Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de
Titular del suceso (21 de abril de 1927) |
Si esto resulta una obviedad para los de mi generación,
imaginaos lo que significaba la calle para los que todavía son más mayores que
nosotros, y, especialmente, pensad lo que eran las calles de la localidad para
los arroyanos que ya no están con nosotros, porque ellos nacieron en los
primeros años del siglo XX. Para estos arroyanos el único problema con el que
se podían encontrar cuando estaban correteando, jugando y socializándose por
alguna de nuestras calles era el de un carro de mulas desbocado, y que podía
acabar de manera trágica (algún día realizaremos un artículo recogiendo alguno
de estos luctuosos episodios que se dieron con cierta regularidad en Arroyo y
hasta bien avanzada la década de los sesenta del siglo pasado).Juego del pañuelo.Tradipopulares.blogspot.com
Pero en los años veinte de la anterior centuria, el problema
que se les empezó a presentar a aquellos niños que jugaban un día sí y otro
también por nuestras calles fue la aparición de los primeros automóviles. No
eran muchos, pero su novedad por nuestras travesías y carreteras provocaban un
atractivo muy especial en aquellas mentes infantiles (el correr detrás de
aquellos coches era también otra forma de entretenimiento, tal y como hemos
visto en alguna que otra película como Al sur de Granada, por ejemplo).
Si a esto último le unimos que la pericia de aquellos primeros conductores no
era precisamente la más lograda (que eso era otra situación muy habitual en
estos primeros años), la tragedia podía presentarse en cualquier momento, como así
resultó en más de una ocasión.
Lugar del accidente (Archivo Martín Panadero) |
Pero a la altura de 1927 ya circulaba algún que otro
automóvil proveniente de Alcántara, Brozas, Navas del Madroño o incluso desde
Portugal. Unos coches que atravesaban el pueblo para dirigirse a la capital
provincial. Esa zona donde se jugaba era el final de la carretera, una zona que
tenía cierta pendiente, y era el espacio donde los automóviles que llegaban
desde esas localidades alcanzaban una mayor velocidad, sin parangón, no
obstante, con la que pudieran traer hoy día y que ha sido limitada por los
actuales semáforos.
Denuncia (7 de noviembre de 1927) |
Aquella tarde un automóvil con matrícula portuguesa “S-823”
y que era conducido por el ciudadano portugués Virgilio Barroso Baptista, muy
acomodado económicamente, fue la causa de la desgracia de esta familia arroyana.
El conductor parece ser que no llevaba una “velocidad excesiva” y que el
accidente se produjo, según todos los testigos de la tragedia, porque
“Visitación estaba aturrullada, azarada”, declararon a las autoridades, ya que
la joven no tenía claro si cruzar o no cruzar la carretera de izquierda a
derecha. Al final no hizo ni una cosa ni la otra, y la bocina que sonaba de
manera enérgica antes del impacto acabó por provocar en Visitación una
confusión todavía mayor de la que ya tenía. El conductor portugués en última
instancia logró dar un volantazo al vehículo para tratar de impedir un
atropello frontal que parecía inevitable. No obstante, el coche golpeó con una
de las aletas a la joven y el vehículo acabó empotrándose contra uno de los
“baúles” que tenía esa carretera y que todavía recordarán muchos de los
lectores.
Visitación Mariscal quedó completamente conmocionada después
del golpe y perdió el conocimiento. El conductor, con el resto de sus
acompañantes recogieron a la joven herida desde el suelo y la trasladaron de
manera urgente hasta el Ayuntamiento. Hasta allí se desplazaron con prontitud
dos de los facultativos que había en el pueblo y que fueron avisados por la
chiquillería que había presenciado el fatal accidente. Los dos médicos
apreciaron en Visitación un estado de suma gravedad. De la misma forma,
Virgilio Barroso realizó sus primeras declaraciones de lo que había ocurrido,
iniciándose las primeras diligencias indagatorias, quedando su coche a
disposición de la autoridad judicial.
Pocos días después, el 22 de abril, “los esfuerzos de la
ciencia no pudieron evitar el funesto desenlace”. La joven arroyana no pudo
superar las heridas que había sufrido por el impacto, falleciendo la mañana de
este día y siendo enterrada una jornada más tarde en el cementerio de la
localidad. Al entierro acudieron un alto número de nuestros paisanos que
lamentaron profundamente la pérdida de la joven.
El suceso llegó a ser juzgado en la Audiencia de Cáceres.
Virgilio Barroso Baptista llegó a estar acusado de “imprudencia temeraria”,
además de imputarle una “falta de cuidado, negligencia y descuido en sus
actos”. Por todo ello, se llegó a solicitar por la fiscalía la pena de un año y
un día de prisión correccional. El conductor en su declaración volvió a
ratificarse que el coche circulaba a velocidad moderada y que todo fue un
desgraciado accidente ya que avisó insistentemente con la bocina de la presencia
del coche. Que fue la joven la que no acabó de decidirse si cruzar o no cruzar
la carretera, por lo que a pesar del gran viraje que realizó fue una “aleta del
coche por su parte posterior” la que impactó en la joven. Todos los testigos
que acudieron al juicio corroboraron la versión del conductor por lo que el
abogado defensor, Luis Pérez Córdoba, solicitó de la Audiencia que su
defendido, que había indemnizado con esplendidez a los perjudicados, quedara
absuelto de cualquier mancha al considerarse el “hecho como casual y fortuito”,
como así fue.
Renault KJI (1923). caranddriver. com |
Mucho más grave fue lo que había sucedido unos días antes
cuando la camioneta de viajeros que realizaba el trayecto Cáceres-Arroyo tuvo
una salida de esa misma vía provocando el fallecimiento de una madre, su hija
de tres años, y varios arroyanos más que resultaron gravemente heridos, aunque,
como señalamos en otras ocasiones, estos dos sucesos ya forman parte de otras
interesantes historias de nuestra localidad.
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