesión. Las pruebas que tuvo que superar constaron de una parte teórica y un segundo examen práctico. En la parte teórica nuestro paisano tuvo que explicar al tribunal sus conocimientos sobre anatomía vascular, tuvo que recitar el número y nombre de todas las venas del cuerpo humano y dónde se localizaban. Por otro lado, también tuvo que exponer a los examinadores cómo realizar un sangrado, cómo y cuándo aplicar las sanguijuelas en el cuerpo humano y la manera de extraer las muelas y los dientes con sus diferentes técnicas.
Superado este primer ejercicio, Miguel tuvo que aplicar de manera práctica con un paciente, y delante del mismo tribunal, los conocimientos teóricos que había recitado en la anterior prueba. Los derechos de examen eran cuantiosos y no al alcance de cualquier bolsillo. Para poder examinarse ante el tribunal el opositor tuvo que pagar “media annata”; o lo que es lo mismo, la mitad del sueldo que se calculaba que podría ganar como “barbero-sangrador” a lo largo de todo un año. Una cifra elevada teniendo en cuenta que los “sangradores” tenían un gran reconocimiento social en la España de finales del siglo XVII y durante todo el siglo XVIII, y únicamente en un escalón inferior social a los de los médicos o cirujanos mayores y muy alejados, por otra parte, de los considerados “curanderos y santiguadores” que generalmente eran estafadores.
Barbero sangrador arroyano. Archivo Municipal de Cáceres
De esta forma, después de superar los dos ejercicios Miguel García Trejo obtuvo en 1699 el título de “barbero-sangrador flebotomiano”. El nombramiento tenía validez para ejercer esta profesión en cualquier parte del reino, y siempre después de prestar el juramento de ofrecer sus servicios de manera gratuita a todos los pacientes que eran catalogados en la villa como “pobres de solemnidad”.
Superado todo el trámite administrativo, y aunque Miguel podía actuar como profesional liberal, generalmente el “barbero-sangrador” formaba parte de la plantilla de todo hospital importante que se preciara. En este caso el título fue presentado a la villa de Cáceres y es en su Archivo Municipal es donde se encuentra actualmente la copia del título que acredita a nuestro paisano como especialista en esta modalidad médica.
A partir de aquel instante, Miguel comenzó a estar al servicio de la comunidad. Puso en práctica todo el conocimiento que poseía en utilizar la “sangría”, de uso muy común en Arroyo del Puerco hasta bien entrado el siglo XIX, a pesar de los enormes riesgos que acompañaba a esta práctica y que los efectos curativos casi nunca se producían. En las sociedades preindustriales se pensaba que la mayor parte de las enfermedades ocurrían por el exceso de líquido en el cuerpo, el llamado “humor”. Se creía erróneamente que si se quitaba una gran cantidad de sangre el enfermo mejoraría.
Dos eran las formas que tenían los flebotomianos para aplicar la sangría, la utilización de las sanguijuelas, una práctica que tenía y tiene utilización en ocasiones recomendables médicamente, y la del corte en el brazo o “venesección”. Esta última la realizaba Miguel con una pequeña lanceta de unos 3 centímetros que penetraba en la vena permitiendo a la sangre salir por la herida. Generalmente la sustracción provocaba la disminución del sistema inmunitario ya que el cuerpo se veía en la obligación de producir más sangre cuando más débil se encontraba.
También comenzó a ser demandado para la extracción de dientes y muelas, una práctica muy habitual ya que las caries formaban parte de la cotidianidad de la villa. También las parteras tenían la obligación de llamarlo cuando el parto se complicaba. Era el barbero-sangrador el que tenía que sacar al niño si ya estaba muerto en el interior del cuerpo de la madre, o bien el que tenía que realizar la cesárea post-mortem si la que había muerto era la madre y con la finalidad de poder salvar al niño.
En definitiva, una profesión, la de “barbero-sangrador” muy habitual en la Europa de la Edad Moderna tal y como fue recogido por algunos de los grandes maestros de la pintura de género del Barroco (Theodoor Rombouts o Van Honthorst) y que en Extremadura se llegaron a contabilizar 253 cuando finalizaba el siglo XVIII.   

Theodoor Rombouts
Gerard Van Honthorst