domingo, 21 de octubre de 2018

EL TROVADOR: "FUERA EL LOBO"

Por Máximo Salomón Román

           El Trovador de Arroyo de la Luz
Septiembre de 1974. El Lobo, el Dragón, el Baturro, el Payaso y el Cantinflas.
Sin lugar a dudas, el refranero encierra casi siempre mensajes que son la esencia misma de nuestra Lengua. Usted, arroyana/o como yo habrá oído muchas veces aquello de...” A la feria de Arroyo van los señores, a la de Malpartida, ricos y pobres”. Tal vez nunca haya reparado en que esos “señores” eran los de la vecina capital que, bien por su cuna, bien por su suerte, gozaban de un estatus que le permitía viajar un poco más lejos. En cambio, el cacereño de a pie únicamente se podía permitir unas cuantas leguas. Malpartida, dentro de lo posible y, con pequeños ahorros para el bus – cuando no en el tren de san Fernando- era más accesible. Viene esta breve y aclaratoria introducción a colación de la Feria de Septiembre en Arroyo de la Luz, pero no la de ahora. Deseo remontarme medio siglo atrás. Y cómo en los tiempos de niño- allá por los años sesenta y tanto- recuerdo la feria. Gitanos era sinónimo de feria. Cabezudos era la magia de la feria. Los toros, en la plaza de carros (en Divino Morales) eran el broche.
Recuerdo como pasaban los gitanillos, con garbo y con zambra, agarrados a la falda de “mare gitana”, casi siempre con dos cirios asomando por sus narices. Calzaban viejas gurapas(1), vestían calzonas que con más de un siete(2) cubrían sus enjutas piernas. Solían acampar en el “manantío”, bajo el muro de la Charca Grande y cerca del horno de ladrillos, sito al otro lado de la antigua ermita de san Marcos. No faltaban los pañuelos de colores y las telas más variopintas que eran utilizadas en las improvisadas tiendas. Ni tampoco alguna que otra gallina colgada para su posterior guiso al estilo calé. 
Sonaba el cohete que llamaba a diana el 12 de septiembre y comenzaba el mercado, negocio de gente seria, en el otro extremo de la charca, próximo a la antigua plaza de toros. Allí jaleos, tertulias, ganado. Era la feria. Reunidos en las cercanías de las pocas aguas que restaban en la Charca Grande, y que durante el verano regaba el sediento cinturón de huertas de la campiña arroyana, gitanos y merchanes negociaban la compraventa de burros, mulos y algún que otro caballo para dedicarlos a la labor. Alguna vaca se adquiría entre payos.
Y en las calles de mi pueblo se escuchaba: ¡Fuera el lobo, fuera el lobo! Sí amigos, habían salido los cabezudos. Hoy los niños de Arroyo tienen cabezudos en muchas épocas del año. ¡Qué suerte! En mi niñez, tres días en la feria de septiembre. Eran el alma de la feria. Si un año no había cabezudos, no teníamos feria. Por suerte nací en una familia de tradición de cargar los cabezudos. Mi padre, mi tío y hasta mi hermano me antecedieron. Ya con quince años accedimos al relevo.
Nombres como Antonio “el fino”, Pablo Becerra, Vicente “el chino”, los hermanos “soso”, Jesús, artista de “Cabezudalia”... son algunos de los compañeros que recuerdo en la tarea de hacer correr a los peques con los gigantes. La música, con flauta y tamboril, corría a cargo de un señor de Cantagallo, en Salamanca y que se alojaba en la pensión de la señora Cándida, junto a la actual oficina de turismo, en la plaza. El director de todo ello era el señor “Pepe Gutiérrez” más conocido como “el Pregonero”. Preparaba los cabezudos y lanzaba los cohetes. Cada día se hacia un recorrido diferente con parada obligada en el bar de turno, bien fuera Espino, el Guarrero, Sinesio, el Tintorero...Y se seguía oyendo: “Fuera el lobo”.
Llegaba la tarde. Bajaba la calle Carniceros una charanga que más que tocar emitía ruidos con sus cacerolas y sus tambores. Eran los camareros del Bar Bañegil encabezados por el “Chirri padre”. Al entrar en la Plaza Nueva les esperaba “Perico el de los Tangos”, gran aficionado al arte de la Tauromaquia y, junto a los espadas locales de turno, hacían el paseíllo dentro de la improvisada plaza de carros que solía situarse en la zona noroeste, a la altura del Triana. Los pelucos (campesinos) arroyanos, que ya habían recogido las mieses y la paja del año en curso, prestaban sus carros, unos de varas y otros de yugo para confeccionar el ruedo e invitaban a amigos y conocidos a subirse a los mismos en fraternal colaboración. Y, al igual que aquellas corridas de toros que se celebraban por San Juan cuatro siglos atrás, la tarde esa testigo del riesgo y del arrojo de estos valientes arroyanos.
Anochecía. Pepe “el pregonero” volvía al tajo esta vez con el encendido de los fuegos artificiales al más puro estilo de las películas mejicanas, alternados con cohetes, por cierto, bastantes simples, que se lanzaban desde el atrio de la iglesia. Concluía la quema con el famoso “toro de fuego” que alguna vez cargara mi padre.
Al día siguiente, seguía la feria y se escuchaba de nuevo: “Fuera el lobo”.

(1.) Gurapa. Alpargata en jerga gitana.
(2.) Siete. Roto.

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