martes, 2 de junio de 2020

37. EL CRONISTA: "UN OBISPO ARROYANO EN PANAMÁ"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz

Ya han sido más de 70 las publicaciones que sobre la historia de Arroyo y los arroyanos hemos realizado en los últimos años y en los que el blog de la Asociación Paisajes y Fiestas ha sido determinante. Desde el primer momento me propuse sacar del anonimato a un buen número de nuestros paisanos que habían quedado olvidados por la historia por la causa que fuere. Fue así como descubrimos los nombres de algunos de los judíos de la localidad y que pasaron por el tribunal de la Inquisición, también el nombre de algunos de los esclavos arroyanos, un barbero-cirujano y sangrador del siglo XVIII, los arroyanos que se embarcaron para hacer las “américas”, o los últimos de Filipinas o Cuba. Es decir, un buen grupo de paisanos a los que nunca nadie había puesto nombre y apellidos y que, por consiguiente, habían desaparecido de nuestra historia local.

De la misma manera, también quise recuperar la intrahistoria de otros muchos arroyanos, porque de no hacerlo quizás demasiado pronto también podrían pasar al olvido y al anonimato, una situación a la que no estaba dispuesto. De ahí surgieron las historias, por ejemplo, de Miguel Niso Jiménez, Ángel Olgado Corchado, Cándido Franco Galván, Julio Petit Ulloa, José Jorquera Mendieta, Francisco Navarro Durán, Emeterio Femia Berrocal, Ramiro Gutiérrez Suitino, José María González Bravo, Eduvigis Orozco Palacín, José Cordovés Sánchez, Francisco Valiente Caro o Agustín García Berenguer. Bien es cierto, que todavía tengo otros muchos nombres en nómina, de los que poco a poco iremos completando su historia, vivencias que en muchos casos no dejan de ser la de todos nosotros, las de todo un pueblo. Entre otros muchos, destacaría nombres como los de Luis Chaves, Carlos Barriga, Rafael Chaparro, Felicísimo Bello o Manuel Bañegil.

Lápida obispo Ramírez en Toledo
(transcripción)

No sucede lo mismo con este otro arroyano de pro al que quiero dedicar unas líneas en el presente artículo. Un paisano que en cambio, y a diferencia de muchos de los anteriores, sí ha quedado en la historia de nuestra población gracias, por un lado, a las referencias que en su día nos transmitió el párroco de la localidad Ciriaco Fuentes Baquero en su obra La Luz de Arroyo, y por otro, a una lápida que recuerda su memoria en el interior de la iglesia principal de la villa. Me estoy refiriendo a Fernando Ramírez Sánchez, un paisano que llego a ostentar el cargo de obispo de Panamá, en una época, la Edad Moderna, en la que llegar a ser obispo era alcanzar uno de los puestos más elevados dentro del escalafón social. 

Obviamente no vamos aquí a reproducir la información que ya conocemos de nuestro paisano, y que se encuentra en el libro anteriormente señalado de don Ciriaco. Por lo que este artículo referirá fundamentalmente aspectos de la vida de este arroyano que nuestro párroco, o bien no quiso publicar, o bien nunca llegó a conocer.

Fernando Ramírez Sánchez nació en Arroyo del Puerco en el año 1584; es decir durante el reinado de Felipe II. Su padre, Bernal Ramírez, era el alcalde por el estado noble en la villa y su madre se llamaba Isabel Sánchez, todos ellos pertenecientes al estamento privilegiado de la sociedad arroyana. Muy pronto el niño demostró valía para las letras ya que la gramática latina comenzó a ser su fuerte. Por otro lado, también siendo muy joven se inclinó por la vida religiosa. De esta forma, siendo poco más que un adolescente marchó a la capital del reino para ingresar en un convento Trinitario. Allí fue examinado de su vocación religiosa aunque la Orden decidió que fuese en Toledo donde recibiría los hábitos iniciáticos de manera definitiva.

Mapa de Arroyo en época de Fray Fernando (1640)

Por consiguiente, en la ciudad del Tajo fue admitido por fray Gabriel de Ayala, Maestro de la Orden en la ciudad, de quien recibió los hábitos de monje novicio un 20 de marzo del año 1603; es decir, cuando contaba solo 19 años de edad. Sabemos por crónicas de principios del siglo XVIII que muy pronto comenzó a tener “tentaciones y calumnias” para abandonar el noviciado, “una insolente ejecución que le dictaba Satanás en forma de mujer, aunque el religioso arrojó de sí con ánimo esforzado a aquella víbora del infierno”, dirán exactamente esas crónicas. Esta misma documentación también nos señalan que se encomendó a la Virgen, quizás a su Virgen de la Luz de la que era fiel devoto, y logró superar esta fase nostálgica por la vida “mundana” y en plena efervescencia juvenil.

Un año después, con 20 años fue aceptado definitivamente como monje Trinitario en el conventual de Toledo. Ya como fray Fernando, parece ser que las tentaciones del “demonio” siguieron acechándole muy de cerca. Por lo que para evitarlas completa y definitivamente optó por solicitar al Venerable provincial de la orden una licencia de traslado inmediato, “con retóricas elocuentes y con lágrimas” en los ojos. Desde el convento de Toledo se marchó hasta otra residencia que se calificaba como “desierta”, concretamente el convento de Nuestra Señora de las Virtudes, en Paradinas de San Juan (Salamanca).

Fray Fernando Ramírez muy pronto comenzó a destacar entre sus hermanos, tan es así que fue ascendiendo distintos grados en el escalafón de la orden con gran celeridad. De esta forma, muy pronto llegó a ostentar la gobernanza de varios conventuales como los de Toledo, al que regresó y en el que sintió siempre como en su verdadera casa, Alcalá de Henares, Fuensanta (Albacete) y Talavera de la Reina. También fue propuesto como “ministro” de la orden para las ciudades de Salamanca y Cuenca aunque a estos dos destinos llegó a renunciar. Fueron los años en los que estuvo de secretario personal de Simón de Rojas, hoy día San Simón de Rojas, ya que fue beatificado por el papa Clemente XIII en 1766 y canonizado por Juan Pablo II en 1988.

Estando en el convento de Toledo, donde mandó fabricar la sillería del coro, entre otras realizaciones vistosas para el conventual, fue cuando se celebró un “Capítulo Provincial” en Madrid al que tuvo que acudir nuestro paisano y donde fue elegido como máxima autoridad de la orden para la provincia de Castilla, un nuevo ascenso en su meteórica carrera, y no el último. Era el día 24 de abril de 1633, y Fray Fernando Ramírez contaba 49 años de edad. Fue también en esta fecha cuando este arroyano editó su primer libro, Oraciones evangélicas, donde además de una dedicatoria al rey Felipe IV y un prólogo bien elaborado, recogía los sermones del padre Félix Hortensio de Paravicino. La primera edición está fechada en Madrid en 1636, un año después reeditado en Lisboa, y en 1647, ya siendo obispo, apareció una nueva edición.

A partir de ese momento se convirtió en la mano derecha del “General de la orden”, fray Luis Petit quien le encargó una gira de inspección por todos los conventos de la “provincia de Aragón”, visitas que dieron excelentes resultados y de los que quedó muy satisfecho el propio Petit una vez que el trinitario arroyano concluyó su cometido y regresó a Castilla. A estas alturas su buen trabajo dentro de la orden había llegado a oídos del propio rey Felipe IV quien decidió nombrarle obispo para la primera vacante que se produjera en su extenso reino. La misma se originó en Panamá por lo que el 16 de septiembre de 1641, fray Fernando Ramírez Sánchez, originario de Arroyo del Puerco se convertía con 57 años de edad en nuevo obispo. Una de las más altas consideraciones que un religioso podía alcanzar.

La consagración como obispo tuvo lugar en el Convento Trinitario Calzado de Madrid un 9 de febrero de 1642. Como consagrante estuvo Diego de Castejón Fonseca, un madrileño que era obispo de Lugo y que ostentaba, además, el cargo no menor de Presidente del Consejo de Castilla. En la ceremonia también estuvieron presentes el obispo Auxiliar de Toledo, Miguel Avellán y Timoteo Pérez Vargas, un italiano que era en ese instante obispo titular de Listra (Turquía) y antes lo fue de Bagdad (Irak) y de Ispahan (Irán).

A pesar que don Ciriaco nos trasladó que el arroyano volvió a su pueblo para festejar dicha alegría con sus convecinos, las crónicas nos señalan que nada de eso ocurrió, porque fray Fernando partió inmediatamente a su destino para tomar posesión de su nuevo puesto en la lejana América. Nuestro paisano con su “Cédula de Paso”, entregada por el propio rey Felipe IV se embarcó en una nave de “Real Bandera” y llegó hasta Portobelo, el puerto al que arribaban los galeones que llegaban desde España en la costa del Mar Caribe. Allí llegó Fray Fernando con todo su séquito, compuesto de ayudantes de cámara, criados, lacayos, cocineros, confesor, secretario y el consejero jurídico del obispo. Lo primero que hizo al desembarcar fue ir a visitar la iglesia, rápidamente pudo percatarse de las carencias cristianas que había en esa ciudad por lo que practicó un buen número de confirmaciones. Ese mismo sacramento fue el que estuvo realizando a lo largo de todo su trayecto y antes de llegar a su destino final a 107 kilómetros de Portobelo. Fray Fernando, por ejemplo, estuvo confirmando a un buen número de creyentes en la ciudad de Colón, una población que se encontraba a mitad de camino de su obispado en Panamá.

Muy poco tiempo pudo disfrutar de esa sede episcopal en la ciudad de Panamá, porque poco después de su llegada se produjo un pavoroso incendio en la capital que abarcó a la ciudad entera. El fuego arrasó numerosas viviendas, el seminario, la catedral, que había terminado de construirse en 1580, e incluso las casas del obispado. Aquel día, 21 de febrero de 1644, nuestro paisano se implicó como mejor pudo para tratar de aminorar el desastre que se estaba produciendo, logrando salvar personalmente un buen número de objetos sagrados, minutos antes que toda la catedral y las casas adyacentes quedaran en la absoluta ruina.

No se amilanó Fray Fernando, que muy pronto se puso manos a la obra para tratar de hacer resurgir de las cenizas una nueva catedral y sus nuevos aposentos. Para ello contrató a varios arquitectos que diseñaran nuevos planos. No obstante, siempre estuvo escaso de patrimonio para una obra de tal magnitud por lo que no le quedó otro remedio que invertir todo su caudal personal y pedir prestado dinero a la nobleza panameña que le sufragó la nueva edificación pero que nuestro paisano nunca vio terminada, ya que su fallecimiento se produjo en 1652 y la consagración no se produjo hasta 1655.

Durante todo estos años siguió ejerciendo su ministerio lo mejor que pudo. Siempre fue dado a obras de caridad a los pobres, pero siempre mantuvo una actitud muy rígida en cuanto a moral se refería. Fray Fernando censuraba siempre que podía cualquier acto lúdico de la población que se desarrollara en torno a las fiestas, teatros o chanzas de cualquier tipo. Todavía se recuerda el enfado que el obispo mostró cuando conoció el argumento de algunas de estas comedias, “por cuanto ha llegado a mí noticia que se van a hacer algunas máscaras y representaciones muy indecentes y deshonestas, descompuestas y escandalosas, opuestas a la modestia, buen ejemplo y religión cristiana que deben observar los fieles católicos y en desestimación del estado eclesiástico”, diría de manera taxativa.

Fray Fernando era más partidario de festejos religiosos. De hecho, introdujo en su diócesis la fiesta del Santo Nombre de María, una celebración que su mentor, San Simón de Rojas había logrado para los trinitarios de Castilla en la archidiócesis de Toledo. Tampoco olvidó nunca a su Virgen de la Luz a la que envió, a pesar de lo precario de su economía, por los gastos que le ocasionaba la catedral que estaba edificando, varios regalos que hoy día están completamente desaparecidos. Sabemos que llegaron desde Panamá y que al menos hasta 1814 siempre formaron parte del tesoro de la Virgen (es decir, nada tuvieron que ver en esta tropelía los franceses, como algunos han señalado, ya que estos se marcharon del pueblo bastante antes de esa fecha). Concretamente los regalos fueron dos, el primero, “una corona de plata sobredorada con una paloma también de plata pendiente de un mundo de 7 libras y cuarterón y remate quebrado” (unos tres kilos). El segundo también desaparecido era un “pectoral de oro esmaltado y formando en el medio una cruz de 7 esmeraldas y con 3 pendientes redondos también de esmeraldas”.

Para ir concluyendo, señalar que uno de los aspectos más llamativos en la vida de este arroyano fue el que tuvo que ver con su fallecimiento. Desde que se hizo cargo del conventual de Toledo, y antes de marchar a Panamá, mostró su deseo de ser enterrado en ese edificio. De hecho, antes de su muerte, y de su viaje a América, dejó concluido su sepulcro que tenía una hermosa lápida con un texto ya impreso.

En los días previos a su fallecimiento, el 2 de junio de 1652, sintiéndose muy enfermo, recibió los Santos Sacramentos y ante los presentes que en su lecho se encontraban, solicitó que una vez hubiese fallecido, le sacaran el corazón y lo trasladaran a su convento de Toledo para colocarlo en el sepulcro que le esperaba desde hacía muchos años. No tenemos la certeza absoluta de que ello se produjera, aunque la orden de los Trinitarios Calzados siempre cumplía lo que se le prescribía.

Lo que sí está verificado, y todo arroyano que pase por Toledo podría constatarlo, es la existencia de la lápida que hoy día se encuentra muy desgastada y de muy difícil lectura, después que fuese pisada por miles de fieles durante varios siglos en lo que antes fue el conventual de la Santísima Trinidad de Redención de Cautivos, posteriormente iglesia mozárabe de San Marcos, y que hoy día alberga un gran centro cultural de exposiciones y dependiente del Excelentísimo Ayuntamiento de la capital toledana. La lápida contiene la siguiente inscripción:

Sepvltv[ra] eligio para sv [enti]er[ro] el illvstrisimo i R[… piados]issimo Señor D Fra[i] Fernando Ramirez D[el] Consejo de su Magestad Obispo de la Santa Iglesia d[e] Panamá hijo deste Santo conbento Reqvi Escant In Pace Amen”.

Como conclusión última diremos que después de su muerte, y durante un siglo aproximadamente, este arroyano siguió despertando el interés de algunos escritores que lo elogiaron en estrofas muy logradas y sentidas. Este fue el caso, por ejemplo, del soneto XIX que le dedicó en 1773 Francisco Gregorio de Salas en su trabajo Elogios poéticos dirigidos a varios héroes y personas de distinguido mérito”. Una de esas personas catalogadas como héroes o de distinguido mérito era Fernando Ramírez Sánchez, otro arroyano de pro.   

Elogios poéticos a Fernando Ramírez. 1773. 136 páginas

Soneto de1773 dedicado al obispo