miércoles, 2 de diciembre de 2020

43. EL CRONISTA: "EL CEMENTERIO ARROYANO Y SUS EPITAFIOS"

Por Francisco Javier García Carrero

                                                                                                                                       Cronista Oficial de Arroyo de la Luz 

Cercano a la finalización del siglo XIX, concretamente en el año 1889, y siendo alcalde de Arroyo del Puerco Pedro Tejado Zancada, se inauguró en el extrarradio de la villa el flamante y actual cementerio de la  localidad. Un campo-santo que venía a sustituir al castillo de los Herrera, necrópolis que venían usando nuestros paisanos desde principios de ese mismo siglo, y mucho después de prohibirse completamente las inhumaciones en el interior de la iglesia parroquial de la Asunción, en su atrio exterior o en los alrededores de las distintas ermitas locales.

El castillo, que fue el último emplazamiento que se venía utilizando, era a estas alturas del siglo XIX un lugar de enterramiento demasiado cercano a la población, ruinoso en la mayor parte de su arquitectura medieval (edificado a mediados del siglo XV), de difícil acceso para muchos de los enterramientos que resultaban multitudinarios y que, además, ya se encontraba prácticamente repleto de cadáveres y donde la higiene más elemental dejaba mucho que desear.

Se necesitaba, por tanto, un nuevo espacio de enterramiento lo suficientemente alejado de la villa, mucho más espacioso, con una doble división civil y religiosa, y que cumpliera con todos los cánones de salubridad acorde a los tiempos que se estaban viviendo. Un cementerio que desde aquellos primeros instantes, y hasta la actualidad, no ha dejado de crecer en lo que refiere el número de nichos que se han ido construyendo a lo largo de más de un siglo que lleva en pleno funcionamiento.

Plano original del cementerio arroyano (1889)
         Pasear por nuestro campo-santo, y al margen del sentimiento religioso, o más bien, además de él, también debemos entender nuestro cementerio como una enciclopedia abierta de la historia arroyana de los últimos 130 años. El mismo alberga miles de nombres y apellidos, miles de datos registrados con fechas de nacimiento, edades y momento exacto de la defunción. O lo que es lo mismo, un cementerio que funciona como un auténtico archivo en piedra y donde un buen número de lápidas transitan entre el amor, la evocación, la melancolía, la añoranza o la tristeza pero siempre con el recuerdo perenne de los que ya no están entre nosotros.

Las lápidas recuperan los nombres de todos nuestros antepasados, ya sean empresarios, funcionarios, religiosos, agricultores, ganaderos, militares, pensadores, escritores y un largo etcétera que sería casi interminable de recoger. Y es que todos tenemos allí a algún ser querido. Es decir, el cementerio lo debemos entender, y a pesar de los tres mausoleos que alberga en su interior, como el único recinto que homogeniza a todas las clases sociales como ningún otro espacio de nuestra población logra. Por tanto, la muerte igualándonos perennemente.

Es, por consiguiente, el perfecto recinto que nos equipara socio-residencialmente, y de manera definitiva, a todos los que allí descansan para la eternidad. Es por ello por lo que la inmensa mayoría de los nichos que allí se encuentran son todos muy similares, ya que en muchas ocasiones únicamente el tipo de florero, o las flores que adorna la lápida, se convierte en la única nota distintiva entre todos ellos.

Desde mi punto de vista, y al margen de los nombres y las fechas más significativas de los finados, y a pesar que los arroyanos no somos mucho de utilizarlo de forma grandilocuente, probablemente lo más interesante del recinto sean los distintos epitafios que pueden leerse en la parte inferior de muchas de las lápidas. Diversos textos de extensión variada que, bien dictados en su momento por el que se encuentra en su interior, o bien redactado por alguno de sus familiares, tratan de recordar perpetuamente al padre, madre o hijo ya fallecido. En otras ocasiones estas breves y últimas palabras nos muestran la relación que el difunto ha tenido con sus semejantes o con el espacio que le vio vivir y morir.

Al margen de los más habituales “Nunca te olvidaremos”, “Siempre en nuestro recuerdo”, “Si quererte fue fácil, olvidarte es imposible”, y algunos otros que podríamos añadir de parecidos términos, en la mayor parte de las tumbas, existen algunos otros donde la originalidad y la poesía más o menos intimista hacen del texto escrito un gran epigrama. Con seguridad dejaré en el tintero muchos que me hubiese gustado detallar en este artículo, no obstante, trataré de reflejar los que por la causa que fuere me han llamado siempre más la atención.

         En principio, algunos textos son puramente informativos sobre la profesión de la persona que allí se encuentra, como sucede con dos de los párrocos que han ido jalonando nuestra historia. El caso de Antonio Etreros López, que supo defender con firmeza su fe después de diversas disputas teologales durante varios años (muchas de ellas las tenemos por escrito) con los distintos masones que en Arroyo tuvimos a finales del siglo XIX. Lo mismo sucede con Bruno Jenaro Congregado que quedó en el recuerdo de sus sobrinos que fueron, en definitiva, los que sufragaron la lápida y la inhumación del párroco en marzo de 1939.

  
           Lo mismo sucede con Lorenzo Martínez Marín cuya lápida nos informa que había sido farmacéutico y mayordomo de la Virgen de la Luz, y que falleció en septiembre de 1931 siendo muy joven ya que únicamente contaba con 38 años de edad. Siendo su esposa la que le recuerda permanentemente. Fue inhumado con los restos de su padre, Fernando Martínez Camargo, el regidor que dio la bienvenida al siglo XX porque no en vano fue el alcalde de la población entre julio de 1899 y enero de 1902. 

También destacamos la lápida del jovencísimo alférez de Regulares de Larache que con solo 19 años, Miguel Canal Rosado, y que tuvo un recuerdo perenne con calle incluida durante toda la dictadura franquista (actual calle Los Rosales), nos detalla que murió “Gloriosamente por Dios y por la Patria” en febrero de 1938 y en plena Guerra Civil. Ojalá sea la actual corporación municipal la que algún día tenga un detalle semejante para esa treintena de arroyanos que pasaron por esta vida y que no tienen inscripción de recuerdo alguno, y todo ello después de 45 años de libertad y de la sucesión de varias corporaciones democráticas.


Otros son textos escuetos, probablemente una frase que algún día pronunció el que allí se encuentra, “Servir al pueblo y a Dios fue mi mayor ilusión”, pero que dice mucho de la personalidad del difunto, y que no deja de ser un epitafio muy personal de su breve paso por esta vida. En otras ocasiones son los familiares, esposa e hijos, los que escriben unas últimas líneas de agradecimiento al finado por el mucho amor que habían recibido en vida y recordándonos a todos los que por allí pasamos que “Ahora eres luz y tu alma puede volar libre”. Lo mismo sucede con esa otra familia que quiere seguir evocándolo y para ello nos trasladan que “Hablar de ti es hacerte existir, no decir nada sería olvidarte”.



También encontramos epitafios poéticos, con seguridad porque el fallecido se movía con gran soltura en este ámbito, a la par que profundamente religioso que también lo era, por lo que se señala que “Si giras sobre la fe nos encontraremos con Dios y si te apartas de Él verás desesperación”. De la misma forma, también encontramos auténticas cartas muy extensas de una esposa enamorada que nos recuerda con enorme nostalgia que “Siento mis manos vacías. Estás, pero te fuiste al despertar el alba a un viaje que no tiene final. Se quedó tu presencia en todas partes, en la aguas del río, nuestra viña bohemia y en las flores del almendro. Contigo caminé…”.


Mucho más profundo y de gran valor testimonial son los dos epitafios que nuestro gran pensador Pedro Caba Landa firmó para los dos nichos que albergan los restos tanto de él como el de su esposa. Así el suyo desde 1992 recoge un sentidísimo “Flotante en el río viaja la rosa de mis pensamientos” y en el de su esposa, Ángela Martínez, dos años más tarde nos dejó para el recuerdo nuestro gran filósofo que “Toda la paz se ha dormido”.

Por último, y personalmente creo que por encima de todos, merece destacar con letras mayúsculas las frases que adorna desde el 23 de agosto de 2009 la lápida de uno de nuestros maestros más querido, Juan Ramos Aparicio. El texto recoge en pocas líneas el intenso amor que este poeta sintió permanentemente y sin descanso por su pueblo amado y por sus convecinos con los que quería “vivir” el sueño eterno. Un pueblo al que no se cansó de ensalzar una y otra vez. De esta forma nos recuerda su archivo pétreo que “Para amarte estaré siempre a tu vera, que en mi alma murieron ya los sueños y quisiera vivir junto a los míos y, al morir, descansar junto a mis muertos”. Casi nada, ahí queda eso.


Entrada al Campo-Santo

lunes, 2 de noviembre de 2020

42. EL CRONISTA: "EL CRISTO DE LA EXPIRACIÓN. HISTORIA DE DOS TALLAS"

     Por Francisco Javier García Carrero

  Cronista Oficial de Arroyo de la Luz

      

     Finalizando el siglo XVII, a lo largo de toda la Monarquía Hispánica la devoción que se sentía por las tallas de Cristo crucificado era muy alta. Probablemente nos  encontremos ante uno de los temas más recurrentes dentro de la iconografía del arte cristiano. Aunque los primitivos modelos realizados por los escultores del medievo presentaban a Cristo vestido, llegados a este siglo lo habitual es encontrarnos con la figura majestuosa del crucificado con el torso desnudo ya que está exclusivamente cubierto  con un “paño de pureza” más o menos extenso.

    Arroyo del Puerco aún no disponía de ninguna talla escultórica de este modelo, aunque en 1699, a punto de finalizar el reinado del último de los Habsburgo, Carlos II, al pueblo llegó un regalo que fue recibido con gran alborozo por las autoridades civiles, eclesiásticas y pueblo en general. Efectivamente, aquel año un presbítero de origen arroyano y licenciado, llamado Benito Gómez Padilla, y que estaba ejerciendo como canónigo racionero de la catedral de Segovia; es decir, que tenía posibles económicos ya que estaba recibiendo una parte de las rentas que generaba esa catedral, y que eran muchas, envió hasta Arroyo una magnífica talla de Cristo crucificado, aunque como luego señalaremos nunca sabremos cómo era exactamente aquella escultura.

La talla llegó hasta nuestra población para que fuese venerada por los fieles de la localidad. La misma debería situarse bien en una de las capillas de la iglesia parroquial de la Asunción, la única existente en ese año; en la ermita de la Virgen de la Luz, y como acompañante de la también primitiva efigie de nuestra Virgen; o bien en el convento de los padres franciscanos. Una de las tres ubicaciones debería ser el recinto último de la escultura que llegaba desde Segovia, y que no sería la última que el pueblo recogió de este mecenas arroyano que ejercía su ministerio en aquella ciudad (Cristo amarrado a la columna).

Ante esta tesitura, el obispo de la diócesis de Coria, el egabrense Juan de Porras y Atienza, que llevaba al frente de este obispado desde el año 1684, último de los destinos que como obispo llegó a poseer, y además ciudad donde falleció en el año 1704, fue el que finalmente decidió dónde quedaría ubicada de manera definitiva la escultura del Cristo de la Expiración. La elección del prelado fue que la talla se dispusiera de manera permanente en la ermita de la Virgen y se venerara junto con ella; es decir, Madre e Hijo unidos por siempre para el rezo de los fieles.

La llegada de la efigie se quiso solemnizar de manera efectiva. Y para ello se hizo partícipe del acto no solo a los representantes del cabildo eclesiástico o a las autoridades civiles de la localidad, sino a todo el pueblo en general. De hecho, el 28 de mayo de 1699, tres días antes de la llegada del Cristo a la población, se celebró una reunión de las autoridades del Concejo, presidido por Juan Antonio Marín que propuso que además de procesión, misa y sermón, se diera un refrigerio a cuenta de los gastos de los bienes de propios; es decir del dinero que generaba los arriendos de las propiedades que tenía el consistorio. No todos los miembros del Concejo eran partidarios del “dispendio”, por lo que se tuvo que realizar una votación en la que, con la postura contraria de los representantes de la nobleza (Bernardo de Granda y Diego Paniagua), salió favorable la opción presentada por Juan Antonio Marín. De esta forma, el 31 de mayo y con gran alegría por la llegada del Cristo, y después de celebrado los oficios religiosos con todo el pueblo, se celebró una comida para sacerdotes y religiosos en la que la alegría de todos fue la tónica general.

No obstante, pocos años después de ubicada la escultura en la ermita, y concluida la Guerra de Sucesión Española, otra de las múltiples guerras civiles que han asolado nuestra patria, el mayordomo de la Virgen decidió que a la efigie se le debería buscar un espacio con más realce dentro del Santuario. Fue en 1719 cuando el mayordomo Juan Gabriel consignó en el libro de actas que disponía de 737 reales de vellón, que procedían de la venta de tres novillos que se habían entregado como limosna y que serían destinados a la construcción de la actual capilla que tiene el Cristo en el interior de la ermita, y que no existía hasta esa fecha. De la misma forma, muy pronto se observó entre el vecindario en general una especial y particular devoción a este Cristo. Un fervor que se tradujo en las muchas veces que fue sacado en procesión para solicitar la ayuda divina ante las distintas catástrofes que asolaban la localidad, votos y súplicas entre las que destacaban los años de sequías pertinaces.

Esta devoción hacia el Cristo por parte de los arroyanos se vio truncada en el año 1809, fecha en el que las tropas francesas se señorearon por la población realizando un sinfín de tropelías. Al margen de los abusos hacia la población tan habituales en cualquier guerra, especialmente hacia las mujeres, los franceses decidieron atacar también lo que eran los sentimientos religiosos más arraigados entre los arroyanos. Fue en este contexto en el que se inscribe la destrucción de buena parte de la arquitectura del Santuario de la Virgen de la Luz y la quema en una hoguera de las imágenes más veneradas por nuestros antepasados; es decir, la de la propia Virgen y la del Cristo de la Expiración, entre algunas otras que también fueron abrasadas.

No tardaron muchos años los arroyanos en restituir todo lo destrozado. Lograda en buena parte la reedificación del edificio y conseguida una nueva imagen de la Virgen de la Luz, con gran esfuerzo económico por parte de toda la población, quisieron también volver a reencontrarse con la figura del Cristo crucificado. De esta forma, en el año 1817, concretamente un 24 de marzo, el Consistorio anunció que al día siguiente llegaría a la localidad la nueva escultura que se había encargado del Cristo de la Expiración, una talla “que se veneraba en su capilla de la dicha ermita que fue quemado y destruido por los enemigos y en el que tenía este vecindario la mayor devoción”. Como la obra  se conocía que ya estaba terminada y a disposición del Ayuntamiento, se señaló que el nuevo Cristo llegaría a Arroyo el día 25 de marzo, queriendo el Consistorio que la entrada en la localidad se hiciese, como sucedió con la nueva efigie de la Patrona, tiempo atrás, “con la mayor ostentación, veneración y devoción posible”.

Efectivamente, el día 25 de marzo llegó en un carro hasta el Corral Nuevo la escultura del Cristo que actualmente se venera en la ermita. Hasta allí se desplazó una parte de la representación eclesiástica de la villa para recibirlo y para que fuese bendecido por el cura párroco de la iglesia de la Asunción, y antes de ponerlo sobre las “andas procesionales construida para ello”. El resto del estamento eclesiástico de la población se quedó en la villa ya que después de un repique general de campanas salieron desde la iglesia en procesión junto con todas las autoridades y cofradías de la localidad a recibir al nuevo Cristo para trasladarlo “bajo palio” hasta la iglesia y antes de su ubicación definitiva en su capilla del Santuario. Coincidió su llegada a la iglesia de la Asunción con la presencia en el templo de la nueva Virgen de la Luz, efigie que había sido trasladada el día 13 de ese mismo mes desde el Santuario y ante las rogativas que el pueblo estaba realizando por la falta de lluvias, “clamores del vecindario por la necesidad de agua para las yerbas, los sembrados y los animales del campo”.

Fue así como se produjo el reencuentro definitivo y hasta la actualidad de Madre e Hijo, ya que llevaban casi ocho años sin que las dos efigies estuvieran juntas. El día 26 de marzo se ofició un nuevo acto litúrgico de veneración al nuevo Cristo crucificado que se colocó junto a su Madre. Unos días más tarde, concretamente el 31 de marzo, suponemos que las rogativas de lluvia ya hicieron su efecto, las autoridades municipales y eclesiásticas decidieron trasladar hasta el Santuario a las dos imágenes. La Virgen se colocó en su camerino, un espacio que se había edificado 80 años atrás, y el Cristo de la Expiración se ubicó en la capilla que lleva su nombre.


Posteriormente, y durante la mayordomía de Germán Petit, en 1892 se contrató al maestro herrero Fernando Rodríguez para que realizara la verja que en la actualidad protege la capilla. De la misma forma, el cantero Reyes Nacarino embaldosa con cantería granítica toda este espacio y el maestro albañil Antonio Macayo será el encargado de renovar y adecentar los tejados, además de anclar las rejas en el suelo y paredes de la capilla. Todo ello en un contexto de realce generalizado de todo el edificio mariano.

El pueblo siguió mostrando su veneración hacia el Cristo el resto del siglo XX, numerosas serán las rogativas que tanto hacia Madre como su Hijo se realizarán a lo largo de los últimos cien años. El Cristo de la Expiración, por ejemplo, siguió saliendo en procesión de manera habitual hasta el año 1941, y desde esa fecha hemos tenido que esperar hasta mayo de 2015 para volver a ver un acto procesional en el que también estuvo presente la Leal Legión, un nuevo hecho histórico en el que como se hacía desde muchos siglos atrás los arroyanos pudieron participar en un tradicional besapié.



Nota: Este artículo está dedicado a los integrantes de la familia Carrero-Carrero y, por supuesto, a todos los que se han ido añadiendo a la misma con el paso de los años. También, y especialmente, al subgrupo familiar Lucas-Carrero.


viernes, 2 de octubre de 2020

41. EL CRONISTA: "MANUEL MONTERO. UN ALCALDE CESADO FULMINANTEMENTE"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz 

Manuel Montero Rodríguez

El día 30 de septiembre de 1953 el alcalde de la localidad, Manuel Montero Rodríguez, recibió en su despacho del Ayuntamiento y llegado desde el Gobierno Civil de la provincia un telegrama que le dejó poco margen de dudas. El mismo venía rubricado por el gobernador civil, un doctor en Derecho y fiscal de profesión originario de Pamplona, Antonio Rueda Sánchez-Malo, quien llevaba al frente del puesto más importante de la provincia de Cáceres desde el año 1946. Con un tono imperativo el documento señalaba lo siguiente, “Preséntese en mi despacho oficial el día tres del mes de octubre a las doce horas de su mañana. Punto”.
Orden de presentación ante el gobernador

Y es que desde el día 10 de septiembre de ese año, y desde hora muy temprana, concretamente desde el momento en que se encontró en su mesa de despacho el ejemplar del periódico Hoy de aquella jornada, el gobernador civil Antonio Rueda había montado en cólera. Efectivamente, aquel día un titular de prensa había provocado un malestar de tal intensidad en todo el Gobierno Civil que su titular ya no se detuvo hasta que el protagonista esencial de aquella verídica historia que se contaba sobre nuestro pueblo, nuestro alcalde Manuel Montero, fuese cesado de manera fulminante. Una destitución que se produjo el mismo día en que fue llamado en tono tan exigente a la sede del Gobierno provincial de Cáceres.

Titular del Periódico Hoy (septiembre de 1953)

A pesar de lo que hoy todavía siguen pensando muchas personas en el pueblo, que creen que aquella fulminante destitución se produjo exclusivamente por la petición que hacía nuestro alcalde de un mejor reparto del terrazgo entre nuestros convecinos (expropiación de la finca de Araya), la verdad de la historia fue otra muy distinta. Lo que cayó como una auténtica bomba en el Gobierno Civil fueron el resto de titulares que en esa página aparecieron, además de las fotografías impactantes que acompañaban las distintas piezas del reportaje periodístico. Aquellas palabras instigadas y pronunciadas por el alcalde Montero, y aquellas instantáneas se entendieron todas ellas como un ataque directo a uno de los pilares del sistema franquista, que no era otro que el de la mera y constante propaganda del Régimen, concretamente en este caso aquella frase que afirmaba con rotundidad, y desde el primer momento de la rebelión militar de 1936, que en España no existiría nunca “ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”.

Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan

Como había sucedido en años precedentes, unos días antes de la gran feria de septiembre de 1953, el Ayuntamiento quiso publicitar en el diario Hoy y para toda la región extremeña, lo que iba a ser la edición número 135 de nuestras renombradas fiestas anuales. Aquel año, y a diferencia de eventos pasados, en los que intervinieron con distintos escritos, generalmente laudatorios hacia la población, algunos de nuestros más reconocidos escritores y pensadores, léase Suitino, Pedro Caba, Juan Ramos o Criado Valcárcel, nuestro máximo regidor optó por un reportaje sobre nuestro pueblo eminentemente reivindicativo y en absoluto complaciente con la realidad por la que estaban pasando nuestros paisanos.

Para ello contó en primer lugar con el notario de la villa, Antonio Varona, y especialmente con la colaboración del periodista del rotativo Narciso Puig Mejías. Fue así como aquel día 10 de septiembre de 1953 toda Extremadura desayunó con unas noticias de gran impacto mediático, completamente impropias de la prensa del Movimiento. El diario regional Hoy afirmaba sin ambages, a toda plana, con letra llamativa, y por boca del máximo regidor arroyano, y que ocupaba a su vez la Secretaría Local del Movimiento, que en Arroyo se pasaba hambre y que además existía una promiscuidad de edades y sexos debido a la escasez de viviendas. Y si todo ello resultaba escaso, el periódico afirmaba que más de 700 obreros arroyanos estaban en el paro más absoluto, todos ellos retratados en medio de la plaza del Ayuntamiento esperando a que algún potentado de la localidad quisiera contratarlos.

Plaza del pueblo. Obreros parados

Habían pasado más de 14 años del final de la Guerra Civil y más de 18 desde que el Jefe del Estado había anunciado pomposamente aquello de “ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”. Era evidente que en una de las poblaciones más importantes de la provincia de Cáceres, aquella frase rimbombante había quedado en agua de borrajas, y muy lejos de conseguir su objetivo. Y todo ello no era afirmado por ningún opositor a la dictadura, sino por la máxima autoridad local. Era simplemente una mentira más de aquella dictadura. Ni qué decir tiene, que esas afirmaciones eran mucho más de lo que el Régimen podía soportar de uno de sus subordinados. Rápidamente la maquinaria administrativa del franquismo se puso en marcha. Había que quitar de en medio a la “oveja descarriada”.

El día 15 de septiembre, el gobernador que había montado en cólera desde el primer instante que tuvo conocimiento de aquellos titulares, se puso en contacto con el ministro de la Gobernación el canario Blas Pérez González al que solicitó autorización para un cese fulminante de Montero ya que calificó su reportaje como “alarmante y que ha producido un deplorable efecto en todos los medios oficiales de la provincia”. De la misma forma, describió la actitud de nuestro alcalde como “improcedente e indisciplinada”. Por todo ello, solicitaba su cese inmediato requiriéndole que quería nombrar al primer teniente de alcalde como “Presidente Accidental y hasta que se nombre al que ha de sustituirle”.

La solicitud de destitución envida por el Gobierno Civil fue confirmada por el ministro de la Gobernación el 3 de octubre de 1953, “usando la facultad que me confiere el párrafo tercero del artículo 62 de la Ley de Régimen Local”. Junto a ello se informó que se nombraba como alcalde sustituto y con carácter de interino a José Collado Mogollón, un regidor que estuvo al frente del Ayuntamiento hasta julio de 1954, instante en que fue escogido definitivamente alcalde electo a Vicente Berrocal Espada quien superó en la terna a Francisco García Carrasco y Nicolás Sánchez Asensio, los otros dos postulados en aquel momento.

De cualquier forma, la separación de la alcaldía a Manuel Montero no fue bien recibida por una gran parte de la población arroyana. En este sentido es ilustrativo afirmar que el notario Antonio Varona, comenzó a recoger firmas por toda la localidad con la finalidad de hacérselas llegar el Jefe del Estado. Cuando llevaba recopiladas un millar aproximadamente, y había que tener valor para estampar tu nombre en una petición semejante en el año 1953, las firmas le fueron incautadas por el brigada de la Guardia Civil Jesús Jorge Vicente. Por ello, el pliego peticionario a Franco nunca pudo completarse ni, por supuesto, llegó a su destinatario final. El Gobierno Civil de Cáceres lo incautó, fue archivado y jamás se le dio trámite administrativo alguno.

A pesar de todo, Varona siguió sin rendirse un año después seguía afirmando que “lo sustancial de arroyo es el agudo problema social, su paro, su falta de tierras reconocido por todos, que todo el pueblo lo hablaba en voz baja, quedamente, casi de oído a oído”. Resultó evidente que gritarlo, como había hecho Manuel Montero resultaba incómodo, aunque por mucho que se escondiera, este problema estaba clavado en la vida de un pueblo. Y muy pronto, así se demostró, la no resolución de estas contrariedades (el hambre, fundamentalmente) nos abocó a una emigración masiva sin parangón en nuestra historia local. Aunque esto ya es otra e interesante historia.  


miércoles, 2 de septiembre de 2020

40. EL CRONISTA: "EL CARTEL DE LA FERIA DE ARROYO Y EL PLAGIO DE LA CAPITAL"

 Por Francisco Javier García Carrero

           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz

Finalizando la dictadura de Primo de Rivera, concretamente en el año 1929 y después de una campaña larga en el tiempo, se decidió someter a plebiscito popular masculino la posibilidad de cambiar el nombre de la villa, un tema del que ya hemos tratado en varias ocasiones, y particularmente en uno de los artículos que tiene nuestro libro Del Puerco a de la Luz (Editorial Luz y Progreso, 2017). Entre las propuestas que se barajaron se vetó completamente la posibilidad que la villa se pudiera denominar Arroyo de Cáceres. Esa opción quedó desechada desde el primer momento que alguien la propuso. Arroyo podría ser del Fresno, de la Luz o del Puerco, pero nunca de Cáceres.

Y es que ya eran demasiados años de encontronazos entre las dos poblaciones. Disputas, recelos y envidias que se remontaban al mismo inicio del asentamiento cristiano de ambas localidades, allá por el siglo XIII y XIV. Efectivamente, y por poner únicamente un par de ejemplos, destacaremos la larga querella de los dos concejos sobre el uso y disfrute de las dehesas de Zafra y Zafrilla, un pleito que fue largo y doloroso en el tiempo. Ambas poblaciones reivindicaron la posesión de dichas dehesas y de todas sus rentas y disfrute, una discusión jurídica que acabó mal para los lugareños arroyanos. Más suerte tuvimos, en cambio, sobre la finca la Matanza y la de Araya, discusión donde la justicia del siglo XV nos dio la razón e incluso obligó al concejo de Cáceres a pagar las costas de aquel pleito.

En fin, toda una disparidad de pareceres y recelos incluidos que siempre estuvieron muy presentes ya que ambas poblaciones se disputaron, incluso, la preeminencia demográfica. Aunque es cierto que Cáceres siempre tuvo bastantes más habitantes que Arroyo a lo largo de toda la Edad Moderna, no lo es menos que nunca en una cantidad avasalladora sobre nuestra villa. Por ejemplo, a principios del siglo XIX y antes que Cáceres se convirtiera en capital provincial la diferencia poblacional era de unos escasos 2.000 habitantes, una cifra que decía mucho de la importancia demográfica que Arroyo siempre tuvo, y todo ello a pesar que nuestro nacimiento fue como una aldea más de la villa de Cáceres.

Llegados al siglo XX y al margen de esa rotunda negativa de nuestras autoridades a que Arroyo del Puerco se pudiera calificar como Arroyo de Cáceres, a mediados de siglo pasado y en relación con las ferias y fiestas que ambas localidades realizaban ocurrió un hecho que, aunque no deja de ser una anécdota sin demasiada importancia, dice bastante de cómo la “rivalidad” aún estaba muy presente entre algunos arroyanos y algunos cacereños.

En el año 1948, todavía momentos de luto, penurias, sufrimientos y especialmente hambre, y siendo alcalde de la villa Eufrasio Tato Sanguino, Arroyo con más de 10.500 habitantes, se dispuso a organizar las que iban a ser la 130 edición de las ferias y fiestas de septiembre de Arroyo de la Luz (por cierto, este año se cumplen 202 años del inicio de esta celebración e imagino que debido a la pandemia será un año con escasa festividad o quizás con ninguna).

En 1948 la corporación municipal, y a pesar de los problemas señalados anteriormente, se empeñó en organizar unas fiestas con la mayor solemnidad posible en la que la feria de ganado fue uno de los buques insignias de aquel evento. Además del rodeo de ganado que se celebró en la explanada donde hoy se sitúa el instituto Luis de Morales, se programaron varios festejos taurinos en los que Carnicerito de Talavera fue su figura más sobresaliente y dado el éxito que este matador había obtenido en la villa en los años anteriores. De la misma forma, no faltaron las películas del Cine Solano, las cucañas, las carreras de burros y, especialmente, los gigantes y cabezudos que hicieron las delicias de los más pequeños. Todo ello, con unos “bares estupendamente surtidos con servicio al estilo yanquée”, que jocosamente señaló el programa festivo.

El escaparate para anunciar estas ferias y fiestas fue, un año más y desde 1944, la magnífica Revista de Ferias y Fiestas de Arroyo de la Luz, una publicación anual que fundada y dirigida por Juan Luis Cordero Gómez recogía no solo el programa de las fiestas de septiembre sino que albergaba un buen número de artículos de lo más granado de la intelectualidad extremeña de aquel momento. Allí escribieron, además de su director, Fernando Bravo y Bravo, Juan Milán Cebrián, Miguel Borrachero, José Canal, Ramiro Gutiérrez Suitino, Juan Ramos Aparicio, Miguel Muñoz de San Pedro y Jesús Delgado Valhondo, entre otros muchos.

Los mismos autores también comenzaron a escribir en la Revista Alcántara que se fundó un año después que la nuestra; es decir en 1945 y que, a diferencia de la local que desgraciadamente desapareció, la de la Diputación Provincial de Cáceres hoy día sigue en el mercado y, por cierto, magníficamente dirigida por el historiador Fernando Ayala Vicente. De esta forma, la Revista Alcántara todavía sigue ofreciéndose como un excelente escaparate de arte, tradiciones, literatura e historia para todos los extremeños.

La revista arroyana de 1948 llevaba en su portada un dibujo a color con un cielo azulado, también se distingue la dehesa de la Luz en la que bailan dos parejas de arroyanos con la ermita de la Virgen de la Luz al fondo, y en un primer plano dos guapas arroyanas vestidas con el traje típico de la localidad. Fue en esta publicación, por consiguiente, donde se recogieron las actividades organizadas por la corporación de Eufrasio Tato que tuvieron un seguimiento muy notable y al que acudió un número muy importante de ganaderos no solo de la provincia de Cáceres sino también de la de Badajoz e incluso de otras provincias limítrofes como eran las andaluzas o de lo que entonces era Castilla la Vieja.  

Ferias de septiembre. Arroyo de la Luz 1948

Concluida nuestra feria de septiembre de 1948 con gran éxito, especialmente en lo referido a las numerosas transacciones de ganado que se realizaron, el Ayuntamiento de Cáceres, al frente del cual se encontraba en aquel instante el brocense falangista Francisco Elviro Meseguer (1948-1955), decidió crear una segunda feria en la capital provincial para los últimos días de septiembre y el primero de octubre. Fue anunciada a bombo y platillo en el mes de mayo de 1949, imprimiéndose miles de octavillas en las que se señalaba, además, que no se cobrarían impuestos municipales a todos  los ganaderos que acudieran a la feria con sus ganados.

Meseguer en la portada de su libro

Esta última particularidad, en años venideros, podría perjudicar a la feria arroyana, y mucho, ya que la nuestra apenas se celebraba quince días antes que la que tendría lugar en la capital provincial. Nueva feria cacereña que podría entenderse, por consiguiente, como un escaparate más atractivo para los ganaderos que arribaran a la misma. No obstante, lo más curioso de la iniciativa del alcalde Elviro fue cuando dio a conocer el cartel de lo que sería la Feria de San Miguel de 1949, la primera de la historia de Cáceres. Elviro Meseguer no optó por inspirarse “vagamente” en el cartel que había anunciado un año antes las ferias arroyanas, de ninguna manera, lo que hizo fue plagiarlo en su totalidad. Vamos, lo que los historiadores decimos cuando alguien copia en su integridad un texto, lo “fusiló” completamente. El cartel de las ferias de septiembre de Arroyo de 1948 y el de Cáceres de 1949 son completamente idénticos.

Ferias de septiembre. Cáceres 1949

Por otro lado, el programa de la feria cacereña también recordaba los eventos arroyanos. Tuvo como epicentro a la Plaza Mayor de Cáceres, entonces denominada Plaza del General Mola, también tuvieron toros, aunque allí a Carnicerito de Talavera lo cambiaron por el más conocido Miguel Báez “Litri”. De la misma forma, difundieron su diana floreada, las cucañas, el cine, las verbenas y, por supuesto, los gigantes y cabezudos que recorrieron la ciudad acompañados del tamborilero. En definitiva una feria que fue muy bien recibida por los cacereños, conocida como la Feria Chica o la Feria de Elviro y que estuvo presente en su calendario de manera ininterrumpida hasta el año 1986, aunque también es cierto que nunca tuvo la popularidad y aceptación que la del mes de mayo (Feria de San Fernando).

Con la Feria de San Miguel cacereña ya establecida en el calendario oficial de eventos provinciales, los arroyanos de entonces no se quedaron de manos cruzadas. A principios de 1949 fue nombrado nuevo alcalde de Arroyo de la Luz Manuel Montero Rodríguez en sustitución de Eufrasio Tato. Rápidamente el nuevo regidor pensó lo mismo que había hecho el alcalde Elviro, establecer una segunda feria en Arroyo, que en este caso quedaría ubicada en el mes de marzo.


       En septiembre de 1949, el alcalde Montero solicitó al gobernador civil la pertinente autorización, aduciendo “abolengo ganadero” en nuestra villa, con una solicitud bien argumentada y que le fue aceptada de inmediato. De esta forma, fue en marzo de 1950 la primera vez que los arroyanos disfrutaron de una feria en la que se “darían facilidades de alojamiento a los feriantes que concurran y los ganados no tendrán gravamen alguno en el ferial durante los días que permanezcan en el mismo”. Vamos, que tampoco se les cobraría impuesto alguno a los ganaderos que llegaran hasta Arroyo; es decir, la misma estrategia utlizada que en la nueva feria de Cáceres. Un contrataque en toda regla, otro más de los muchos que han jalonado nuestra historia en común con la capital. Un acierto de Manuel Montero que no quedó en el olvido para sus enemigos cuando se presentó la ocasión, aunque esto es ya otra distinta e interesante historia. En otra ocasión. 
Anuncio de Manuel Montero de la feria de marzo de 1950 (septiembre de 1949)







domingo, 2 de agosto de 2020

39. EL CRONISTA: "LA ERMITA DE LA SOLEDAD. UNA JOYA DE LA ARQUITECTURA POPULAR Y UN ARQUITECTO DESCONOCIDO"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz

       
       Muchos son ya los arroyanos que conocen los nombres de distintos intelectuales que arribaron durante las primeras décadas del siglo XX a lo que entonces se conocía como Arroyo del Puerco. Todos ellos son especialmente visibles desde que llevamos publicando esta serie de artículos en el blog de Paisajes y Fiestas, anteriormente en el periódico local Hoy Arroyo, o bien gracias al visionado de un documental en el que tuve el honor de colaborar en su momento, (desde aquí vuelvo a recomendar, aunque diversas declaraciones expresadas por alguno de los entrevistados deja mucho que desear, el magnífico trabajo El correr del Arroyo del director Jerónimo García Castela (https://www.youtube.com/watch?v=oSvbjqm-z3k), un documental que nos demuestra que por nuestra localidad, históricamente una de las principales poblaciones de la provincia de Cáceres y de toda Extremadura, han desfilado los mejores musicólogos tanto españoles como extranjeros.

Lo mismo sucede con esas fotógrafas de renombre internacional que pasaron por la villa por esas mismas fechas. Todas ellas quisieron “empaparse” de nuestras tradiciones, beber en lo más profundo de nuestra idiosincrasia y así poder darlas a conocer en diversas publicaciones que lograron dar la vuelta al mundo. Recuérdese, por ejemplo, ya que las hemos mostrado en varios de nuestros artículos y libros (Del Puerco a de la Luz), las majestuosas fotografías de aquellas “arroyanas en traje de gala”, o los magníficos “pucheros y cacharros” arroyanos y, por supuesto, los “hornos de cocer vasijas” que gracias a Ruth Matilda Anderson, y sus dos viajes a nuestra población durante las décadas de los veinte y de los cuarenta del siglo pasado, aquellas instantáneas llegaron hasta la Gran Manzana de Nueva York, fotografías que en el día de hoy todavía pueden admirarse en el museo de la Hispanic Society de la ciudad norteamericana.

Todos aquellos intelectuales, musicólogos y fotógrafas buscaron siempre encontrar la esencia del "alma" de los arroyanos de entonces, y bien que supieron encontrarla y difundirla una y otra vez en diversas grabaciones o bien en libros de tirada internacional. Por todo ello nuestra misión hoy día es volver a recordar aquellas estampas, muchas veces casi olvidadas, pero que ilustran a la perfección el pasado glorioso de un pueblo como es el arroyano.

No obstante, lo que ya muchas menos personas conocerán, si es que lo conoce alguno, es que al margen de fotógrafos y musicólogos de prestigio internacional por Arroyo también pasaron arquitectos de renombrada reputación a nivel nacional. Unos jóvenes recién titulados en su profesión en las facultades en la universidad madrileña que estaban ansiosos por recuperar, buscar y estudiar en profundidad aquellas joyas de la arquitectura popular de nuestra población. Edificaciones escasamente conocidas a nivel estatal e, incluso hoy día casi olvidadas por la mayor parte del vecindario arroyano. Nos estamos refiriendo a la pequeña ermita de La Soledad, levantada en lo que entonces era el extrarradio de Arroyo del Puerco en el ya lejano siglo XVII y en la que desgraciadamente también dejaron su negativa huella los franceses en el año de 1809 cuando destrozaron la primitiva Virgen de la Soledad. Una actitud que como ya sabemos se repitió con las imágenes de la Virgen de la Luz y del Cristo de la Expiración, desmanes a los que se sumó el incendio que provocaron en aquella ermita.

Vista general del emplazamiento en 1928

Fue, por consiguiente, en este contexto de interés general por Arroyo cuando en el año 1927 llegó a nuestra localidad el arquitecto Francisco Solana especialmente para estudiar la ermita de La Soledad, una “pequeña obra maestra de la arquitectura”, como él mismo la definió nada más toparse con ella. Solana realizó un magnífico análisis para una revista mensual, un estudio que publicó un año más tarde. Concretamente la revista en la que apareció su estudio se llamaba Arquitectura, y se inscribía en el Órgano Oficial de la Sociedad Central de Arquitectos en Madrid.

Se trataba de una publicación de tirada nacional que ya llevaba 10 años de existencia en el mercado. Francisco Solana hizo su aportación en el número 113, y su reportaje ocupaba varias páginas (275-281). En el mismo detallaba minuciosamente lo que representaba esta pequeña ermita para la población y para la región extremeña. El reportaje cuenta con numerosas fotografías que Francisco Solana realizó in situ, unas fotografías que hemos recuperado y que hemos querido difundir a través de este blog. Solana dejó constancia, además, de distintos planos y alzados que hoy día harán las delicias tanto de arquitectos como de los aparejadores locales.

Otros detalles acotados de la ermita de la Soledad
Croquis acotado de Ermita y púlpito

Alzado de la ermita

Por ello, referir y recuperar a Francisco Solana San Martín, un arquitecto del Instituto Nacional de Previsión y muy ligado a Extremadura durante la década de los veinte y treinta del siglo XX, es de absoluta justicia. Porque decir Solana San Martín es poco más que nombrar a un auténtico desconocido de un pasado, el nuestro, relativamente reciente y prácticamente olvidado, uno más de los muchos profesionales que estamos sacando a la luz, y que gracias a estos artículos pretendemos que queden definitivamente ligados y en perfecta simbiosis con nuestra historia en común como pueblo. Resulta más que evidente que el próximo cronista de la villa lo tendrá todo muchísimo más fácil.

Francisco Solana llegó a Arroyo del Puerco en el año 1927, su idea era la de estudiar lo que era la más pequeña de nuestras ocho ermitas locales, la de La Soledad, una construcción que, como la mayor parte de estas edificaciones de nuestra raigambre cristiana, se encontraba en el extrarradio de la población, concretamente “a cuatrocientos pasos” del centro de la localidad y muy próxima a la de San Antonio Abad, aunque esta última que estaba fechada en el siglo XV no fue objeto de una atención particular por parte del arquitecto madrileño, al menos en esta primera toma de contacto con Arroyo del Puerco.

Un costado de la ermita

Lo primero que observó Francisco Solana en nuestra ermita fue la originalidad de la obra, un edificio muy humilde, de pequeñas dimensiones y “sin estilo arquitectónico donde clasificarla”. Para Solana el valor de la misma lo encontraba en el delicado sentido con que se han manejado todos los materiales constructivos y “la limpia emoción que produce ajena a todo efecto pintoresco”, señalaría en la redacción de su escrito. Impresiona la cubierta, las cruces del Calvario o la espadaña a la que fotografió desde varios ángulos.

Otro costado de la ermita
Espadaña de la ermita

Esta preocupación por las formas geométricas que detectó el arquitecto, tan “puras y desnudas de ornamento” ofrece muchas veces a la arquitectura popular extremeña un aspecto al que catalogaba como sorprendentemente "ultramoderno”. Quedó impresionado también con la planta de la edificación a la que definió como una gran iglesia aunque “reducida la escala”. Ya que observaba que no faltaba de nada, tenía planta de crucero, ábside semicircular en la cabecera, pórtico en la entrada y, además, vivienda de la ermitaña y todo ello, se asombraba con la cifra en solo “treinta y cinco metros cuadrados”. A pesar del escaso tamaño dirá Solana que “¡con qué delicadeza, con qué noble sencillez está todo dispuesto y medido!”.

Interior de la capilla de la Soledad
Habitación de la ermitaña
Bóveda de la ermita

  El púlpito exento también fue objeto de un estudio detallado hasta el milímetro, un púlpito que relacionó con otro que había visto en la ermita de la Virgen de la Montaña en Cáceres, quizás “copia de los púlpitos de las Misiones americanas desde donde los Padres tenían que dirigirse a la multitud” ya que, como sucedía con esta edificación arroyana, ningún templo podía ser bastante grande para acoger a todos sus fieles.

Púlpito de la Soledad

Dejó testimonio Francisco Solana que había medido y acotado toda la obra y sus anexos incluso con “excesivo respeto, un poco supersticioso”, señaló que temió verdaderamente que cualquier pequeño error en las medidas y cálculos pudiera alterar lo que él entendía como el mayor encanto que tenía la ermita de La Soledad de Arroyo del Puerco.

Se marchó Francisco Solana San Martín del pueblo con la intención de retomar para un nuevo viaje el estudio de alguna otra de nuestras joyas arquitectónicas locales olvidadas, aunque no dejó escrito el nombre de ninguna en particular, y difundirla por todo el país. No obstante, aquella posibilidad nunca llegó a producirse, su vida, por desgracia, no llegó a tener un recorrido muy amplio en el tiempo. El inicio de la guerra civil en 1936, como a tantos y tantos jóvenes españoles, truncó una carrera profesional muy prometedora, aunque este final de su corta vida sería otro artículo completamente distinto. Para otro momento y mejor ocasión.


Ermita de la Soledad en 1928