Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de
Museo Etnográfico de Castilla y León (Fondo Carlos Flores) |
El
pasado 1 de diciembre de 2020 hicimos pública una fotografía sobre Arroyo de la
Luz que había aparecido en el diario El
País unos días atrás, concretamente el 29 de noviembre. Se trataba de una
instantánea del fotógrafo Carlos Flores, hoy día digitalizada y expuesta en el
Museo Etnográfico de Castilla y León (Zamora), en la que se apreciaba a una
arroyana toda vestida de oscuro con la “ruilla” y un cántaro a la cabeza,
también se observa a un joven al fondo vestido completamente distinto a la
anterior. La imagen, fechada por su autor, el museo y el periódico en 1974,
reflejaba claramente una vida que se extinguía y otra que nacía con fuerza.
Carlos Flores. Detalle |
Una
vez que me hice eco en mi muro personal de Facebook de la instantánea,
añadiendo un breve comentario sobre la misma, y en la que venía a exponer de
manera muy resumida lo frágil que es la memoria y la añoranza que siempre
tenemos los adultos por nuestra infancia, adolescencia y juventud. Mis amigos
de esta red social comenzaron a intervenir animadamente, lo cual siempre es muy
de agradecer. Tan es así que aquella entrada tiene 111 interacciones,
compartida una docena de veces y más de 70 comentarios de lo más variados.
Al
margen de alguna intervención que no venía a cuento y que quiso llevar la
conversación por derroteros que no me parecían adecuados, el resto de los
comentarios mantenían una animada e interesantísima conversación sobre dos
aspectos esenciales. Por un lado, el interrogante de la fecha de esa
fotografía, ya que varios de ellos afirmaban que les resultaba imposible
aceptar que fuese del año 1974, y para ello aducían fundamentalmente
“recuerdos”. Eran distintos posicionamientos de los que están completamente
convencidos, por lo que señalaban que esa fotografía tenía que ser
ineludiblemente anterior a esa fecha. Otros, en cambio, creíamos que la
fotografía está bien fechada y que son los gratos recuerdos de nuestra infancia
lo que hacen modificar esa apreciación de unas calles que eran realmente así,
en blanco y negro y con muchas deficiencias urbanísticas, aunque casi todos, y
yo me incluía, no las recordaba de esta forma tan triste, más bien las soñaba
en color, bulliciosas y tremendamente alegres.
El otro aspecto del debate versó en líneas generales, en que esa “antigualla” mostrada en la fotografía no era lo habitual de Arroyo de la Luz; es decir, lo que podríamos entender como una especie de “excepción” y que el fotógrafo la había elegido intencionadamente para que la instantánea tuviese un impacto mayor en lo que quería reflejar con aquellas fotografías, que no era otra cosa que lo que el periódico llamó la “España que se despobló en los sesenta”, y que hoy diríamos la “España vaciada”. No obstante, también es cierto, que otros participantes sí recordaban las calles de su pueblo como se mostraba en el periódico, y que les cuadraba la fecha. Incluso alguno, como Daniel Álvarez Salceda afirmó sin lugar a equivocarse que por ejemplo la calle Tenerías estuvo así, de tierra y aceras empedradas hasta 1982-83, la misma fisonomía que la de varias décadas atrás, como si el tiempo se hubiese detenido.
Calle Tenerías 1979-80 |
Con independencia de que la fotografía esté bien fechada, yo creo que ese asunto no es lo verdaderamente transcendental, y lo elegido por el fotógrafo fuese “malintencionado” o no, rápidamente deduje sobre qué iba a escribir en el artículo de enero de 2021, un tema que tenía aparcado desde hace mucho tiempo y que vería por fin la luz en este año que comienza. Iba a escribir sobre los años en que ya éramos Arroyo de la Luz, que ya era de la Luz desde 1937 como todo el mundo sabe, pero que en distintas partes de la villa, y no en pocas, y no durante pocos años, seguía siendo “del Puerco”, y mucho, y todo ello de manera objetiva, que es lo que nos faltaba a casi todos los que estábamos opinando.
Plaza de España. Principios de los 60 (archivo Paco el guarrero) |
Carretera de Aliseda 1975 |
Por eso, en lo que queda de este artículo, aunque sea el cronista el que lo firme, no seré yo el que escriba y exponga. Me limitaré a engarzar distintos escritos que tengo en mi poder. De esta forma, será nuestro propio pueblo, nuestros padres y abuelos, los que hablen y se explayen abiertamente. Serán ellos los que opinen y reivindiquen, siempre con exquisito cuidado porque, además, no debemos olvidar que estamos hablando de fechas que discurren entre 1962 y finales de los setenta, y había que ser por consiguiente muy valientes para dejar una queja por escrito. Es evidente que durante estos años los comentarios no podían tener la “carga de profundidad” que a muchos les hubiese gustado que tuvieran, pero a pesar de esos inconvenientes quisieron exponer algunas de las injusticias a las que estaban sometidos en un tema tan básico para el ser humano como era el de la higiene y la salud pública.
La Soledad. Año 1960 |
La calleja del reloj. Año 1960 |
La
primera gran queja que tenemos detectada está fechada en agosto de 1962 y la
firmaban, entre otros arroyanos, Salvador Chaparro, Eladio Boyero y Sinesio
Carrero. El escrito denunciaba al Ayuntamiento presidido por Julián Olgado un “hecho escandaloso y patente”
solicitándole una actuación urgente dada la “peligrosidad para el bienestar y la salud pública”. El escrito
exponía que existía un vertedero en la Travesía de Casas Nuevas con la calle
Castañeda que esperaban fuese cegado lo más pronto posible, porque allí se
seguía arrojando por todo el barrio “orines
corrompidos, excrementos, aguas sucias, y animales muertos con su cohorte de
moscas” Todo ello estaba a “dos pasos
de la citada calle de Casas Nuevas”, una zona donde el olor “infecta con sus pestilencias y miasmas a
multitud de hogares”. Aducían que si esta zona era antes considerada “extrarradio” ahora estaban muy transitadas
una vez concluidas las “viviendas de las
casas sindicales”, se referían a las Casas Nuevas.
En
julio de 1967 tenemos registrada una queja y un ruego similar al mismo alcalde.
En este caso los vecinos del Barrio de las Cruces y Carlos Barriga aducían que
como consecuencia de verter al colector las cuarenta casas del Barrio de
Nuestra Señora de la Luz construido por la Obra Sindical, originaba a los
vecinos de estas calles “olores
insoportables hasta el extremo de poder originar una infección”. Se
quejaban que todo ello estaba a la vista de los vecinos y personas que
transitan por la zona y que no era otra que una de las entradas que tenía el
pueblo. Señalaban encarecidamente un arreglo inmediato porque “debido a los calores tan sofocantes no
pueden resistir las inmundicias que se originan”. Firmaban el texto más de
una veintena de vecinos, entre los que podemos citar a Alejandro Salado, Santos
Morejón, Manuel Sanfrutos y Guillermo Cid.
En
ese mismo mes y año; es decir, julio de 1967 entró por registro del
Ayuntamiento un nuevo escrito de queja que iba en parecida dirección. En este
caso eran varios de los vecinos que vivían en la calle Parra y Travesía de San
Antón los que denunciaban que existía en la primera de las rúas un cebadero de
cerdos y en la segunda se contabilizaban dos establos de vacas. Ellos
denunciaban que la Ley de Sanidad prohibía “tal
cosa debido a lo insalubre para los vecinos que no pueden estar ni en sus
mismas casas”. Tienen que soportar el olor a “cerdos y vacas, produciendo malestar y molestias a la hora de ingerir
alimentos”. Solicitaban Argimiro Romero, Severiano Fondón, Pedro Pache,
Concepción Bermejo y Pedro Bonilla, entre otros, que se trasladaran “los citados animales a las afueras del casco
de la población”.
Bien avanzado el año de 1970, concretamente en el mes de noviembre de ese año, y esta vez capitaneados por el párroco de la iglesia de San Sebastián, Vicente Bolinche, que era el primero que firmaba el escrito, un número importante de vecinos de las calles Charca, Albuera y Plaza de San Sebastián, solicitaban encarecidamente que el Ayuntamiento hiciera desaparecer un “vertedero de basuras que existía en el extremo de la calle Charca”. Inmundicias que perjudicaban tanto a los vecinos de esas calles como “el agua de la charca Grande que es donde desemboca”. Decía el párroco que escribía como vecino de la Plaza en el número 9, y como sacerdote de la iglesia, que ese vertedero estaba siempre repleto de “papeles, plásticos y utensilios viejos”. Firmaron con el cura, entre otros muchos, Justo García-Martín, Ramiro Díaz y Segundo Núñez.
Calle La Ronda. Año 1979-80 |
En
marzo de 1971 nuevamente los vecinos de la calle Castañeda, casi en su
totalidad, firmaron un texto que no ofrece muchas dudas sobre la salubridad que
mostraba el pueblo por esa zona que tampoco estaba tan alejada del centro, y ya
avanzaba la década de los setenta. En este caso se quejaban de que las paredes
de los huertos que había frente a sus domicilios eran muy bajas. Como los
huertos eran los “wáter” de muchos
arroyanos, y siendo una calle muy transitada por todos los vecinos y que “pasan mujeres y niños a sus domicilios ven
cosas prohibidas para la moralidad”. Vamos, que te podían ver haciendo tus
necesidades menores o mayores sin ninguna dificultad. Por ello solicitaban del
Ayuntamiento de Julián Olgado que obligara a los propietarios de esos huertos a
elevar el tamaño de las paredes “por el
bien de todos”. En este caso, además de otros muchos, firmaron Nicasio
Aparicio, Faustino Borreguero, la viuda de Gaspar Gubert (firmó así) y Dolores
Hernández.
El último de los escritos reivindicativos al que vamos a aludir está fechado, nada menos, que en octubre de 1977, y fue dirigido al alcalde Manuel Floriano. En este caso el que escribió fue Casimiro Calvo Díaz, aunque como afirmaba en el texto, lo hacía en representación de “todos los vecinos de la barriada denominada Cerro de los Ángeles”. Señalaba Casimiro que esta barriada estaba “aislada del casco urbano entre la calle de San Blas y las calles A, B, y C” (que esa es otra, estas rúas por no tener valor para todos los ayuntamientos anteriores no tenían ni nombre adjudicado).
San Pedro Alcántara Letra A Año 1982-83 |
Carretera de Aliseda. Años 60 (archivo Mili y Satur) |
Unos paisanos que no lograron un nombre para sus calles hasta la primera legislatura de Felicísimo Bello. Además de Casimiro estos valientes fueron, entre otros muchos, Tomasa Bonilla, Ángel González, Luisa Ramos e Isidro Cambero.
Nota final: YO ME VACUNO.
Estupenda crónica de Arroyo, como siempre un placer leerte, yo me acuerdo del huerto de San Blas, que era utilizado como retrete, y no había pared y luego como se tiraba la basura en las esterqueras de esa misma calleja.
ResponderEliminarMuchas gracias!!!! Efectivamente, de eso se quejaban los vecinos de la zona y es lo que se refleja en el artículo. Ese vertedero era uno de los que más tiempo perduró. De ahí las peticiones de todo un barrio.
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