Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de la Luz
Resulta
descorazonador comprobar que son muchos los edificios artísticos que un día
Arroyo tuvo y que hoy han desaparecido, o están en un estado penoso de
conservación. No obstante, mucho más lamentable es percatarse que no solo se ha
perdido el bien cultural sino que son muchos los arroyanos que ni siquiera
conocen que un día existió ese edificio o ese monumento en su pueblo. Se han
olvidado completamente de ellos; es decir, como si nunca hubiesen estado
presentes y en plena simbiosis con nuestros antepasados.
Estado actual placa ermita de San Blas |
Los
problemas de deterioro, abandono u olvido ocurren, por ejemplo, con nuestras
ermitas. Con excepción de las personas entradas en años, o aquellas que tienen
gran interés porque este pasado histórico nunca se olvide, pocos serán los
jóvenes que te podrían acercar a la ermita de Santa Ana, aquella que albergó
para su reposo eterno a los párvulos que fallecían en la villa, o bien a la de
San Bartolomé y San Blas (quizás sea el momento de poner al día la deteriorada
placa que indica que allí se pintó el retablo cumbre del Renacimiento
extremeño), y no digamos si llegan unos forasteros y le piden a uno de esos
jóvenes que les acerque hasta la ermita de La Magdalena, estoy seguro que no
sabrían ni indicarle de manera aproximada por dónde tienen que ir.
Asociación Photones, el cronista y los restos de La Magdalena. |
Y es
que más que nunca resulta pertinente señalar que debemos hacer mucha pedagogía
de lo que actualmente somos y de nuestras potencialidades futuras, y eso lo
estamos haciendo muy bien, pero nunca debemos dejarnos atrás lo que hemos sido porque,
por cierto, hemos sido mucho más de lo que ahora somos. Por consiguiente,
debemos poner siempre todo ese pasado en valor, estar muy orgullosos de él y
difundirlo una y otra vez, sin cansancio ni desfallecimiento. Resulta más que
evidente, que por este cronista ello nunca va a quedar.
Espacio donde su ubicaba el Hospital de la Piedad |
Y
es, después de este preámbulo, cuando viene a colación uno de los edificios
históricos de Arroyo desaparecido, pero lo que es más triste, completamente
olvidado. Porque, efectivamente, en nuestro Arroyo del Puerco existió un
hospital que estuvo en funcionamiento, con todas las deficiencias que se
quiera, durante varios de los siglos modernos. Un hospital que tenía por nombre
de la Piedad o de la Encarnación. Fue fundado en los últimos años del siglo XV
y justo estaba ubicado al lado de lo que entonces eran las Casas Capitulares;
es decir, el Ayuntamiento, “frente a una
de las puertas de la iglesia parroquial, la del Sol”, dirá exactamente que
se encontraba nuestro hospital la documentación histórica.
Recién
edificado nuestro castillo de los Herrera, y coincidente con el señorío en la
villa de Bernardino Fernández de Velasco y su esposa Blanca, una vecina de la
población, Isabel “La Holgada”, y según recoge el Archivo Parroquial de Nuestra
Señora de la Asunción, decidió fundar el Hospital de la Caridad o de la
Encarnación. El edificio que albergó el hospital, y que hoy está totalmente
integrado en nuestro actual Ayuntamiento, era una edificación de un solo piso.
Sobre la puerta principal de acceso existía una escultura de bulto redondo que
representaba a la Virgen de la Piedad. Después de la entrada nos encontrábamos
con un pasillo y una serie de habitaciones a ambos lados.
En
la parte izquierda, donde hoy trabajan los administrativos del consistorio,
estaban las habitaciones para atender a los “pobres forasteros y mendicantes” y en otra había tres camas para
curar a vecinos catalogados como “pobres
de solemnidad”. Una de ellas permanecía habitualmente cerrada porque se
destinaba para clérigos y sacerdotes enfermos y otra más, que es la que tenía
una chimenea, se utilizaba de cocina. Las habitaciones de la derecha del
pasillo eran los aposentos del hospitalero y de las caballerizas, y desde aquí
se pasaba hasta un pequeño corral. El hospital también tenía en esa parte
derecha una pequeña capilla cubierta con una bóveda de crucería que dejó de
funcionar como iglesia después de algo más de un siglo de existencia; es decir
durante el primer tercio del siglo XVII.
La
capilla dejó de estar operativa para poder integrarse en las Casas Capitulares,
y así poder agrandarse ya que siempre, y hasta la remodelación definitiva del
año 1868, fue un espacio que dejaba mucho que desear y no acorde con la
importancia demográfica que la villa tenía. Así, por ejemplo, con esta tristeza
se describía nuestro Ayuntamiento, todavía en 1790: “una casa que sirve para las juntas, tiene una sala, un zaguán y otro
doble, es la más incómoda e indecente para este ministerio, de forma que se
exige que se provea de remedio, pues no la hay más indecente en esta tierra”.
A lo
largo de su historia, el hospital pasó por dos periodos en los que dejó de
ofrecer la labor asistencial de pobres enfermos. La primera durante la Guerra
de Restauración portuguesa (1640-1668), y la otra durante la Guerra de Sucesión
a la corona española (1701-1713). En ambos casos el hospital fue utilizado como
cuartel de tropas de caballería, presencia de soldados que trataron de proteger
a la población de las correrías portuguesas, y que se produjeron en varios
momentos, incursiones que provocaron desmanes en la localidad, aunque hoy día
sabemos que esos supuestos soldados protectores en muchos casos más que ayudarnos
fueron un incordio absoluto para el concejo y sus habitantes.
A
principios del siglo XVIII el hospital arroyano se encontraba en estado
calamitoso, por lo que una vez desocupado de las tropas de caballería, el
concejo, la parroquia de la Asunción y el obispado de Coria, que también tenía
jurisdicción sobre el mismo, realizaron diversas reparaciones y mejoras para
que de nuevo pudiese utilizarse como auténtico hospital. Fue entonces cuando se
decidió abrir algunas ventanas tanto al exterior como al corral interior, ya
que resultaba más que evidente que el edificio estaba muy mal iluminado y,
sobre todo, pésimamente ventilado.
El
contenido en muebles que tenía el Hospital de la Caridad no difería al de otros
hospitales extremeños de los siglos modernos; es decir, “4 o 5 armaduras de camas, colchones, sábanas, almohadones, mantas, una
mesa con bancos, un arca para ropa, varios calderos, sartenes, y par de
candiles, y algunas cosas más”. Era, por consiguiente, una dotación
bastante deficiente y pobre, y es que en ocasiones el Ayuntamiento desviaba los
pagos que tenía que hacer al hospital a otros menesteres. Por ejemplo, a
principios del siglo XVIII, el visitador del obispo se quejó y ordenó al
consistorio a que pagara al hospital los 1.300 reales que se les debía por “haber utilizado parte de sus rentas en pagar
a pregoneros, maestros y barberos y otros gastos que en nada tienen que ver con
el hospital”. Además señaló que con ese dinero se mejorara la dotación del
centro con un baño para realizar sangrías, orinales, vendas, una jeringa de
metal y ropa para los enfermos.
A lo
largo de este siglo XVIII el hospital también comenzó a recoger enfermos
forasteros, puesto que los de la localidad comienzan a ser atendidos en sus
domicilios, para lo cual se destina parte de las rentas que obtenía el hospital
para este menester. No debemos olvidarnos que los médicos arroyanos de finales
de este siglo estaban bastante bien pagados por el consistorio en comparación
con sus colegas de otras poblaciones mayores. Por ejemplo, los médicos de
Arroyo disfrutaban de un salario de 7.000 reales, además de casa y dos cerdos,
una cantidad bastante más elevada que los médicos de Cáceres que disponían de
un salario de únicamente 4.400 reales.
El
hospital también contó con un presupuesto propio porque desde su fundación a
finales del XV tenía entre sus propiedades varias rentas sobre casas, algunas
desde el siglo XVI, también obtenía dinero de arriendo de viñas, tierras de
sembradura y dos hornos de cocer pan. El funcionamiento del hospital fue languideciendo
completamente en los primeros años del siglo XIX y con el inicio de la
contemporaneidad. Tan es así que en el año 1834, un año después del
fallecimiento del último monarca absoluto, Fernando VII, el Hospital de la
Caridad de Arroyo del Puerco estaba ya sin uso alguno y diez años después se
encontraba en “estado ruinoso”. Los
enfermos preferían acudir al Hospital General Civil de Cáceres que se había
fundado en esta población el 1 de junio de 1833. Un centro hospitalario que
dependiente en principio del ayuntamiento cacereño, dos años después pasó a ser
de utilidad provincial y estar bajo el patrocinio de la Diputación,
reunificándose en un único establecimiento los distintos y en general mal
dotados y poco eficaces hospitales de Cáceres y su entorno como fueron el de
Montánchez, el del Casar de Cáceres, Almoharín y el nuestro de Arroyo del
Puerco.
Hospital de la Montaña en 1910 (Archivo de la Diputación Provincial) |
Hospital de Cáceres en 1910 (Archivo de la Diputación) |
En
estas circunstancias, y dada la necesidad imperiosa que existía de ampliar y
mejorar nuestras casas consistoriales, el edificio del Hospital de la Caridad
sirvió para la ampliación definitiva de nuestro Ayuntamiento, al que se
incorporaría en su totalidad. Una edificación que se comenzó a construir
durante la alcaldía de José Marín de Sobremonte en 1863 y que concluyó en
septiembre de 1868, hace ahora 151 años.
Excelente artículo, Francisco Javier, no dejes de ilustrarnos con tan necesaria información. Bien viene saber la historia de nuestro pueblo. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, poeta. Mientras las fuerzas no fallen, como señalo en el artículo, seguiremos incansable al desaliento.
EliminarUn abrazo.
Gracias por ilustrarme con este buen artículo del hospital arroyano. A seguir así.
ResponderEliminarMuchas gracias, compañero. Un abrazo.
EliminarMuy interesante,parte de nuestra historia.
ResponderEliminarEstupenda la labor que realizas Francisco.
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