Por Francisco Javier García Carrero
Finalizando el siglo XVII, a lo largo de toda la Monarquía Hispánica la devoción que se sentía por las tallas de Cristo crucificado era muy alta. Probablemente nos encontremos ante uno de los temas más recurrentes dentro de la iconografía del arte cristiano. Aunque los primitivos modelos realizados por los escultores del medievo presentaban a Cristo vestido, llegados a este siglo lo habitual es encontrarnos con la figura majestuosa del crucificado con el torso desnudo ya que está exclusivamente cubierto con un “paño de pureza” más o menos extenso.
Arroyo del Puerco aún no disponía de ninguna talla escultórica de este modelo, aunque en 1699, a punto de finalizar el reinado del último de los Habsburgo, Carlos II, al pueblo llegó un regalo que fue recibido con gran alborozo por las autoridades civiles, eclesiásticas y pueblo en general. Efectivamente, aquel año un presbítero de origen arroyano y licenciado, llamado Benito Gómez Padilla, y que estaba ejerciendo como canónigo racionero de la catedral de Segovia; es decir, que tenía posibles económicos ya que estaba recibiendo una parte de las rentas que generaba esa catedral, y que eran muchas, envió hasta Arroyo una magnífica talla de Cristo crucificado, aunque como luego señalaremos nunca sabremos cómo era exactamente aquella escultura.
La
talla llegó hasta nuestra población para que fuese venerada por los fieles de
la localidad. La misma debería situarse bien en una de las capillas de la
iglesia parroquial de la Asunción, la única existente en ese año; en la ermita
de la Virgen de la Luz, y como acompañante de la también primitiva efigie de
nuestra Virgen; o bien en el convento de los padres franciscanos. Una de las
tres ubicaciones debería ser el recinto último de la escultura que llegaba
desde Segovia, y que no sería la última que el pueblo recogió de este mecenas
arroyano que ejercía su ministerio en aquella ciudad (Cristo amarrado a la
columna).
Ante
esta tesitura, el obispo de la diócesis de Coria, el egabrense Juan de Porras y
Atienza, que llevaba al frente de este obispado desde el año 1684, último de
los destinos que como obispo llegó a poseer, y además ciudad donde falleció en
el año 1704, fue el que finalmente decidió dónde quedaría ubicada de manera
definitiva la escultura del Cristo de la Expiración. La elección del prelado
fue que la talla se dispusiera de manera permanente en la ermita de la Virgen y
se venerara junto con ella; es decir, Madre e Hijo unidos por siempre para el
rezo de los fieles.
La llegada de la efigie se quiso solemnizar de manera efectiva. Y para ello se hizo partícipe del acto no solo a los representantes del cabildo eclesiástico o a las autoridades civiles de la localidad, sino a todo el pueblo en general. De hecho, el 28 de mayo de 1699, tres días antes de la llegada del Cristo a la población, se celebró una reunión de las autoridades del Concejo, presidido por Juan Antonio Marín que propuso que además de procesión, misa y sermón, se diera un refrigerio a cuenta de los gastos de los bienes de propios; es decir del dinero que generaba los arriendos de las propiedades que tenía el consistorio. No todos los miembros del Concejo eran partidarios del “dispendio”, por lo que se tuvo que realizar una votación en la que, con la postura contraria de los representantes de la nobleza (Bernardo de Granda y Diego Paniagua), salió favorable la opción presentada por Juan Antonio Marín. De esta forma, el 31 de mayo y con gran alegría por la llegada del Cristo, y después de celebrado los oficios religiosos con todo el pueblo, se celebró una comida para sacerdotes y religiosos en la que la alegría de todos fue la tónica general.
No obstante, pocos años después de ubicada la escultura en la ermita, y concluida la Guerra de Sucesión Española, otra de las múltiples guerras civiles que han asolado nuestra patria, el mayordomo de la Virgen decidió que a la efigie se le debería buscar un espacio con más realce dentro del Santuario. Fue en 1719 cuando el mayordomo Juan Gabriel consignó en el libro de actas que disponía de 737 reales de vellón, que procedían de la venta de tres novillos que se habían entregado como limosna y que serían destinados a la construcción de la actual capilla que tiene el Cristo en el interior de la ermita, y que no existía hasta esa fecha. De la misma forma, muy pronto se observó entre el vecindario en general una especial y particular devoción a este Cristo. Un fervor que se tradujo en las muchas veces que fue sacado en procesión para solicitar la ayuda divina ante las distintas catástrofes que asolaban la localidad, votos y súplicas entre las que destacaban los años de sequías pertinaces.
Esta
devoción hacia el Cristo por parte de los arroyanos se vio truncada en el año
1809, fecha en el que las tropas francesas se señorearon por la población
realizando un sinfín de tropelías. Al margen de los abusos hacia la población
tan habituales en cualquier guerra, especialmente hacia las mujeres, los
franceses decidieron atacar también lo que eran los sentimientos religiosos más
arraigados entre los arroyanos. Fue en este contexto en el que se inscribe la
destrucción de buena parte de la arquitectura del Santuario de la Virgen de la
Luz y la quema en una hoguera de las imágenes más veneradas por nuestros
antepasados; es decir, la de la propia Virgen y la del Cristo de la Expiración,
entre algunas otras que también fueron abrasadas.
No tardaron muchos años los arroyanos en restituir todo lo destrozado. Lograda en buena parte la reedificación del edificio y conseguida una nueva imagen de la Virgen de la Luz, con gran esfuerzo económico por parte de toda la población, quisieron también volver a reencontrarse con la figura del Cristo crucificado. De esta forma, en el año 1817, concretamente un 24 de marzo, el Consistorio anunció que al día siguiente llegaría a la localidad la nueva escultura que se había encargado del Cristo de la Expiración, una talla “que se veneraba en su capilla de la dicha ermita que fue quemado y destruido por los enemigos y en el que tenía este vecindario la mayor devoción”. Como la obra se conocía que ya estaba terminada y a disposición del Ayuntamiento, se señaló que el nuevo Cristo llegaría a Arroyo el día 25 de marzo, queriendo el Consistorio que la entrada en la localidad se hiciese, como sucedió con la nueva efigie de la Patrona, tiempo atrás, “con la mayor ostentación, veneración y devoción posible”.
Efectivamente,
el día 25 de marzo llegó en un carro hasta el Corral Nuevo la escultura del
Cristo que actualmente se venera en la ermita. Hasta allí se desplazó una parte
de la representación eclesiástica de la villa para recibirlo y para que fuese
bendecido por el cura párroco de la iglesia de la Asunción, y antes de ponerlo
sobre las “andas procesionales construida
para ello”. El resto del estamento eclesiástico de la población se quedó en
la villa ya que después de un repique general de campanas salieron desde la
iglesia en procesión junto con todas las autoridades y cofradías de la
localidad a recibir al nuevo Cristo para trasladarlo “bajo palio” hasta la iglesia y antes de su ubicación definitiva en
su capilla del Santuario. Coincidió su llegada a la iglesia de la Asunción con
la presencia en el templo de la nueva Virgen de la Luz, efigie que había sido
trasladada el día 13 de ese mismo mes desde el Santuario y ante las rogativas
que el pueblo estaba realizando por la falta de lluvias, “clamores del vecindario por la necesidad de agua para las yerbas, los
sembrados y los animales del campo”.
Fue así como se produjo el reencuentro definitivo y hasta la actualidad de Madre e Hijo, ya que llevaban casi ocho años sin que las dos efigies estuvieran juntas. El día 26 de marzo se ofició un nuevo acto litúrgico de veneración al nuevo Cristo crucificado que se colocó junto a su Madre. Unos días más tarde, concretamente el 31 de marzo, suponemos que las rogativas de lluvia ya hicieron su efecto, las autoridades municipales y eclesiásticas decidieron trasladar hasta el Santuario a las dos imágenes. La Virgen se colocó en su camerino, un espacio que se había edificado 80 años atrás, y el Cristo de la Expiración se ubicó en la capilla que lleva su nombre.
Posteriormente,
y durante la mayordomía de Germán Petit, en 1892 se contrató al maestro herrero
Fernando Rodríguez para que realizara la verja que en la actualidad protege la
capilla. De la misma forma, el cantero Reyes Nacarino embaldosa con cantería
granítica toda este espacio y el maestro albañil Antonio Macayo será el
encargado de renovar y adecentar los tejados, además de anclar las rejas en el
suelo y paredes de la capilla. Todo ello en un contexto de realce generalizado
de todo el edificio mariano.
El pueblo siguió mostrando su veneración hacia el Cristo el resto del siglo XX, numerosas serán las rogativas que tanto hacia Madre como su Hijo se realizarán a lo largo de los últimos cien años. El Cristo de la Expiración, por ejemplo, siguió saliendo en procesión de manera habitual hasta el año 1941, y desde esa fecha hemos tenido que esperar hasta mayo de 2015 para volver a ver un acto procesional en el que también estuvo presente la Leal Legión, un nuevo hecho histórico en el que como se hacía desde muchos siglos atrás los arroyanos pudieron participar en un tradicional besapié.
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ResponderEliminarInteresante artículo Javier y una fecha para recordar, marzo de 1817, llegada al pueblo de las actuales tallas de la Virgen y el Cristo de la Expiración. Espero verte si Dios quiere en la próxima procesión. Un abrazo y saludos a todos los arroyanos desde Guadalajara.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo Prudencio!!!! y que todo hoy salga a pedir de bocas!!!!!! Seguro que el Cristo te echará una manos, o las dos, aunque esté crucificado. Un abrazo.
ResponderEliminarExcelente trabajo Fco.Javier. Orgullo de que Arroyo tenga un Cronista Oficial tan eficaz.
ResponderEliminarQue la Virgen y el Cristo crucificado te guíe para seguir dando al pueblo tanto saber de su historia que es extensa, valiosa e interesante.
Un abrazo
Muchas gracias, poeta!!!!! Otro abrazo para ti.
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