Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de la Luz
Desde la época de la antigua Grecia, el ágora siempre fue el lugar que se identificaba con la zona más
vistosa y más importante de cada una de las polis
(ciudades-estados); es decir, la plaza pública. Era el lugar donde se
congregaba toda la ciudadanía porque era un amplio espacio abierto y el centro
donde “bullía” la vida diaria de aquellos helenos. Allí podíamos encontrar el
mercado, distintos edificios para el desarrollo de la cultura y de la vida
política, sin olvidar los juegos, las fiestas y el teatro. Incluso en esa plaza
se encontraban algunos de los templos religiosos de aquella sociedad politeísta.
Años más tarde el foro
romano no varió en esencia esta idea de espacio amplio y abierto que se
encontraba ligado siempre a las instituciones de gobierno, al mercado, a los
edificios religiosos, a la administración de justicia e incluso a espacios
relacionados con la prostitución. Continuaba, por consiguiente, identificándose
aquella plaza pública como el hogar comunal de toda la ciudad.
Esta idea de espacio común ya jamás se perderá en los siglos
venideros, al menos en lo que entendemos como cultura occidental y
perfectamente identificable con la historia de los pueblos del Mediterráneo,
idea trasladada posteriormente a América con motivo de la colonización de
aquellas tierras. Efectivamente, durante la Edad Media la plaza pública se
perpetúa como el lugar donde los vecinos se reunían para comprar, para pasear,
discutir o simplemente para conversar y divertirse. Sin perder de vista, en una
sociedad profundamente religiosa, que el espacio también se dedicó para la
oración, porque en todas las plazas existía una iglesia a la que se acudía
prácticamente a diario. Con seguridad, la mayor novedad sobre la época clásica
fue que una gran parte de esos espacios se llenaron de balconadas cuyos
propietarios serían las personalidades más sobresalientes de las villas y
ciudades.
Ni que decir tiene que la plaza mayor de Arroyo del
Puerco-de la Luz, no fue ninguna excepción a todas las particularidades
descritas más arriba, rasgos que se asentaron con perfecta nitidez desde la
fundación de la villa en pleno medievo. De esta forma, en el centro de ese
“ágora-foro-plaza”, se ubicó la iglesia principal de la localidad y en torno a
ella los edificios más sobresalientes de la población con su Ayuntamiento, su
cárcel y su mercado, con sus distintos comercios, sin olvidarnos de esas
balconadas de algunas de las casas que la circundan. Así ha sido hasta hace
relativamente pocos años cuando esa plaza “bullía” casi diariamente, tal como
lo hizo el “día de las peñas” de las ferias de septiembre del presente año.
No es precisamente un ejercicio de historia muy lejana en el
tiempo, tal y como hicimos con el artículo del mes pasado cuando nos fuimos
hasta el medievo, lo que tenemos que realizar para recrearnos en los años de “aquella
maravillosa plaza” del pueblo. Un lugar que estaba lleno de vida y que nos
evoca lo que podríamos reflejar también como la de nuestros “aquellos
maravillosos años”. Realizaremos, por consiguiente un breve repaso de la vida
de nuestra plaza de mediados de los años setenta del siglo pasado, una
descripción que no difería en absoluto en cuanto a bullicio popular de lo que
había sido aquel espacio varias décadas anteriores o el que tendrá algo más de
una década posterior. Teniendo presente en este texto, además, la magnífica
memoria de Máximo Salomón, cuando no hace tanto tiempo nos describió su “Poste
Felipe”.
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Plaza, mediados de los setenta. |
Presidiendo la Plaza de José Antonio Primo de Rivera,
entonces se llamaba así, se encontraba la iglesia de la Asunción, un edificio
rodeado de un magnífico atrio con sus distintos “postes”, entre los que
destacaba el “Felipe”. Un atrio que como el interior del edificio religioso
albergó en su suelo durante muchos años algunos de nuestros antepasados, aunque
de eso ya hacía mucho tiempo. Además de la iglesia, existían varios edificios
que podríamos considerar administrativos, el Ayuntamiento, que se había
levantado en 1868, por consiguiente en este mes se cumple su 150 aniversario,
con su cárcel, un espacio de dos plantas, de unos 150 metros cuadrados y que
tenía una fachada que miraba a la calle Rafael Chaparro, una vía que todo el
mundo la conocía como Carniceros, y otra a la plaza. Junto a ella se encontraba
la carnicería de Román Tejado y una escuela, que durante un tiempo fue también
fue un bar, y todo ello antes de convertirse en Casa de Cultura.
El otro edificio administrativo era la escuela de “don
Florencio”, por este tiempo utilizada como templo religioso porque la iglesia
de la Asunción estaba en rehabilitación, y mucho antes de ser “hogar del
pensionista” y actualmente Oficina de Turismo. El resto de lo que existía eran
ya viviendas particulares, pero sobre todo lo que se contabilizaba en aquel
espacio eran comercios y bares. Este tipo de negocios proporcionaba un continuo
trasiego diario de personas, aunque especialmente los domingos y las “fiestas
de guardar”, que eran muchas, o bien cuando llegaban las distintas
celebraciones de la localidad, carnavales, ferias de marzo, Día de la Luz o las
magníficas ferias de septiembre.
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Bar Carrasco |
Entrando en la plaza por la calle Rafael Chaparro, y justo
con la esquina de la calle Ricos, ya te encontrabas el primer local comercial,
“Rufino”, un establecimiento que se anunciaba como autoservicio de frutería,
pescadería y pesca de río, y que incluso servía a domicilio. Justo por encima
se ubicaba el establecimiento “San José”, la pastelería de la señora Mercedes
que elaboraba las míticas “bambas” y que, además, realizaba fotografías en
cualquier evento que había en la población, especialmente bodas, bautizos y
comuniones. Y subiendo esa acera, ya ocupando muchos más metros de fachada se
encontraban los Muebles Niso y su magnífico escaparate. Ascendiendo estaba el
Ayuntamiento, también a dos calles; y a continuación un pequeño
establecimiento, hoy diríamos de “chuches” de la señora Ana, magnífico aquel
regaliz negro y fino, y donde incluso se jugaba al futbolín. Más arriba una de
las entradas del colegio de las monjas, y justo al lado el primero de los bares
“míticos” de la plaza, el Bar Carrasco. Su dueño, el señor José Carrasco, aficionado
al mundo de las letras, siempre trató de ser muy original a la hora de vender
sus productos, “la tenca, el ciervo y el
jabalí, junto con la morcilla, los morros y el boquerón, constituyen la mejor
base de nuestra alimentación”, diría uno de sus anuncios más recordados. Y
concluyendo ese acerado, y justo en la esquina, otro comercio, en este caso de
Santos Domínguez Amaya, que lo mismo te vendía una camisa, que géneros de punto
que “paquetería en general”.
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Establecimiento Rufino |
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Bar Salomón |
Si seguíamos dando la vuelta a la plaza, y a continuación de
la escuela que hacía entonces de iglesia se encontraba otro bar, que también
había sido fonda, el de Isaías Salomón Rodríguez y que anunciaba “sin ningún género de duda los mejores vinos,
cafés y licores” y donde en ocasiones se escuchó, muy a escondidas, “Radio Pirenaica”. A continuación, y ya
pegando con la esquina otro establecimiento que imagino recordarán menos
personas, la “abacería y el estanco”
de Ambrosio Martínez Sandoval, un establecimiento que luego, regentado por su
hija Carmela, fue trasladado hasta la esquina superior de esa misma acera.
El Bonito, 1953 |
Seguidamente, y saltando otra de las entradas de la plaza,
luego comentaremos todas ellas, se encontraba una de esas casas con balconada
magnífica, la vivienda de uno de los médicos de la población, “Don Flore”, y
junto a esta vivienda y antes de entrar en el inicio de la calle Luis Chaves, los
ultramarinos y coloniales El Bonito, que además de la venta de productos del
cerdo, tenía un salón para celebrar los habituales bailes donde se divertía la
población. Saltando la calle y siguiendo con la vuelta a ese ágora nos
encontrábamos con el comercio de el señor Juan “El Molinero”, un
establecimiento que vendía productos textiles y ropa femenina que
posteriormente regentó su hijo.
Siguiendo esa acera y saltando varias casas particulares, Tato,
Matías Parra, debajo de los soportales te encontrabas con el que probablemente
era entonces el buque insignia de los bares del pueblo, el Bar Bañegil, un
establecimiento que había tenido desde hacía décadas una clientela fiel, y que
se iba renovando con el paso de los años ya que siempre mantuvo una cocina
exquisita, y con una terraza exterior que ocupaba buena parte de la plaza.
También debajo de esos soportales se encontraba otro de los bares importantes
el Bar Moyano, de Faustino Lozano, que también disponía de terraza exterior y
que además disponía de un salón de bailes que entonces había remozado y que lo
anunciaba como “discoteca-estilo moderno”,
un recinto al que se accedía por una escalera bastante empinada. Y justo
terminando esa acera, y ya fuera de los soportales, el comercio de tejidos y
paquetería de “Ferrero”, con su propaganda en pareado muy curiosa, “quiere ahorrar dinero, compre en Casa
Ferrero”.
Bañegil, feria de 1953 |
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Bar Moyano |
Terminando el círculo propuesto se encontraba el que
entonces era Banco Hispano Americano, un establecimiento que ya llevaba más de
40 años instalado en la población. Después de algunas viviendas particulares se
encontraba la farmacia de Nicolás Sánchez Asensio, que aunque no había nacido
en Arroyo, sí tendría gran protagonismo en la población durante todos los años
del franquismo, quedaba con este local cerrado el círculo.
De cualquier forma, con ser, como hemos podido comprobar,
una plaza repleta de “empresas” y “empresarios”, lo cual nos ofrecía un
panorama que en absoluto tiene que ver con los actuales, tan importantes como
los de la plaza eran los establecimientos comerciales de las calles inmediatas
por las que se accedía, y aún se accede a ese centro de la población. Los más
cercanos a esa plaza eran los que a continuación señalamos.
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Bar La Cueva |
Subiendo por Rafael Chaparro, y casi
desembocando a esa plaza se encontraba en el número 4 la pescadería de los
Hermanos Serrano, otro de los negocios clásicos de la localidad. Por la inmediata
calle Ricos se situaba la emblemática, y sin igual, discoteca Venus, que
también hacía de bar por lo que la zona siempre estaba poblada de jóvenes. Por
Calvo Sotelo, así se llamaba entonces, otros dos comercios muy concurridos, el
de Antonio “Jerte” y la carnicería de Teodoro Motino. Por el acceso de Gabino
Gracia, aunque más tardía, la otra gran discoteca de la población, El Palacio.
Y por el acceso de la calle Hornillos, hoy Santa Teresa, el emblemático Bar la
Cueva que regentaba el inolvidable One, que ya en 1972 anunciaba todo un coche
124, que era el no va más de la automoción.
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Jesús Tato |
En el inicio de Luis Chaves, además de la Caja de Ahorro y
Monte de Piedad de Cáceres, se encontraba otro de esos locales que nunca podrán
olvidarse, la ferretería de Jesús Tato Rodríguez, que era también papelería y
muchas más cosas, pero sobre todo era el lugar donde los niños llevábamos la
carta a los Reyes Magos de Oriente durante las Navidades. Y por último, la
entrada a la plaza por Santa Ana, hoy Hermanos Caba, tenía un nombre, casi un
“templo”, el Bar Caracol, que disponía de los mejores vinos caseros del pueblo,
además de preparar unas tencas, conejos y caracoles emblemáticos para los
visitantes, especialmente los días de feria.
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Bar Caracol |
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Corros en la plaza. Familia Tejeda |
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Vaquillas de septiembre |
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Baile en la plaza |
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Vaquillas en la plaza |
Una sucesión de recuerdos inolvidables, como una recopilación de diapositivas de nuestra memoria. Como siempre, impecable.
ResponderEliminarMuchas gracias Fernando por tus palabras. Realmente lo que quería era despertar algunas conciencias para que la plaza recupere el esplendor que un día tuvo. Y, en caso contrario, que el "deterioro" no continúe ampliándose. Saludos
ResponderEliminarFrancisco Javier García Carrero (Cronista Oficial de Arroyo de la Luz)
Un relato perfecto de lo que entonces era la vida de la plaza y sus alrededores,tiempos magníficos que merece la pena recordar y recuperar.
ResponderEliminarMagnifico relato sobre la plaza de Arroyo, estaría mejor si no fuera un aparcamiento.Gracias de nuevo por la publicación Fracisco Javier y a APF un saludo. Tomás Guzmán
ResponderEliminarMuchas gracias Tomás por tus amables palabras. Efectivamente, la plaza debería ser algo más que una simple zona de aparcamientos.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Francisco Javier García Carrero
Aunque la plaza ya no es la de antes para la gente de mi generación es un símbolo de nuestra juventud y recuerdos imborrables me encanta
ResponderEliminarInolvidables recuerdos para aquellos que conocimos la Plaza tal y como la describes. Sólo una cosa, sin la más mera importancia, Carmela no era la hija de Ambrosio Martínez, el hijo era Luis, su marido. Estupendo artículo.
ResponderEliminarYa, José Manuel, en el texto tenía puesto la terminología que entonces se usaba "hija política", aunque en el texto definitivo que envié desapareció por algún error mío. Muchas gracias. Así era nuestra plaza. Una pena que ya no sea lo mismo, ni de manera aproximada.
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