Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de la Luz
Don José |
En
el presente curso 2018/19 tiene lugar el 50 aniversario de nuestro Instituto de
Enseñanza Secundaria Luis de Morales, una fecha emblemática que el actual
equipo directivo más el equipo de profesores, con la complicidad de un buen
número de antiguos alumnos, están celebrando por todo lo alto. Precisamente
este mes de abril, entre el día 1 y el 5, tendrán lugar los actos centrales de
conmemoración de su cincuenta aniversario. Exposiciones de distintos tipos,
concursos, conferencias, proyecciones varias, además de un hermanamiento lúdico
entre profesores y alumnos de diversos cursos académicos conforman un programa
apretado de actividades de lo más recomendable.
Ya
sé que no hace tantos meses Máximo Salomón, aprovechando su excelente memoria,
había referido en alguno de sus escritos (El cura de San Antón, Del Brocense al
Luis de Morales) diversas notas que recogieron la importancia de Don José para
que nuestro instituto se quedara en Arroyo y no se trasladara a ninguna otra
población cercana. De la misma forma, aportaba nombres de antiguos profesores y
alumnos en un ejercicio de memoria histórica en el que la nostalgia y los
recuerdos agradables procuraban estar siempre muy presentes.
No
obstante, no quiere dejar este cronista la ocasión de aportar algunos datos
nuevos para la globalidad de la población sobre nuestro instituto, insistiendo
fundamentalmente, en la importancia que tuvo don José Cordovés para que el centro
se quedara en Arroyo y no se marchara a ninguna otra localidad. Con seguridad
este dato no ha sido lo suficientemente valorado por el pueblo. Nada nuevo, ya
que en numerosas ocasiones Arroyo no es muy dado a poner en valor lo que los
“arroyanos” hacen por su localidad. En cambio, esta importancia que tuvo don
José sí le fue reconocida, y en vida que es lo más transcendental, por “su
instituto”, cuando el día de su jubilación la biblioteca del I.E.S Luis de
Morales tomó el nombre de D. José Cordovés Sánchez.
Memorias de Don José |
Para
poder completar este artículo he utilizado casi exclusivamente unas memorias de
don José que me llegaron no hace tanto tiempo a través de Quintín Casares, al
que agradezco desde aquí su deferencia. Se trata de un pequeño dossier de 28
páginas que el profesor de religión y cura de San Antón tituló “In memoriam del
Instituto de Enseñanza Secundaria Luis de Morales de Arroyo de la Luz”. Un
texto de lo más interesante que dividido en dieciocho apartados le fue
encargado por el que fue durante muchos años su compañero de filosofía y
posterior director del Instituto entre los años 2000 y 2011, Joaquín Paredes
Solís.
Y es
que esas 28 páginas son bastante más que un mero repaso memorístico del proceso
de llegada de este centro educativo a Arroyo. Efectivamente, y quizás lo más
importante, además de una pelea incesante de don José para que la sección del
instituto no se marchara de Arroyo y se convirtiera en Instituto de
Bachillerato, fue la lucha constante, y desde el primer momento de su llegada
al pueblo, el 17 de enero de 1959, por tratar de elevar el nivel cultural en la
localidad, “el problema de la cultura en Arroyo”, que diría el cura-párroco.
Y es
que Arroyo a pesar de ser una de las localidades de mayor importancia de la
provincia, en aquellos años carecía de lo más básico desde el punto de vista de
la cultura. Esta ausencia cultural provocaba que, a pesar del número tan
elevado de habitantes que siempre habíamos mantenido a lo largo de la historia,
el número de estudiantes era proporcionalmente muy bajo, y lo que era más
grave, centrado en exclusividad en los hijos de las clases pudientes de la
localidad, alumnos que se matriculaban en colegios de Cáceres. También recuerda
que había algunos, en número también muy reducido, que estudiaban “por libre” y
con la ayuda de lo que él mismo denomina en su escrito “buenos Maestros
Nacionales”.
Esta
fue la situación precaria que se encontró don José a su llegada a Arroyo. Como
bien recuerda, ni las Escuelas Nacionales tenían un buen número de libros, ni
tampoco existía una biblioteca pública, ni nada que se le pareciese. Por lo que
su primera actuación en la búsqueda de la cultura, y una vez asentado en su
parroquia de San Antón, fue tratar de dotar al pueblo de una buena colección de
libros. Pero para ello había que buscar un espacio que albergara esa
biblioteca. La entrevista con el alcalde, Julián Olgado Macías y algunos
concejales no se hizo esperar, la respuesta de la alcaldía le dejó
completamente frío ya que según ellos no existía local alguno. No obstante, don
José les sugirió el de Falange, Frente de Juventudes, que por entonces estaba
sin uso importante. “Ese local no es del Ayuntamiento, es del Movimiento”, fue
la respuesta del alcalde, “qué sarcasmo, un local del Movimiento y ahora se
encuentra muerto, sin vida, sin movimiento”, diría nuestro párroco con un juego
de palabras que demostraba su amplio nivel cultural. No cesó en su empeño en
pos de la biblioteca durante muchos años más, volviendo a la carga durante la
Transición y hablando con políticos regionales y locales hasta lograr su
ansiada biblioteca en el espacio que hoy día ocupa.
En paralelo a aquella lucha, y entre los años
1963-1965, y una vez que tuvo conocimiento de la existencia de un local amplio que
podría utilizarse como espacio de
enseñanza en la villa, don José apostó en ese momento por lo que denominó una
“Escuela Profesional”, un centro de estudio precursor del instituto futuro y
que podría situarse en la calle Luis Chaves nº 3; es decir, donde se ubicaba la
Fundación de Santa Julia y San Lorenzo (casa de don Ciriaco). Allí, además de
la finalidad para la que fue fundada, él sugirió, ya que las necesidades
básicas de los arroyanos habían mejorado bastante, que podría utilizarse
también para ofrecer “clases de formación, de cultura general” a los más
jóvenes, además de la enseñanza de alguna profesión como podría ser la de
carpintería. Según don José existía de todo en la villa, dinero, materia prima
(madera que corta el Patronato en una finca de Talayuela), carpinteros en el
pueblo, y él mismo se ofrecía para dar las clases de manera gratuita a todos
los jóvenes que lo necesitaran. Para impartir esas enseñanzas también se mostró
solícito don Vicente Amador, Maestro Nacional.
La
respuesta positiva a tan magnífico proyecto tampoco llegó, “esa no es la
función del Patronato”, le dirían sin muchas más explicaciones. Don José no
calló y respondió que si ya no había esa necesidad de ofrecer ayuda a los
pobres, porque cada vez había menos, se podía solicitar una modificación al
Patronato y dedicarlo a un nuevo servicio para los jóvenes, o lo que era lo
mismo, enseñarles a trabajar a la vez que abandonaran su “pobreza cultural”.
Esa argumentación le fue tachada por un miembro del Patronato, aunque no ofrece
su nombre, de ser un “cura comunista”, y aquello durante esos años no era
cualquier adjetivación. Nuevo fracaso, al igual que lo fue un nuevo intento por
lograr para Arroyo una Universidad Laboral en los terrenos que fueron de la
Pedrera, otra posibilidad que también se quedó en el limbo.
Mayor
suerte tuvo Arroyo con la “Sección Delegada” adscrita al Instituto Brocense de
Cáceres. En este momento aparece en sus memorias el nombre de otro personaje
clave para que esa Sección estuviese en nuestro pueblo, Daniel Serrano García,
delegado provincial del Ministerio de Educación y Ciencia en aquel instante.
Aquello fue un “verdadero regalo” en palabras de don José. Ahora sí, el
Ayuntamiento ofreció el terreno que poseía para la celebración del mercado de
ganado de las ferias anuales. Y, efectivamente, de esta forma llegó la tarde
histórica, el día 24 de febrero de 1966, la jornada en la que se colocó la
primera piedra de nuestro futuro instituto. Allí estaba don José, como
autoridad religiosa, además de otras personalidades políticas y militares como
fueron el gobernador civil, el presidente de la Diputación, Guardia Civil y
Ayuntamiento en Pleno. Además de la firma, como era costumbre cuando se
levantaba un edificio nuevo, allí quedó perfectamente enterrada la prensa
diaria, además de distintas monedas y billetes de curso legal.
Don Ciriaco |
Don Julián |
El
proceso de construcción no fue un asunto exento de dificultades. No se había
construido la primera planta cuando surgieron diversos problemas que don José
denomina “políticos” (Falange de Malpartida y Brozas que quieren llevarse la
sección a sus respectivos pueblos). También pusieron sus correspondientes
trabas otros organismos como la Cuenca Hidrográfica del Tajo que argumentaba
que el edificio estaba demasiado próximo al río. Ninguno de estos
inconvenientes fueron lo suficientemente importantes para detener las obras que
continuaron a buen ritmo. Tan es así, que el día 19 de octubre de 1968, el día
después de san Pedrino, dieron comienzo las clases en la flamante Sección
Delegada del Instituto de Bachillerato El Brocense.
El
número de alumnos para aquel primer año fue espectacular, todavía recuerda don
José los comentarios de muchas madres arroyanas que señalaban abiertamente “he
sacado a mi hijo de la Escuela y lo he llevado al Instituto porque estos
profesores que vienen de Cáceres son más listos”. Y así se inició el primer
curso escolar con clases separadas, como marcaba la costumbre de la no coeducación,
y con horario de mañana y tarde. Alumnos, además de los arroyanos, comenzaron a
llegar desde Malpartida, Aliseda, Salorino, Brozas y Navas del Madroño. Con
excepción de los locales todos traían en sus maletas, además de los cuadernos y
libros, los bocadillos para comer al mediodía, ya que no regresaban hasta
terminada la jornada de tarde.
Una de las primeras promociones |
Escena de teatro |
Cuatro
cursos académicos llevaba funcionando el centro, cuando en la primavera de 1972
nuevos nubarrones acecharon a la Sección Delegada. En los primeros días de
marzo se personó en el instituto Antonio Avilés, inspector del Distrito
Universitario de Salamanca para las provincias de Ávila y Cáceres. Aquel día al
claustro de profesores se le indicó que corría peligro la Sección de
Bachillerato para la localidad. Antiguos fantasmas volvieron a aparecer, y la
mayor parte del claustro quedó profundamente preocupado, se podía perder la
Sección que se trasladaría a otra localidad, quedando ese espacio para Colegio
Nacional de Educación General Básica. Ante esa tesitura de nuevo don José se
puso al frente de sus compañeros para que esa situación no se produjera, aunque
también recuerda que no todos apoyaron esta decisión por motivos, digamos, poco
elegantes.
Comenzó
las gestiones, había que hablar con la Directora General de Ordenación
Educativa del Ministerio en Madrid, María de los Ángeles Galino Carrillo. El
problema estaba que si se mandaba una carta ordinaria al Ministerio, quizás nunca
llegara a su poder y quedara traspapelada en la mesa de su secretaria. Don José
tenía redactada la carta con la exposición de motivos para que la Sección no se
perdiese y convertirla, de paso, en Instituto propio de Bachillerato, pero lo
que realmente ansiaba era que la misiva le llegara personalmente a ella, y para
ello necesitaba conocer su domicilio particular. Y después de varias gestiones
don José lo logró. Recuerda perfectamente que el día 10 de marzo de 1972 por
correo certificado salió su escrito.
Para
hacer más efectiva esta gestión un día después escribió a Pedro Caba Landa al
que también solicitó ayuda para lograr el fin, y dada la amistad que el
filósofo mantenía con Villar Palasí, ministro de Educación y Ciencia y al que
también le sugirió que el nombre del nuevo instituto podría llevar el
calificativo de Hermanos Caba. No tardó en contestar el pensador arroyano que
con su natural modestia le señaló “No tiene alguna importancia que el Instituto
lleve el nombre nuestro u otro. Lo importante es que logremos entre todos este
instituto que vendrá a dar a Arroyo el nombre y la jerarquía docente y cultural
que merece”.
Por
supuesto, también don José presentó escrito oficial en el Ayuntamiento,
dirigido al alcalde y a la corporación municipal, al Delegado Provincial del
Ministerio de Educación (Ramón Godés Bengoechea); gobernador civil (Valentín
Gutiérrez Durán); al procurador en Cortes y alcalde de Cáceres (Alfonso
Bustamante); al presidente de la Diputación, también procurador en Cortes y que
había estado en el acto de colocación de la primera piedra (Martín Palomino
Megías); a otro procurador en Cortes (Felipe Camisón Asensio); y al inspector
jefe de Enseñanza Primaria, y arroyano de nacimiento Francisco García Carrasco.
Muchos de ellos, acusaron recibo de carta y algunos no tardaron en comunicarle
que “realizarían gestiones oportunas para que el centro se quedara en Arroyo de
la Luz”
Después
del envío de su puño y letra de todas esas misivas, la siguiente actuación fue
conformar una comisión del pueblo para visitar de manera oficial al delegado
provincial de Educación y Ciencia. Fue el día 18 de mayo de 1972, y la embajada
arroyana la componía, además de don José, y menos mal que estuvo él allí, el
alcalde, Julián Olgado; uno de los concejales y a su vez director de la Escuela
Nacional, Justiniano Sánchez de la Calle; uno de los profesores del centro,
Luis Martínez Sierra; y el presidente de la Asociación de Padres, José Bañegil
García.
La
reunión comenzó con el delegado Ramón Godés Bengoechea de manera muy cordial
pero pronto acabó siendo muy “dura”. Sabía el delegado de las numerosas cartas
que don José había enviado a las autoridades provinciales, incluido a él, pero
desconocía las gestiones completas del cura de San Antón. “Ya he visto que no
ha parado de enviar cartas a todas las autoridades provinciales”, diría el
delegado de manera distendida. “Y a las nacionales”, contestó don José.
Escuchar esa frase y cambiar el rictus del delegado fue todo uno. La amabilidad
inicial se tornó en dureza, “Yo no puedo crear un instituto en Arroyo de la
Luz”, argumentó que no había escolares suficientes. Cuando le demostró don José
que el número de alumnos sobrepasaba, con holgura el mínimo requerido de manera
oficial, el delegado trató de desviar el argumento y, dado que estaba allí el
director de las Escuelas, señaló que “lo que hace falta en Arroyo es un nuevo
colegio de Educación General Básica”. En ese instante don José se sintió muy
solo y nulamente apoyado por el resto de la comisión oficial. Ninguno de ellos
mostró desagrado alguno por esas palabras, “¡por favor!”, espetó don José sin
esperar mucho más, “esta comisión viene a defender nuestro instituto de
Bachillerato, y no convertirlo en colegio”. La reunión concluyó sin concretar
nada más, y con don José verdaderamente preocupado.
No
obstante, don José siguió en contacto con el inspector Antonio Avilés del que
estaba seguro había realizado las gestiones oportunas para que fuese Arroyo el
destinatario final de nuestro instituto. Concluyó el curso académico 1972/73, y
los dos siguientes de 1973/74 y 1974/1975 con “temidos presagios”. Pero cuando
estaba a punto de iniciarse el de 1975/1976 llegó la noticia que más esperaba
don José y una gran parte de la población. La Sección Delegada se transformaba
en Instituto de Bachillerato y se quedaba definitivamente en Arroyo. La noticia
le llegó al cura de San Antón a través de su compañero el párroco de San
Sebastián Vicente Bolinche que acaba de leerlo en la prensa del día.
Rápidamente don José se puso en contacto con el alcalde, Manuel Floriano, para
señalarle que se deberían cursar telegramas de agradecimiento a todas las
personas que habían facilitado ese gran acontecimiento, aunque resulta más que
evidente, y a la vista de todo lo que estamos señalando, que el que más había
batallado por el centro era él mismo.
Llegó
el primer director del instituto, Juan Castell Quiles, que nombró a Tirso
Moreno Garrón, profesor de Física y Química, como jefe de estudios y a César
González Valverde, profesor de Lengua, como secretario. El siguiente paso fue
menos importante, pero bastante entretenido en el claustro, bautizar con un
nombre al que era ya flamante Instituto de Enseñanzas Medias. Nos recuerda don
José, que además de Luis de Morales, estuvieron encima de la mesa otros muchos
nombres, a saber, Hermanos Caba, Fernando Ramírez Sánchez, Isidoro Marín Bullón
y Figueroa (estos dos últimos arroyanos que fueron obispos en América); Juan
del Arroyo, Francisco del Arroyo, Bartolomé Blanco de las Llagas, Alonso
Blázquez, Juan de la Cruz, Fernando Flores, Juan Molano, Fernando Parrón y
Alonso de los Santos (todos ellos arroyanos religiosos misioneros en América o
Filipinas). Sometida a votación, y al margen que existían más espacios en la
villa con ese nombre el claustro se decantó por el más conocido de todos ellos,
Luis de Morales.
Resulta
evidente que después de todo lo escrito el pueblo estará en permanente deuda
con don José, porque raro será el arroyano que no haya pisado las aulas del
Luis de Morales, y antes de emprender otros “vuelos”. Para mí el centro siempre
ha sido mi instituto, allí me formé a partir del curso 1977/78, allí conocí a
la que es mi compañera de viaje, y allí he vuelto en alguna ocasión para dar a
conocer uno de mis libros. Recuerdo con perfecta nitidez al personal
administrativo, J. Antonio Calderón, a la inolvidable Eloísa Moreno Blázquez, a
la que tanto hacíamos enfadar, a todos los que fueron mis compañeros de aula, y
a una gran parte de mis profesores, además de los dos nombrados anteriormente,
Tirso y César, ambos presentes en mi última presentación de un libro en
Cáceres; a Mariano, Miguel Ángel Uzquiza, posteriormente senador por el PSOE; a
otros que se marcharon demasiado pronto como Miguel o Bele; a María Isabel
García, con la que aún mantengo contacto habitual; José Fragoso, Desamparado,
David, o Belén Martín Hernández, una magnífica profesora de Historia, y que
llegó a ser la directora durante un curso académico, precisamente el último de
mi estancia allí, 1980/81.
Don
José terminó sus memorias sobre el instituto un 20 de marzo de 1999, hace ahora
20 años. Además de dar las gracias una vez más a todas las personalidades que
anteriormente hemos ido citando, mostró también su agradecimiento por las
distintas gestiones realizadas a Santos Salomón Jiménez, a Juan Ramos Aparicio
y a todos los directores y claustro de profesores que han trabajado durante
todos estos años. Además hacía un último y encarecido ruego, “que todos amemos siempre a nuestro Instituto
de Enseñanza Secundaria Luis de Morales”. Y que, “IN AETERNAM MEMORIAM ET
CUM MAGNO GAUDIO HAEC OMNIA SCRIPTA FUERUNT” (Estas cosas fueron escritas con
gran alegría y para toda la eternidad). Que así sea, don José. César González. Profesor |
María Isabel García. Profesora |
Tirso Moreno. Profesor |
Muy bueno este escrito sobre Don José Cordovés y el Instituto arroyano.
ResponderEliminarEnhorabuena al pueblo de Arroyo de la Luz por tener un Cronista de lujo cómo lo es Fco Javier García Carrero.
Muchas gracias, poeta. Mucha amabilidad en tus palabras, como siempre. Fuerte abrazo.
EliminarMuchas gracias Javier Garcia contigo aprendemos historia de Arroyo de la Luz.
ResponderEliminarEnhorabuena por todo este trabajo.
Muchísimas gracias. Un abrazo.
EliminarFelicidades de nuevo Javier por este excelente trabajo que nos recuerda, una vez más, nuestra historia Arroyana. Cursé estudios de EGB en ese instituto, Joaquín Plata, D. Justo, D Angel... y D José, mi párroco y confesor por muchos años. Un reconocimiento y recuerdo a quién hizo posible que Arroyo cuente con ese centro de formación. Un abrazo eterno para D José desde Guadalajara.
ResponderEliminarMuchas gracias!!!!!! Fuerte abrazo desde Badajoz, en este caso. Nota: Yo también cursé en el instituto 7º y 8º de EGB. ¡¡¡Qué recuerdos cuando declamaba las poesías de Miguel Hernández que nos había enseñado don Ángel!!!! Se quedaron ya para siempre. Y aquí siguen, Elegía, Niño Yuntero, Vientos del Pueblo.....
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