martes, 27 de agosto de 2024

CASTILLO

  José Luis Solano Rodríguez 

                                            
                                          No los levantó la nada,
                                         ni el dinero, ni el señor,
                                         sino la tierra callada,
                                         el trabajo y el sudor
…     “Andaluces de Jaén” / M. Hernández

     Esa estrofa del poema  de Miguel Hernández se ajusta bastante a lo que quedó manifiesto en documento de la Casa de Benavente, expuesto a continuación, sobre quien puso manos a la obra, su sudor y su salario, aclarado documentalmente:

      “Daban los vecinos de esta villa peonas (peonadas) para las obras de dicha fortaleza sin les pagar nada”

    A la procedencia del castillo de Arroyo de la Luz se le han atribuido diversos orígenes –romanos, musulmanes- que quizá coincidan y sólo la arqueología, a falta de documentos escritos, puede aclarar. El hecho evidente es que este edificio que contemplamos es de época posterior a ambas civilizaciones, aunque puede que ocupe el lugar de otro anterior de ellas, por el agua que transcurre a sus pies dentro de una fértil vega y tenga, incluso, materiales constructivos de él, más  la traza que muestra, arquitectónicamente hablando, lo sitúa a finales de la edad media y viene a coincidir por referencias documentadas indirectas de la Casa de Benavente a que fue Garcí González de Herrera quien lo mandó construir, posiblemente recién posesionado de Arroyo del Puerco (1404) en el marco temporal de la conquista a musulmanes, de la guerra civil de los Trastámara, para defensa de la población y como marco de su potestad en la villa, zona y centro de sus “estados” (lugares y fincas) en la Extremadura geográfica de aquella época –algo distinta a la actual-, que subía hacia  Salamanca, como sus posesiones,  otorgadas, adquiridas y producto de unión matrimonial  (en las dehesas de Plasencia, el Bodón, cerca de Ciudad Rodrigo…), al ser él Mariscal de Castilla a quien le fue concedido Arroyo  junto a sus descendientes, en tanto fuesen varones,  con su territorio y jurisdicción junto con otros terrenos adehesados en las inmediaciones del río Salor (Almedias, el Picón, Ahijón, la Ruana…). Debió ser continuado por su hijo,  ya que muere en la fecha mencionada,  rematando la obra fortificada.  

    Con la orden, la ejecución de la obra fue llevada acabo por los paisanos,  luego complementada, a través de sus Ordenanzas, la organización, funcionamiento y contribuciones vecinales a él.   También tenían que encargarse del mantenimiento,   aportar   365 cargas de leña y 70 de paja anuales al alcayde  y, durante sus  obras, ciertas camas  de ropa para sus criados, así como hacer guardias para velarla, al menos ésto en los primeros años,  que luego fueron traídos  vecinos de Talaván, lugar también suyo.  Nombraba un Alcayde para ella como jefe,    extendíendo su mando sobre la localidad  como máxima autoridad;  figura que, por su denominación, refleja un origen árabe y, con los años, pacificado el territorio, fue cambiada por la de   Gobernador, traducción del anterior, que era lo mismo, más de carácter civil, con un nombre castellano,  controlando la administración municipal y nombrando sus cargos. Esta autoridad  organizaba el desenvolvimiento del castillo, su administración, suministros y entramado militar, fijaba las guardias, hacía inventario de los bienes  cada varios años o cuando era sustituido por otro.

    La documentación del condado se refiere al castillo  como la “fortaleza”, incluso “casa fuerte”, y, posteriormente, mencionan, referenciado a ella, a su importancia sobre el pueblo, la “casa de la fortaleza” para  hacer alusión al palacio que tuvo el Conde en lo que hoy es el colegio de Nª Sra. de los Dolores en la calle Germán Petit, al que se accede bajo  el escudo de los Benavente, empezado a construir hacia 1477 según  menciones. Sería el lugar de residencia de su mayordomía administrativa territorial en Extremadura, situando a su frente la figura del mayordomo. Anteriormente mencionan otros “palacios” –puede que la fortaleza-  del conde en esta villa al celebrarse en ellos el 1 de  abril de 1431 el acto de posesión y vasallaje del Concejo y  vecinos para convertirse en “vasallos solariegos”: En ella besaron la mano derecha de dicha autoridad condal libremente, “tomándolo por señor natural”, cumpliendo sus cartas y mandamientos, pagándole sus derechos y, en señal de aceptación de señorío, le entregaron “una cata (¿) de plata con tres florines y una dobla de oro” -monedas de la época-.

     Tuvo el edificio de la fortaleza, además del patio -con pozo hoy cegado-  y los torreones de entrada aún conservados, sala de armas a la izquierda de la entrada en la que se guardaban: ballestas, dardos, cintos, hachas, porras de hierro, arcos, yelmos….  como en sus demás castillos, así como  una escalera, hoy tapiada,  que descendía a ….tal vez un sótano, una galería llena de leyendas, como otras localizaciones, literatura que llegó a inspirar a José Canal  a escribir el poema “Arquitectura Rota”:

                               … y le trova la luna en el pandero

                                     de su panza redonda.

                                     Sólo la noche cura, del castillo,

                                     la arquitectura rota. 


martes, 6 de agosto de 2024

TERROR EN EL CINE

  José Luis Solano Rodríguez 

                            


El Cine de verano en su esplendor de los años sesenta con 1.300 localidades

      Inmersos en el Festival de Cine de Terror que se celebra desde el 3 al 7 de agosto en el cine de verano de la localidad, me vienen a la memoria recuerdos de películas de ese género proyectadas  ahí por los Solano, junto con  los cines “viejo y nuevo”, como eran coloquialmente conocidos,  lugar preferente en su uso para esas películas y al gusto de  los espectadores. La temática del horror era de gran éxito entre la población arroyana, junto con la comedia, el cante flamenco, los dramas y la vida de los toreros a mediados del siglo pasado, principalmente, por lo que cada vez que se podía se proyectaba alguna, incluida en los lotes cerrados de películas que se contrataban con las distribuidoras de ellas, llegando con unos dos-tres años de retraso sobre su estreno en Madrid dada la escasez de las caras copias en celuloide, unas ocho para la zona centro peninsular.  

     El lugar, a oscuras,  como la enredadera  que ocupaba la pared norte, el cielo estrellado en estas fechas,  las “lágrimas de S. Lorenzo” cruzando fugaces sobre las cabezas y la vista de muchos  espectadores  perdiendo, incluso,  momentáneamente, la visión de la pantalla en el seguimiento, cuenta de su número y petición de deseos, en una “calma chicha de caló”, con la palmera inmóvil, con algún fogonazo terráqueo de la linterna del acomodador “Regalao”  no dirigiendo al público a un asiento vacío, sino a sus entresijos  entre las sillas de enea cogidas con listones o las nuevas plegables de madera, predisponía a los espectadores al pánico, al escándalo, a la gracia de turno, a la recriminación al linternero.       

     La mayoría de las de terror eran extranjeras, como sus actores. Algunas me quedaron más marcadas que otras, siendo demasiadas las que apenas recuerdo.  “El Perro de los Baskerville” en agosto de 1964,  con Peter Cushing y el siempre frío, enigmático y terrorífico Christopher Lee, que a la temática que nos trae añadía la intriga, con la maldición de esa familia y la investigación de Sherlock Holmes; el que escribe, con    siete  años, entra a la sala por la zona del bar, todo sombrío, hasta la pantalla en ese momento, el silencio se ve roto por el aullido profundo de un perro desde el altavoz escondido tras la jardinera y, ¡piernas para que os quiero¡, la carrera de mi grueso cuerpo de  infancia, la vista centrada en el pasillo mediano y la luz bajo el graderío del anfiteatro escalonado me llevan jadeante al lugar donde se sienta padre, a su amparo.

        Sigue  destacada  “El Fantasma de la Ópera”, un clásico de la historia del cine, con cinco versiones cinematográficas, en esta ocasión inglesa, también, como la anterior, protagonizada por Herbert Lom, H. Sears, E. de Souza….uniendo el terror con la ópera, la depravación, la codicia…Una película calificada para mayores de 18 años que tuve que ver, en mi corta edad, ante la prohibición y persecución gubernativa de esos límites, por mis privilegios, en la escalera de la cabina de proyección, sólo, entre tejados oscuros, todo un ambiente a añadir al proyectado.

     “Los Crímenes del Museo de Cera” puesta en 1968; Doctor Terror en 1969, con los mismos protagonistas que en el Perro de los Baskerville, incorporando ya a un joven  Donald Sutherland, mezclando pánico y destinos inciertos; “La cámara de los horrores”, donde al pavor se unía la venganza en una criminal orgia de muerte; “El coleccionista de cadáveres” en 1970, Española, con Boris Karloff en el final de su carrera cinematográfica, con una cara propicia para la ocasión, uniendo miedo y ceguera.    


Pero también la sala nueva de invierno acogía películas del género, destacando en mi memoria Psicosis  en 1962, un 4 de noviembre , mes de los difuntos, de las campanas de la torre tocando a muerte a diario sobre el catafalco negro de la iglesia parroquial. Tengo cinco años, acompaño a mi hermana, que sabe de la película, de la escena del esqueleto de la madre con su peluca, se esconde bajo la butaca, esperando que la avise cuando pase ese momento; el niño, gracioso, dice que ya, se levanta y se encuentra con lo no deseado. ¡La que me dio!