martes, 2 de julio de 2019

29. EL CRONISTA: "AMIGOS DE LO AJENO. NUEVOS EPISODIOS"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz

Hace ya más de dos años, concretamente en mayo de 2017, publicamos en el blog de Paisajes y Fiestas lo que era el cuarto trabajo de esta nueva colección de artículos de historia referidos a nuestro pueblo. Aquel estudio fue el primero que tuvo una repercusión impresionante y que excedía los números habituales del resto de artículos que se habían publicado, unas 3.500-4.000 lecturas. Efectivamente, aquel “Amigos de lo ajeno”, y que todavía se puede volver a recordar en la página del blog, porque no en vano es aún el tercer trabajo más leído de todos los que hemos publicado hasta el día de hoy, alcanzó en pocas semanas unas cifras de lecturas que se acercaban a los 11.000 visionados. Y aquello resultaban palabras mayores.
Como muchos de los lectores conocen son varios los que, una vez subido el trabajo a la red, realizan de manera pública distintos comentarios sobre lo publicado que enriquece sumamente todo lo que está escrito. En otras ocasiones, por la causa que fuere, algunos lectores deciden hacerme sus comentarios en privado, bien a través del “Messenger” o bien a través del correo electrónico. Con aquel estudio, al margen de las felicitaciones variadas que siempre son un gran estímulo para poder continuar con esta labor, recibí dos correos particularmente interesantes.
El primero de ellos, después de felicitarme por lo publicado, por lo “mucho que me ha entretenido su lectura”, me recordaba que había olvidado un episodio que hubiese tenido cabida en lo que habíamos titulado “amigos de lo ajeno”. Me “regañaba” por haber concluido aquel artículo con la desaparición del dinero del Ayuntamiento en las primeras décadas del siglo pasado y no referir ni contar el episodio de desfalco que se había producido durante los años de la Transición Democrática, un robo que estaba mucho más cerca en el tiempo. También me preguntaba si aquel suceso que acabó de manera dramática no era conocido por mí.
Obviamente le contesté en privado, y le señalé que ese artículo había terminado con aquel episodio de principios del siglo XX de manera consciente por mi parte, y que, además, ni siquiera lo había desarrollado mínimamente. Toda aquella historia de la desaparición de las 144.322 pesetas de las de 1910 daba par un artículo monográfico y que algún día lo revelaría de manera detallada. A continuación, también le expliqué que conocía con cierto detalle el suceso que él refería pero que, dada la proximidad cronológica, de momento prefería no publicar nada de aquel caso de la Transición. Lo entendió, y me respondió que quizás en otra ocasión, una oportunidad que tampoco será la que presentemos en este artículo.
Desaparición del dinero en el Ayuntamiento 

Pero el correo que me dejó más intrigado fue el enviado por una persona muy mayor, aunque como luego me ha confirmado, lo escribió un nieto que tiene “muy listo y que sabía mucho de ordenadores”. Este correo me advertía que en su casa, y desde muy pequeño, había oído hablar de distintos episodios en los que el Ayuntamiento había quedado a cero a causa del robo del dinero de todo un pueblo por parte de sus empleados, o por miembros de la corporación municipal. En este caso, no me habló del suceso de la Transición, un suceso reciente y muy conocido por todos, él me refirió un episodio mucho más alejado en el tiempo, decía que había sucedido en el siglo XIX, pero que siempre había estado muy presente en su familia porque les había tocado de manera personal y más o menos directamente. Que a él el caso se lo había contado su padre y a su padre su abuelo. Me pedía que lo investigara, si podía ser, y que lo publicara si lo estimaba oportuno.
De este episodio referido, a diferencia del otro correo anterior, no había investigado nada, y nada conocía de desfalco alguno en el Ayuntamiento arroyano a mediados del siglo XIX, que es, dado los datos que me proporcionaba, cuando se tuvo que producir aproximadamente aquel suceso. Y como no sabía nada, pues quise aprender, quise investigarlo y quise localizarlo. De esta forma, y a diferencia del anterior, en el presente artículo aquí estará aquel suceso, formando parte de estos nuevos casos que conformarían lo que podríamos titular como un “amigos de lo ajeno, segunda parte”.
De esta forma, además del desfalco en el Ayuntamiento arroyano de mediados siglo XIX, que lo dejaré para el final del presente artículo, otros dos sucesos referiremos en este nuevo “amigos de lo ajeno”. Nuevos episodios de “chorizos” de distinto pelaje y que hemos tenido que soportar a lo largo de nuestra historia arroyana. Episodios, estos sí, completamente olvidados hasta la fecha, y que ya en cambio quedarán registrados para siempre para las generaciones futuras.
El primero que referiremos tuvo lugar en una casa particular en el año 1930, concretamente en la vivienda del farmacéutico de la localidad, Nicolás Sánchez Asensio. Don Nicolás, que era como se le conocía en el pueblo, venía notando la falta sistemática de dinero en el cajón de la farmacia, pero no lograba saber cómo desaparecía ni, en principio, sospechar de nadie concreto. Tuvo que ser la Guardia Civil la que realizara varias pesquisas que acabaron con el interrogatorio de una niña de tan solo 12 años llamada Leonor y que estaba “sirviendo” en la farmacia.
El día del interrogatorio Leonor incluso portaba 15.50 pesetas que acababa de sustraer, confesando que lo había hecho en otras ocasiones. Lo particular del caso fue cuando se comprobó que el dinero ni siquiera era para ella o para su familia. Estaba siendo “extorsionada” por dos mujeres mayores que eran las que realmente se beneficiaban de lo que ella extraía de la farmacia. Efectivamente, se pudo comprobar que todo lo robado acaba finalmente en manos de dos arroyanas que incitaban al delito a la pequeña. Las verdaderas culpables eran una madre y su hija, de 67 y 24 años de edad respectivamente, Nieves y Teófila. No tardaron ambas mujeres en ser detenidas por la Guardia Civil, incautándole todo el dinero que habían recibido de la niña e incluso se le requisó un pañuelo bordado que era lo que supuestamente iban a “regalar” a la pequeña por el botín que le estaban proporcionando.
El segundo episodio está referido a lo que siempre nos aparece en la documentación histórica como “extramuros de Arroyo del Puerco”. Por extramuros se entendía lo que entonces estaba fuera del casco urbano pero que actualmente está integrado como una parte más de la localidad. En este caso el extramuros se refería a la ermita de La Soledad que fue donde tuvo lugar el suceso. En este caso el denunciante fue Manuel Serrano González, un peregrino de Camuñas (Toledo) que estuvo alojado en la ermita la noche del 25 de noviembre de 1853.
Ermita de la Soledad (boceto de principios del XX)
Aquella noche, junto con él durmió otro peregrino del que no se conocía su procedencia exacta, y que decía llamarse José de unos 20 años de edad. El tal Manuel cuando se despertó se dio cuenta que todo lo que llevaba encima le había sido sustraído por su “compañero” de estancia. Rápidamente puso el caso en conocimiento de la autoridad tanto civil como eclesiástica porque el robo había afectado también a algunas de las pertenencias que tenía la propia ermita. No tardó el Juez de Primera Instancia y de Hacienda de la provincia, Pascasio Fernández, en dar la voz de alarma a todas las “Justicias, Comandantes de la Guardia Civil y Seguridad Pública de esta provincia para que practiquen las más eficaces diligencias” para localizar el tal José.
De esta forma, el día 2 de diciembre de ese mismo año, ya estaban los datos del ladrón en todas las casas-cuarteles de la Guardia Civil de la provincia de Cáceres, “Entre 21 y 24 años, barbilampiño, color triguero claro, ni grueso ni delgado, de regulares carnes, vestido con chaqueta de paño pardo, chaleco, calzón y botines de lo mismo, zapatos con oreja y botón al uso de tierra de Castilla, sombrero chambergo, faja o ceñidor encarnado, capa de paño pardo a medio uso con un morral a la espalda y natural de un pueblo a cinco leguas de Béjar”. No eran, como se puede comprobar, unas características que ayudaran mucho en la localización del ladrón, pero entonces era la forma habitual de describir a los que se estaban buscando por parte de las autoridades.
Ignoramos el resultado de las pesquisas, pero probablemente, y como era habitual en estos casos, el botín nunca se recuperó, y lo robado no fue menor. Efectivamente, José se llevó aquella noche “unas alforjas con una Cruz de Caravaca de metal amarillo y de una libra de peso (unos 450 gramos), ocho o nueve docenas de cruces y medallas de metal, dos libras de alambre amarillo con cuentas de carolina encarnada y de madera para hacer rosarios, ocho o nueve rosarios hechos de ambas clases, una bota de vino de seis cuartillos y una lima”.
El tercero y último de los sucesos lo referiremos al suceso del desfalco del Ayuntamiento a mediados del siglo XIX, el episodio que me apuntó uno de los lectores y con el que hemos iniciado este artículo. Todo sucedió en el año 1851, aunque las consecuencias de aquel robo tuvieron como punto final el año 1858. Efectivamente durante el reinado de Isabel II y coincidente con la alcaldía arroyana de Rafael Tejado, algunos concejales de la corporación municipal dieron cuenta ante la autoridad judicial de la provincia de la “malversación de caudales públicos y desfalco” que se había producido en el consistorio, una cantidad económica que pertenecía al pueblo de Arroyo del Puerco.
Ayuntamiento, década de los 20. Siglo XX.
Desde el primer momento no hubo duda en cuanto a la autoría del robo. Rápidamente el Juez de primera instancia de la capital abrió “diligencias criminales” contra Juan Hortigón Hernández, un arroyano que trabajaba en el Ayuntamiento y que había desaparecido de la villa con todo el dinero. De esta forma, el 23 de diciembre de 1851, todos los datos del suceso estaban ya distribuidos por toda la provincia cacereña exigiéndose a la Guardia Civil el “celo pertinente para que pueda ser aprehendido y puesto a mi disposición”. Como en el anterior caso se distribuyeron las “señas del reo que se persigue”. En este caso se informaba que Juan Hortigón Hernández era de “estatura alta, grueso, 34 años, color trigueño, cara redonda, pelo castaño oscuro, ojos ídem, barba regular, vestido con pantalón y usa sombrero chambergo”.
A diferencia del caso anterior, ahora sí se sabía a quién se buscaba con mayor exactitud por lo que las posibilidades de ser apresado eran muy altas, y más teniendo en cuenta que el huido había dejado su mujer en el pueblo, Catalina Salado, que fue a la postre la gran damnificada por los hechos delictivos de su esposo. No se tardó en localizar al huido, aunque el dinero parece ser que nunca se volvió a ver. De esta forma, el reo tuvo que hacer frente de lo robado con sus propiedades, pertenencias que no tenía pero que sí poseía su esposa Catalina Salado. De esta forma, el 24 de julio de 1858 y a las 12 de la mañana, en los Juzgados de Cáceres, ante el Juez de primera instancia de la capital con la presencia del Juez de Paz de Arroyo del Puerco se subastaron varias fincas urbanas y otras propiedades de su término municipal que habían sido embargadas a Catalina para “pagar las costas de los bienes embargados a su marido Juan Hortigón”. Con ello, concluía el calvario para la familia de Juan y Catalina, aunque con muchas menos propiedades. Una historia que me apuntó uno de mis lectores y que desde aquí agradezco su amabilidad.