sábado, 2 de mayo de 2020

36. EL CRONISTA: "PECADO Y SEXO EN EL ARROYO DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XVIII"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz
Fray Basilio y la pulida hortelana

    El celibato como condición indispensable para ser consagrado sacerdote ha provocado un sinfín de literatura a lo largo de la historia. Se trata de episodios con tintes amorosos, en ocasiones pecaminosos desde el punto de vista de la moral cristiana, ya que intervenía un sacerdote o un monje en relaciones con una dama. Hechos que a menudo son retratados de manera burlesca o, como mínimo, con una buena dosis de humor en todo el relato que se transmitía. Aventuras que pasaron a la literatura amorosa en la Edad Media o bien a la literatura picaresca posterior, y en la que siempre solía aparecer un personaje femenino que encandilaba a incautos.

Algunas de estas anécdotas son completamente verídicas, fehacientes y completamente contrastadas, y otras muchas plenamente inventadas por la ciudadanía con la finalidad última de chistear de manera jocosa los asuntos de clero y faldas. Con independencia de la mentira o la verdad, todas ellas dieron lugar a habladurías muy difíciles de refutar cuando la calumnia, si era completamente falsa la aventura amorosa, ya se había difundido entre la “plebe”, muy dada a este tipo de actitudes a medio camino entre el pecado y el sexo.
En Arroyo disponemos de ambos modelos a lo largo de su ya dilatada y centenaria historia, aunque únicamente referiremos en este artículo un par de ejemplos que sucedieron hace ya varios siglos y que, por consiguiente, entroncarían con lo que llamamos Historia Moderna (siglos XV-XVIII). Algunos de estos episodios han quedado tan incrustados en nuestro pasado; es decir, en nuestra memoria colectiva, que incluso impregnaron nuestro rico folklore arroyano.
Esta primera “historia” ficticia en una gran parte del relato, o en su totalidad, sería la de  La pulida hortelana, un pasaje que pone en relación a un monje de nuestro convento de San Francisco, Fray Basilio, con una guapa hortelana arroyana que estaba casada y que se llamaba Catalina, aunque en algún texto también responde al nombre de Domitila, aunque esa apreciación es quizás lo menos importante.
En el inicio de una “noche de amor desesperada”, el marido de la hortelana se presentó de improviso en la casa donde estaban a punto de mantener relaciones carnales ambos “tortolitos”. En semejante trance el monje tuvo que saltar como pudo por la ventana de la vivienda, obviamente en paños muy menores, y cayendo a un zarzal próximo del corral y además de todo ello, fue roído en las orejas por un burro que allí tenía el marido de la hortelana.
De regreso al convento, y en un estado calamitoso, por el camino se encontró con otra mujer arroyana que le preguntó “¿De dónde viene Fray Basilio sin calzones y sin orejas? Vengo de cazar ratones y caí en la ratonera. Si no fueras tan goloso eso no te sucediera”, fue la contestación de la mujer que evidenciaba con esta respuesta que el pueblo conocía las andanzas pecaminosas del fraile.
En el año 2013, el maestro de E.G.B Ángel Rodríguez Chaparro, cansado de leer y escuchar en los distintos corros arroyanos cómo se trataba y humillaba en este pasaje al pobre monje Basilio, exclusivamente por el amor que sentía por la hortelana, que le dio una vuelta casi completa a este relato para hacer una versión más acorde a los intereses del pobre fraile. Su particular forma de entender la aventura del monje quedó reflejado en un libro, publicado aquel año y junto a otras narraciones interesantísimas todas ellas, al que me remito de manera expresa para el que quiera ampliar estos pasajes tan próximos a nuestras ancestrales tradiciones.
No obstante, en otras ocasiones la historia, ya sin comillas como era la del caso anterior y que vamos a referir, no es igual de jocosa, ni amable ni provoca en absoluto sonrisa alguna cuando se bucea en los archivos históricos. Nos estamos refiriendo a episodios que fueron auténticas tragedias para la colectividad en nuestra localidad. Un suceso que acabó incluso en manos de la justicia, aunque esta fuese la eclesiástica, ya que el drama que vivió una adolescente arroyana se enmarcaría en lo que hoy definiríamos de manera clara “abuso de poder como camino para cometer un atropello sexual”. Por consiguiente, este episodio ya entroncaría en lo que deberíamos precisar concretamente como “pecado, sexo y delito”.
Todo ocurrió en la segunda mitad del año 1719 y recién concluida la guerra de sucesión a la corona española. Reinaba en España el primer Borbón, Felipe V y era el señor de la villa, el X conde de Benavente, Francisco Casimiro Alonso Pimentel de Zúñiga. El presbítero de la población en aquel momento era Juan Molano quien aprovechando su posición como párroco local, entabló una relación amorosa con una “moza soltera” de la localidad cuya asistencia a la iglesia era constante y asidua a todos los oficios religiosos que diariamente se celebraban en la iglesia de la Asunción. Una joven que se llamaba “Isabel Thexado”.
Como consecuencia de este amorío, las relaciones ilícitas y pecaminosas desde la óptica de la moral cristiana, entre el cura y la joven acabaron en “fornicio” (un término completamente válido para la RAE y que refiere acto carnal o cópula, eso sí, fuera del matrimonio, como era el caso que nos ocupa).
Las relaciones amorosas provocaron que poco después de iniciadas, la joven quedara “preñada”. Una vez que Juan Molano, el sacerdote, tuvo conocimiento de que Isabel estaba concibiendo a un niño, éste temiendo las represalias contra su estatus profesional y social en la villa, comenzó a presionarla para que abortara de la forma que estimara preciso. Por ello la persuadió a sujetarse a “remedios de sangrías” y otras medicinas que él mismo le recetaba y que le obligaba a practicar casi sin descanso. Además de ello le instigaba  a tomar distintos “brebajes” con la única finalidad de que la embarazada perdiera a su hijo.
Es decir, como dice el legajo de los “procesos criminales” custodiados en el Archivo de Coria, el cura lo que quería era que “un delito ocultase a otro delito”. Parece ser que las sangrías realizadas a la pobre Isabel fueron cuatro, aunque ninguna tuvo la efectividad que el párroco hubiese deseado. Incluso aparecen en la documentación las pócimas que el párroco le suministró a la joven, una “yerva llamada corcoja, la rayz llamada feniz y la grana de la azenoría”.
Como señaló en el juicio el cirujano del pueblo que también fue llamado a declarar, Francisco Ximenez Dosmas, con toda lógica el aborto nunca podría llegar a efecto puesto que tales hierbas eran completamente “ineficaces para el fin que se pretendía”. Finalmente, y a pesar de la insistencia en provocar el aborto de la joven, Isabel Thexado dio a luz un niño.
El escándalo en la villa fue mayúsculo, por lo que a las autoridades locales no les quedó otro remedio que denunciar a ambos ante el tribunal de la diócesis de Coria. De esta forma, en 1720 se abrió un expediente judicial en el que se acusó a Isabel y Juan de un doble delito, “intento de aborto y trato carnal ilícito”, una acusación por la que fueron condenados al ostracismo de la villa y a que el niño quedara registrado oficialmente como de natalidad ilegítima. Nacimientos estos últimos que no eran del todo extraño en la localidad, más bien todo lo contrario, aunque sin llegar a los números de Garrovillas que era la localidad con mayor cifra de ilegítimos de toda esta comarca. Obviamente, como causa de estos hijos ilegítimos no siempre había detrás un sacerdote culpable de estos alumbramientos.
Por último concluir que los documentos de índole judicial y procedente de la jurisdicción eclesiástica hoy día son la fuente más importante para trabajar la historia de las mentalidades en la Edad Media y Moderna. Todos ellos están repletos de episodios de “amancebamientos, prostitución, crímenes, blasfemias, herejías, irreverencias, prácticas abortivas e, incluso, ejercicios de brujería”. Una joya, la verdad.