viernes, 2 de abril de 2021

47. EL CRONISTA: "UN DÍA DE LA LUZ PARA LA HISTORIA (1 DE ABRIL DE 1929)"

Por Francisco Javier García Carrero

Cronista Oficial de Arroyo de la Luz 

La Romería de la Luz.
Juan Luis Cordero Gómez

Por segundo año consecutivo no podremos celebrar el día más grande que los arroyanos hemos tenido siempre a lo largo de su ya centenaria historia, el Día de la Luz. Festividad que este año tocaba el 5 de abril. La maldita pandemia, que parece que no nos quiere abandonar, ha provocado que la celebración la tengamos que realizar sin la efusividad con la que siempre nos hemos manifestado. Aunque estoy seguro que, a pesar de todo, y gracias a la imaginación de muchos arroyanos ese día seguirá siendo un día muy especial.

Por eso, este cronista ha querido escribir en el presente mes de abril sobre algo que tuviese relación central con lo que siempre ha sido nuestra gran fiesta lúdico-religiosa. Podíamos haber escogido distintas celebraciones de otros años, pero pienso que la elegida, por distintas circunstancias, merecía ser destacada entre otras muchas. Efectivamente, el Día de la Luz del 1 de abril de 1929, fue también un día histórico. Y lo fue, porque esa jornada fue la última que englobó en una única celebración el Día de la Luz y la Romería de la Luz. El año siguiente; es decir, el Día de la Luz de 1930 se celebró como siempre el lunes de Pascua, pero ya no hubo romería alguna aquella jornada, porque 15 días más tarde se veneró a la Virgen en su dehesa durante todo un domingo. Iniciándose con ello una nueva fiesta campera que arraigó entre los arroyanos con gran éxito y, desde entonces hasta la actualidad. Dentro de 9 años, por consiguiente, será el centenario de la romería arroyana.

Lorenzo Martínez Marín.
Mayordomo (1927-1931)

En el año 1929 era alcalde de la población Julián Macías Chaves, venía regentando ese puesto desde marzo de 1925. El mayordomo de la Virgen era el farmacéutico de la localidad y se llamaba Lorenzo Martínez Marín, esposo de Magdalena Orozco Ojalvo (algún artículo deberemos dedicar a esta señora más pronto que tarde), y el sacerdote de la Asunción, única parroquia entonces, era Bruno Jenaro Congregado Peguero.

Y llegó el gran día, aquel 1 de abril de 1929, y como venía sucediendo desde hacía siglos, nuestros antepasados estuvieron expectantes desde la madrugada anterior a que se diera el “pistoletazo” de salida de la fiesta. “Una turba abigarrada y heterogénea se congrega y bulle por la plaza y vías adyacentes”, ya que la población de la localidad se acercaba a los 10.000 habitantes. De la misma forma, sobre el duro empedrado de la plaza de entonces se comienza a escuchar el “recio trotar de los caballos”. Los testigos de aquel día recuerdan que únicamente escucharon la primera campanada del reloj de la plaza cuando empezaban a dar las nueve de la mañana. A partir de ese instante, el resto de las ocho campanadas quedaron ahogadas por el repique de las campanas de la iglesia de la Asunción que comenzaron a voltearse con enorme estruendo. Era el definitivo pistoletazo de salida, el principio de la fiesta, todo el pueblo está ya en la calle.

Se inicia la procesión con destino a la ermita. En primer lugar varios pendones son los que abren el cortejo, elevados y pulcros. Detrás de ellos el clero parroquial y todos sus acólitos que se han colocado sus más ricas vestiduras. A continuación la corporación municipal en su totalidad con su alcalde y su teniente de alcalde, Florencio García Rubio, en perfecta formación. Inmediatamente detrás varios automóviles que llevan la “gente principal” y justo a continuación los jinetes que ese día van a correr a partir de las doce de la mañana los 800 metros de Corredera y dando “suelta a la fogosidad de su sangre moza”, y no tan moza.

Virgen de la Luz en 1929
con su nuevo manto.

La ermita está engalanada como solía suceder ese día. La Virgen acoge con la “mejor de sus sonrisas” la peregrinación anteriormente descrita y a todos los paisanos que ya están en los alrededores de su morada eterna con la impaciencia típica de esa jornada. Ese año la Virgen iluminó especialmente su imagen con el nuevo manto bordado en oro que el pueblo llama de Doña Magdalena. De la lujosa prenda pendían varios exvotos que algunas arroyanas le habían ofrecido por la curación rápida de algún familiar enfermo, o por el regreso sano y salvo de un hijo que entonces se encontraba realizando el servicio militar en África.

Rápidamente, y antes de iniciarse los oficios litúrgicos, tuvo lugar el desfile procesional por un campo que aquel año tenía un verde muy llamativo. Sonaron a lo largo de toda la procesión más de un centenar de cohetes que animaron el ambiente antes de iniciarse la misa por un sacerdote invitado para ese día, un párroco que hizo las delicias de los asistentes y que, además, con “frases arrebatadoras hacia la Madre de Dios inundaron de lágrimas los semblantes de los buenos arroyanos”.

Concluida la liturgia, el Ayuntamiento y el matrimonio de mayordomos ofrecieron a algunos invitados, “varios de ellos forasteros” a un refresco acompañado de “exquisitos dulces” y el renombrado vino casero, que a decir de los que lo probaron era el “mejor de Europa” (y no era pasión alguna). Parte de la autoridad y el clero al completo siguieron saboreando estos manjares antes de iniciar a las 13 horas la procesión de regreso al pueblo. No obstante, una gran parte de los mismos, y la totalidad de los arroyanos que allí habían acudido habían regresado precipitadamente a la localidad porque ninguno de ellos quería perderse las que ya eran las famosas “carreras de caballos”.

Carreras a galope tendido que se iniciaron a las doce de la mañana porque jóvenes intrépidos, y no tan jóvenes, se “disputaban los aplausos de la multitud en reñida lucha”, todos buscaban ser los más galanes en una carrera que dado el suelo de la entonces Corredera “arranca chispas de lumbre a las piedras”. Estas “alocadas carreras”, como en años anteriores, y en no pocos casos, dieron lugar a algún que otro percance que “afortunadamente no revistieron importancia” en aquella jornada de 1929.

Terminadas las carreras y hacia las dos de la tarde concluyó el desfile procesional de regreso a la plaza Mayor. A continuación todos los grupos de arroyanos se disolvieron para cada cual ir a sus casas en busca de los sabrosos manjares que había en todas los domicilios. Era típico encontrar la “chanfaina”, un plato que todavía se mantiene en muchos hogares ese día y magnífica la de mi suegra. Aunque, lo que no faltaba ese día, y llegados a 1929 ya desde hacía muchos años, era el “frite”, el plato típico de todas las casas de Arroyo, y que se comió aquel día con un toque de “alegría” (picante). Una tradición que actualmente se sigue manteniendo en no pocos domicilios de nuestra población. Todavía recuerdo el frite de mi madre, exquisito, un plato que desde que ella me falta, he seguido posteriormente saboreando, y al final de la jornada de caballos, en casa de “tita Juani”.

Terminada la comilona, a las cinco en punto tuvo lugar el inicio de lo que siempre fue el segundo plato fuerte de aquella jornada festiva: los toros. Con una plaza abarrotada hasta la “bandera” se inició la tarde con la suelta de “cinco novillas bravísimas” y que fueron toreadas por cuatro aficionados del pueblo dirigidos por el famoso “Charolinas”. Aquel día, se distinguió entre los cuatro arroyanos el joven Benjamín Carrasco Canales, que entonces tenía 20 años, y que hizo un “verdadero derroche de arte y valor”.

Calle Joselito Romero

Concluida esta fase, y después de un breve descanso, en el que sonaron por la orquesta contratada por el Ayuntamiento varios alegres pasodobles, se inició la corrida de toros para un matador ya profesional. Nada más y nada menos que aquella tarde estuvo en el pueblo el gran Joselito Romero (no equivocar con Joselito Gómez Ortega, el Gallo, quizás, junto con Manolete, el torero más emblemático de nuestra historia). Joselito Romero fue un matador cacereño que había tomado la alternativa en Pamplona en 1922 y que aquel año de 1929 toreó, entre otras plazas, en Cáceres, en Madrid (un 15 de agosto) y que en diciembre marchó para hacer las américas, toreando en Ecuador y Colombia. A mediados de los cincuenta del siglo pasado fue director de la Escuela Taurina de Cáceres y actualmente una calle de la capital lleva su nombre.

Aquel Día de la Luz, Joselito llegó medio convaleciente, “demacrado y con toda la cabeza vendada” después de una reciente cogida. No obstante, se enfrentó a los dos “morlacos que mugen en los corrales”. El primero era “grande, bien armado y de muchas arrobas”. El toro muy bravo fue “ablandado por los peones con cinco pares de banderillas”, aunque no mermaron su bravura y varias acometidas que provocaron que el diestro lo “despachara con dos certeras estocadas”. El segundo era tan bravo como el anterior aunque más pequeño, a decir de las crónicas, y al que el “matador puso dos pares de banderillas excelentes”. La faena, en cambio, fue poco vistosa y la mala suerte con la estocada provocó que el lucimiento no fuera del agrado del “respetable”.

Concluido el espectáculo taurino, la plaza quedó preparada para la gran verbena final. De la misma forma, dieron comienzo los distintos bailes que estaban organizados en varios salones del pueblo. Concretamente tuvieron lugar en el Círculo de la Amistad, y en la Cooperativa. Por otro lado, y para el personal con menos ganas de “mover el esqueleto” el Salón Solano había contratado una compañía de teatro que ofreció tres “sainetes”. Una compañía teatral que aquella noche, y con un salón también a rebosar, no estuvo de lo más afortunada, por decir algo suave, ya que era más adecuado, a decir del cronista que estuvo en aquella representación que el mejor comentario que se podía hacer sobre esa actuación era “no meneallo”.

Bailes y teatro pusieron punto y final a aquella larga jornada de fiesta y devoción. Un año 1929 que fue bastante movido en la localidad, y con actos enormemente significativos para la villa. No en vano aquel 1929, entre otros asuntos importantes, había conocido la inauguración de unas magníficas Escuelas Nuevas de niños y niñas, y también tuvo lugar un plebiscito popular que había intentado cambiar el nombre histórico de la localidad. Acontecimientos ambos de los que ya hemos dado cumplida información en este blog y en nuestro trabajo “Del Puerco a de la Luz”. 

Calendario 1929


2 comentarios:

  1. Una crónica de lujo, querido Francisco Javier. Una gran investigación que te ha conducido a mostrarnos un DÍA DE LA LUZ, nada menos que de 1929, una fecha con muchas connotaciones mundiales y Arroyo no iba a ser menos. Gracias Javier por tu excelente crónica del día de la Luz, y gracias también al autor del Blog que nos facilita esta ventana tan necesaria para nuestro conocimiento de la historia de nuestro querido pueblo.
    Un abrazo a los dos por vuestro trabajo.

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    1. Muchísimas gracias, poeta, por lo que me toca. La verdad es que cada vez me apasiona más saber cosas de mi pueblo. Poder escribir sobre el Día de la Luz de 1929 ha sido un placer. Teniendo en cuenta, además, que se ponía fin aquel año a la jornada única de fiesta en honor a la Virgen. A partir del año siguiente, Día de la Luz y Romería de la Luz se convirtieron en jornadas distintas. Creo que fue una genial aportación del mayordomo Lorenzo Martínez. Un abrazo.

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