Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de
Continuamos comentando la serie de trabajos del profesor Antonio Pérez Toranzo y la asociación Photones. El sexto análisis continúa con la iconografía enmarcada en la Pasión de Cristo. Llegamos al primero de los momentos claves de esta Pasión, aquel que refiere la muerte de Jesucristo en la cruz. Después de ser mostrado al populacho por Poncio Pilatos, tal y como referimos en el anterior estudio, y al grito “que lo crucifiquen, que lo crucifiquen”, la sentencia estaba a punto de cumplirse y no había vuelta atrás. El cuadro elegido por el profesor Toranzo tiene por título El Calvario y es un óleo sobre tabla de roble de gran formato ya que mide 166 por 138 centímetros y pintado en el año 1566 como colofón de un retablo, probablemente para el convento de Nuestra Señora de la Luz de Alconchel (Badajoz). Actualmente se encuentra en la pinacoteca por excelencia de nuestro país, el Museo del Prado (Madrid).
@Museo Nacional del Prado (Madrid) |
La
crucifixión fue un castigo en absoluto extraño en aquellos territorios ya que
se venía practicando desde hacía, al menos, un milenio por persas, asirios y
fenicios. Se trataba de un horrible castigo que estaba reservado casi
exclusivamente a los criminales más peligrosos, a los extranjeros o a los
esclavos, lo cual no era el caso. La fijación del ajusticiado a la cruz se
hacía por medio de cuerdas y clavos. Una vez llevado al suplicio portando la
cruz de su martirio, Jesucristo fue clavado en el travesaño que estaba
horizontal, luego era izado por un sistema de poleas o cuerdas. Para fijarlo a
la cruz los soldados romanos utilizaron 3 clavos de una extensión de entre 13 y
18 centímetros. Dos de ellos para los brazos y el último para los pies superpuestos.
El verdugo, aunque no siempre sucedía, debía atravesar de un solo golpe de
martillo las extremidades y luego remacharlo a la madera.
Al
margen del intenso dolor que todos estos suplicios infringieron a un cuerpo ya
muy castigado por los anteriores tormentos, tan angustioso, o incluso mucho
más, fue la dificultad que Jesucristo tenía para poder respirar. A
continuación, fue, siguiendo el evangelio de San Juan, cuando los soldados
romanos atravesaron con una lanza el costado de Jesucristo de donde salió
sangre y agua, en ese orden.
Será este el momento elegido por el Divino Morales para mostrarnos este pasaje de los evangelios. Cristo ya izado en la cruz (Juan Luis Bermejo), que se encuentra flanqueado por la Virgen Dolorosa (Nina Bañegil) y un San Juan que completa la escena (Manuel Montero). De nuevo, y como sucedió con los cuadros comentados en el anterior análisis, estamos ante un asunto recurrente en su obra iconográfica. Comentar que también este pasaje era típico de la escultura, de hecho, en nuestro retablo el entallador placentino Alonso Hipólito esculpe estas mismas tres figuras para la hornacina superior de la calle central de nuestro excelso retablo de la iglesia de la Asunción.
@Antonio J. Pérez Toranzo |
Morales
nos muestra una figura de Cristo con un cuidadísimo dibujo de su anatomía y con
un forzado escorzo en el rostro, situación que también observamos en la cabeza
de San Juan. Los ojos y boca de Cristo entreabiertos, con labios ligeramente
azulados y rostro lánguido que nos habla de la inmediatez de la muerte. La
Virgen repite el rostro de otras Dolorosas con las manos entrelazadas mientras
que la cabeza alzada y el perfil de San Juan es idéntico al que tenemos en
Arroyo en el cuadro que refiere la Venida del Espíritu Santo. La cara de
Cristo, en cambio, es idéntica a la obra Lamentación ante el Cristo muerto
del Museo Provincial de Salamanca. En general, las tres figuras nos muestran la
curva “serpentinata” en los cuerpos, pliegues de las vestimentas que se mueven
y los ademanes dolientes que nos remiten a una estética claramente manierista.
El ambiente lo completa Luis de Morales con amenazantes nubes en un ambiente
global que acrecienta, si cabe, el patetismo de la escena.
En
resumen, podemos decir que para el profesor Toranzo esta composición fue un
trabajo muy laborioso. La disposición general de la obra, la propia cruz, los
tres modelos que están de cuerpo entero, además de los pequeños detalles en sus
figuras, a lo que se suma el fondo de la obra, supuso para Antonio largas
sesiones en el proceso de la imagen en el ordenador. El cuerpo y la cara
deformada de Cristo, con el pelo de otro modelo fue la primera figura
trabajada. La posición de la Virgen con un ropaje con numerosos pliegues que
tuvieron que pintarse para que pareciera el original fue otro reto de larga
duración. Por otro lado, San Juan, este último con el pelo de su hijo que
resultó idóneo para la ocasión, fue también un nuevo quehacer de intensa
edición. Por último, el paisaje del fondo, con el guiño al castillo de San
Martín de Trevejo, derruido, más el estudio de las nubes y el cielo
constituyeron un último reto que ha merecido para ver este resultado final.
Aquí tenéis una pequeña muestra de fotos de @APyF con el Making of (cómo se hizo):
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