Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de la Luz
Agustín García Berenguer, maestro herrador |
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Sede del Museo de la Veterinaria. |
El pasado 23 de febrero y acompañado de mi esposa tuve el
honor de participar, invitado por el Presidente del Ilustre Colegio Oficial de
Veterinarios de Badajoz (ICOVBA), D. José Marín Sánchez Murillo, al acto de
inauguración oficial del Museo del Colegio de Veterinarios de la Provincia de
Badajoz (MUVET), colección museística que se encuentra situada en la tercera
planta de la sede colegial en la Avenida Santa Marina número 9 de la capital
pacense.
Además del mencionado Presidente del Colegio
Oficial de Veterinarios, estuvieron presentes en el acto D. Guillermo Fernández
Vara, Presidente de la Junta de Extremadura, Doña Cristina Herrera
Santa-Cecilia, Delegada del Gobierno en la región, D. Francisco Javier Fragoso
Martínez, Alcalde de la ciudad de Badajoz, y Don Juan José Badiola Díez,
Presidente del Consejo General de Colegios Veterinarios de España, entre otras
autoridades.
El programa de actos de la jornada se inició a las 17´00 h.
con una conferencia inaugural a cargo de D. José Ángel Calero Carretero,
profesor y arqueólogo. Seguidamente se ofrecieron unas breves palabras de cada
una de las autoridades anteriormente señaladas, una visita guiada de las
instalaciones del museo perfectamente explicadas por D. José Marín y por Doña
Marta Vivas Martín, como responsable de comunicación, y concluyó el acto con un
vino español con el que se brindó por el éxito del nuevo museo de la ciudad.
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Autoridades el día de la inauguración |
De esta forma, el Museo Veterinario de Badajoz abría sus
puertas a la sociedad española en general y extremeña en particular. El museo
cuenta con una colección de más de 500 piezas relacionadas con esta histórica
profesión y que han sido donadas por distintos colectivos relacionados con esta
actividad, veterinarios, herradores y familiares de estos profesionales. Ni que
decir tiene que el MUVET ha sido una gran apuesta en la que se recopila y
conserva en un mismo edificio la cultura de la veterinaria entre generaciones
pasadas, presentes y futuras. Con una clara orientación didáctica muy
interesante para alumnos de Primaria, ESO y Bachillerato, en el recorrido se
descubre, por ejemplo, a los primeros sanadores de la historia en Oriente,
Egipto y el Mundo Clásico. También se dan a conocer los primeros albéitares
(veterinarios) con el surgimiento del pensamiento científico y las primeras
Escuelas de Veterinaria entre los siglos XVIII y XIX. De la misma forma, por
sus paneles también aparece la extremeña María Cerrato Rodríguez, la primera
veterinaria de España, tercera de Europa y que dio la bienvenida al siglo XX.
En resumen, un apasionante viaje en la que se descubren
todos los entresijos de esta profesión centenaria. No obstante, para mi familia,
y espero que también para Arroyo de la Luz, lo más significativo ha sido poder colaborar
con el Museo de Badajoz al que hemos donado distintas herramientas para su
exposición permanente, utensilios todos que fueron propiedad de mi padre
(yunques, tenazas, pujavantes, escofinas, y herraduras, entre otros
instrumentos). La explicación, ya perenne en el museo de este profesional, se
encuentra, además, en un panel que recuerda a los visitantes la importancia que
la profesión de herrador tuvo para la veterinaria a lo largo de la historia y
en el que reza lo siguiente:
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Cartela Museo de la Veterinaria |
“Agustín García Berenguer, Villa del
Rey, Cáceres, 1929. Comenzó su carrera profesional como ayudante del
veterinario de Navas del Madroño con quien aprendió a herrar. En 1947 se
trasladó a Arroyo de la Luz (Cáceres) y comenzó a trabajar con los maestros
herradores “Jincaclavo” y Avelino, fundando, en 1954, su propio negocio. Su
destreza y visión empresarial le llevaron a fabricar herraduras a nivel
industrial, y muy pronto éstas comenzaron a venderse por todo el país. Se
jubiló en 1994 pero nunca abandonó su dedicación artesanal, fabricando herraduras
y colocándolas en los caballos cuando se acercaba la fecha grande de su
localidad adoptiva, el Día de la Luz. Agustín García Berenguer, maestro
herrador, falleció en Arroyo de la Luz en octubre de 2014. La colección de
herramientas y herraduras que está contemplando ha sido donada por su familia”.
Efectivamente, el maestro
Agustín García Berenguer nació en la pequeña población cacereña de Villa del
Rey el 8 de marzo del año 1929. Fue el más pequeño de una humilde familia
numerosa de siete hermanos. Siendo un niño, con únicamente 11 años, tuvo que
abandonar la escuela ya que su padre, mi abuelo, sufrió una gravísima
enfermedad que le postró en una cama de la que ya nunca volvió a salir. Desde
ese mismo instante tuvo que ponerse a trabajar en lo que pudo (cuidado de
cerdos y ovejas de los potentados de la comarca), y así poder ayudar en el
sustento familiar, al igual que hicieron el resto de sus hermanos, aunque todos
ellos eran mayores que él. Como resultaba evidente que en su pueblo de nacimiento
no había prácticamente trabajo que pudiera garantizar un futuro laboral, su
madre le encontró en 1942, y poco antes de fallecer su padre, un empleo como ayudante
del veterinario en la localidad próxima de Navas del Madroño.
Con este profesional, llamado D. Pablo, estuvo trabajando en un
principio exclusivamente por comida y fonda y posteriormente recibiendo un
pequeño jornal que enviaba casi en su totalidad a su madre, que estando viuda
se encontraba, como un sinfín de mujeres de aquellos años, en el más absoluto
desamparo por parte del Estado franquista. Con este veterinario permaneció hasta
octubre del año 1946, momento de su fallecimiento. Con don Pablo aprendió no
solo a herrar, una práctica que entonces dominaban todos los veterinarios españoles,
también se adiestró en la forja de la herradura, subido a un cajón para poder
alcanzar al yunque dada su corta estatura ya que no era más que un niño. También
aprendió el resto de conocimientos de esta profesión como fue castrar animales,
una especialidad que mantuvo a lo largo de toda su vida y con enorme éxito.
En noviembre de 1947, una
vez que había fallecido este veterinario, en un día lluvioso, y una vez que todos sus hermanos también habían emigrado
de Villa del Rey, se desplazó hasta Arroyo de la Luz. La única pertenencia que
portaba en aquel instante fue una pequeña maleta de tabla con algo de ropa
recién lavada que le había entregado mi abuela Eugenia. En nuestra localidad
comenzó a trabajar con un nuevo maestro herrador, “Jincaclavo”, apelativo que incluso mi padre recogió unos años más
tarde, y una vez que quedó desligado de este profesional. El maestro “Jincaclavo”, que era como se le conocía
en Arroyo, también era hijo de un veterinario y originario de Brozas, fue
probablemente el herrador mejor considerado en la localidad arroyana durante la
década de los cuarenta del siglo XX. Con él mejoró la técnica del herraje y
aumentó sus conocimientos en veterinaria.
Fue durante este tiempo
cuando conoció a la que iba a ser su compañera de viaje durante toda su vida,
la arroyana Agripina Carrero, mi madre, otra joven también de familia muy
humilde que por entonces se encontraba trabajando, “sirviendo”, en el domicilio
de Dominica Molano Narciso y de Juan
Luis Cordero Gómez, escritor, poeta y secretario del Ayuntamiento arroyano,
familia de la que siempre he escuchado buenas palabras en mi casa. Con el
maestro “Jincaclavo” estuvo
trabajando mi padre hasta que falleció. La hora del servicio militar que
realizó en Madrid pudo trastocar todos sus planes en la profesión de herrador
porque una vez concluido el servicio a la Patria, y al igual que estaban
realizando numerosos extremeños de aquellos años, marchó a Vitoria donde
comenzó a trabajar en una fábrica de fundición. Este trabajo en absoluto le
convenció por lo que, de acuerdo con la que ya era su esposa, deciden deshacer
el camino andado y en marzo de 1953 regresan, junto con una pequeña niña rubita
y de ojos azules, mi hermana Eugenia, hasta Arroyo de la Luz para iniciar una
nueva vida, ya definitiva, porque nunca más ni él ni mi madre saldrían de su
pueblo.
Década de los cincuenta. Con el maestro Avelino |
Los inicios en esta nueva
aventura fueron terribles, los tres tuvieron que arrendar una casa de la calle
Castillo. Una vivienda sin luz eléctrica, sin comodidad alguna y que, además,
tenían que compartir con otros moradores, entonces una práctica muy habitual en
nuestra localidad. No obstante, en esta nueva etapa encontró la ayuda de un
tercer maestro herrador con el que siguió formándose algo más de un año,
Avelino “El Churrero” y con el que
terminó por conocer todos los entresijos de este oficio. El maestro Avelino fue
el último profesional para el que trabajó en Arroyo de la Luz ya que en
septiembre de 1954, y en connivencia con su esposa, decidió montar su propio
negocio, su propia herrería, concretamente un local que tuvo alquilado en la
calle Franco, hoy Derechos Humanos.
En este taller comenzó a
tener una clientela cada vez más amplia y que se incrementó notablemente cuando
decidió trasladar el oficio a un nuevo recinto, mucho más cercano a la zona
donde vivían piconeros y “pelucos”,
colectivos que conformaban el grueso de los que pasaron por el último y el que
sería definitivo taller de herraje y herraduras de Arroyo de la Luz.
Efectivamente, el 15 de enero de 1956, montó su negocio, primero alquilando el
local por 60 pesetas mensuales, y años más tarde comprándoselo a sus dueños, en
la calle Escuelas Graduadas, un taller al que quiso con toda su alma y del que
durante sus últimos años de vida prácticamente no salía.
Que la economía familiar
comenzó a mejorar resultó una evidencia. En el nuevo taller contrató al señor
Julián “Monso”, recientemente
fallecido y al que mi padre siempre tuvo en gran estima. Con él tuvo que
realizar el primer gran encargo que recibió en ese taller, la elaboración de
mil chapas que le fueron encargadas desde Zarza la Mayor para el herraje de
vacas, algo que era menos corriente en Arroyo de la Luz. De la misma forma, con
gran esfuerzo económico, y siempre con la ayuda inestimable de mi madre, en
pocos años pudieron ahorrar el dinero suficiente para poder comprar por 28.500
pesetas a Germán Solano, y el día de reyes de 1960, lo que fue la primera de
sus dos viviendas en el pueblo. Primer domicilio familiar en la calle
Castillejos 33 en la que, por ejemplo, nació el que suscribe estas líneas.
Durante una década
aproximadamente tuvo que competir con otros cinco maestros herradores de la
localidad. Además del maestro Avelino se encontraban también trabajando como
herradores arroyanos, Eugenio “El Pardal”,
Gregorio Magro, el maestro Corominas, primo hermano de mi madre, y el maestro “Natalio”. No obstante, su gran destreza
demostrada a lo largo de toda su vida, y el inicio de una emigración implacable
de agricultores arroyanos a otras regiones españolas y a otros países europeos,
que hizo que no hubiese trabajo para todos estos profesionales, provocó también
en ellos una paulatina marcha de la localidad, o bien el abandono de esta
profesión por parte de todos sus competidores.
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Año 1965. Eugenia y Javier con sus padres. |
Agustín García, Agripina Carrero y su hijo Javier en 1966 |
Década de los setenta. Modernización |
Tanto es así, que desde
1966 quedó como el único maestro herrador en Arroyo de la Luz. Desde ese
instante, herraje y veterinaria fueron el sustento vital de Agustín García
Berenguer. No obstante, a pesar de ser ya el único herrador de Arroyo de la Luz,
muy pronto la clientela local resultó insuficiente para un sustento familiar
digno, por lo que no tuvo más remedio que comenzar a herrar en los pueblos
cercanos, primero en Aliseda localidad a la que se acercaba los sábados y los
lunes, y posteriormente en Navas del Madroño a los que se desplazaba un día por
semana, pequeñas localidades extremeñas que debido también a la emigración se
habían quedado desamparados de estos profesionales.
En plena faena. Principio de los setenta. |
De cualquier forma, su
visión empresarial provocó que no se conformara con el herraje sino que a
principios de la década de los setenta decidió montar un negocio que le fue
enormemente fructífero desde el punto de vista económico para su familia de
mujer y cuatro hijos, la fabricación de herraduras a nivel industrial con la
ayuda de un horno de fuel-oil. Desde su taller y durante dos décadas, salieron
toneladas de herraduras que fueron vendidas por casi todas las regiones
españolas, teniendo la necesidad de contratar obreros arroyanos que le ayudaran
en la tarea, empleados como Luis “El
Pinto” o Juanito, entre otros muchos. Su firma empresarial a partir de
entonces comenzó a ser reconocida por decenas de profesionales y los pedidos de
miles de herraduras fue una cotidianidad para sus dos hijos que aún quedábamos
en el domicilio, y que colaboraron en su facturación.
Jesús García aprendiendo el oficio |
Mi hermano Jesús, que
también le ayudaba en el herraje de caballos y mulos, trabajó muy duro
cortando, según tamaño, barras de hierro para fabricar las herraduras. Yo, en
cambio, fui incapaz de aprender nada que tuviese que ver con el herraje, me limitaba a “facturar” los miles de kilos de herraduras que salían del horno y
que llevaba casi diariamente a la estación de RENFE en la capital cacereña,
material que trasladaba en el primer coche que mi padre pudo comprar, un Renault
4. También me encargaba todos los meses del “papeleo” en relación con las
facturas y las “letras de cambio” que presentaba para su cobro en el Banco
Hispano Americano después de rellenarlas en una máquina de escribir Olivetti
Lettera 32.
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Agustín García con su primer coche |
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Ficha para Renfe |
No obstante, a pesar que
sus hijos estaban involucrados y muy cercanos en su trabajo cotidiano, mi padre
jamás quiso que ninguno de sus vástagos se dedicaran a esta profesión, sino que
estudiáramos en la universidad, como así sucedió con los dos que aún
permanecíamos en el domicilio familiar, estudios que él nunca pudo realizar y
que lamentó profundamente a lo largo de toda su vida. Aunque se jubiló
únicamente “de lo oficial” en 1994, Agustín García nunca abandonó el herraje,
sus prácticas veterinarias y, especialmente, su fragua de carbón en la que siguió
día tras día fabricando herraduras artesanales y colocándolas en los caballos
cuando se acercaba la fecha grande de su localidad adoptiva, el Día de la Luz,
tal y como reza el panel del Museo de la Veterinaria de Badajoz y con el que
hemos iniciado este artículo.
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Fragua. Taller Escuelas Graduadas. |
Agustín García Berenguer,
maestro herrador, falleció en Arroyo de la luz el 15 de octubre de 2014. Legó a
sus descendientes una herencia en capital y en propiedades que repartió de
manera equitativa entre sus cuatro hijos. Un caudal hereditario que ni en sus
mejores sueños pudo atisbar cuando con sólo 12 años, en Navas del Madroño,
estaba subido a un cajón de madera, debido a que no alcanzaba, y machacando
unas herraduras sobre un duro yunque. Un cajón que era entonces su única
propiedad material.