lunes, 2 de diciembre de 2019

34. EL CRONISTA: "EL COLEGIO DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES. UN SIGLO DE NUESTRA HISTORIA LOCAL"

Por Francisco Javier García Carrero
           Cronista Oficial de Arroyo de la Luz

Colegio de San Sebastian. Año 1956
Colegio de Nuestra Señora de los Dolores

En poco más de un año, en enero de 2021, Arroyo tendrá una efeméride digna de celebrarse por todo lo alto. Una institución señera de nuestra historia local conmemorará 100 años de vida. Y que algo perdure todo un siglo dice mucho de esa fundación y de todas las personas que a lo largo de estos 100 años lo han hecho posible: el Colegio de Nuestra Señora de los Dolores, una escuela que no siempre se denominó así, y que no siempre ha estado ubicada en el espacio que hoy día ocupa.
Realizar un estudio de las vicisitudes por las que ha pasado este colegio, en estos 100 años de vida es rememorar al mismo tiempo la historia de nuestro pueblo durante este último siglo. Porque la verdad, y a pesar de algunos instantes, que por diversas causas la escuela de las religiosas arroyanas pasó por momentos críticos, el “colegio de las monjas”, que es la denominación por el que era más conocido en nuestra población, y Arroyo del Puerco o de la Luz han caminado al unísono a lo largo de esta historia ya casi centenaria.
Nos encontramos en los instantes finales del año 1920, reinaba en España Alfonso XIII y era alcalde de la villa desde hacía muy pocos meses Lucio Javato Bravo, un alcalde que había tomado el bastón de mando del que prácticamente había sido hasta entonces omnipresente regidor perpetuo en la villa en lo que llevábamos de siglo XX: Germán Petit Ulloa. El único párroco de la localidad era Sebastián Díaz, entonces solamente existía en la villa una parroquia, la de la Asunción, ya que tanto San Sebastián como San Antón todavía no tenían esta consideración, y únicamente eran consideradas como ermitas. No obstante, para la ayuda del sacerdote titular también disponía el pueblo de dos coadjutores llamados Luis Saiz y Juan Díaz.
Fue el cura párroco Sebastián Díaz el que finalizando el año 1920 decidió solicitar a la Madre Dolores Pujalte, Superiora en Madrid, la posibilidad del envío de varias monjas que pudieran ayudarle en la labor pastoral para la localidad, así como poder fundar un colegio de niños pequeños o párvulos. Para conseguir la llegada de las religiosas, el sacerdote había ofrecido en su escrito a la congregación de Madrid una pequeña vivienda para las hermanas, tres aulas para impartir la docencia y todas las dependencias anejas con su patio que se encontraban justo al lado de la ermita de San Sebastián, un espacio que ya había servido de estancia provisional para los monjes franciscanos allá por el siglo XVI, y antes que concluyeran las obras del conventual.
Parece ser que la Madre Superiora no era partidaria en aquellos instantes de abrir nuevas fundaciones en la diócesis de Coria, que era a la que pertenecíamos. No obstante, se dio la circunstancia que en esos meses finales de 1920 la congregación había decidido cerrar el establecimiento que tenían abierto en Navas del Madroño, por lo que se optó por trasladar toda la fundación con enseres, muebles y religiosas hasta nuestra localidad. De esta forma, el 18 de enero de 1921 arribaron a la localidad 5 monjas, las pioneras de otras muchas que a lo largo del siglo conformaron las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús. Fueron las fundadoras, la Superiora Madre Fernanda Granda Muñoz, y las hermanas Asunción Cordero, Herminia Gómez, Benita Alonso y Cayetana Martín.
La casa donde se instalaron era realmente pobre y reducida, además había que hacerle algunas reformas de albañilería para que aquello quedara presentable. La iglesia, en cambio, era suficiente para las necesidades del colegio. Delante de la misma existía una plazuela suficientemente holgada, y además disponían de un patio de regulares dimensiones con una reducida huerta en un rincón y una pequeña granja para aves y conejos. También tenía un pozo que daba agua suficiente para las labores de higiene y limpieza del espacio, porque para beber el agua se tenía que traer en carretilla y cántaros de alguno de los pozos que el pueblo tenía como habituales para este menester.
Pocos días después, el 30 de enero de 1921 con la autorización del obispado se festejó con toda solemnidad la fundación religiosa. Como no podía ser de otra forma, el acto central fue la celebración de la eucaristía oficiada por el párroco de la localidad y con la asistencia de todas las autoridades locales. En el acto también estuvo presente la Madre Superiora que había llegado desde Madrid, María Dolores Pujalte y la Secretaria General de la Orden, Remedios Letrilla.
Autorización inicial 17 de marzo de 1921
Con la puesta en marcha de la congregación ya lo único que faltaba era la autorización del Rector de la Universidad de Salamanca, entonces la provincia estaba adscrita a esta institución, para poder impartir clases de Primera Enseñanza en la escuela privada. No tardó mucho en pronunciarse este organismo ya que el 17 de marzo de ese mismo año de 1921 se recibió el oficio que autorizaba la impartición de las clases de manera ordinaria, nombrando a Sor Hermelinda Simón como la primera directora de la nueva escuela local.
Curso de 1921.Los pioneros.
Pocos días más tarde, en el mes de abril, la escuela del Colegio de San Sebastián de las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, que fue su primitivo nombre, comenzó a llenarse de párvulos. Con una inicial matrícula de 120 alumnos las aulas se llenaron de vida, unas clases a las que, no obstante, le faltaron numerosos recursos pedagógicos. Antonia Sanguino, Saturnina Niso, María Bello, Tarsila Salado, Segunda Fuentes y Amelia Bonilla fueron las primeras alumnas arroyanas en matricularse en la nueva escuela de San Sebastián.
El Ayuntamiento se comprometió desde ese mismo curso académico a subvencionar con una cantidad fija las clases de los párvulos, cifra que estuvo abonando de manera ininterrumpida y sin contratiempo alguno hasta la llegada de la República, momento en el que algunos de los concejales de aquellas nuevas corporaciones comenzaron a poner en cuestión el pago que se hacía al colegio de las monjas. No obstante, y a pesar de las críticas de algunos regidores, la subvención se siguió otorgando al colegio sin mayores problemas hasta el mes de marzo de 1936 en que se suspendió durante varios meses, concretamente hasta el mes de septiembre de ese mismo año en que volvieron a retornar los pagos municipales.
En esta primera década, el principal objetivo de las religiosas fue tratar de hacer viable económicamente el nuevo colegio, una situación que no les resultó en absoluto fácil. El mismo obispo de la diócesis, Pedro Segura Sáez, un burgalés que llevaba al frente de la diócesis desde 1920, y que les visitó el año de la fundación escolar fue consciente de lo precario que resultaban aquellas estancias. No obstante, fue durante esta misma década cuando apareció la gran mecenas del centro, una señora que tendrá un gran protagonismo en la consolidación de este colegio, Dolores Millán Petit, que ese mismo año se comprometió ante este obispo al pago de las reparaciones que se tuvieran que realizar en la iglesia, en las aulas e incluso en la casa que albergaba a las religiosas.
Al margen de esta eventualidad, los problemas económicos siguieron manifestándose como el inconveniente más grave en el funcionamiento cotidiano de la institución. El número de escolares seguía aumentando y la escasez monetaria era una realidad casi cotidiana. En alguna ocasión el nuevo párroco de la Asunción, don Jenaro, por fallecimiento por pulmonía del anterior, se acercaba a los domicilios de las familias adineradas de la localidad a los que solicitaba una ayuda económica que paliara la situación en aquel instante. Aquello no dejaba de ser una situación incómoda ya que resolvía exclusivamente las carencias en un momento concreto.
De nuevo fue Dolores Millán la que desde 1927, y un domingo de cuaresma, decidió terminar con la precariedad que sufría el centro educativo. Aquella jornada, cuando toda la Congregación caminaba en procesión en dirección a la ermita de la Virgen de la Luz se cruzó con un automóvil, de los pocos que entonces existían en la villa, y que se detuvo frente a las caminantes. Era Dolores Millán que desde el automóvil les informó que al margen de cualquier otra subvención con la que contase el colegio, ella les entregaría por curso la cantidad de 500 pesetas para sufragar el gasto de los alumnos de plaza gratuita, y que cada vez eran más.
No fue esta la última contribución de esta mecenas a lo largo de esta primera década, ya que un año después, en el verano de 1928, Dolores Millán se presentó en Madrid para conversar con Luisa Pujalte, entonces Superiora General de la Congregación, a la que ofreció un salón extenso del que disponía en su casa-palacio (hoy otro patrimonio perdido y olvidado que se encontraba al final de la que ya se denominaba calle Germán Petit e inmediato a la calle San Blas), para que fuese este espacio en el que también se impartiesen las clases especialmente para los niños que residían en esta zona (Cruces y Convento, sobre todo). Y es que el número de alumnos superaba ya  los 300 escolares y era imposible que todos estuviesen en las aulas de San Sebastián que se habían quedado insuficientes.
En el nuevo aulario comenzaron las clases un buen número de arroyanos. Este espacio estuvo abierto a estos escolares hasta principios de los años treinta en que se trasladó esta clase, y abriendo incluso otra más, a otro de los palacios que Dolores Millán tenía en el pueblo, que aunque más pequeño estaba mejor situado porque se encontraba justo en frente de la iglesia de la Asunción, en la misma calle Germán Petit pero en el número 51; es decir, el otro extremo de esa misma rúa. O lo que es lo mismo, en el lugar que actualmente ocupa el actual colegio se abrieron dos nuevas aulas que complementaban por insuficientes las tres que existían en San Sebastián y que serán, por consiguiente, la “avanzadilla” del colegio definitivo que se abrió en la década de los sesenta.
Con la apertura de las nuevas aulas, las monjas comenzaron a visibilizarse en la población mucho más de lo que anteriormente había sucedido. Ahora, diariamente, varias de ellas tenían que trasladarse desde San Sebastián por la calle Corredera en dirección al aulario de la calle de Germán Petit para impartir su docencia. Todavía son varias las arroyanas que recuerdan a las hermanas con sus capas hasta los pies y sus velos negros sobre las capuchas almidonadas, en un andar silencioso y pausado en dirección a su trabajo.
Las religiosas del Sagrado Corazón se integraron generalmente bien con el resto de la comunidad local. Su labor educativa era apreciada por un número elevado de arroyanos, las cifras de escolares así lo atestiguaban. No obstante, no faltaron momentos de gran zozobra para la comunidad de religiosas, sucesos en los que se vieron envueltas y que se localizan cronológicamente en los años previos a la Guerra Civil. Uno de estos episodios, que pudo tener peores consecuencias, sucedió la noche del 18 de octubre de 1934 cuando la hermana Prieto se presentó en el cuartel de la Guardia Civil para denunciar que la anterior madrugada alguien había lanzado por el patio del corral del convento (callejina del Reloj) dos cartuchos de dinamita con una larga mecha de medio metro que se encontraba sin explotar en medio del mismo. Una semana más tarde también aparecieron en distintas partes del pueblo diversos pasquines en los que se podía leer, entre otros escritos que se consideraron subversivos, “abajo el clero”.
No dejaban de ser actitudes que trataban de amedrentar a las religiosas, no tanto por su labor educativa, si no por lo que había representado la institución eclesiástica a lo largo de toda la historia en nuestro país. Fue en este contexto, donde se inscribió otro suceso que trajo irreparables consecuencias para el patrimonio histórico de nuestra localidad. Algún desalmado no tuvo otra “feliz idea” que una noche de octubre de 1934 destruir la Cruz de Córdoba, una manifestación artística realizada en granito cilíndrico, fina y elegante de algo más de dos metros de altura y que se encontraba sobre un peñasco granítico justo al lado del camino que nos lleva hasta el Santuario de la Virgen de la Luz. El autor del sacrilegio y del atentado contra el patrimonio cultural del pueblo nunca fue detenido.
No fueron, por consiguiente, años agradables para la comunidad de religiosas, y mucho más cuando se conoció la muerte en la capital cacereña de la que había sido su protectora durante todos estos ejercicios. Efectivamente, el 21 de julio de 1934 se produjo el fallecimiento de Dolores Millán Petit. Parecía que el colegio podía quedar huérfano. Nada de ello ocurrió porque el testigo de la gran mecenas anterior lo ocuparon dos de sus sobrinas, María Joaquina y Asunción Millán Viniegra, aunque, como veremos, especialmente esta última.
Matrícula escolar en la década de los cuarenta
Con el final de la Guerra Civil y durante toda la década de los cuarenta, el Colegio de San Sebastián en sus dos espacios quedó ya completamente asentado en la localidad. Con la ayuda económica de las nuevas corporaciones locales, y con la nueva visión que el propio Estado otorgó a la institución eclesiástica (Nacional-Catolicismo), el número de escolares no dejó de crecer en todos estos años. Incluso desde 1938 el colegio llegó a abrir una clase nocturna para mujeres adultas. Unas enseñanzas que tuvieron buen resultado en cuanto al número de alumnas y que estuvieron centradas, más que en lo académico y de cultura general, en las labores de arte, pintura y corte y confección, una práctica que tendrá gran acogida una vez que el colegio se trasladó de manera definitiva en la década de los sesenta al espacio que hoy ocupa.
Programa de festival infantil. Década de los cuarenta.
Fueron años de continuas sesiones de ejercicios espirituales en los que durante tres, cuatro o cinco días, las alumnas de la mañana y de la noche, en número que en ocasiones superaban el centenar, celebraban estas prácticas de reafirmación cristiana. Ahora aparecen nuevos nombres de escolares en esta década de los cuarenta entre los que citaremos a Ramoni Carrero, Josefina González, Marina Salgado, Juanita Sánchez, Adela Tejado o María Carrero.
De la misma forma, eran continuas las labores que el colegio realizaba y que hoy llamaríamos extraescolares. Efectivamente, las actividades de representación escénica fueron siempre una constante de este colegio, teatros y festivales que gozaron continuamente de gran predicamento entre profesoras, alumnas y padres y madres que esperaban con ansiedad el día de la puesta en escena de aquello que habían estado ensayando durante muchas semanas.
A pesar que todo parecía marchar viento en popa, aunque nunca faltaron los problemas económicos que solventaran las numerosas actividades que el colegio siempre tenían en marcha, en la década de los cincuenta se presentó para las religiosas una grave contrariedad al que tuvieron que dar solución más pronto que tarde. En el año 1957 el nuevo obispo de la diócesis Manuel Llopis Ivorra (con v, por favor) procedió a segregar la única parroquia que existía en la villa. De esta forma, aparecerán dos feligresías nuevas en la localidad, la de San Sebastián y la de San Antón. Parroquias que tendrían dos nuevos sacerdotes. A la parroquia de San Sebastián, que era también sede del colegio, llegó don Félix Sánchez el 30 de enero de 1959. Este sacerdote muy pronto afirmó que su intención era ocupar las dependencias anejas a la parroquia, una parte para su propia vivienda y los otros lugares los utilizaría como espacios de reuniones, catequesis y prácticas deportivas. Resultaba evidente que la institución tenía una nueva papeleta para resolver.
Las hermanas comenzaron a buscar otro espacio en el que ubicar el colegio, porque la marcha de las religiosas de Arroyo fue lo único que quedó completamente descartado desde el primer instante por el obispo valenciano. La Superiora del colegio en aquel momento, Madre Catalina García, decidió lanzarse a la compra de un huerto de algo más de mil doscientos metros cuadrados con la pretensión de edificar un colegio completamente nuevo. La compra llegó a realizarse en marzo de 1960 y tuvo un montante económico de 100.000 pesetas, una cantidad que fue abonada por la que se convirtió en la segunda gran mecenas de la institución religiosa, Asunción Millán Viniegra. De la misma forma, otras personas adineradas ofrecieron a las religiosas pequeñas cantidades de dinero para cuando el colegio se edificara en su totalidad.
Un arquitecto, concretamente un hijo de Asunción Millán, llegó a realizar el proyecto de construcción, pero el montante global de la obra se disparaba hasta los cuatro millones de pesetas. Era una cantidad inasumible para la institución, por lo que tuvieron que desistir en el empeño de construir un colegio completamente nuevo. La desazón comenzaba a afligir a toda la comunidad religiosa. Fue en este momento cuando se valoró la posibilidad de donar el palacio, donde venían impartiendo algunas clases desde los años treinta, propiedad de las hermanas Millán Viniegra y así acabar con la preocupación que embargaba a las religiosas. Todo fue más fácil cuando María Joaquina ingresó en un convento carmelita andaluz y Asunción quedó como única propietaria del inmueble.
De esta forma, Asunción sería la exclusiva donante del edificio y así se lo hizo saber a las religiosas desde finales de 1960. De cualquier forma, los trámites administrativos todavía llevaron un período extenso de tiempo, concretamente tres largos años, porque además había que buscar un nuevo espacio para algunas oficinas del juzgado que también se encontraban en esta casa-palacio. En ese intervalo, las religiosas decidieron comprar una pequeña parcela que estaba colindante a la casa-palacio y cuya misión sería la de proporcionar un gran patio de luz en el costado izquierdo del futuro colegio.
Escritura de donación de Doña Asunción Millán.
Pasado los tres años, concretamente el 10 de agosto de 1963 se formalizó notarialmente la donación a la congregación del edificio que actualmente ocupa el colegio. Asunción Millán, como nueva mecenas y donante, únicamente solicitó como condición para la entrega que en recuerdo permanente de su tía, Dolores Millán, el centro educativo cambiase el nombre de San Sebastián por el de Nuestra Señora de los Dolores, una petición que, como no podía ser de otra forma, fue aceptada sin ningún tipo de reparos por las religiosas.

En diciembre de ese mismo año, la nueva Madre Superiora, Teresa Cifuentes, realizó una nueva compra, otra pequeña parcelita que se añadió a la que anteriormente se había comprado, por lo que las dos juntas se añadieron a la nueva propiedad. Por otro lado, el Ayuntamiento, entonces dirigido por Julián Olgado Macías, exigió que el escudo heráldico que adornaba el palacio fuese respetado en su integridad, un acierto de este alcalde ya que este escudo de la casa Benavente es una de las grandes señas de identidad de nuestra localidad.
A partir de ese instante, ya únicamente quedaba realizar todas las oportunas transformaciones para lograr de aquel espacio un colegio que se adaptase a las nuevas circunstancias. La reforma fue dirigida por el ingeniero Vicente Muñoz Pomar que presentó una vivienda acogedora para las hermanas, una capilla relativamente amplia, cinco aulas escolares y toda una serie de dependencias complementarias. El montante global de adaptación y remodelación ascendió a 800.000 pesetas. Una parte de las mismas se obtuvieron de la donación que otorgó el Ministerio de Educación y Ciencia por la creación de nuevos puestos escolares (229.000 pesetas); y otra cantidad importante se obtuvo de la venta de aquel huerto en el que se pensó construir el colegio y que nunca llegó a ver la luz. Con todo ello, lo más significativo fue que lo puramente económico dejó de ser un problema acuciante para la Congregación.
Colegio de San Sebastian. Año 1956
De esta forma, durante el curso 1964-65 lo que hasta entonces había sido Colegio de San Sebastián se convirtió en iglesia parroquial con ese mismo nombre, por lo que la nueva denominación de la institución sería Colegio Nuestra Señora de los Dolores. Fue el 10 de agosto de 1964 cuando el centro fue bendecido de manera oficial y con una ceremonia que fue celebrada por el párroco titular de la iglesia de la Asunción, Ciriaco Fuentes Baquero.
Algunas monjas del Colegio
Las religiosas que iniciaron la nueva andadura en este nuevo espacio fueron Madre Teresa Cifuentes, y las hermanas Victoriana Prieto, Carmen Rodríguez Simón, Leticia Montero Boo y Francisca Alcolado. Y muy poco después, aunque se marchó muy pronto, la hermana Gregoria Simón Susaño. De todas ellas, por la trascendencia en la localidad habría que resaltar a Carmen Rodríguez Simón, nacida el 29 de enero de 1910 en Guamil (Orense) que llegó a Arroyo con solo 26 años y que estuvo otros 42 en la congregación; es decir, toda una vida en Arroyo. También muy conocida por su contacto intenso con sus alumnas fue la hermana Leticia Montero Boo, nacida en la misma localidad orensana que la anterior un 1 de abril de 1925, llegó a Arroyo el 14 de septiembre de 1961 procedente de Navahermosa, estando algo más de 22 años en Arroyo. Falleció el 2 de agosto de 1985.
Echó a andar el flamante y nuevo colegio aquel curso, que muy pronto, en el mes de noviembre de 1964 se amplió para impartir enseñanzas de capacitación industrial de corte y confección de prendas de vestir con destino al comercio. Fue la Madre Teresa Cifuentes la que solicitó al Ministerio de Trabajo la oportuna autorización para impartir estas clases. No tardó un delegado provincial en llegar a Arroyo para ver las posibles instalaciones antes de dar el visto bueno definitivo. De esta forma, un 20 de noviembre de 1964 se recibió la oportuna autorización y aprobación para establecer en el colegio esta modalidad profesional mediante un examen de capacitación de todas las solicitantes. Muchas fueron las arroyanas que comenzaron este curso sobre el que siempre estuvo muy atenta la hermana Montero.
Clase de costura. Década de los sesenta.
Curso 1968-69. Refajos y mantones bordados en el colegio.

Comunidad. Curso 1964-1965


Generación de 1964 en traje de deporte.
Generación del 64. Con traje reglamentario.

Curso de niños. Actual colegio. Mediados década de los sesenta.

Los años discurren, las leyes educativas cambian y el colegio en la década de los setenta tiene que adaptarse a la nueva Ley de Educación, la que implantó la EGB. El número de alumnos y alumnas no paraba de crecer, y las hermanas se vieron completamente insuficientes para poder impartir las nuevas enseñanzas que demandaba dicha norma legislativa. El colegio muy pronto se hizo completamente mixto, aunque siempre tuvo niños en sus aulas, éstos hasta pocos años antes abandonaban el centro una vez que realizaban la primera comunión.
Clase de los setenta. Aulas mixtas.
El incremento del número de alumnos hizo necesaria la incorporación de profesores seglares, una práctica que ya no se detendrá y que será lo habitual hasta la actualidad. Es entonces cuando encontramos una nueva hornada de nuevas alumnas, muchas de ellas las hijas de las que nombramos en décadas anteriores. Nombres como María Jesús Sánchez, Ángeles Carrero, Inmaculada Salomón, María del Mar Gubert o María del Carmen Higuero, entre otras muchas.
Grupo de profesoras, monjas y seglares.
Fue también durante estos años, y gracias a esta misma Ley educativa, lo que posibilitó que se impartiera en el centro religioso la Formación Profesional de primer grado, unos estudios muy importantes para la localidad ya que entonces era el único colegio de la población donde podía estudiarse este tipo de enseñanzas. Se trataba de unos estudios alternativos al Bachillerato Unificado Polivalente, estudios de BUP que se impartía en exclusividad en el Instituto Luis de Morales, centro en el que acabaron y acaban la mayor parte del alumnado que pasa por el colegio.

Actividad teatral. Inicio década de los setenta.
Curso 1975-76. Cruzadas de la Eucaristía.

Generación del 62.  Fin de la EGB. Año 1976.
Obispo, párrocos, alcalde y fuerzas vivas de la localidad. Principios de los 70.
Corpus 1970
  

Curso 1983-84. Alumnos de 2º F.P.








Durante el curso 1983-84 la Congregación dio un paso más en el proceso de crecimiento de la institución educativa. Durante ese periodo se produjo la compra del llamado Huerto Plata. La finalidad de esa adquisición era lograr de ese espacio, y a pesar de la distancia que existe hasta el centro educativo, un lugar para el recreo y especialmente como campo atlético. Para ello tuvieron que realizarse a lo largo del año 1985 las obras de pavimentación de una primera cancha deportiva, un patio que se estrenó el día 5 de mayo, primer domingo de ese mes y que sirvió como homenaje a todas las madres.

Curso 1984-85. La comunidad.

En la actualidad, el colegio sigue estando muy presente en la vida cotidiana de la localidad, y no solo como parte de la comunidad educativa arroyana. El Colegio Nuestra Señora de los Dolores cuenta durante el presente curso con 200 escolares y 17 profesores. Se imparten clases desde Infantil hasta 4º de Enseñanza Secundaria Obligatoria. También, y por segundo año consecutivo, tienen una magnífica ludoteca para niños de solo uno y dos años.
En definitiva, una historia centenaria de una institución ligada a Arroyo y los arroyanos, complemento fecundo de lo que siempre fueron nuestras magníficas escuelas públicas de la localidad, y nuestros eternamente recordados maestros nacionales.

Capilla del actual colegio

Nota: Este artículo está dedicado a los miles de escolares arroyanos que a lo largo de este último siglo pasaron por el “Colegio de las Monjas”.
Mi agradecimiento sincero hacia la hermana Ana María Calvarro, la profesora Paqui Mateos y la empleada del centro Vicenta Lucas, sin su ayuda este artículo hubiese tenido muchas más lagunas.