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El Bonito |
En 1980
un grupo de la conocida “Movida madrileña”, Radio Futura, nos señalaba que el
futuro ya había llegado a España. El
futuro ya está aquí, decía una pegadiza canción del cuarteto español que se
bailó, y mucho, en las pistas de la que ya no era una flamante y novísima pista
de baile de la discoteca Venus de Arroyo de la Luz. Y no era reciente porque en
Arroyo en cuestión de bailes el “futuro” había llegado seis años atrás, en
1974, cuando un “visionario” empresario de la localidad, Lázaro Galán Crespo,
advirtió y observó con gran clarividencia, y mucho antes que Radio Futura
compusiera la canción, que “la gente
joven andar, corta el aire de seguridad”. Y es que resultaba evidente que
la juventud arroyana de mediados de los setenta buscaba algo más atrevido que
los insípidos, anodinos y aburridos bailes que todavía se celebraban en los
salones del Moyano o Bonito, o los que durante muchos años se habían organizado
en el salón de la calle Rafael Chaparro o en el más exclusivo de El Casino.
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El Casino |
Y es
que no hacía tantos años, durante toda la dictadura, el Régimen franquista
había legislado hasta lo que consideramos la cotidianidad más absoluta. Además
de la vestimenta, el llamado “decoro”, especialmente femenino, o la prohibición
de la fiesta de Carnaval, también legislaron sobre los que entonces eran los “bailes
modernos”, ya que éstos no eran del gusto de las nuevas autoridades, bailes que
fueron catalogados como “la feria predilecta de Satanás”. Todavía en 1958 la
Conferencia Episcopal española, estamos en pleno Nacional-Catolicismo,
recalcaba que los bailes eran peligrosos para la moral, especialmente cuando
éstos eran “agarrados” porque podían convertirse en “ocasión próxima para el
pecado”. De ahí que en esos bailes las
chicas jóvenes llegaban siempre con las conocidas como “carabinas”; es decir
aquellas mujeres mayores que vigilaban a varias chicas en todo momento, toda
una institución socio-cultural de los años del franquismo.
La
discoteca Venus, vino a cortar de raíz aquellas antiguallas, ya que la juventud
arroyana comenzaba a alejarse del inmovilismo de la dictadura aunque solamente
fuese en esta faceta lúdica. Y es que la discoteca, a diferencia de los bailes
anteriores, conectaba con los procesos sociales en construcción en nuestro país
y encajaba a la perfección en el sentido común y, sobre todo, en la normalidad
más absoluta. Todo ello en consonancia con lo que dos años más tarde, en 1976,
y aunque referido a otro contexto, el Presidente Suárez describió como “elevar
a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente
normal”.
De
esta forma, podemos afirmar que en Arroyo desde 1974 se unificaron
definitivamente las distintas clases sociales en un mismo espacio físico,
aunque solo cuando de bailar se trataba. Hasta entonces, como en otros aspectos
básicos de la vida local, había estado muy clara la diferenciación social a la
hora de divertirse. No era lo mismo, ni mucho menos, acudir al Casino, que
estaba casi reservado para unos pocos pudientes de la población, que concurrir
al baile de la “Cooperativa” o al Bonito, por poner algún ejemplo.
Pero
además a la Venus no acudía únicamente la juventud arroyana como sucedía en los
bailes anteriores donde era muy raro ver a un joven que no fuese residente en
Arroyo, esta discoteca, en cambio, comenzó a ser muy pronto mítica en toda la
comarca. Gracias al instituto Luis de Morales, que recordemos que por entonces
recibía alumnos, además de los locales, de Malpartida de Cáceres, Aliseda,
Navas del Madroño e incluso de Brozas, los jóvenes llegaban a la pista de baile
desde todas estas localidades y otras incluso más alejadas. Los había que
aparecían en auto-stop, otros en taxis alquilados por varios de ellos e,
incluso, arribaban en pequeñas motocicletas como los vespinos, quizás los más
afortunados de todos ellos.
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Interior de la Venus. Archivo familia Galán (2) |
La
discoteca Venus se convirtió, por consiguiente, en un lugar de tránsito, en una
zona de búsqueda de “flirteos” rápidos o esporádicos y también de encuentros
amorosos para toda una vida. Un escenario, en consecuencia, donde se
ambientaron miles de historias, prácticamente cada uno tiene la suya propia. Ya
no existían los “camaradas”, un término casi desconocido para los jóvenes de
aquella generación. Entonces lo que prevalecía eran las expresiones “colega” o
“tío y tía”; es decir, miembros de la misma pandilla de amigos. La noche se
convirtió en un espacio de encuentro como hasta entonces nunca se había
conocido en Arroyo, y la oscuridad de la sala, muchas veces únicamente
iluminada por la “Disco ball”, será el lugar donde se desarrolle una producción
cultural propia y completamente alejada de la que había movido a las
generaciones anteriores. La discoteca se llena de vitalidad lúdica con uso y
abuso de “haces” de luces que controla una de las figuras emblemáticas de la
discoteca, el “disc-jockey”, hoy conocidos como DJ, y que entonces recibíamos
el nombre menos rimbombante de “pinchadiscos”.
Un
disc-jockey con un poder enorme sobre la pista porque era el “alma” que dirigía
el baile a través del recorrido por las distintas canciones que iban sonando a
lo largo de toda la noche. La música siempre estaba con un volumen muy
considerable, lo que hacía casi imposible el “buscar la palabra” como
anteriormente había sucedido durante los bailes de nuestros padres. Ahora el
ritmo “discotequero” impedía largas conversaciones que quedaban circunscritas y
en exclusiva para cuando llegaba el momento más esperado por la mayoría del
personal que allí se encontraba, las “lentas”, aquellas canciones que tantos
problemas le habían dado a los gobernantes de la generación anterior, y que
ahora eran demandadas al disc-jockey incluso con ansiedad. “Oye tú, me diría más de uno, y en no pocas
ocasiones, ¿cuándo coño vas a poner las lentas?”
Tuve
la suerte de trabajar como disc-jockey en la Venus durante varios años. El
ritual siempre fue el mismo y las anécdotas a montones. Aunque eran varios los
días que había discoteca, incluso los domingos por la mañana después de la misa
de 12 y hasta las 14 horas, y además de discoteca infantil, el día más
importante para el local era el sábado por la noche. Ya lo reflejó el cine
cuando retrató en Fiebre del Sábado Noche a la discoteca Odisea 2001 junto a
una banda sonora inolvidable. Los empleados de la Venus llegábamos como una
hora antes de iniciarse la “discoteca”, ya no se decía baile. Pero antes que
nadie ya estaba en la puerta el verdadero “alma mater” de aquel
establecimiento, Carmen, la mujer de Lázaro a la que era difícil “driblar” para
poder entrar sin adquirir la correspondiente entrada, según me comentaban casi
todos, porque resulta evidente que yo no pagaba.
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Lázaro, Carmen y Julia. Archivo familia Galán (3) |
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Joaquín Galán. Archivo familia Galán (4) |
Poco
después aparecía “Vito” que era el camarero, para ir preparando refrescos,
vasos y botellas de ginebra que era lo que más se consumía y cortar limones
para los combinados. Luego bajaba Lázaro, el dueño y en ocasiones, si se
esperaba mucho tumulto, Joaquín, su hijo que ayudaba en todas partes. El
disc-jockey comenzaba con música “ambiental”. Una media hora aproximadamente
donde se “pinchaba” música que me gustaba a mí. Durante esos minutos sonaban
sobre todo álbumes de Supertramp (Crime
of the Century, que precisamente se había editado en 1974; Even in The Quietest Moment, del año
1977 o Breakfast in America, un LP
que se convirtió en número uno durante muchas semanas durante el año 1978). De
la misma forma, Pink Floyd y su The Wall,
editado en 1979. También como música ambiental sonaban álbumes españoles, sobre
todo el grupo Triana y su primer LP que tenía su mismo nombre, aunque
popularmente es más conocido como El Patio
(1975); también pinchaba a Hijos del Agobio
editado en 1977, y quizás el más conocido por todos, Sombra y Luz de 1979.
Concluido
ese periodo, y muchas veces con insistencia de Lázaro, ¡venga muchacho pon ahí música buena!, se refería a la música
discotequera y que sonaba en todas las emisoras de radio a cualquier hora.
Rápidamente se ponía a bailar todo el personal, los éxitos del momento provocaban
el lleno de la pista, el delirio absoluto, Daddy
Cool (Boney M.); Fiesta (Raffaela
Carrá); Yes Sir I Can Boogie
(Baccara); Stayin Alive y Nigth Fever
(Bee Gees); You´re The One That I Want (John
Travolta y Olivia Newton-John); Love is
in The Air (John Paul Yong); Rivers
of Babylon (Boney M.); Super Superman
(Miguel Bosé), una pieza que los jóvenes trataban de bailar imitando al que
tantas veces habíamos visto en la televisión, generalmente en el programa de
televisión Aplauso; Y.M.C.A (Village People); I Will Survive (Gloria Gaynor); Do You Think I´m Sexy (Rod Steward); Born To Be Alive (Patrick Hernández); Gloria (Umberto Tozzi); Sin Amor (Iván) o Que no y Aire (Pedro
Marín).
La
siguiente media hora era de música lenta, melodías que iniciaban el ritual más
buscado por todos, arroyanos y forasteros. Las parejas ya consolidadas
abandonaban el sillón donde habían estado “charlando” en confidencias íntimas,
por decir algo que pueda ser publicado, y los chicos que no tenían pareja fija
comenzaban a otear las chicas que estaban esperando que alguno les dijera el
típico: “¿bailas? No siempre había una respuesta afirmativa, pero cuando eso
sucedía, la pista se llenaba de parejas entrelazadas que bailaban al acorde de
canciones como Angie (Rolling
Stones), una de las pocas piezas que provocaba que yo bajase de la “cabina”
para bailar con mi novia; Tómame o Déjame
(Mocedades); La Distancia (Roberto
Carlos); El Jardín Prohibido (Sandro
Giacobbe); Hotel California (Eagles);
Amor (Lolita) The Year of the Cat (Al Stewart); It´s a Heartache (Bonni Tyler); Poco
a poco me enamoré de ti (Collage); Esperanzas
y Acordes (Pecos), éstas también la
he bailado un montón de veces; Chiquitita
(ABBA); Margherita (Richard Cocciante),
una canción que conocí gracias a mi hermano Jesús, que me encantó y que aún
continúo escuchando muy a menudo; Solo
pienso en ti (Víctor Manuel); Woman
in Love (Barbra Streisand); o A ti
(Joe Dassin), un tema que siempre llevaba una dedicatoria muy especial.
No
obstante, el momento de las lentas era el periodo más complicado dentro del
recinto de la Venus. Varias fueron las ocasiones en las que se inició un conato
o una pelea abierta por motivos de celos. La situación más complicada se
presentaba cuando una chica arroyana estaba o había estado bailando las lentas
con un “forastero”; y no digamos si ese forastero era de Malpartida de Cáceres.
Esta procedencia incrementaba el agravio sobre el que se sentía ofendido, que
no siempre era un antiguo novio, a veces únicamente bastaba con ser un
familiar, un “primo”, o simplemente un pretendiente no siempre correspondido.
Aunque la verdad es que para iniciar una pelea con los malpartideños en muchas
ocasiones no se necesitaba demasiada “conversación”. ¡Cómo han cambiado los
tiempos!
Para
tratar de calmar posibles altercados lo mejor era volver a subir el volumen de
la música y comenzar a “pinchar” discos que volvieran a llevar a un montón de
jóvenes otra vez a la pista, y ¡aquí no ha pasado nada! En ese instante solían
ponerse canciones más “pachangeras” porque estas piezas debían concluir en las
obligadas “rumbas”, ya que el “flamenqueo”, además de a Lázaro, el dueño, tenía
un público muy fiel, especialmente entre las chicas arroyanas. Entonces sonaron
canciones como El Bimbó (Georgie
Dann), una pieza que se bailaba golpeándose las caderas, aunque algunos
buscaban partes más blandas; La Ramona
(Fernando Esteso); Qué pasa contigo tío
(Los Golfos); Hay que venir al sur
(Raffaela Carrá); Te estoy amando
locamente (Las Grecas); Ni más ni
menos (Los Chichos) o ¡Ay que dolor!
(Los Chunguitos).
Concluida
esta fase que venía a durar otra media hora, la pista comenzaba a estar menos
concurrida. Las chicas comenzaban a marcharse a sus domicilios dado el estricto
horario que marcaban aún sus progenitores, y la sala de baile ya comenzaba a
estar poblada únicamente de los que buscaban una música más fuerte, ¡Javi, pon
“marcha”! Era el grito de guerra de los que escasamente habían participado
hasta entonces de la noche, salvo estar cerca de la barra tomando sus “medios”.
Y yo, obediente, iniciaba esta última fase con un rock suave, incluso del gusto
de un número amplio de personas, Rama
Lama Ding Dong (Rocky Sharpe and The Replays) o Rock and Roll en la plaza del pueblo (Tequila), e incluso el genial
Sultans of Swing (Dire Straits) para
posteriormente “pinchar” verdadera música de “marcha”. En ese momento no podían
faltar unas canciones míticas para estos enamorados de lo que entonces era el
“rock duro”. Era el momento de Highway
Star, una canción de casi 7 minutos o Burn,
ambas de la banda Deep Purple. Tampoco faltaba Sex Pistols y su God Save The Queen o Highway to Hell, una canción legendaria
de AC/DC. A estas alturas de la noche ya no quedaba nada más que media docena
de clientes que animados por esa música tocaban una guitarra “invisible” con la
que emulaban a sus ídolos.
Y
poco después el final, ¡Chico, termina ya! Era la voz de Lázaro que anunciaba
que aquello tenía que concluir. La música se iba apagando, toda la sala quedaba
completamente iluminada y se iniciaba la recogida de vasos y botellas que
estaban esparcidos por todo el recinto. En ocasiones, y donde se situaban los
rincones más “oscuros”, aparecían sobre los sillones de polipiel algunas gotas
“acuosas” de lo que había sido “una noche de amor desesperada”, residuos
orgánicos que provocaban un enfado tremendo entre las limpiadoras que se
preguntaban qué pareja había estado allí sentada, lo cual era imposible de
averiguar en ese instante.
En
febrero de 1979 se inauguró otra discoteca en la población, El Palacio, con una
pista de baile redonda y con un aparataje de luces en el techo muy superior a
la que teníamos en la Venus, lo cual provocó, como no podía ser de otra forma,
que la juventud arroyana se repartiera entre ambos establecimientos. A pesar de
ello, durante toda la década de los ochenta la Venus siguió aguantando el tirón
de manera muy digna, hasta que poco a poco fue languideciendo. Nuevos y
similares establecimientos en los pueblos vecinos, y un cambio de mentalidad de
la juventud de estas nuevas décadas provocó que el baile en las discotecas
comenzara a estar pasado de moda tal y como lo hemos descrito en este artículo.
Un traspaso posterior del negocio y una trágica muerte del dueño en octubre de
1994 que dejó consternados a muchos arroyanos fue el epílogo final de esta
institución señera de la localidad.
Nota final: Este artículo está dedicado especialmente a todos los “jóvenes” que pasaron por la Venus, arroyanos y forasteros, actualmente entre los 48 y los 63 años, aproximadamente. Si tienes muchos más de esos números, o muchos menos, ¡no te puedes ni imaginar lo que te perdiste!