domingo, 21 de octubre de 2018

EL TROVADOR: "¿NO VAS AL CINE? "

Por Máximo Salomón Román

           El Trovador de Arroyo de la Luz
“Cine, cine, cine, más cine por favor, que todo en la vida es cine y los sueños, cine son “.Este es el estribillo de una canción de Luis Eduardo Aute que hemos tarareado en infinidad de ocasiones, sobre todo, los más “autistas”. Estoy seguro que, cada vez que la escuchábamos, traíamos a nuestra mente la imagen del cine de nuestro pueblo: el Cine Solano. No trato de hacer un relato técnico del mismo toda vez que hoy se conserva el edificio para las generaciones futuras. Más bien, deseo introducirme en ese tiempo, en esos años de nuestra niñez y juventud (generaciones de los cincuenta y los sesenta) para hacerles viajar a una época en la que éramos infinitamente felices, aunque no tuviéramos casi nada. Amigo, amiga ¡teníamos el Cine Solano! Esas generaciones y, también las anteriores, no podríamos haber concebido un Arroyo de la Luz sin cine, ¡no seríamos nosotros! El cine nos imprimió cierto carácter, nos permitió viajar en el tiempo, nos dotó de una carga emocional tan “sui géneris” que hacía al pueblo arroyano sensiblemente diferente. Podíamos presumir de nuestro magnífico retablo, de nuestra guapísima Virgen de la Luz, de nuestra dehesa, de nuestra gastronomía…. Pero, además, estábamos orgullosos de tener el cine que teníamos. Sus dimensiones, con tres escenarios, son el mejor indicador de la simbiosis entre el cine y los arroyanos. Arroyo, se decía, era un pueblo muy cinero. No! Arroyo era el “pueblo del cine”
Os invito a hacer un recorrido pero por dentro. Tal vez, los antiguos dueños del cine serían los más indicados para hablar de este singular edificio. Pero deseo hacerlo yo, toda vez que trabajé varios años en el ambigú del mismo y guardo en mi memoria suficiente información para plasmar esta crónica sentimental que, desde un punto de vista sociológico, quiero hacer llegar a las siguientes generaciones, esto es, “tal como éramos”.
Fue el actual “Corral de Comedias” (inaugurado en 1912), el primer espacio de todo el complejo. Levantado por Francisco Solano, un constructor de Arroyo, en sus inicios daba, obviamente, las películas de Cine Mudo y se acompañaban con un piano (más de una vez lo verían delante del escenario y a la izquierda) que alguna vez tocábamos cuando asistíamos de invitados a alguna de las bodas que allí se celebraban en los años sesenta y principios de los setenta.
En el año 1923 nace el señor Germán Solano que sería, a la postre, el último administrador del cine. Once años más tarde, esto es, en 1934, su padre Luis, junto con su tío Esteban inauguran un magnífico cine de verano con 1.500 asientos. La gente mayor (muchos de aquella época) me refería, ante mi curiosidad, como en tiempos de la República se utilizó el Corral de Comedias para algún mitin. De eso hace mucho.
En el año 1963 se inaugura el grupo Escolar San Marcos que, curiosamente, tuvo de constructores al señor Luis y al señor Esteban (hermanos Solano). Yo, que contaba con pocos años, les aseguro que me acuerdo de ellos echando alquitrán al techo de las escuelas. Ese año fue siempre la referencia de la inauguración del conocido “cine de invierno”. Indangando, con posterioridad, he encontrado un documento que me remite a 1961(este mismo año, unos meses después se inaugura el Cine Coliseum de la capital cacereña, una apuesta personal del obispo Llopis). Sea cual fuere la fecha, es a principios de los sesenta cuando Arroyo dispone de un cine interior con calefacción y todos los adelantos técnicos, de la época. Contará con 846 butacas de patio y 494 de general. La familia podía haber reformado el citado corral de comedias (Aliseda y Malpartida disponían de un cine de esas dimensiones y estructura) pero se lanzaron, no con poco esfuerzo, a la aventura de construir una magnífica sala, ya con cine sonoro, acorde a la incomparable afición que se daba en Arroyo por el “séptimo arte”. ¡Para que nos hablen hoy de emprendedores!
Sé, de primera mano, que se vieron los planos de algún cine de Cáceres para tomar referencia. ¿Se fijaron que la platea (patio de butacas) del cine Solano recordaba al cine Capítol? Aunque este era de 1947.
Pero hablar del Cine Solano es hacer referencia a una época irrepetible en nuestro pueblo, toda vez que lleva de la mano todo un componente sociológico y emocional. Recuerdo que con seis o siete años nos íbamos a la escuela de san Marcos mucho antes del horario de entrada a clase. El día anterior (tal vez, el domingo) el pase dado por el cine correspondía a una película no autorizada para menores de catorce años. Lógicamente, no la podíamos ver. Pero, casualmente, teníamos a un chaval de unos doce o trece años (aparentaba más) que trabajaba, enfrente, con Celso y Paco “el lujoso” (en la actual vivienda del médico Rafa Rodilla). Se llamaba Moscardó y le encantaba relatarnos la película de ese domingo, con pelos y señales. Era tan perfecto para nosotros el citado relato que hacía que la viviéramos cual si hubiésemos asistido a la misma. Recuerdo como explicó una en especial: Joaquín Murrieta. Así comenzábamos a disfrutar del cine. Seguimos creciendo y era usual el dicho: ¿ no vas al cine?,(aún hoy nos saludamos así otro arroyano y yo) bien fuera en la escuela, cogiendo frutas en el lavadero de Petit, de peón de albañil, en el taller de costura… En casa coleccionábamos los” prospectos” (así se llamaban las carátulas) de las películas y éramos unos perfectos conocedores de los actores del momento (Charlton Heston, Katharine Hepburn, Sofía Loren…).
La oferta del Cine Solano era diferente según la época. En verano había cine los martes, jueves, sábado y domingo, además de los días de fiesta. Los domingos y festivos había dos sesiones. A veces, acontecía que, como las proyecciones se daban en el cine de verano, nos sorprendían los cohetes de los fuegos artificiales que, durante la feria, se lanzaban en la plaza. Contaba la platea con unos bancos azules (casi novecientas localidades) mientras que arriba, (en el anfiteatro) eran simples gradas, tal y como hoy están (unas trescientas localidades). Y si comenzaba a llover pasábamos a la sala de invierno.
Durante el invierno las proyecciones seguían otro parámetro. Había cine los jueves, sábados, domingos (dos sesiones, al igual que los festivos) Pero llegando el Día de los Santos se aumentaba en una sesión vespertina tanto los domingos como los días de fiesta. No faltaban las clásicas películas de Tarzán (en todas sus versiones) o las de Cantinflas. Solía durar el cine por la tarde hasta el domingo “Gordo”. Los jueves, el cine ofrecía la llamada “función fémina” (dos por una entrada) siempre que fuesen pareja aunque, a veces, hacían la vista gorda y dejaban entrar a dos del mismo sexo por citada promoción. ¡Qué bien olía aquel ambientador a limón que echaban por las salas! Hacíamos enormes colas (llegaban hasta la calle Carniceros) tanto para sacar la entrada como para acceder al edificio. Los que íbamos al anfiteatro (era más barato) teníamos tiempo de comernos un exquisito bacalao en el Bar Muleto (famoso por su cocina). Si entrábamos a la platea (zona de butacas), la opción pasaba por comprar antes de acceder al interior, caramelos, cicles, pipas, regaliz… e incluso castañas asadas que nos ofertaba la señora”Liberta” (Libertad), que con su cesta, llena de chuches, pasaba buen rato de la tarde junto a la puerta del cine, hiciese frío o calor, diluviase o tronase. Curiosamente, en la mitad de la platea había un pasillo de parquet (como los accesos laterales) con mayor anchura y, justo, en el centro, en el primer asiento de la parte derecha, figuraba una chapa distintiva que reservaba la localidad a la autoridad local. Con trece o catorce años (como diría Serrat) nos dedicábamos a “pelear hembras”, o sea, proponíamos a una chica sentarnos a su lado durante la proyección. Si aceptaba nos corrían mil mariposas por el estómago… Y así, tras varias reiteraciones, surgiría más de una pareja que, en muchos casos, daría lugar a un noviazgo largo y, por ende, acabaría en matrimonio. Por tanto, el cine fue, también, un lugar de amores (y puede que desamores), de afirmación personal e, incluso, de competencia con los demás. Recordarán, por cierto, que antes de cada película nos tragábamos el obligatorio NO-DO referente a las noticias políticas y sociales de la época. Únicamente, en la sesión infantil (de la tarde) era alguna vez sustituido por un corto de dibujos animados de Tom y Jerry. A ello seguían los diferentes tráileres de los siguientes films en los días venideros. Incluso había un espacio para la publicidad: Caja Postal de Ahorros y “General Eléctrica Española” cuyo representante en Arroyo era Segundo Sánchez Garrido. Tras el descanso y el anuncio “Visite nuestro bar” se anunciaban las próximas películas a proyectar con una caligrafía mayúscula única, que elaboraba el señor Germán. En la fachada del cine y en la esquina de la cárcel (en la plaza) se colgaban sendas pizarras anunciando título y horario. Bajo los soportales (al principio entre el Bar Bañegil y el Moyano y , con posterioridad, frente al propio Bar Moyano) se colgaban las carteleras (en varias fotos o pasajes del film).
Para hacer referencia al personal que trabajó en nuestro cine voy a ayudarme, con el debido respeto, de sus apodos con el fin de que sean mejor conocidos y recordados. Así, en la taquilla estaba el señor Marciano (el de la barbería): en la sala de máquinas de proyección, Daniel González (el criño). Años después se encargaría de las proyecciones el señor Santos Rodríguez ( mierlo, sobrino del señor Marciano). En la puerta de arriba (anfiteatro) nos encontrábamos al señor Lucio (bola) y en la de abajo a Marcelo Castaño. Era el señor Adrián (socio de Ángel en la panadería de Carrasco, lindera con el cine de verano) quien defendía el ambigú de arriba (un vaso de “casera”, que por cierto era “revoltosa”, le solicitábamos sin parar golpeando la peseta contra el mostrador ¡que aguante!). En el ambigú de la platea estaba el señor Félix Paniagua (el piojo). Era vecino de la calle Valdetrás y, es por ello que, siempre tuvo empleados de esa calle, de la mía. En este ambigú trabajó Cándido Parra, y Manolo (el “colorao”). Había alguien más pero, curiosamente, no lo recuerdo. A ese trío le siguió otro formado por Juan (empleado de la fábrica de corcho), otro amigo tocayo mío y un servidor. Y nosotros dimos paso a Fernando Lucas (paíllo, el de Cambalache) y a Víctor Sierra (lógicamente de la calle Valdetrás). Conocí a varios acomodadores antes y después. Así, el señor Pepe (el manco), Paco Giraldo (regalao padre), el señor Damián, Luis (también, cariñosamente, el manco) y el señor Marcelo. Creo que más tarde estuvo el señor Prude en el ambigû. Algunas mujeres se encargaban de la limpieza. Con posterioridad , fue Ángel Labrador quien trabajó en el ambigú.
Entre los gustos arroyanos por el género de filmes ganaba el que hacía referencia al Western. Títulos tales como “la muerte tenía un precio”, “el bueno, el feo y el malo” o “el hombre que mató a Billy, el niño” eran superconocidas por nuestros padres (el mío no leía libros pero las novelas de pistoleros típicas de Marcial Lafuente eran sus preferidas). No faltaban los largometrajes clásicos: “lo que el viento se llevó, Ben-Hur, el Cid…”
Pero el cine Solano acogía otros eventos, especialmente musicales. Este pueblo, tan dado al flamenco, tuvo la oportunidad de ver, en vivo y en directo, a artistas de la talla de Antonio Molina, Juanito Valderrama, Rafael Farina, Paquito Jerez, la Niña de la Puebla, la Niña de Antequera… ¡hasta el humor de Emilio, el Moro! 
La familia Solano colaboró, en más de una ocasión, de forma altruista, especialmente con la Iglesia de la Asunción a finales de los sesenta. En una ocasión para celebrar los Santos Oficios por la reforma de la Iglesia; en otra, para celebrar un Festival Popular y recaudar fondos para acometer la propia obra de restauración. Esta vez contó con actuaciones de teatro, flamenco, poesía (ver “el faro de Arroyo”). Y en alguna que otra oportunidad, para que los escolares asistiéramos a alguna proyección matutina (recuerdo una el año 1967).
El cine no se mantuvo ajeno a los cambios y transformaciones sociales. Ya era posible acceder a las salas sin tener en cuenta la edad (se llamaba “reguridad”) toda vez que la pre-apertura democrática estaba en camino. Y llegaron las Enmanuel I, la segunda y la tercera…, esto es, el destape. Y, por supuesto, la cuota de proyección (por cada película española habían de proyectarse tres extranjeras). Llegó, también, “el Padrino”, “Titanic”… y una en primicia que , prácticamente se estrenó en Arroyo casi a la vez que en otros cines regionales: “Jarrapellejos”.
Fueron casi treinta años los que, ininterrumpidamente, funcionó el Cine Solano. Pero, en honor a la verdad, fue el señor Germán Solano (sin olvidar a su hermano Maxi) el artífice de esta oportunidad para Arroyo de la Luz y para los arroyanos de disfrutar y amar el “séptimo arte”. No en vano, el seis de febrero de 2016 fue homenajeado en la Gala de los Premios Goya, en el apartado de In Memoriam. 
Germán Solano y su familia también han recibido la Medalla de oro de Arroyo de la Luz por su labor por la cultura durante más de 75 años a través del séptimo arte, el flamenco, la copla, el teatro y el baile.
Hoy sigue en pie, con gran acierto, el complejo del cine con sus tres magníficas salas; pero, aunque se puede ver cine, somos muchos los que pensamos que es necesario aumentar la oferta, añadiendo otro gran formato (tipo cine-club o similar que nos enseñe a ser críticos con el cine). Retorno a la magnífica canción de Luis Eduardo para demandar “más cine, por favor…”
(Dedicado a la memoria de Germán Solano, q. e. p. d.)




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