jueves, 17 de enero de 2019

EL TROVADOR: "DÉDALO DE RÚAS"

Por Máximo Salomón Román
         **** El Trovador de Arroyo de la Luz ****

     “Viva la corredera y la calle el Pozo, la tierra que pisan los buenos mozos. He querido comenzar con esta estrofa de nuestro arroyanísimo “baile pandero” toda vez que refleja la que tal vez fue, y sigue siendo, la calle más emblemática de Arroyo, la rúa por excelencia, nuestra Corredera. Tuve la gran suerte de conocerla con su empedrado y observar cómo se asfaltaba a mediados de los sesenta. Ya reflejé en un artículo “Ayer y hoy de la Corredera” que esta emblemática calle represento el núcleo social y comercial del pueblo. Contaba con ferreterías de los herederos de Juan Tato, Jesús y Julián, charcuterías como la de Dimas o de Chaparro, pastelerías, zapatería, farmacias, tahonas, carnicerías como la de Corchete servicio de correos y telégrafos, mercerías, bares y hasta un casino para los más pudientes.
 













     No hay dudas de que el callejero de cada uno de nuestros pueblos está estrechamente ligado a las costumbres, tradiciones, folklore, historia...Todo un plano sociológico y antropológico que define a cualquiera de nuestras villas.Volviendo a la Corredera, recuerdo como a mediados de los sesenta comenzó a construirse un moderno edificio de cuatro plantas, propiedad de don Francisco Cordero. Por cierto, el único permitido en el pueblo ya que las normas subsidiarias remitieron la permisividad de construcciones a un máximo de tres plantas.

Y es que la Corredera lugar de ocio, esparcimiento, amoríos y desamores de muchos de mis paisanos que desde la plaza hasta las cuatro esquinas y viceversa solían pasear en las tardes y noches de agradable ambiente.

     Pero en todo ese dédalo de rúas que conforman nuestro callejero local es interesante establecer un paralelismo entre dos calles. Una es san Marcos, la otra, Concejo. La primera debe su nombre al evangelista, muy venerado en el pasado a decir por la existencia de una ermita de las ocho, creo, con que contó nuestra villa. Yo bebí en las fuentes y en las tradiciones de los más mayores. Y digo esto porque, siendo niño, me contaban las historias arroyanas entre las que se incluía la de san Marcos y que hacía referencia al santo patrón que en las rogativas de lluvia era sacado en procesión. Parece ser que nuestros antepasados le mojaban la cabeza, cansados de tanta sequía. Y como el santo seguía haciendo caso omiso a las demandas de los labradores, el hartazgo les llevó a lo peor: lo arrojaron a la charca grande. Incluso decían que era una escultura en algún tipo de piedra. Pero a finales de los ochenta se limpió la charca y no apareció .Ni que decir tiene que es una historia que mucha gente ha oído. Leyenda. Al lado de la que entonces fuera ermita funcionó, hasta principios de los setenta, uno de los hornos de ladrillos y tejas de la localidad.



     Seguro que los más mayores del lugar recuerdan en la calle san Marcos la taberna de Santiago “el peloto”, el comercio de Evaristo Carrero y, en especial, la construcción e inauguración de lo que para muchos de nosotros fue grandioso. Me refiero a nuestra primera escuela: el grupo escolar “San Marcos”, a principios de los sesenta. De otra parte, la calle Concejo contaba con la dependencia de vinos y gaseosa “la Casera” que regentaba Aureliano Ramos, el “rojino” ¿Quién no se acuerda de su hijo, el bonachón de Benito? Pero sociológicamente, tal y como he referido anteriormente, está íntimamente relacionada con san Marcos. Era tradición que en el siglo XIX, y creo que a principios del XX, cada vez que nuestra Patrona llegaba al pueblo lo hacía a hombros de nuestros representantes locales. Era como un honor para ellos y casi un derecho adquirido. Es lógico que la denominación de esta rúa hiciese referencia al concejo municipal. De otra parte, san Marcos era siempre la vía de retorno de nuestra Virgen camino del santuario. Curiosamente en tiempos de lluvias se protegía con un plástico que se colocaba siempre desde el mismo balcón, el de la casa de Celestina. Por tanto, una de bienvenida y la otra de despedida a nuestra Soberana.

 














     
     Ambas calles estaban conectadas por una tercera, la de Don Florencio García Rubio, que en su día se denominó “Plazuela de las Postas”, nombre muy común en nuestra geografía callejera, y Santos Salomón, en memoria de un practicante local, y que antes se conoció como Valdetrás. Esta es la calle que me vio nacer. Recuerdo al lado de mi casa en el número seis una antigua tahona, después fue almacén de piensos. Y una dulcera muy particular, la señora Balbina, abuela de los Molano Solana, (los carruchos) quienes solían abastecerla con sus interminables cargas de jara. Trabajaba en la citada tahona, también, José Chanfaina. Un poco más adelante, una almazara, todo un antiguo molino aceitero que regentaba el señor Ángel, “el pichón” y cuyo operario más estable era su cuñado Patricio, además de su primo Santos. El olor al alpechín de las aceitunas nos era siempre familiar. En la acera de enfrente, y en tiempos de vendimia, se podía adquirir uva a buen precio y que vendía Francisco “el lujoso”. Y a mitad de la calle teníamos la trasera del palacio de los Marines, habitado por el señor Teodomiro Talavera, y que te proporcionaba algunos materiales relacionados con la albañilería. La continuación de esta rúa es- como he señalado con anterioridad- la Plazuela de las Postas (lugar de intercambio de animales a la hora de proseguir viajes; y de mensajes, y que funcionó hasta la implantación, a nivel nacional, de la institución de Correos). Esta calle pasó a denominarse de don Florencio García Rubio, insigne maestro natural de Malpartida de Plasencia y que desarrollara su magisterio en nuestra villa.
 
















     Pero casi todas las calles arroyanas tienen algo que las define. En dirección al santo teníamos las albueras (albuera o charca pequeña). La de abajo contaba con la famosa fragua de los “mierlos” en la que muchos tuvimos grandes vivencias, el taller de costura de Pauli Santano, y la tahona de Frascorrino. Por encima de esta panadería vivía la “Sastrina”, también dedicada a la costura de cara al público. Arriba, el comercio de Sixto Pola. En la albuera de arriba, solíamos ir a por los churros a casa de la señora Marcela, cariñosamente, la “Chola” y cerca de la plazuela del santo, a la fragua de Gabino Palanganilla. A la izquierda, la calle Quinea cuyo origen ha investigado nuestro querido Vicente Ramos y que haría referencia a “Quinus”, término relacionado con el mundo equino. En la misma funcionó, al menos durante tres generaciones, la fragua de Teófilo Rodríguez. La calle “Matamoros” es otra de la que no tenemos referencia cierta en cuanto a su apelativo, si bien en muchos pueblos de la Ruta de la Plata dan idéntica denominación a rúas dedicadas al apóstol Santiago (conocido como Santiago Matamoros).
     Una vez en el barrio del arrabal, en el santo, nos encontramos con una serie de calles famosas por los pucheros, barriles y las ollas, así calle Hilacha, del Pozo, calle Franco (dedicada a un arroyano), y sobre todo, la calle del Rollo. En la época de la desamortización de Madoz, contaba nuestro pueblo con más de sesenta alfares. Eran típicos y famosos los pucheros y barriles del Arroyo que por mala traducción derivó en Rollo. Ya no se decía “ollas del Arroyo”, sino ollas del Rollo. Esta opinión se basa en un trabajo publicado por el Museo de Cáceres, de febrero de 2018 y por el Museum Plataforma Transfronteriza. Era esta una de las calles que contaba con mayor número de alfares (Pajares, Juan Colín, Cacharro…). Es de tradición, y así me lo comentaron los mayores de mi calle y reafirmaron - hace poco- los paisanos Emiliano Higuero y Pedro Paniagua, que existió una era al final de la calle que comunicaba con la de carretera de Alcántara. El monumento en torno al que giraba toda la zona sería la “picota” o “rollo”, símbolo de la independencia de nuestra villa. Ello justificaría el nombre de “Calle del Rollo”. Al comienzo de la calle próximo al Santo había pescadería, barbería, etc., y existió la taberna de “Cacharro. Al final de dicha calle tenemos la plazuela de la Unión (calle san Antón) en la que, medio siglo atrás, funcionó una chocolatería. De algún antiguo programa de ferias recuerdo su publicidad: “Viuda de Sixto Muro”. Paralela a la Corredera tenemos la calle Hilacha. Don Juan Ramos me explicaba el porqué de esta denominación y que era debido a la ubicación de talleres de costura

 Por debajo de Hilacha estaba una de las dos calles de Camberos, en referencia a las ramas delgadas en las que los arroyanos ensartaban tencas y carpas por las agallas, antes de pasarlas a la costera. Luego, caería en desuso. En la primera de ellas era famosa la carbonería del Tito y la churrería de la Beata. La otra se adjuntó a la calle Parra haciendo ésta más larga. Famoso en el cruce de ambas ha sido siempre el 

comercio de Pablo Pérez, luego de Isidro y, posteriormente, del nieto, también Pablo Pérez. Desde la Corredera, en dirección a Parra teníamos la otra calle Camberos (hoy incluida en Parra), con la talabartería de Regino. Y el taller de mecanografía de Maribel. Antes de entrar en Parra, a derecha, la calle Gabriel y Galán contaba con otra talabartería en la que trabajaban Celestino y Fidel.

     

Una vez en calle Parra no podemos obviar que en la misma funcionaron varios negocios, entre ellos, la tahona de Camisón y el molino de piensos de Joaquín, con cariño, “el Marqués”. Por debajo, la típica parra en la fachada de la casa del basurero, y que daba nombre a la calle.


Saliendo de la plaza, la calle que hoy dedica Arroyo a dos de sus hijos más ilustres, esto es , los Hermanos Caba era denominada Santa Ana toda vez que existía una ermita frente al bar Caracol. Tras la demolición de la misma se vendió un precioso arco, por 25000 pesetas, que hoy puede contemplarse en el Parador de Cáceres. Con anterioridad, funcionó la taberna de las Moragas. Y más abajo, la escuela de don Manuel Andrada. De otro lado estaba santa Ana 2ª, “la calle de la polería”, regentada por Pablo Pérez; además, la espartería del señor Pedro el “espartero (imitaba bastante bien a un cantaor de la época llamado “el Mejorano”). Muchos íbamos a clases particulares con su hija Toñi. La calle contaba, también, contiendas de ultramarinos, como la del señor Pepe el Hortigón, o la de Rafael Rodilla. Novedosa era la tienda de “gomas” y de muebles de Juan Cid. Frente al juzgado de Paz (fue trasladado desde el Palacio de Benavente a mediados de los sesenta) funcionaba el taller de Costura de Joaquina al que asistieron arroyanas tales como Angelines, Eugenia Cabezas, Adela Cabezas, etc. Pasando el juzgado, al otro lado de la calle, estaba la taberna de Dionisio que compartía pared con la fontanería del señor Pepe Terrón, y más abajo la zapatería de Vicente. Enfrente, en calle Oscura vivió un andaluz, arroyano de adopción: Pepe Gallardo , más conocido por Pepe Porcelana, quien puso en marcha una tienda de loza y ropa, todo un respiro para la gente de Arroyo, toda vez que permitía el pago a plazos. En dicha calle, la pollería de Sebastián que un día trasladara desde la Corredera. La calle Rafael Chaparro, dedicada a un insigne maestro de Brozas que ejerció su magisterio en Arroyo, y superconocida por Carniceros, contó con comercios como el de Segundo Sánchez (posteriormente abriría la conocida tienda “Galería del Mueble), la de Samuel 
Carrasco (cariñosamente, la “Manquita”) y la churrería de Pepi. Más abajo, a izquierda, la Hermandad Sindical.

     De la Plaza salen otras rúas. Así la calle Ricos. Estaba contaba con la taberna de la “Capilla”. En la misma, un tinado cochera albergó durante algún tiempo un coche de caballos, propiedad de un médico local, don Vicente Criado. El año 1974 comienzan a funcionar el bar “Candi” (posteriormente, la Bodeguilla) y la Discoteca Venus. Perpendicular a Ricos tenemos la calle Valencia que contaba con la Relojería Palacín y más abajo, la taberna del Rastrojo. En los años sesenta con otro bar: “el Muleto”, famoso por su magnífico bacalao. Y obviamente, un lugar inherente a los arroyanos: el Cine Solano. Y más arriba, nuestro cine, además del llamado “cine viejo” se extendía hasta la calle Casas Nuevas en la que funcionaron durante muchos años la tahona de Carrasco y los ultramarinos de Ferrero. Ya, en la confluencia con Regajal, el bar Sinesio y su fragua. Enfrente, el taller de Boyero; y a derecha-divisando como testigo el mirador de Silos- encontrábamos la otra fragua de la familia Rodríguez (los mierlos) y la herradería de “Jincaclavos” (luego regentada por el señor Agustín). Hacia abajo, Regajal o los Telares, que tiene su apelativo por la existencia de algunos charcos o regajos que desembocaban en el Pontones. Hasta los años setenta funcionaron en la misma dos fábricas: una de corcho (conocida como la de los “catalanes”); y otra de muebles (familia Niso).

 Otra radial de nuestra plaza es la calle Germán Petit, o del Palacio. Yo diría de los palacios ya que hasta los noventa existió otro palacio-convento, el de Silos con su célebre mirador, ya mencionado, y que fue escuela de mi padre y de muchos de su generación. Girando en la plaza nos encontramos con la calle Larga, (creo que propusieron llamarla alguna vez Pablo Iglesias) denominada Calvo Sotelo. Ya en democracia, con la restauración del patrón de arroyo, san Gregorio, tomó el nombre del santo. Lugares significativos como la “casa del gallo”, el palacio de los “Olgado” y las puertas representativas de la judería arroyana. El taller de costura del señor Miguel, el comercio de Espadero, o la venta de chuches de la señora Martina también merecen el recuerdo. A media altura de la misma funcionaron el “Bodegón”; más tarde y al lado, el bar “Bigotes” y un almacén de gaseosas regentado por Vicente Pérez. Este negocio pasaría a Pablo Pérez, sito en la calle santa Ana (la de la polería ya mencionada). A derecha de la calle Larga encontramos otra rúa: Gabino Gracia (en referencia a un secretario municipal en tiempos de la Dictadura) en otros tiempos “calle del Moral”, tal vez por un árbol de esta especie que había en la misma. Más abajo, santa Teresa fue siempre Hornillo, tal vez por la zona de pequeños hornos en cada hogar, dato que avalan los archivos municipales. Uno de esos hornos era conocido como “horno de santa Teresa”. Tal vez de ahí derivó que la calle cambiara el nombre por el de la Santa. Es significativo comentar que la calle Gallegos tiene, tal vez, su origen en la confusión que generó durante cierto tiempo que la habitaran 

unos portugueses y, quizás, gallegos- tras una repoblación realizada hace siglos. Su habla cerrada puede que extrañara a los locales y pensaran: “hablan como gallegos”.
     Castillo, Castillejos y Convento recibieron el nombre de la influencia de sus respectivos monumentos. Era muy conocido en Castillo el señor Churri, el pielero que te cambiaba hierros de chatarra por algarrobos. Otro Churro, también de esa calle, se dedicaba a la venta de helados, negocio que luego regentaría Eutiquio con su carromato. Y una referencia especial fue la “Casa de los Soles”, hoy ya lamentablemente historia. Pregunté hace mucho tiempo sobre su función y mis vecinos de Valdetrás (q.e.p.d) me comentaban que a veces fue posada y, en otras, enclave para el contrabando. No obstante, desconozco su funcionalidad. Lo que sí parece ser cierto es su antigüedad.
 











     El convento, en el Ejido de Palo Santo, dio nombre a tres calles paralelas en aquella zona, cercana a la plazuela de la Cruz que hoy está en su centro pero que siempre figuró al lado de la carretera con la función propia de una cruz de término. La calle más lejana, en la que tengo la mitad de mis raíces era Tenerías en referencia a una zona en la que se curtían pieles. Eran famosos los caleros y tintoreros. Conectaba la calle Larga con Tenerías otra emblemática rúa: “Olleros”. Es la otra zona de la villa en la que funcionaron los talleres de este oficio legado por los árabes. Dos edificios singulares tuvieron su importancia en esta calle; de una parte, el Cuartel de los Carabineros (especie de policía de frontera) y la escuela de don Demetrio, de la otra. Paralela a ella, san Blas con la ermita-taller.
     Siguiendo la carretera de Aliseda, está el Cerro de los Ángeles al que le siguen todas las calles que desembocan en la Quebrada y la plaza de España, en la que jugábamos al fútbol, se emplazaba un coso portátil para las corridas de toros o era lugar donde se asentaba un circo ambulante de aquellos de verano, sin carpa ni nada y que siempre acababa con una corrida. Al lado, un importante horno de ladrillos.
     Otras veces nuestras calles recibieron denominaciones extrañas tales como Calleja de los Lobos (al lado del Colegio del Cerro), calleja del Reloj (en las traseras del Santo), calleja del Huerto Plata…
     La carretera de Alcántara con su típica esquina de Cachorrito y aquellos arcos cuando la visita de Franco al pantano y La Ronda o calle Charca (forma parte del cordel), que bordea a la villa, son también significativas.
 Son muchas más las calles de Arroyo, así como las plazas. No voy a hacer referencia a nuestra plaza Mayor toda vez que le dediqué un monográfico (ver “El 

poste Felipe”). Pero sí, un repaso fugaz por la Plaza Nueva (del Divino Morales). Este espacio ha sido el lugar del Congreso Eucarístico de principios de los sesenta presidido por el Obispo LLopis y en el que muchos paisanos y paisanas, hoy sexagenarios, celebraron su Primera Comunión. También, el punto de salida de nuestros autobuses (con Celso, Canales, Enrique Panadero, etc.). Un lugar en el que se celebraba la mayor parte de los festejos taurinos en aquellas plazas de carros, nuestra desaparecida feria de marzo o nuestro mercado semanal. Contó con bares como el “Borrego”, propiedad de Máximo Clemente, o “el Volante” que regentara Nicolás Pedrera, barbería, bancos, ¡y hasta una posada!

 
















     Fueron nuestras calles espacios de convivencia solidaria en los buenos y malos momentos, en el júbilo (bautizos, comuniones, bodas, matanzas…) y en lo luctuoso (dindanes, entierros...) Pasaban los carros rebosantes de paja, centelleando con sus llantas el empedrado. Era, entonces, cuando el vecindario en pleno colaboraba echando una mano al peluco (agricultor) de turno. Rúas con casas solariegas, casas humildes y hogares con olor a la huerta que se advertía con los productos situados en cada umbral. Calles con blasones, con historia, con esquinas en las que nuestros mayores se reunían al rezongo del pandero para entonar nuestro rico acervo romancístico. Zonas con olor a las típicas morcillas, a nuestra ricas tencas, y que albergaban esas tabernas donde era usual escuchar esas zambras y fandangos salidos de la garganta de grandes artistas que, en varias ocasiones, diera nuestro pueblo. Calles que recorría el pregonero, el cartero, el panadero, espacios de poca luz con traseras en las que alguna vez robamos o nos robaron el primer beso, en la que nos fumamos el primer cigarro, en la que confeccionamos nuestra Cruz de Mayo o nuestras luminarias de la Purísima, y en la que aprendimos los juegos de nuestra niñez( la peonza, la dola, el escondite, los bolindres, el aro, la mosca...) También ese lugar en que nos sentábamos en las noches de verano para escuchar cuentos y leyendas ancestrales en boca de nuestros abuelos, a la vez que lo recorríamos con una sandía iluminada, cantando aquello de “Aburría, la calavera…”. Calles, algunas, que invitaban al paseo corredera arriba, corredera abajo y en las que cuajaría, a la postre, alguna seria relación. Rúa de oportunidades para correr a lomo de un caballo, honrando a nuestra Virgen, evocando tiempos pretéritos.

     Son esas calles, tan magníficamente retratadas en el trabajo que, recientemente, ha elaborado la Asociación de Paisajes y Fiestas bajo la dirección de Daniel Álvarez y Loli Higuero, con la reseña “Arroyo, el paso del tiempo “ enriquecido con esas imágenes a “vista de pájaro” obtenidas por Manuel Montero, con ese exhaustivo y bien documentado análisis del callejero que ha realizado nuestro cronista local, con ese estudio demográfico del amigo Vicente Ramos, con las vivencias de juventud hechas poesía, del paisano Emilio Higuera ; con esa magnífica selección fotográfica de Martín Panadero y por ese entrañable cántico poético hacia aquellas con el que nos ha deleitado el poeta Eladio SanJuan. En resumen, todo un dédalo o laberinto de rúas que -de una u otra forma- nos impregnó, desde niños, ese localismo de sentirnos arroyanos por los cuatro costados. Recuerden: Arroyo, siempre Arroyo. (Dedicado a mi vecino Flores Paniagua, cariñosamente, “el piojo”)

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