Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de la Luz
Fray Basilio y la pulida hortelana |
Algunas de estas anécdotas son completamente verídicas,
fehacientes y completamente contrastadas, y otras muchas plenamente inventadas
por la ciudadanía con la finalidad última de chistear de manera jocosa los
asuntos de clero y faldas. Con independencia de la mentira o la verdad, todas
ellas dieron lugar a habladurías muy difíciles de refutar cuando la calumnia,
si era completamente falsa la aventura amorosa, ya se había difundido entre la
“plebe”, muy dada a este tipo de actitudes a medio camino entre el pecado y el
sexo.
En Arroyo disponemos de ambos modelos a lo largo de su ya
dilatada y centenaria historia, aunque únicamente referiremos en este artículo
un par de ejemplos que sucedieron hace ya varios siglos y que, por
consiguiente, entroncarían con lo que llamamos Historia Moderna (siglos
XV-XVIII). Algunos de estos episodios han quedado tan incrustados en nuestro
pasado; es decir, en nuestra memoria colectiva, que incluso impregnaron nuestro
rico folklore arroyano.
Esta primera “historia” ficticia en una gran parte del
relato, o en su totalidad, sería la de La pulida hortelana, un pasaje que pone
en relación a un monje de nuestro convento de San Francisco, Fray Basilio, con
una guapa hortelana arroyana que estaba casada y que se llamaba Catalina,
aunque en algún texto también responde al nombre de Domitila, aunque esa
apreciación es quizás lo menos importante.
En el inicio de una “noche de amor desesperada”, el marido
de la hortelana se presentó de improviso en la casa donde estaban a punto de
mantener relaciones carnales ambos “tortolitos”. En semejante trance el monje
tuvo que saltar como pudo por la ventana de la vivienda, obviamente en paños
muy menores, y cayendo a un zarzal próximo del corral y además de todo ello,
fue roído en las orejas por un burro que allí tenía el marido de la hortelana.
De regreso al convento, y en un estado calamitoso, por el
camino se encontró con otra mujer arroyana que le preguntó “¿De dónde viene
Fray Basilio sin calzones y sin orejas? Vengo de cazar ratones y caí en la
ratonera. Si no fueras tan goloso eso no te sucediera”, fue la contestación de
la mujer que evidenciaba con esta respuesta que el pueblo conocía las andanzas
pecaminosas del fraile.
En el año 2013, el maestro de E.G.B Ángel Rodríguez
Chaparro, cansado de leer y escuchar en los distintos corros arroyanos cómo se
trataba y humillaba en este pasaje al pobre monje Basilio, exclusivamente por
el amor que sentía por la hortelana, que le dio una vuelta casi completa a este
relato para hacer una versión más acorde a los intereses del pobre fraile. Su
particular forma de entender la aventura del monje quedó reflejado en un libro,
publicado aquel año y junto a otras narraciones interesantísimas todas ellas,
al que me remito de manera expresa para el que quiera ampliar estos pasajes tan
próximos a nuestras ancestrales tradiciones.
No obstante, en otras ocasiones la historia, ya sin comillas
como era la del caso anterior y que vamos a referir, no es igual de jocosa, ni
amable ni provoca en absoluto sonrisa alguna cuando se bucea en los archivos
históricos. Nos estamos refiriendo a episodios que fueron auténticas tragedias
para la colectividad en nuestra localidad. Un suceso que acabó incluso en manos
de la justicia, aunque esta fuese la eclesiástica, ya que el drama que vivió
una adolescente arroyana se enmarcaría en lo que hoy definiríamos de manera
clara “abuso de poder como camino para cometer un atropello sexual”. Por
consiguiente, este episodio ya entroncaría en lo que deberíamos precisar
concretamente como “pecado, sexo y delito”.
Todo ocurrió en la segunda mitad del año 1719 y recién
concluida la guerra de sucesión a la corona española. Reinaba en España el
primer Borbón, Felipe V y era el señor de la villa, el X conde de Benavente,
Francisco Casimiro Alonso Pimentel de Zúñiga. El presbítero de la población en
aquel momento era Juan Molano quien aprovechando su posición como párroco
local, entabló una relación amorosa con una “moza soltera” de la localidad cuya asistencia a la iglesia era
constante y asidua a todos los oficios religiosos que diariamente se celebraban
en la iglesia de la Asunción. Una joven que se llamaba “Isabel Thexado”.
Como consecuencia de este amorío, las relaciones ilícitas y
pecaminosas desde la óptica de la moral cristiana, entre el cura y la joven
acabaron en “fornicio” (un término completamente
válido para la RAE y que refiere acto carnal o cópula, eso sí, fuera del
matrimonio, como era el caso que nos ocupa).
Las relaciones amorosas provocaron que poco después de
iniciadas, la joven quedara “preñada”.
Una vez que Juan Molano, el sacerdote, tuvo conocimiento de que Isabel estaba
concibiendo a un niño, éste temiendo las represalias contra su estatus
profesional y social en la villa, comenzó a presionarla para que abortara de la
forma que estimara preciso. Por ello la persuadió a sujetarse a “remedios de sangrías” y otras medicinas
que él mismo le recetaba y que le obligaba a practicar casi sin descanso.
Además de ello le instigaba a tomar
distintos “brebajes” con la única
finalidad de que la embarazada perdiera a su hijo.
Es decir, como dice el legajo de los “procesos criminales” custodiados en el Archivo de Coria, el cura lo
que quería era que “un delito ocultase a
otro delito”. Parece ser que las sangrías realizadas a la pobre Isabel
fueron cuatro, aunque ninguna tuvo la efectividad que el párroco hubiese
deseado. Incluso aparecen en la documentación las pócimas que el párroco le
suministró a la joven, una “yerva llamada
corcoja, la rayz llamada feniz y la grana de la azenoría”.
Como señaló en el juicio el cirujano del pueblo que también
fue llamado a declarar, Francisco Ximenez Dosmas, con toda lógica el aborto
nunca podría llegar a efecto puesto que tales hierbas eran completamente “ineficaces para el fin que se pretendía”.
Finalmente, y a pesar de la insistencia en provocar el aborto de la joven,
Isabel Thexado dio a luz un niño.
El escándalo en la villa fue mayúsculo, por lo que a las
autoridades locales no les quedó otro remedio que denunciar a ambos ante el
tribunal de la diócesis de Coria. De esta forma, en 1720 se abrió un expediente
judicial en el que se acusó a Isabel y Juan de un doble delito, “intento de aborto y trato carnal ilícito”,
una acusación por la que fueron condenados al ostracismo de la villa y a que el
niño quedara registrado oficialmente como de natalidad ilegítima. Nacimientos
estos últimos que no eran del todo extraño en la localidad, más bien todo lo
contrario, aunque sin llegar a los números de Garrovillas que era la localidad
con mayor cifra de ilegítimos de toda esta comarca. Obviamente, como causa de
estos hijos ilegítimos no siempre había detrás un sacerdote culpable de estos
alumbramientos.
Por último concluir que los documentos de índole judicial y
procedente de la jurisdicción eclesiástica hoy día son la fuente más importante
para trabajar la historia de las mentalidades en la Edad Media y Moderna. Todos
ellos están repletos de episodios de “amancebamientos, prostitución, crímenes,
blasfemias, herejías, irreverencias, prácticas abortivas e, incluso, ejercicios
de brujería”. Una joya, la verdad.
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