José Luis Solano Rodríguez
Año 1977. Franco había muerto dos años antes, sus vestigios aún perduraban. El Alcalde aún era un designado –en este caso, en cierto grado, obligado, al ser funcionario estatal- por el sistema: Manuel Floriano Medina.
Deseos de Libertad, Democracia, Cultura…se van asentando por España. El grupo musical Jarcha eleva su canción “Libertad sin ira” al ámbito de himno por lo que la mayoría quiere. Arroyo no puede ser menos, ni quedar atrás. Un grupo de jóvenes –hermanos Suárez García, las “Tati” y pandilla, …, añadiéndose luego más personas, aunque nunca la peña El Pimporro, como tal, salvo el presente, que Javier mencionó, comenzamos a hablar de fomentar la cultura a través de una Biblioteca, un Museo, exposiciones temporales, conciertos…. y en un lugar: una Casa de Cultura. Para ello constituimos una Asociación Pro-Casa de Cultura bajo los auspicios de la nueva ley de Asociaciones, que permitía algo de apertura y, digo algo, porque limitaba el número de miembros en las reuniones –la sombra del “complot” permanecía-, teniendo que recordárselo al municipal Aparicio (El Peñón) cuando nos quería desalojar, por mandato del alcalde. Se nos empezaba a acusar de fines políticos, más bien de “comunistas”, por ser Marivale, asistente a una reunión ilegal de esa agrupación política, interceptada en ella; el estigma se ciñó sobre nosotros y la guardia civil, con el teniente valenciano Manolo al frente, nos puso en el punto de mira.
Había que comenzar a hacer: solicitamos un local al Ayuntamiento, que nos permitió las escuelas de párvulos de la plaza –donde ahora está la Casa de Cultura-, incluso como salón de actos el de la OJE, junto a las “casas nuevas”; diseñamos alguna actividad y, claro está, había que recaudar dinero, que en aquella época no había subvenciones para esos fines. Nos planteamos hacer un gran espectáculo de artistas polivalentes de la
localidad y resto de la provincia: un Festival. El motivo y la finalidad se dirigieron a ensalzar la figura del Emigrante, que había dejado el pueblo y al que, aún, acudía en los veranos para conciliarse con sus parientes y paisanos, mostrando las bonanzas de otras tierras y las muchas horas de labor, recompensadas; llenaban el pueblo y podían repercutir en la causa que pretendíamos, aportar no sólo económicamente, sino con valores artísticos para actuar en el acto. La fecha sería durante el mes de agosto.
La población había perdido la barrera de los 7.000 habitantes, en un descenso desde el máximo habido en los 10.500 de derecho –unos doce o trece mil de hecho- de 1950; la emigración hacia Alemania, Madrid, País Vasco y Asturias, principalmente, había hecho mella en la demografía arroyana, a la vez que en su economía, que empieza a mirar con buenos ojos el dejar de ser jornaleros agrícolas, hasta con salidas temporales a Castilla, y pasar a cobrar una nómina estable de una empresa del sector constructor, industrial e incluso minero. Próximos a la localidad, dos focos atraen a los vecinos, primero el Salto de Torrejón y luego, sobre todo, el de Alcántara. Entra un dinero que repercute favorablemente en la construcción y en los servicios de la localidad. El nivel de vida se eleva con la mirada puesta en el exterior para mejorar.
Empezamos la tarea organizativa. El cartel queda en manos de Yayo Suárez, discutimos sobre el coste, elevado por quererse original, en grabado sobre plancha de cobre: una persona con gorra, mochila y maleta sobre un paisaje coloreado con la bandera de Extremadura. Seleccionamos posibles artistas –del flamenco al folk, humoristas, poetas…- fuimos hablando con ellos, ofreciéndoles, a los foráneos el pago de la gasolina para desplazarse, a ser posible, compartiendo vehículo, que andábamos “pelaos” y sólo, hasta el momento, con las aportaciones de familiares, venta de pegatinas….
Elegimos el fondo del campo de futbol como lugar donde celebrar el acto. El Ayuntamiento no ofrecía nada más, carecía de personal e infraestructuras; teníamos que extender la instalación eléctrica hacia esa zona, haciendo de electricistas, soterrando los cables, en una zanja a pico; pedir medios por el pueblo: el escenario a los albañiles, plataformas para él, medios de transporte -la colaboración popular se extiende-, alquilar el equipo de sonido en Cáceres, conseguir sillas de su ayuntamiento, gracias a la mediación del arroyano y poeta José Canal Rosado, instigador cultural,….Quedaba la tarea de pasar por la “censura”, existente aún: había que
llevar al Ministerio de Información y Turismo todo el programa que se haría con referencia a los autores e intérpretes, copia simple de lo que ya estuviera utilizándose por otros, con referencias, por triplicado caso de no ser así y permanecer a la espera del beneplácito gubernativo; ardua labor que prolongó la tarea burocrática, más cuando se iban incorporando nuevos artistas, demorándose la fecha de la actuación. Agosto se hacía inviable, la mayoría de los emigrantes no estarían; las miradas se pusieron sobre el 8 de septiembre, día de Guadalupe, que se empezaba a mencionar como el día de Extremadura, una reivindicación política que vería su fruto oficial ocho años después.
Los preparativos estaban puestos en marcha: cartelería por el pueblo y los de alrededor, el 850 de “Canilla” o el 600 de MariVale –nuestro vehículo oficial-, con megafonía incorporada, recorrían las calles anunciando el evento.
Llegó el día, los nervios a flor de piel, aunque con la confianza del éxito. La bandera, no oficial, de Extremadura, confeccionada por la madre de los Suárez, la maestra Manuela García, dispuesta e izada; primer apercibimiento, oral, del Teniente de la benemérita, al que le hice ver que lo viera como una telas de colores que no hacían ningún mal, puestas a la entrada del campo de futbol, en paralelo a la bandera de España. El pueblo se desplazó hacia el lugar. Los artistas se agolparon a pie del escenario y fueron informados de su puesto de intervención; allí estaban Clavillo, Alonso “Molina”, Simón, Dieguino de Cáceres, los hermanos Gallardo, Pepe “Lata”, Tedy, Lucio, Hortensia y su guitarra, Vicente “BH”, Miguel Ángel G. Naharro, Paco Martín, Alfredo, José María Magariños … Comenzó con una declaración, por mi parte, contra nuestra estigmatización de fines políticos y a favor de la Cultura. El guion se seguía, la autoridad gubernativa, próxima, supervisaba su cumplimiento; un poeta, fuera de ello, se acerca y pide subir a recitar, planteo dudas y lo que se puede venir por no estar en programa ni aprobado por el Ministerio, al final decido que a delante, hay que empezar a romper moldes y corsés, Sebastián Talavera Mariscal asciende, coge el micrófono y lee su poema, cargado de fondo obrero, de lucha social reivindicativa asturiana; la cabeza, en negativo, de la autoridad gubernativa, presupone lo que llegará días más tardes: multa a la responsable del acto, la única solvente del grupo, la maestra Marivale , otra más a añadir a las que se sucedieron, porque estaba en el objetivo “contra”,... Aún así, el éxito es patente, la conformidad del público reconforta de tanto esfuerzo.
Seguimos con representaciones teatrales, exposiciones de pintura en la calle, ferias de maquinaria agrícola en marzo, fomento de las Candelas y del cancionero arroyano….
Ese primer festival tuvo su continuidad el año siguiente, en agosto, más recortado de actuantes. En años posteriores, su excesivo trabajo y muchas las cortapisas llevaron a la contratación de cantautores extremeños del momento, de bajo coste: Pablo Guerrero, que era “tiempo de vivir, de soñar y de creer”, aunque tuviera que “llover a cántaros”, y, el siguiente Luis Pastor, porque estaban “cambiando los tiempos” . Luego, nada de festivales en la Asociación. Esa tarea, como otros fines, la asumió el Ayuntamiento con la primera Corporación democrática; la Casa de Cultura llegaría la década después. El poco dinero que sacamos después de tantos gastos, multas…fue entregado para que pudiera hacerse el Primer Certamen de Teatro de Arroyo de la Luz en 1987, porque la Cultura en Arroyo tenía que seguir.
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