Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de la Luz
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El Sacamuelas. Museo del Louvre (Gerard Van Honthorst) |
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La Extremadura que conoció Miguel García Trejo |
Durante
el Antiguo Régimen, Extremadura fue una única provincia. Sus límites
geográficos eran algo más reducidos que las actuales provincias de Cáceres y
Badajoz. Todo este territorio estaba dividido en ocho partidos territoriales y
jurisdiccionales: Cáceres (en el que se englobaba Arroyo del Puerco),
Alcántara, Trujillo, Plasencia, La Serena, Badajoz, Llerena y Mérida. Un
territorio fronterizo con el reino portugués, sin capitalidad alguna, poco
conocido, casi aislado y mal comunicado con el resto del país. En fin, casi
como en la actualidad.
Además,
era una provincia escasamente poblada, únicamente se contabilizaban unos nueve
habitantes por kilómetro cuadrado, cuando la media nacional llegaba hasta los
veintitrés. Dentro de este casi desierto demográfico, Arroyo del Puerco se
elevaba como un oasis poblacional. Las cifras de nuestra localidad fueron, a lo
largo de los siglos modernos, de las más altas de la provincia de Extremadura.
Bien es cierto que la mayor parte de la población era completamente analfabeta,
a pesar de los esfuerzos que realizaba alguno de los monjes que estaba adscrito
al convento de San Francisco. De cualquier forma, hubo alguno de nuestros
paisanos, como fue el caso de Miguel
García Trejo, y aunque completamente olvidado por la historia de nuestra
localidad, que hizo los esfuerzos suficientes para labrarse un futuro más
agradable en aquella sociedad estamental. Concretamente Miguel García Trejo obtuvo en el año 1699, el último del reinado de
Carlos II, el título de “barbero sangrador” (flebotomiano).
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El charlatán sacamuelas. Museo del Prado (Theodoor Rombouts) |
La
burocratización del Estado Moderno, ya fuese con la Casa de los Austrias o de
los Borbones, provocó que el funcionariado alcanzara un peso importante en la
sociedad extremeña. Y dentro de ella, una de las profesiones más demandadas por
ciudades y pueblos fueron las de los médicos, cirujanos, barberos-sangradores
(conocidos como flebotomianos), boticarios, barberos y parteras. Todos ellos
integraron el colectivo de profesionales responsables de atender la salud de
los extremeños de aquellos años. Muchas de las funciones de estos “técnicos” se
solapaban las unas con las otras por lo que para evitar enfrentamientos entre
ellos, que a veces terminaron en graves desgracias, existieron diversos
tribunales que velaban por la pureza de los oficios, encargándose de otorgar
las licencias correspondientes para poder ejercer las distintas profesiones. Lo
que sí fue común a todos ellos fue la escasez de salarios que ofrecían los
municipios, un dato que provocó un déficit permanente de estos profesionales a
lo largo de todos los siglos modernos.
Uno
de los principales problemas en este personal sanitario se encontraba entre la
distinción que debía existir entre los conocidos como “barberos” y los
“barberos-sangradores”, profesión última que a la postre había elegido nuestro
paisano Miguel García Trejo. Los
“barberos” únicamente podían dedicarse al corte de pelo o barba. Un escalón muy
superior en esa sociedad estamental lo ocupaban los “barberos-sangradores” que
desde el año 1500, durante el reinado de los Reyes Católicos, debían pasar por
el control del llamado “Protobarberato”,
una institución que velaba por la pureza de esta segunda profesión y para que
no se colase ningún intruso, “No
consentir ni den lugar a que ningún barbero pueda poner tienda para sajar, ni
sangrar, ni echar sanguijuelas, ni sacar dientes ni muelas, sin ser examinados
primeramente por los Barberos Mayores”.
De
esta forma, para que Miguel García Trejo
pudiera obtener el título de “barbero-sangrador” en 1699, nuestro paisano tuvo
que estar adscrito durante cuatro largos años a las órdenes de un maestro
sangrador que ejerciese en un hospital. En nuestro pueblo el único hospital que
estuvo funcionando a lo largo de los siglos modernos fue el de la Piedad o
también conocido como de la Encarnación, un dispensario hoy completamente
desaparecido y, lo que es más triste, totalmente olvidado ya que sus
instalaciones se incorporaron al actual edificio del Ayuntamiento cuando este
último se terminó de remodelar completamente en 1868 (el próximo año se
cumplirá su 150 aniversario), y todas sus pertenencias se llevaron al Hospital
Provincial de Cáceres.
Pasado
los cuatro años de aprendizaje la justicia arroyana certificó su paso por el
hospital durante ese tiempo, por lo que Miguel pudo realizar el examen de
“oposición” para poder adquirir el título oficial que le permitiese ejercer
esta profesión. Las pruebas que tuvo que superar constaron de una parte teórica
y un segundo examen práctico. En la parte teórica nuestro paisano tuvo que
explicar al tribunal sus conocimientos sobre anatomía vascular, tuvo que recitar
el número y nombre de todas las venas del cuerpo humano y dónde se localizaban.
Por otro lado, también tuvo que exponer a los examinadores cómo realizar un
sangrado, cómo y cuándo aplicar las sanguijuelas en el cuerpo humano y la
manera de extraer las muelas y los dientes con sus diferentes técnicas.
Superado
este primer ejercicio, Miguel tuvo que aplicar de manera práctica con un
paciente, y delante del mismo tribunal, los conocimientos teóricos que había
recitado en la anterior prueba. Los derechos de examen eran cuantiosos y no al
alcance de cualquier bolsillo. Para poder examinarse ante el tribunal el
opositor tuvo que pagar “media annata”;
o lo que es lo mismo, la mitad del sueldo que se calculaba que podría ganar
como “barbero-sangrador” a lo largo de todo un año. Una cifra elevada teniendo
en cuenta que los “sangradores” tenían un gran reconocimiento social en la
España de finales del siglo XVII y durante todo el siglo XVIII, y únicamente en
un escalón inferior social a los de los médicos o cirujanos mayores y muy
alejados, por otra parte, de los considerados “curanderos y santiguadores” que
generalmente eran estafadores.
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Barbero sangrador arroyano. Archivo Municipal de Cáceres |
De
esta forma, después de superar los dos ejercicios Miguel García Trejo obtuvo en 1699 el título de “barbero-sangrador
flebotomiano”. El nombramiento tenía validez para ejercer esta profesión en
cualquier parte del reino, y siempre después de prestar el juramento de ofrecer
sus servicios de manera gratuita a todos los pacientes que eran catalogados en
la villa como “pobres de solemnidad”.
Superado
todo el trámite administrativo, y aunque Miguel podía actuar como profesional
liberal, generalmente el “barbero-sangrador” formaba parte de la plantilla de
todo hospital importante que se preciara. En este caso el título fue presentado
a la villa de Cáceres y es en su Archivo Municipal es donde se encuentra
actualmente la copia del título que acredita a nuestro paisano como
especialista en esta modalidad médica.
A
partir de aquel instante, Miguel comenzó a estar al servicio de la comunidad.
Puso en práctica todo el conocimiento que poseía en utilizar la “sangría”, de
uso muy común en Arroyo del Puerco hasta bien entrado el siglo XIX, a pesar de
los enormes riesgos que acompañaba a esta práctica y que los efectos curativos
casi nunca se producían. En las sociedades preindustriales se pensaba que la
mayor parte de las enfermedades ocurrían por el exceso de líquido en el cuerpo,
el llamado “humor”. Se creía erróneamente que si se quitaba una gran cantidad
de sangre el enfermo mejoraría.
Dos
eran las formas que tenían los flebotomianos para aplicar la sangría, la
utilización de las sanguijuelas, una práctica que tenía y tiene utilización en
ocasiones recomendables médicamente, y la del corte en el brazo o “venesección”.
Esta última la realizaba Miguel con una pequeña lanceta de unos 3 centímetros
que penetraba en la vena permitiendo a la sangre salir por la herida.
Generalmente la sustracción provocaba la disminución del sistema inmunitario ya
que el cuerpo se veía en la obligación de producir más sangre cuando más débil
se encontraba.
También
comenzó a ser demandado para la extracción de dientes y muelas, una práctica
muy habitual ya que las caries formaban parte de la cotidianidad de la villa.
También las parteras tenían la obligación de llamarlo cuando el parto se
complicaba. Era el barbero-sangrador el que tenía que sacar al niño si ya
estaba muerto en el interior del cuerpo de la madre, o bien el que tenía que
realizar la cesárea post-mortem si la que había muerto era la madre y con la
finalidad de poder salvar al niño.
En
definitiva, una profesión, la de “barbero-sangrador” muy habitual en la Europa
de la Edad Moderna tal y como fue recogido por algunos de los grandes maestros
de la pintura de género del Barroco (Theodoor Rombouts o Van Honthorst) y que
en Extremadura se llegaron a contabilizar 253 cuando finalizaba el siglo XVIII.
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Theodoor Rombouts |
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Gerard Van Honthorst |