Por Máximo Salomón Román
El Trovador de Arroyo de la Luz
“Ese que va ahí, que se lo quite y se lo ponga en las narices”...Esta es una de las retahílas que se cantaban en los años sesenta en Arroyo, una vez iniciados los Carnavales. Pero, retrocedamos.
A mediados de los sesenta aún se celebraba el Belén Viviente con la Cabalgata de Reyes en la Plaza de la Constitución. Todavía recuerdo que, con mis cinco años, quedé impresionado por aquel portal de Belén situado en la puerta de la iglesia de la Asunción, la orientada hacia la Corredera, con una hija de don Flore, uno de los médicos de Arroyo que representaba el papel de la Virgen. Mané Bañegil era san José. El señor Publio González prestó una vaca y, alguien más, llevó la burra. La Corredera era todo un hervidero de público. Y, a caballo, bajaban sus Reales Majestades.
El testigo lo recogió don Vicente Bolinche, a la sazón, párroco del Santo. Fue aquel cura que llegara desde Valencia de manos de su paisano, el Obispo Llopis Iborra. A partir de entonces, la Cabalgata se celebraba cada año en la parroquia de san Sebastián (el Santo).Aunque no era mi parroquia, fui durante algún tiempo monaguillo. Don Vicente gozaba de la suficiente afecto como para obtener, año tras año, la colaboración de los jóvenes a la hora de organizar la Cabalgata de Reyes. Las familias no tenían inconveniente alguno en prestar aquellos trabajados caballos. Es cierto que este sacerdote tenía empatía con la gente del Arrabal, máxime cuando el que más y el que menos de los aspirantes a Reyes estaban familiarizados con el corcel de turno. Recuerdo, aún, a algunos paisanos (expreso con cariño sus apodos a fin de que se les reconozca) que participaron en alguna de las ediciones, tales como Maxi Collado (el chato), Ángel (el negro), o Guillermo Ramos (colín), que fueron Reyes. Iban acompañados de sus correspondientes pajes, tales como Candi Pajares Talavera (q.e.p.d.).Delante de ellos un cuarto jinete que desempeñaba el papel de pregonero. Mi querido y entrañable maestro, don Joaquín Plata ayudaba al cura en la organización, que seguía manteniendo viva la ilusión de los más pequeños.
Pasada la Navidad estábamos a las puertas de los Carnavales. Estos se inauguraban el 17 de enero, festividad de san Antón. Esta parroquia que hasta el año 1959 fuera, junto con la de los Mártires (antiguo nombre que se daba al Santo, o san Sebastián) ermita, honraba al patrón de los animales, con su bendición, subasta y procesión. Recuerdo que, incluso, algún año se celebró el “Baile del Cordón”, importado de Brozas. En los aledaños, junto a ese lugar en donde nuestros antepasados celebraban en la tarde del Viernes Santo el Misterio de las Siete Palabras y el Descendimiento, esto es, la ermita de la Soledad y subido al púlpito, el señor Miguel Marín(q.e.p.d.) dirigía la tradicional subasta de ofrendas. La fiesta contaba con el típico colorido de los refajos arroyanos.
Tres días más tarde, el 20 de enero tenía lugar la fiesta del santo Sebastián. Los alfareros del arrabal colaboraban con sus ofrendas (buenos caldos de su pitarra, chacina...y pucheros) a fin de lograr una buena subasta que solía presidir el alcalde de turno don Julián Olgado. La víspera de san Sebastián se procedía al encendido de una gran hoguera en la que se quemaban troncos y retamas de encina, a la par que viejos enseres (sillas , viejos cuadros religiosos etc.). Como anécdota, recuerdo que el año 1966 logró don Vicente Bolinche, del citado regidor, la autorización para realizar una salida con los Gigantes y Cabezudos por las calles de aquella feligresía. Era un 19 de enero, miércoles. Nos dejaron salir de clase a las cuatro y media para seguir su recorrido, algo extraordinario toda vez que únicamente había desfile de cabezudos en la feria de Septiembre (y no todos los años). El día 20 tenía lugar la procesión. Las Albueras y san Marcos se turnaban cada año con Hilacha y Camberos a la hora de recorrido que finalizaba por la Corredera. Por la tarde teníamos la “rotura de pucheros” y el “juego de la soga” que organizaba el señor Manolo Holguín.
Dos semanas después llegaba el día de las Candelas, dos de febrero (unas veces festivo y otras, laborable). La víspera tenía lugar el encendido de la tradicional luminaria. En la Candelaria, la misa, tras la procesión, y la subasta a cargo del citado Miguel Marín. Algún año (1968) y con motivo de estar la Iglesia en proceso de restauración, se celebró la misa en la plaza, con el altar, situado en el atrio frente a la calle Carniceros, y la plaza repleta de bancos en diagonal hacia dicha calle. No existían grupos folclóricos locales, pero el cura de la Asunción, don Ciriaco, animaba cada año a las arroyanas a vestir el vistoso refajo y a bailar los típicos corros. Y así , en cada edición de la Candelaria, rezongaba el pandero arroyano a la par que se bailaban los tradicionales corros y se cantaban los antiguos romances transmitidos de generación en generación. Llegado el Domingo Gordo, día grande del Carnaval,era costumbre vestir el refajo con los mantones bordados o los pañuelos de mil colores; también solía ser el último día del petitorio de los quintos de ese año. Los bailes en el Bonito y el Moyano para la mayoría del pueblo, junto a los del Casino, para socios pudientes, ponían la guinda en este tiempo de Carnestolendas. Las máscaras estaban prohibidas por el Régimen, pero era habitual (y siempre se respetó)que la gente, en algunos barrios se disfrazara. Recuerdo, así, a mediados de los sesenta a mi madre vestida de novia, junto a otras vecinas de la calle Valdetrás y de cómo se montaron una boda. El novio era la señora Felicita Martínez, madre de Faustino el “Caña”. En otras ocasiones colgaban a la espalda de los viandantes un rabo de cinta tela y cantaban aquello que decía: “Ese/esa que va ahí, que se lo quite, y se lo ponga en las narices...”La gente se lo tomaba, generalmente, con buen humor. Otras veces se entonaba “ has comido chori y no te has limpiado, y por eso llevas los labios pintados...”
Tras los Carnavales, se sucedía la desaparecida “Feria de marzo”, a partir del 21 y que tenía como único aliciente el contar con atracciones de feria que se ampliaron, al cambiar la ubicación de la plaza por la del Divino Morales. En alguna ocasión se llevaría a la Plaza del Santo. Por caprichos del calendario, a veces coincidía la feria con la Semana Santa.
Aunque fuera de Arroyo tenemos fama de que en nuestro pueblo no vivimos la Semana Santa y si el ”Día de la Luz” deseo destacar aspectos más desconocidos. Recordarán que todos los altares se cubrían con una tela púrpura. Y aparecían “las matracas”. Las matracas (derivadas del árabe “mitraq”, esto es, martillo) estaban compuestas por una tabla de madera con clavos y una serie de aldabas que al sacudirlas producían un ruido desapacible. Recuerdo a don Ciriaco como ordenaba a los monaguillos salir a tocarlas por las calles para anunciar los cultos de Semana Santa. Estaba prohibido tañir (tañer)las campanas desde la hora nona del Jueves Santo hasta las tres de la tarde del Sábado Santo. (Pueden contemplarse las matracas en la Oficina de Turismo). El sábado, a las doce de la noche tenía lugar la Procesión del Encuentro. Solíamos voltear las campanas (corredera y lata). Pero la procesión fue degenerando poco a poco ya que, una vez llegado el Encuentro en las Cuatro Esquinas, se entonaban cantos folclóricos que nada tenían que ver. Incluso e cierta ocasión gastamos una broma al cura, don Vicente Bolinche, haciéndole creer que nos ibamos con el Resucitado hasta la discoteca Venus. Admito mi culpa (pecado de juventud).
Tras la Semana de Pasión , el ”Día de la Luz”, y el viernes siguiente recibíamos a la Patrona, junto al depósito de agua, en la Carretera. Solía llegar en un tractor y sobre las doradas andas de madera, obra de los hermanos Jorquera. La vuelta al santuario se hacía por la calle san Marcos y, generalmente, a hombros. Siempre en domingo “Dia de la Romería”.
Las Cruces de mayo son otra muestra del acervo tradicional arroyano. Tienen su origen en la fiesta ancestral pagana del culto a la “Madre Tierra”, con el culmen de la Primavera (realmente significa:primer verdor). La iglesia, ante la imposibilidad de eliminar cultos paganos como éste, hacía suya la tradición. Así fue como, en este caso, reemplazó el tótem o árbol por la Cruz. Era costumbre arroyana, cada tres de mayo, preparar los patios, zaguanes o fachadas con murales donde se situaba un crucifijo acompañado de flores, pañuelos de mil colores, cintas de tafetán, muñecas, rosarios, espejos de cornucopia, colchas, etc. El suelo lo cubríamos con juncias y, al ritmo del pandero se cantaba aquello que decía: “ para la Cruz de mayo , me la ofreciste, una muñeca rubia y no me la diste...”.Salíamos a pedir para la Cruz de Mayo y luego, a festejarlo.
Unos documentos del archivo parroquial dieron a la luz cómo ,en otros tiempos, se rendía culto a San Gregorio de Ostia, aquel santo del medievo que salvara a toda la comarca de una terrible “ plaga de langostas”(su fiesta está muy arraigada en pueblos de la zona, tales como Brozas o Casar). Y, así, a finales de los sesenta se restaura como” patrón del Concejo de Arroyo” y, obviamente “ Patrón de la villa”. Su fiesta el 9 de mayo, inicialmente, fiesta local. Posteriormente, con la regulación de dos fiestas locales por municipio, se trasladaría a domingo. En alguna víspera nos sorprendió, gratamente el alcalde de turno, mi entrañable compañero, Manolo Floriano con una verbena, con la orquesta situada en la puerta del ayuntamiento.
Llegado junio, dos meses después de Resurrección, tenía lugar la fiesta del Corpus, entonces en jueves (recuerden aquello de tres jueves tiene el año que relucen más que el Sol…).La procesión salía de la Asunción y hacía el recorrido por calle Larga, calle Palacio, Plaza, santa Ana, Altozano, Castima y Corredera. Durante el trayecto se improvisaban altares de descanso para la procesión que, bajo palio, discurría casi a medio día, cuando el sol está en su cénit, y con casi todos los niños y niñas de Primera Comunión de ese año. Flores, hierbas aromáticas, manteles de puntillas y los tradicionales pétalos de rosa que lanzaban los niños de Comunión. La señora Benilde, esposa de “Chanino” montaba unos estupendos altares para la procesión. Al domingo siguiente se celebraba otra: la procesión de la Octava de Corpus en el Santo y, creo recordar que, al domingo siguiente en san Antón, obviamente acompañadas de los correspondientes feligreses que habían hecho su Primera Comunión.
Es a finales de los sesenta cuando un grupo de arroyanos deciden adquirir una imagen del “patrón de los conductores”, san Cristóbal, y celebrar su fiesta cada diez de julio. A la imagen se le dio altar en la Luz, aunque no es la actual. Cada año se nombraban los padrinos de citado evento (Justino Leal y Petra, Tito Miro y Conchi, David Ramos y esposa, etc., ) que presidían la misa de campaña que tenía lugar en la puerta de la iglesia de la Asunción orientada a la Corredera, en la mañana del domingo más próximo a la citada fecha. La víspera, por la noche, gozábamos de la única verbena que tenía lugar en el pueblo y que, mayoritariamente, amenizaba la “Orquesta Cámara”. El señor Pedro Cámara era todo un musicazo con su saxo “ Selmer del 43”.
La fiesta de la Asunción en Agosto y las ferias de septiembre(pueden leer “ fuera el lobo”) eran otros momentos de asueto. Llegado octubre esperábamos, impacientes, la Romería de san Pedrino( les recomiendo leer la estupenda descripción que, sobre este día, hace Daniel Álvarez, de paisajes y fiestas).En alguna ocasión se organizaba para todos los escolares un acto colectivo con motivo del Día de las Razas, en la que procesionaban pequeñas imágenes de Dios Niño. Ya saben: España, la reserva espiritual de Europa.
En el mes de noviembre era costumbre que los monaguillos salieran a pedir por las casas para la noche de difuntos. Recuerdo haber subido con mi hermano y sus amigos, en más de una ocasión, al campanario, aún con corta edad. Allí estaban Sixto, Ángel, Diego…, asando las castañas a la vez que tañían las campanas ( la Gorda, la Charra, la Lata y la Corredera) toda la noche de difuntos. El señor Antonio Delgado (de la Casa del Gallo, en la calle Larga) me explicó, en cierta ocasión, como se alternaba el toque de campanas (“toque de clamor”). Viene a colación reflejar en este artículo una antigua leyenda que me contaban mis vecinos, entre ellos mi abuela, sobre la campana “gorda” de la torre. Relata que la citada campana fue, en otros tiempos, aún de mayor tamaño que la actual. Portaba una inscripción con el texto: María de la O, me llamo; cien quintales peso. Quien no lo quiera creer que me coja en peso, dé una vuelta a la plaza y me suba a mi casa. Y como aquella campana , con el tiempo, resultó estar racheada, hubo de ser desmontada y, al bajarla cayó antes de tiempo, originándose un gran agujero en el atrio. Los trozos fueron transportados en carrozas tiradas por bueyes y trasladados hasta las inmediaciones de la Soledad, donde unos especialistas húngaros la refundieron en la actual campana. De su veracidad, cada uno es libre de creer o no.
En el último mes del año, la fiesta de la Patrona de España, la Inmaculada, tenía de especial que en todas las calles no faltaba la tradicional luminaria cada víspera por la noche. Poco después, volvía la Navidad, con la pedida del aguinaldo y la entonación de villancicos locales como aquel que decía: “la zambomba tiene pujos y el que la toca, cagueta...”.Es en las Navidades de 1968 justo cuando se realizaba la obra de cometida y saneamiento en la Plaza, que el Concejo decide colocar en la misma, a la altura de la farmacia, un enorme pino adornado con guirnaldas y bombillas que, creo, sería el primero. Estaban cambiando los tiempos pero los más pequeños del lugar seguíamos con la tradición de ir casa por casa con aquella cansina frase: “una perrita para el aguinaldo”.
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