Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de la Luz
Colegio de San Sebastian. Año 1956 |
Colegio de Nuestra Señora de los Dolores |
En
poco más de un año, en enero de 2021, Arroyo tendrá una efeméride digna de
celebrarse por todo lo alto. Una institución señera de nuestra historia local
conmemorará 100 años de vida. Y que algo perdure todo un siglo dice mucho de
esa fundación y de todas las personas que a lo largo de estos 100 años lo han
hecho posible: el Colegio de Nuestra Señora de los Dolores, una escuela que no
siempre se denominó así, y que no siempre ha estado ubicada en el espacio que
hoy día ocupa.
Realizar
un estudio de las vicisitudes por las que ha pasado este colegio, en estos 100
años de vida es rememorar al mismo tiempo la historia de nuestro pueblo durante
este último siglo. Porque la verdad, y a pesar de algunos instantes, que por
diversas causas la escuela de las religiosas arroyanas pasó por momentos
críticos, el “colegio de las monjas”, que es la denominación por el que era más
conocido en nuestra población, y Arroyo del Puerco o de la Luz han caminado al
unísono a lo largo de esta historia ya casi centenaria.
Nos
encontramos en los instantes finales del año 1920, reinaba en España Alfonso
XIII y era alcalde de la villa desde hacía muy pocos meses Lucio Javato Bravo,
un alcalde que había tomado el bastón de mando del que prácticamente había sido
hasta entonces omnipresente regidor perpetuo en la villa en lo que llevábamos
de siglo XX: Germán Petit Ulloa. El único párroco de la localidad era Sebastián
Díaz, entonces solamente existía en la villa una parroquia, la de la Asunción,
ya que tanto San Sebastián como San Antón todavía no tenían esta consideración,
y únicamente eran consideradas como ermitas. No obstante, para la ayuda del
sacerdote titular también disponía el pueblo de dos coadjutores llamados Luis
Saiz y Juan Díaz.
Fue
el cura párroco Sebastián Díaz el que finalizando el año 1920 decidió solicitar
a la Madre Dolores Pujalte, Superiora en Madrid, la posibilidad del envío de
varias monjas que pudieran ayudarle en la labor pastoral para la localidad, así
como poder fundar un colegio de niños pequeños o párvulos. Para conseguir la
llegada de las religiosas, el sacerdote había ofrecido en su escrito a la
congregación de Madrid una pequeña vivienda para las hermanas, tres aulas para
impartir la docencia y todas las dependencias anejas con su patio que se
encontraban justo al lado de la ermita de San Sebastián, un espacio que ya
había servido de estancia provisional para los monjes franciscanos allá por el
siglo XVI, y antes que concluyeran las obras del conventual.
Parece
ser que la Madre Superiora no era partidaria en aquellos instantes de abrir
nuevas fundaciones en la diócesis de Coria, que era a la que pertenecíamos. No
obstante, se dio la circunstancia que en esos meses finales de 1920 la
congregación había decidido cerrar el establecimiento que tenían abierto en
Navas del Madroño, por lo que se optó por trasladar toda la fundación con
enseres, muebles y religiosas hasta nuestra localidad. De esta forma, el 18 de
enero de 1921 arribaron a la localidad 5 monjas, las pioneras de otras muchas
que a lo largo del siglo conformaron las Hermanas de la Caridad del Sagrado
Corazón de Jesús. Fueron las fundadoras, la Superiora Madre Fernanda Granda
Muñoz, y las hermanas Asunción Cordero, Herminia Gómez, Benita Alonso y
Cayetana Martín.
La
casa donde se instalaron era realmente pobre y reducida, además había que
hacerle algunas reformas de albañilería para que aquello quedara presentable.
La iglesia, en cambio, era suficiente para las necesidades del colegio. Delante
de la misma existía una plazuela suficientemente holgada, y además disponían de
un patio de regulares dimensiones con una reducida huerta en un rincón y una
pequeña granja para aves y conejos. También tenía un pozo que daba agua
suficiente para las labores de higiene y limpieza del espacio, porque para
beber el agua se tenía que traer en carretilla y cántaros de alguno de los
pozos que el pueblo tenía como habituales para este menester.
Pocos
días después, el 30 de enero de 1921 con la autorización del obispado se
festejó con toda solemnidad la fundación religiosa. Como no podía ser de otra
forma, el acto central fue la celebración de la eucaristía oficiada por el
párroco de la localidad y con la asistencia de todas las autoridades locales.
En el acto también estuvo presente la Madre Superiora que había llegado desde
Madrid, María Dolores Pujalte y la Secretaria General de la Orden, Remedios
Letrilla.
Autorización inicial 17 de marzo de 1921 |
Con
la puesta en marcha de la congregación ya lo único que faltaba era la
autorización del Rector de la Universidad de Salamanca, entonces la provincia
estaba adscrita a esta institución, para poder impartir clases de Primera
Enseñanza en la escuela privada. No tardó mucho en pronunciarse este organismo
ya que el 17 de marzo de ese mismo año de 1921 se recibió el oficio que
autorizaba la impartición de las clases de manera ordinaria, nombrando a Sor
Hermelinda Simón como la primera directora de la nueva escuela local.
Curso de 1921.Los pioneros. |
Pocos
días más tarde, en el mes de abril, la escuela del Colegio de San Sebastián de
las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, que fue su primitivo nombre, comenzó
a llenarse de párvulos. Con una inicial matrícula de 120 alumnos las aulas se
llenaron de vida, unas clases a las que, no obstante, le faltaron numerosos
recursos pedagógicos. Antonia Sanguino, Saturnina Niso, María Bello, Tarsila
Salado, Segunda Fuentes y Amelia Bonilla fueron las primeras alumnas arroyanas
en matricularse en la nueva escuela de San Sebastián.
El
Ayuntamiento se comprometió desde ese mismo curso académico a subvencionar con
una cantidad fija las clases de los párvulos, cifra que estuvo abonando de
manera ininterrumpida y sin contratiempo alguno hasta la llegada de la
República, momento en el que algunos de los concejales de aquellas nuevas
corporaciones comenzaron a poner en cuestión el pago que se hacía al colegio de
las monjas. No obstante, y a pesar de las críticas de algunos regidores, la
subvención se siguió otorgando al colegio sin mayores problemas hasta el mes de
marzo de 1936 en que se suspendió durante varios meses, concretamente hasta el
mes de septiembre de ese mismo año en que volvieron a retornar los pagos
municipales.
En
esta primera década, el principal objetivo de las religiosas fue tratar de
hacer viable económicamente el nuevo colegio, una situación que no les resultó
en absoluto fácil. El mismo obispo de la diócesis, Pedro Segura Sáez, un
burgalés que llevaba al frente de la diócesis desde 1920, y que les visitó el
año de la fundación escolar fue consciente de lo precario que resultaban
aquellas estancias. No obstante, fue durante esta misma década cuando apareció
la gran mecenas del centro, una señora que tendrá un gran protagonismo en la
consolidación de este colegio, Dolores Millán Petit, que ese mismo año se
comprometió ante este obispo al pago de las reparaciones que se tuvieran que
realizar en la iglesia, en las aulas e incluso en la casa que albergaba a las
religiosas.
Al
margen de esta eventualidad, los problemas económicos siguieron manifestándose
como el inconveniente más grave en el funcionamiento cotidiano de la
institución. El número de escolares seguía aumentando y la escasez monetaria
era una realidad casi cotidiana. En alguna ocasión el nuevo párroco de la
Asunción, don Jenaro, por fallecimiento por pulmonía del anterior, se acercaba
a los domicilios de las familias adineradas de la localidad a los que
solicitaba una ayuda económica que paliara la situación en aquel instante.
Aquello no dejaba de ser una situación incómoda ya que resolvía exclusivamente
las carencias en un momento concreto.
De
nuevo fue Dolores Millán la que desde 1927, y un domingo de cuaresma, decidió
terminar con la precariedad que sufría el centro educativo. Aquella jornada,
cuando toda la Congregación caminaba en procesión en dirección a la ermita de
la Virgen de la Luz se cruzó con un automóvil, de los pocos que entonces
existían en la villa, y que se detuvo frente a las caminantes. Era Dolores
Millán que desde el automóvil les informó que al margen de cualquier otra
subvención con la que contase el colegio, ella les entregaría por curso la
cantidad de 500 pesetas para sufragar el gasto de los alumnos de plaza gratuita,
y que cada vez eran más.
No
fue esta la última contribución de esta mecenas a lo largo de esta primera
década, ya que un año después, en el verano de 1928, Dolores Millán se presentó
en Madrid para conversar con Luisa Pujalte, entonces Superiora General de la Congregación,
a la que ofreció un salón extenso del que disponía en su casa-palacio (hoy otro
patrimonio perdido y olvidado que se encontraba al final de la que ya se
denominaba calle Germán Petit e inmediato a la calle San Blas), para que fuese
este espacio en el que también se impartiesen las clases especialmente para los
niños que residían en esta zona (Cruces y Convento, sobre todo). Y es que el
número de alumnos superaba ya los 300
escolares y era imposible que todos estuviesen en las aulas de San Sebastián
que se habían quedado insuficientes.
En
el nuevo aulario comenzaron las clases un buen número de arroyanos. Este
espacio estuvo abierto a estos escolares hasta principios de los años treinta
en que se trasladó esta clase, y abriendo incluso otra más, a otro de los
palacios que Dolores Millán tenía en el pueblo, que aunque más pequeño estaba
mejor situado porque se encontraba justo en frente de la iglesia de la Asunción,
en la misma calle Germán Petit pero en el número 51; es decir, el otro extremo
de esa misma rúa. O lo que es lo mismo, en el lugar que actualmente ocupa el
actual colegio se abrieron dos nuevas aulas que complementaban por
insuficientes las tres que existían en San Sebastián y que serán, por
consiguiente, la “avanzadilla” del colegio definitivo que se abrió en la década
de los sesenta.
Con
la apertura de las nuevas aulas, las monjas comenzaron a visibilizarse en la
población mucho más de lo que anteriormente había sucedido. Ahora, diariamente,
varias de ellas tenían que trasladarse desde San Sebastián por la calle
Corredera en dirección al aulario de la calle de Germán Petit para impartir su
docencia. Todavía son varias las arroyanas que recuerdan a las hermanas con sus
capas hasta los pies y sus velos negros sobre las capuchas almidonadas, en un
andar silencioso y pausado en dirección a su trabajo.
Las
religiosas del Sagrado Corazón se integraron generalmente bien con el resto de
la comunidad local. Su labor educativa era apreciada por un número elevado de
arroyanos, las cifras de escolares así lo atestiguaban. No obstante, no
faltaron momentos de gran zozobra para la comunidad de religiosas, sucesos en
los que se vieron envueltas y que se localizan cronológicamente en los años
previos a la Guerra Civil. Uno de estos episodios, que pudo tener peores
consecuencias, sucedió la noche del 18 de octubre de 1934 cuando la hermana
Prieto se presentó en el cuartel de la Guardia Civil para denunciar que la
anterior madrugada alguien había lanzado por el patio del corral del convento
(callejina del Reloj) dos cartuchos de dinamita con una larga mecha de medio
metro que se encontraba sin explotar en medio del mismo. Una semana más tarde
también aparecieron en distintas partes del pueblo diversos pasquines en los
que se podía leer, entre otros escritos que se consideraron subversivos, “abajo
el clero”.
No
dejaban de ser actitudes que trataban de amedrentar a las religiosas, no tanto
por su labor educativa, si no por lo que había representado la institución
eclesiástica a lo largo de toda la historia en nuestro país. Fue en este
contexto, donde se inscribió otro suceso que trajo irreparables consecuencias
para el patrimonio histórico de nuestra localidad. Algún desalmado no tuvo otra
“feliz idea” que una noche de octubre de 1934 destruir la Cruz de Córdoba, una
manifestación artística realizada en granito cilíndrico, fina y elegante de
algo más de dos metros de altura y que se encontraba sobre un peñasco granítico
justo al lado del camino que nos lleva hasta el Santuario de la Virgen de la
Luz. El autor del sacrilegio y del atentado contra el patrimonio cultural del
pueblo nunca fue detenido.
No
fueron, por consiguiente, años agradables para la comunidad de religiosas, y
mucho más cuando se conoció la muerte en la capital cacereña de la que había
sido su protectora durante todos estos ejercicios. Efectivamente, el 21 de
julio de 1934 se produjo el fallecimiento de Dolores Millán Petit. Parecía que
el colegio podía quedar huérfano. Nada de ello ocurrió porque el testigo de la
gran mecenas anterior lo ocuparon dos de sus sobrinas, María Joaquina y
Asunción Millán Viniegra, aunque, como veremos, especialmente esta última.
Matrícula escolar en la década de los cuarenta |
Con
el final de la Guerra Civil y durante toda la década de los cuarenta, el
Colegio de San Sebastián en sus dos espacios quedó ya completamente asentado en
la localidad. Con la ayuda económica de las nuevas corporaciones locales, y con
la nueva visión que el propio Estado otorgó a la institución eclesiástica
(Nacional-Catolicismo), el número de escolares no dejó de crecer en todos estos
años. Incluso desde 1938 el colegio llegó a abrir una clase nocturna para
mujeres adultas. Unas enseñanzas que tuvieron buen resultado en cuanto al
número de alumnas y que estuvieron centradas, más que en lo académico y de
cultura general, en las labores de arte, pintura y corte y confección, una
práctica que tendrá gran acogida una vez que el colegio se trasladó de manera
definitiva en la década de los sesenta al espacio que hoy ocupa.
Programa de festival infantil. Década de los cuarenta. |
Fueron
años de continuas sesiones de ejercicios espirituales en los que durante tres,
cuatro o cinco días, las alumnas de la mañana y de la noche, en número que en
ocasiones superaban el centenar, celebraban estas prácticas de reafirmación
cristiana. Ahora aparecen nuevos nombres de escolares en esta década de los
cuarenta entre los que citaremos a Ramoni Carrero, Josefina González, Marina
Salgado, Juanita Sánchez, Adela Tejado o María Carrero.
De
la misma forma, eran continuas las labores que el colegio realizaba y que hoy
llamaríamos extraescolares. Efectivamente, las actividades de representación
escénica fueron siempre una constante de este colegio, teatros y festivales que
gozaron continuamente de gran predicamento entre profesoras, alumnas y padres y
madres que esperaban con ansiedad el día de la puesta en escena de aquello que
habían estado ensayando durante muchas semanas.
A
pesar que todo parecía marchar viento en popa, aunque nunca faltaron los
problemas económicos que solventaran las numerosas actividades que el colegio
siempre tenían en marcha, en la década de los cincuenta se presentó para las
religiosas una grave contrariedad al que tuvieron que dar solución más pronto
que tarde. En el año 1957 el nuevo obispo de la diócesis Manuel Llopis Ivorra
(con v, por favor) procedió a segregar la única parroquia que existía en la
villa. De esta forma, aparecerán dos feligresías nuevas en la localidad, la de
San Sebastián y la de San Antón. Parroquias que tendrían dos nuevos sacerdotes.
A la parroquia de San Sebastián, que era también sede del colegio, llegó don
Félix Sánchez el 30 de enero de 1959. Este sacerdote muy pronto afirmó que su
intención era ocupar las dependencias anejas a la parroquia, una parte para su
propia vivienda y los otros lugares los utilizaría como espacios de reuniones,
catequesis y prácticas deportivas. Resultaba evidente que la institución tenía
una nueva papeleta para resolver.
Las
hermanas comenzaron a buscar otro espacio en el que ubicar el colegio, porque
la marcha de las religiosas de Arroyo fue lo único que quedó completamente
descartado desde el primer instante por el obispo valenciano. La Superiora del
colegio en aquel momento, Madre Catalina García, decidió lanzarse a la compra
de un huerto de algo más de mil doscientos metros cuadrados con la pretensión
de edificar un colegio completamente nuevo. La compra llegó a realizarse en
marzo de 1960 y tuvo un montante económico de 100.000 pesetas, una cantidad que
fue abonada por la que se convirtió en la segunda gran mecenas de la
institución religiosa, Asunción Millán Viniegra. De la misma forma, otras
personas adineradas ofrecieron a las religiosas pequeñas cantidades de dinero
para cuando el colegio se edificara en su totalidad.
Un
arquitecto, concretamente un hijo de Asunción Millán, llegó a realizar el
proyecto de construcción, pero el montante global de la obra se disparaba hasta
los cuatro millones de pesetas. Era una cantidad inasumible para la
institución, por lo que tuvieron que desistir en el empeño de construir un
colegio completamente nuevo. La desazón comenzaba a afligir a toda la comunidad
religiosa. Fue en este momento cuando se valoró la posibilidad de donar el
palacio, donde venían impartiendo algunas clases desde los años treinta,
propiedad de las hermanas Millán Viniegra y así acabar con la preocupación que
embargaba a las religiosas. Todo fue más fácil cuando María Joaquina ingresó en
un convento carmelita andaluz y Asunción quedó como única propietaria del
inmueble.
De
esta forma, Asunción sería la exclusiva donante del edificio y así se lo hizo
saber a las religiosas desde finales de 1960. De cualquier forma, los trámites
administrativos todavía llevaron un período extenso de tiempo, concretamente
tres largos años, porque además había que buscar un nuevo espacio para algunas
oficinas del juzgado que también se encontraban en esta casa-palacio. En ese
intervalo, las religiosas decidieron comprar una pequeña parcela que estaba
colindante a la casa-palacio y cuya misión sería la de proporcionar un gran
patio de luz en el costado izquierdo del futuro colegio.
Escritura de donación de Doña Asunción Millán. |
Pasado
los tres años, concretamente el 10 de agosto de 1963 se formalizó notarialmente
la donación a la congregación del edificio que actualmente ocupa el colegio.
Asunción Millán, como nueva mecenas y donante, únicamente solicitó como
condición para la entrega que en recuerdo permanente de su tía, Dolores Millán,
el centro educativo cambiase el nombre de San Sebastián por el de Nuestra
Señora de los Dolores, una petición que, como no podía ser de otra forma, fue
aceptada sin ningún tipo de reparos por las religiosas.
En
diciembre de ese mismo año, la nueva Madre Superiora, Teresa Cifuentes, realizó
una nueva compra, otra pequeña parcelita que se añadió a la que anteriormente
se había comprado, por lo que las dos juntas se añadieron a la nueva propiedad.
Por otro lado, el Ayuntamiento, entonces dirigido por Julián Olgado Macías,
exigió que el escudo heráldico que adornaba el palacio fuese respetado en su
integridad, un acierto de este alcalde ya que este escudo de la casa Benavente
es una de las grandes señas de identidad de nuestra localidad.
A
partir de ese instante, ya únicamente quedaba realizar todas las oportunas
transformaciones para lograr de aquel espacio un colegio que se adaptase a las
nuevas circunstancias. La reforma fue dirigida por el ingeniero Vicente Muñoz
Pomar que presentó una vivienda acogedora para las hermanas, una capilla
relativamente amplia, cinco aulas escolares y toda una serie de dependencias
complementarias. El montante global de adaptación y remodelación ascendió a
800.000 pesetas. Una parte de las mismas se obtuvieron de la donación que
otorgó el Ministerio de Educación y Ciencia por la creación de nuevos puestos
escolares (229.000 pesetas); y otra cantidad importante se obtuvo de la venta
de aquel huerto en el que se pensó construir el colegio y que nunca llegó a ver
la luz. Con todo ello, lo más significativo fue que lo puramente económico dejó
de ser un problema acuciante para la Congregación.
Colegio de San Sebastian. Año 1956 |
De
esta forma, durante el curso 1964-65 lo que hasta entonces había sido Colegio
de San Sebastián se convirtió en iglesia parroquial con ese mismo nombre, por
lo que la nueva denominación de la institución sería Colegio Nuestra Señora de
los Dolores. Fue el 10 de agosto de 1964 cuando el centro fue bendecido de
manera oficial y con una ceremonia que fue celebrada por el párroco titular de
la iglesia de la Asunción, Ciriaco Fuentes Baquero.
Algunas monjas del Colegio |
Las
religiosas que iniciaron la nueva andadura en este nuevo espacio fueron Madre
Teresa Cifuentes, y las hermanas Victoriana Prieto, Carmen Rodríguez Simón, Leticia
Montero Boo y Francisca Alcolado. Y muy poco después, aunque se marchó muy
pronto, la hermana Gregoria Simón Susaño. De todas ellas, por la trascendencia
en la localidad habría que resaltar a Carmen Rodríguez Simón, nacida el 29 de
enero de 1910 en Guamil (Orense) que llegó a Arroyo con solo 26 años y que
estuvo otros 42 en la congregación; es decir, toda una vida en Arroyo. También
muy conocida por su contacto intenso con sus alumnas fue la hermana Leticia
Montero Boo, nacida en la misma localidad orensana que la anterior un 1 de
abril de 1925, llegó a Arroyo el 14 de septiembre de 1961 procedente de
Navahermosa, estando algo más de 22 años en Arroyo. Falleció el 2 de agosto de
1985.
Echó
a andar el flamante y nuevo colegio aquel curso, que muy pronto, en el mes de
noviembre de 1964 se amplió para impartir enseñanzas de capacitación industrial
de corte y confección de prendas de vestir con destino al comercio. Fue la
Madre Teresa Cifuentes la que solicitó al Ministerio de Trabajo la oportuna
autorización para impartir estas clases. No tardó un delegado provincial en
llegar a Arroyo para ver las posibles instalaciones antes de dar el visto bueno
definitivo. De esta forma, un 20 de noviembre de 1964 se recibió la oportuna
autorización y aprobación para establecer en el colegio esta modalidad
profesional mediante un examen de capacitación de todas las solicitantes.
Muchas fueron las arroyanas que comenzaron este curso sobre el que siempre
estuvo muy atenta la hermana Montero.
Clase de costura. Década de los sesenta. |
Curso 1968-69. Refajos y mantones bordados en el colegio. |
Comunidad. Curso 1964-1965 |
Generación de 1964 en traje de deporte. |
Generación del 64. Con traje reglamentario. |
Curso de niños. Actual colegio. Mediados década de los sesenta. |
Los
años discurren, las leyes educativas cambian y el colegio en la década de los
setenta tiene que adaptarse a la nueva Ley de Educación, la que implantó la
EGB. El número de alumnos y alumnas no paraba de crecer, y las hermanas se
vieron completamente insuficientes para poder impartir las nuevas enseñanzas
que demandaba dicha norma legislativa. El colegio muy pronto se hizo
completamente mixto, aunque siempre tuvo niños en sus aulas, éstos hasta pocos
años antes abandonaban el centro una vez que realizaban la primera comunión.
Clase de los setenta. Aulas mixtas. |
El
incremento del número de alumnos hizo necesaria la incorporación de profesores
seglares, una práctica que ya no se detendrá y que será lo habitual hasta la
actualidad. Es entonces cuando encontramos una nueva hornada de nuevas alumnas,
muchas de ellas las hijas de las que nombramos en décadas anteriores. Nombres
como María Jesús Sánchez, Ángeles Carrero, Inmaculada Salomón, María del Mar
Gubert o María del Carmen Higuero, entre otras muchas.
Grupo de profesoras, monjas y seglares. |
Fue
también durante estos años, y gracias a esta misma Ley educativa, lo que
posibilitó que se impartiera en el centro religioso la Formación Profesional de
primer grado, unos estudios muy importantes para la localidad ya que entonces
era el único colegio de la población donde podía estudiarse este tipo de
enseñanzas. Se trataba de unos estudios alternativos al Bachillerato Unificado Polivalente,
estudios de BUP que se impartía en exclusividad en el Instituto Luis de
Morales, centro en el que acabaron y acaban la mayor parte del alumnado que
pasa por el colegio.
Generación del 62. Fin de la EGB. Año 1976. |
Obispo, párrocos, alcalde y fuerzas vivas de la localidad. Principios de los 70. |
Corpus 1970 |
Curso 1983-84. Alumnos de 2º F.P. |
Durante
el curso 1983-84 la Congregación dio un paso más en el proceso de crecimiento
de la institución educativa. Durante ese periodo se produjo la compra del
llamado Huerto Plata. La finalidad de esa adquisición era lograr de ese
espacio, y a pesar de la distancia que existe hasta el centro educativo, un
lugar para el recreo y especialmente como campo atlético. Para ello tuvieron
que realizarse a lo largo del año 1985 las obras de pavimentación de una
primera cancha deportiva, un patio que se estrenó el día 5 de mayo, primer
domingo de ese mes y que sirvió como homenaje a todas las madres.
Curso 1984-85. La comunidad. |
En
la actualidad, el colegio sigue estando muy presente en la vida cotidiana de la
localidad, y no solo como parte de la comunidad educativa arroyana. El Colegio
Nuestra Señora de los Dolores cuenta durante el presente curso con 200
escolares y 17 profesores. Se imparten clases desde Infantil hasta 4º de
Enseñanza Secundaria Obligatoria. También, y por segundo año consecutivo,
tienen una magnífica ludoteca para niños de solo uno y dos años.
En
definitiva, una historia centenaria de una institución ligada a Arroyo y los
arroyanos, complemento fecundo de lo que siempre fueron nuestras magníficas
escuelas públicas de la localidad, y nuestros eternamente recordados maestros
nacionales.
Capilla del actual colegio |
Nota: Este artículo
está dedicado a los miles de escolares arroyanos que a lo largo de este último
siglo pasaron por el “Colegio de las Monjas”.
Mi
agradecimiento sincero hacia la hermana Ana María Calvarro, la profesora Paqui
Mateos y la empleada del centro Vicenta Lucas, sin su ayuda este artículo
hubiese tenido muchas más lagunas.