Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de
Hace varios meses, en este mismo blog, publicamos un
artículo que refirió la llegada de los primeros automóviles a nuestra población
y los problemas que ello originó entre la chiquillería, que no acostumbrados a
su presencia provocaron diversos accidentes y algunos de ellos, como el que
analizamos en aquel texto, tuvieron trágicas consecuencias. En aquel momento
trasladamos el accidente mortal que provocó el atropello de una niña por un
automóvil que a su paso por la carretera de Arroyo hacía el trayecto hasta la
capital de la provincia.
Ya advertíamos en el último párrafo de aquel artículo, que
no había sido el único ejemplo ya que poco después del suceso se produjeron otros
casos que también dejaron su impacto en la sociedad arroyana, fundamentalmente
por la cantidad de personas que estuvieron implicadas en aquellos incidentes
con esos primeros vehículos a motor. Fueron varios los lectores de mayor edad
que me escribieron para comentarme que su familia también había vivido
episodios de este tipo por aquellos años, y que durante un tiempo se había
trasladado aquel suceso de padres a hijos. Y, efectivamente tenían razón, uno
de los que quizás resultó más dramático fue aquel en el que perdieron la vida
una madre y su hija de corta edad, y resultando gravemente heridos varios
pasajeros más, todos ellos con gran relevancia en localidad.Grave accidente automovilístico
El suceso al que este mes nos referimos sucedió el día 20 de
octubre de 1928 y poco antes de las cinco de la tarde. Todo ocurrió cuando una
camioneta que conducía Lucio Salado y que había iniciado el trayecto en
Calamonte, después de trasladar hasta esa población distinto género de su
negocio, regresaba hasta Arroyo. No era aquello un servicio de viajeros como
durante un tiempo se estuvo especulando. Lucio Salado había recogido en
Calamonte a Ramona Gómez Girón, de 32 años y a sus dos hijos pequeños, Antonio
Cordero Gómez de 4 años y María Cordero Gómez de 3 años. Y es que Ramona era
esposa del carabinero Cándido Cordero, un guardia que se encontraba destinado
en Arroyo y que tenía su cuartel en la calle Olleros, un edificio que los más
mayores todavía recordarán, y que anteriormente había sido el Puesto de la
Guardia Civil, y hoy completamente desaparecido. Únicamente el escudo de armas
que lucía en su fachada recuerda que allí estuvo el cuartel de carabineros de
Arroyo. Esta madre y sus dos hijos se habían subido a la camioneta de manera
gratuita dada la amistad que tenía el conductor con el guardia arroyano.Empresa de Lucio Salado, 1953 Escudo de armas del antiguo cuartel de carabineros
(calle Olleros)
Con Lucio Salado también viajaban Prudencia Gibello de 60 años y Benedicta Aparicio que entonces contaba 41 años de edad. Esta última era la madre de nuestro poeta más querido, Juan Ramos Aparicio, y que el año del accidente era poco más que un niño de 13 años. Estos dos últimos viajeros habían subido a la camioneta en Cáceres y todos se dirigían en plácida armonía hasta nuestra localidad. Conducía Lucio a relativa velocidad, dado el ligero descenso que presenta la carretera en esa zona, cuando a la altura de la finca de los Arenales, donde hoy se sitúa el hotel, la camioneta perdió completamente el sentido de la marcha debido a la rotura del eje de una de las ruedas delanteras. Con tan mala suerte que el vehículo acabó chocando violentamente contra uno de los árboles que entonces se situaban a lo largo de una buena parte del trayecto.
Lucio Salado, el conductor durante el accidente |
Benedicta Aparicio, una de las accidentadas |
Pocos minutos más tarde, y en dirección a Cáceres, pasó el
vehículo de otro industrial, en este caso de origen cacereño, Bautista Abad,
quien recogió a todos los heridos y los trasladó urgentemente hasta la Casa de
Socorro de Cáceres. Hasta allí llegaron poco después de cinco de la tarde
cuatro de los heridos de distinta consideración, Ramona Gómez Girón, su hijo,
el niño Antonio Cordero Gómez, Prudencia Gibello y Benedicta Aparicio. En el
lugar del suceso permaneció el conductor del vehículo Lucio Salado que se
encontraba ligeramente herido por el accidente, aunque especialmente preso de
un ataque de nervios, y junto al cadáver de la niña María Cordero Gómez que
había muerto en el acto. Instantes más tarde se personó en el lugar del
accidente el juez de Instrucción Felipe Álvarez Uribarri al que acompañaba el
juez municipal Germán Rubio, ambos procedieron a realizar las diligencias
oportunas para el levantamiento del cadáver y trasladarlo al depósito de
cadáveres del cementerio donde se le practicó poco después la correspondiente
autopsia.
En la Casa de Socorro prestaron asistencia médica a los
heridos los facultativos Eladio Álvarez y José Ropero que estuvieron auxiliados
por el practicante Francisco Román. De todos los heridos la más grave con
diferencia era la esposa del carabinero arroyano que, además de llevar el
cúbito y el radio completamente destrozados, presentaba heridas gravísimas en
la cabeza y específicamente en la mandíbula superior. De tal forma, que después
de la primera cura de urgencia fue trasladada de manera urgente hasta el
hospital provincial de la Montaña. Hasta este mismo hospital también fue llevada
Prudencia Gibello con “conmoción visceral” y el niño Antonio Cordero Gómez,
hermanito de la fallecida, que tenía una herida profunda en la cabeza de 18
centímetros y la pérdida de “parte del oído externo”. Menos grave llegó hasta
la Casa de Socorro Benedicta Aparicio que al margen del “magullamiento general”
presentaba únicamente una herida en el labio superior. Una vez curada fue la
única que se pudo marchar hasta su domicilio de las Cuatro Esquinas en Arroyo.
Al día siguiente del accidente, y ya en el hospital Provincial, la esposa del carabinero arroyano, madre de la niña fallecida y del niño herido, no pudo superar las muchas lesiones con las que llegó al centro hospitalario. De ahí que, después de toda una madrugada angustiosa, a las 9 de la mañana del día 21 de octubre Ramona Gómez Girón también falleció. Esa misma mañana le fue practicada la autopsia en ese mismo centro por el forense, doctor Madrigal, y uno de los médicos del propio hospital Fernando Quirós.
En conclusión, un terrible accidente de los muchos que han
jalonado nuestra historia. Después del mismo, una familia quedó completamente
destrozada por culpa de aquellos todavía inseguros primeros vehículos a motor.
Padre e hijo pequeño quedaron sin consuelo alguno, aunque arropados por la
vecindad del pueblo durante el tiempo que el guardia continuó sirviendo en el
cuartel al que anteriormente aludíamos.
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