Por Francisco Javier García Carrero
Cronista Oficial de Arroyo de
María Isabel de Braganza
(Museo del Prado.
Por Bernardo López,
1829)
Históricamente
estas muestras de respeto institucional se producían después del fallecimiento
de un personaje público y de especial significación para el resto de la
población. En todos los casos solía realizarse un gran acto de homenaje oficial
que era presidido por las autoridades políticas y religiosas de la localidad,
una efeméride al que se invitaba a colaborar a todo el pueblo, situación que
siempre se producía de manera efectiva y participando este último de forma
masiva y con gran sentido del respeto.
A
lo largo de nuestra historia local tenemos varios ejemplos en los que la
localidad lamentaba con gran solemnidad la pérdida de los diferentes monarcas
que se habían ido sucediendo en nuestro país. De esta forma, conocemos, por
ejemplo, el luto que el pueblo profesó por la muerte de Carlos II el último de
los monarcas de la dinastía austriaca en el año 1700. No obstante, en el
presente artículo quiero reflejar el “llanto por una reina” que Arroyo del
Puerco manifestó cuando tuvo conocimiento de la muerte de la joven soberana
María Isabel de Braganza en los primeros días de enero de 1819, aunque la reina
había fallecido el mes de diciembre del año anterior. Y quiero hacerlo sobre
ella porque su muerte fue una auténtica tragedia, o más bien una carnicería,
dada las circunstancias en las que se produjo aquella muerte.
Fernando VII. Patrimonio Hispalense.
Ayuntamiento de Sevilla
En
1817 y con solo 20 años Isabel dará a luz a su primera hija que murió pocos
meses más tarde. Un año después estaba de nuevo la reina embarazada, y en
diciembre de 1818 Isabel falleció por las complicaciones de un segundo parto de
otra niña que también nació muerta. Este segundo alumbramiento fue muy difícil y
laborioso. En el trascurso de ese nacimiento la reina Isabel de Braganza perdió
completamente el conocimiento, tanto fue así que los médicos creyeron que ya estaba
muerta. Con la finalidad al menos de poder salvar la vida del bebé le
practicaron una cesárea de urgencias. A partir de ese momento, todo fue una
auténtica pesadilla o una tragedia, ya que la reina se despertó, gritando a
todo el mundo que no estaba muerta, que estaba viva. Los médicos trataron de
arreglar la negligencia lo mejor que pudieron, pero todo fue en vano, Isabel y
su hija fallecieron aquella tarde del 26 de diciembre de 1818 en el palacio real
de Aranjuez (Madrid), y cuando la reina contaba solo 21 años de edad.Dibujo de época sobre el parto que causó la muerte de la reina María Isabel.
(saenzsotogrande.blogspot)
Hasta
Arroyo del Puerco llegó con varios días de retraso la noticia de la muerte de
la reina Isabel. Concretamente era bien avanzado el mes de enero de 1819 y
siendo alcalde de la localidad por el estado noble el que entonces era coronel
Juan Manuel Marín de la Quintana, un militar que no era arroyano, ya que había
nacido en las colonias hispanoamericanas, exactamente en Argentina. Juan Manuel
Marín había regresado a España en el año 1810 y se había asentado en Arroyo
dada la ligazón familiar que aquí tenía de ascendientes desde hacía varios
siglos (algún día trasladaremos la historia de este personaje tan singular para
la historia de nuestra localidad).Palacio de Juan Manuel Marín de la Quintana
Una
vez que el pueblo tuvo conocimiento del fallecimiento de la reina, aunque nunca
conoció el fondo de los motivos reales ni cómo se había producido el fatal
desenlace, se decidió realizar unas exequias funerarias acorde con la posición
social de esta reina consorte. Convocada la corporación municipal de urgencia
se decidió que fuese el día 17 de enero de 1819 cuando se celebraría el funeral
oficial por la muerte de María Isabel de Braganza en la iglesia parroquial de
la Asunción.
El
alcalde propuso, y fue aceptado por el resto de miembros del consistorio, que
desde el día anterior, 16 de febrero, el balcón del Ayuntamiento, que era
bastante más modesto que el que tenemos en la actualidad, se cubriera en su
totalidad con un mantón completamente enlutado y, además, a la entrada de la
puerta principal del edificio se dispuso un almohadón oscuro sobre el que se
colocó el cetro y la corona real como símbolo heráldico de la difunta.
Y
con ello llegó el día del funeral oficial. La orden había sido la de reunir a
todos los miembros que trabajaban para la corporación municipal en la puerta
principal del Ayuntamiento, incluidos funcionarios y escribientes, que en
compañía de la totalidad del clero regular y secular de la villa (curas, presbíteros
y monjes), deberían acompañar a “todas las personas de distinción” en el
funeral. A todos ellos se les obligó y exigió a acudir al acto religioso
vestidos de “luto riguroso”, diría la crónica del acto.
Una
vez reunidas todas las autoridades en la explanada de nuestra plaza principal, y
en riguroso silencio, marcharon en dirección a la iglesia de la Asunción en la
que previamente se había preparado y colocado un “túmulo fúnebre” que estaba
adornado correspondientemente para la ocasión. La iglesia, como en la mayor
parte de las ocasiones en las que se celebraba un acto de esta categoría, se
encontraba repleta de fieles en un silencio únicamente roto por las
“plañideras”.
Seguidamente
se inició el acto religioso, concretamente una misa funeraria que fue oficiada
por el “reverendo Padre lector de vísperas en sagrada teología fray Juan de la
Haba”, un religioso descalzo del conventual de San Francisco, un edificio que
pronto se desamortizó. Parece ser, según las crónicas oficiales, que el sermón
del padre franciscano “conmovió al numeroso vecindario existente”, arroyanos
que dieron muestras del más profundo sentimiento y “acreditando el amor y la
lealtad que profesaban a sus soberanos”.
Terminado
el oficio en la iglesia parroquial, ya únicamente el clero en su totalidad,
junto con las personalidades más sobresalientes de la villa, llegaron de nuevo
hasta las casas consistoriales, lugar donde para finalizar se cantó un último
responso funerario por el alma de la infortunada y joven reina Isabel de
Braganza. Terminado este postrero oficio, el acto religioso se dio por
concluido. A partir de este instante, cada uno de los intervinientes comenzó a
marcharse a sus respectivos lugares de residencia, palacios, conventos, casas
particulares, etc. Lugares donde todos ellos iniciaron un prolongado luto
oficial. La reina Isabel de Braganza está enterrada en el Monasterio de El
Escorial, concretamente en el Panteón de Infantes, al no ser madre de ningún
rey de España.
El
rey Fernando VII muy pronto volvió a mostrar deseos de casarse ya que seguía
sin heredero alguno. Volvió a contraer matrimonio, y no sería el último, por
tercera vez aquel mismo año de 1819, concretamente el 20 de octubre. La elegida
era tan solo una niña 15 años, la alemana María Josefa Amalia de Sajonia, una
princesa educada en un conventual y con la que el rey mantuvo una “particular y
movidita noche de bodas”, por decir algo que pueda ser publicado. Tercera
esposa con la que tampoco logró un heredero al trono español y que falleció en
1829 con solo 25 años, aunque todo esto es ya otra e interesante historia.
F.Javier García Carrero
ResponderEliminarQue historia más dolorosa y que gesto del pueblo arroyano.
Muy bien Cronista oficial
Muchas gracias, poeta!!!
EliminarCuídate mucho.