sábado, 20 de octubre de 2018

EL TROVADOR: "LOS AÑOS DE LA LECHE EN POLVO"

Por Máximo Salomón Román

           El Trovador de Arroyo de la Luz
Las autoridades del momento aparecieron, desde las cuatro esquinas, en la calle san Marcos con rumbo a las escuelas. El señor Gobernador y Jefe Provincial del Movimiento, el alcalde Don Julián Olgado y todas las fuerzas vivas de turno entraron en el primer patio de la Agrupación Escolar “San Marcos”. Tomó la palabra el citado Gobernador, D. Alfonso Izarra Rodríguez quién, en un breve discurso, declaró inaugurada la nueva Agrupación Escolar (seis aulas distribuidas en dos patios; obra realizada por los hermanos Esteban y Luis Solano, los del cine). Era el año 1963 y, aunque yo contaba solamente con cuatro años y medio, lo recuerdo perfectamente. La separación por sexos era una marca de la época y se prolongó hasta principios de los setenta (1973). Arroyo de la Luz contaba, por tanto, con seis nuevas unidades que sumadas a otras seis del Pozo Hambre, construidas unos años antes, a las de las Escuelas Graduadas (Escuelas Nuevas) inauguradas en tiempos de Primo de Rivera (con patrón de construcción semejante para casi todos los pueblos), a las cuatro de los dos edificios de la Plaza, otra en calle Larga y, por último, otra en calle Olleros, respondían en gran parte a la demanda de escolarización de nuestro pueblo en los años sesenta. Arriba, en el Santo, el colegio de las Monjas (recuerden a la hermana Rodríguez y, sobre todo, a la hermana Montero), generalmente para las clases más pudientes, sumaba algunas aulas más, mayoritariamente para chicas. Así quedaba conformado a mediados de los sesenta el mapa escolar arroyano.
Pero antes de seguir con el análisis de todos y cada uno de los edificios y sus maestros, es de justicia mencionar a “los otros maestros”, es decir, a aquellos que moldearon el alma y la mente de muchos arroyanos en circunstancias muy difíciles, tanto por las infraestructuras de la época como por la excesiva matrícula con la que contaban, amén de las dificultades y trabas que ofrecían muchas familias sacando a sus hijos antes de tiempo a trabajar, motivado todo , obviamente, por las estrecheces y necesidades que se pasaban. Recuerdo a un vecino de mi calle (Valdetrás) en esos años que yo comenzaba a ejercer el Magisterio. Me apreciaba mucho y, a la vez, me decía de la suerte que teníamos alumnos y maestros en esa época (años ochenta).Era un hombre de campo pero muy inteligente. Varias veces me puso a prueba. Se trataba del señor Ángel Parrón (apodado Cabancheja y abuelo de Saliqué). Me contaba maravillas de D. Florencio García Rubio (1894-1949) de Malpartida de Plasencia, su maestro y de cómo con setenta u ochenta muchachos se organizaba, haciendo de los más aventajados verdaderos ayudantes en el aula. Era la única manera de poder avanzar. Tenía una espina clavada (como muchos otros): le sacaron pronto de la escuela. Me habló de don Ricardo y de don Guillermo Mena (muy amante del folklore arroyano).
Conocí a finales de los sesenta a don Ricardo Gil-Toresano Cabañero (1898-1970). Era hijo de don Ventura, un médico que llegó a Arroyo a principios del pasado siglo. Su esposa fue doña Jacoba Franco Sanguino (1898-1974), maestra muy querida en Arroyo e hija de don Cándido Franco Galván(1859-1936), otro ilustre maestro arroyano (os recomiendo leer las últimas publicaciones de mi amigo Javier García en las que hace un estudio pormenorizado de estos temas). A buen seguro que muchos de los arroyanos más mayores los recordáis.
Pero hubo otros maestros: esos que sin tener titulación eran fuentes de conocimiento y sabiduría. Y lo que es más: ofrecían a muchos alumnos la posibilidad de aprender, ¡aunque fuera por la noche! toda vez que de día trabajaban. Nombres como Eugenio Hernández (en calle Camberos), Teodoro, cariñosamente apodado el Churro, (en calle Castillo) , Castela(en la corredera alta) o la señora Sofía Macayo (corredera baja), que enseñaba de día, fueron la muestra viva de esta alternativa. Cómo olvidar a Maricarmen Serrano o a Toñi, la hija del señor Pedro "el espartero", en calle santa Ana.
En el año 1964 se dio la circunstancia de que la oferta para párvulos fue insuficiente. Por ello, algunos no pudimos entrar. Recuerdo a una maestra de Malpartida de Cáceres, doña Isabel cómo manifestaba a mi madre de la imposibilidad de admitirme en su escuela sita en la actual Casa de Cultura. No era el único. Tras una prueba de lectura y escritura accedí con cinco años a Primaria en un aula de san Marcos. Un año adelantado, esto es, el más pequeño de la clase. Gran culpa, en el mejor de los sentidos, la tuvo esa escuela particular de doña Sofía. Recuerdo que mi maestro se llamaba Manuel, un pacense interino que, al año siguiente, se hizo Policía Armada. Ocupábamos la primera de las aulas del patio primero. El aula central era segundo y su maestro, don Joaquín Plata (mi segundo padre), con alumnos tales como Maxi “el Chirri” Juan Bermejo (expresidente del Arroyo), José Parrón, Canales, Maxi Collado (el Chato), etc. La tercera de las aulas era la de don Julián, un maestro de Alcántara. En los recreos era muy frecuente ver la exhibición de saltos de altura que, superando una cuerda que casi siempre sujetaba Maxi el Chato, realizaban don Julián y don Manuel. También era usual dar aquellos paseos hasta la dehesa en la tardes de sol, sobre todo, en primavera. Don Manuel solía llevar su “vespa” y, en la parte de atrás, a su alumno favorito: Lázaro Santano Bonilla (seguro que se acuerda).Era el curso 1964-1965.
Eran años difíciles. Nuestro país había quedado fuera del Plan Marshall y los Estados Unidos, para compensar a España por su no inclusión en el mismo, comenzó a colaborar enviando alimentos para los niños españoles escolarizados, donando cargamentos de porciones de queso y, en especial, muchos bidones llenos de leche en polvo, alimentos que contribuyeron a completar el número de calorías necesarias de muchos de nosotros. El Estado español creó el Servicio Escolar de la Alimentación para su distribución geográfica.
Por las tardes se preparaba la leche en el edificio de las Escuelas Graduadas y dos alumnos de los mayores traían desde las mismas un enorme puchero que se repartía, antes de salir de clase, a cada uno de nosotros. Era necesario llevar un vaso de casa, generalmente de plástico. Los quesos venían en enormes latas cilíndricas de metal dorado. Tenían una textura parecida a los actuales quesitos en porciones.
En el aspecto didáctico contábamos con libros que fueron muy significativos en la época. Así el “Nosotros”, “Rueda de espejos” o “Haces de luz”. Posteriormente, en segundo, la “Enciclopedia Álvarez” fue el compendio de materias más importante con su Historia Sagrada, su Lengua, su Cálculo, su Historia y su Formación del Espíritu Nacional. En el curso 1966-1967 aparecen por primera vez las materias por separado en cuatro libros. Así, uno para Lengua Española, otro para Matemáticas, otro para Religión y el último para Unidades Didácticas (comprendía ciencias, geografía, educación cívica, etc). Respecto a la jornada escolar es interesante resaltar el horario de la época. Teníamos clases de lunes a sábado de 9:30 a 12:30 y de 15:00 a 17:00, excepto el jueves por la tarde que no había clase. El sábado por la tarde era normal trabajar el evangelio de la misa del domingo (venía en la enciclopedia) ya que era obligatoria desde la escuela la asistencia a misa en jornada dominical. Como lo era aprenderse las oraciones y el famoso “Con flores a María” durante el mes de mayo.
En el patio de atrás estaban las niñas. Recuerdo a maestras como doña Isabel Pulido (esposa de don Joaquín), o doña Consuelo (la mujer de don Enrique Enrique, médico de Arroyo). Poco después se incorporó doña Manuela. Su marido, don Eladio (regentó una librería al lado de Cafetería Mady), sustituiría a mi maestro, don Manuel. Lo mismo haría don Julio Mejías que se cambió desde el Pozo Hambre. En esa Agrupación Escolar había otras seis aulas todas contiguas y separados los patios por un muro. A la izquierda las chicas, a la derecha los niños. Cosas del Régimen. Además de don Julio, otros maestros fueron muy conocidos. Así, don Matías y, sobre todo, don José Gómez Espada. Maestras como doña Matilde Tapia, doña Pilar o doña Rosario conformaban la plantilla del citado Grupo Escolar.
En el curso 1966-1967 se unifican todos los edificios con el nombre de Colegio Nacional “Ntra. Sra. de la Luz. Era el director don Eusebio López. Y como los recursos eran escasos se propuso por parte de la dirección que el alumnado colaborase en la compra de un televisor. Colaboramos con tres pesetas por alumno y se adquirió uno, marca “Iberia”. Su ubicación final fue en las Escuelas Graduadas por las que, inevitablemente, iríamos desfilando conforme fuésemos promocionando. Sería entonces cuando disfrutaríamos del mismo.
En las Escuelas Graduadas (Escuelas Nuevas, aunque eran el grupo escolar más antiguo) contaban en la parte de las niñas con maestras tan importantes como doña Jacoba (estuvo también en la Plaza), doña Petra y, sobre todo, doña Valentina(hermana de don Eusebio) muy amante del folklore. Aunque era del pueblo de Alía, siempre se sintió una arroyana más. Enseñaba a sus alumnas esos romances con los que nuestras madres nos dormían en la cuna o con los que nuestras mujeres manifestaban las tradiciones de sus antepasados. Mucho tiempo estuvo colgado en el despacho de dirección un cuadro con una foto de las jóvenes arroyanas con el típico traje de refajo. Seguro que cuando la vean algunas paisanas se reconocerán.
La parte derecha del edificio dedicada a los niños contó durante muchos años con tres maestros muy conocidos: don Juan Ramos, don Vicente Lorenzo y don Eusebio. Este último estuvo con licencia por estudios durante el curso 67-68 (recuerden que fue abogado) y su sustituto fue don José que se encargó, especialmente, del Comedor Escolar. Este funcionó en la galería(estaba adornada con murales de mapas mudos a color de España y del mundo).Pagábamos dos pesetas por comer en el mismo. La comida la hacía la señora Pilar ayudada de otras dos mujeres. A una de ellas creo que la llamábamos “Sima”. Famosa es la foto de todas ellas acarreando agua desde la fuente de la plaza con el cántaro a la cabeza.
El señor Rufino ( marido de la señora Pilar) hacía funciones de guarda del edificio y tenía una frase famosa:” ¡Eh, abajo de la pared… que vais a pisar los pepinos !.Era muy común encontrar en los días soleados a don Ricardo Gil-Toresano, ya jubilado, sentado en una butaca de mimbre. Por aquella época accedió a la Dirección del Centro (entonces se hacía por concurso-oposición) don Justiniano Sánchez de la Calle quien casaría en segundas nupcias con doña Nico (maestra en el edificio de párvulos de la Plaza).
De los maestros de las Escuelas Nuevas tenemos entrañables recuerdos. Don Juan Ramos, que casi siempre tuvo cuarto curso, fue un enamorado de su pueblo, de los romances, tradiciones y costumbres. Todo un poeta. No fue maestro mío pero le recuerdo con cariño. Como no he olvidado sus retahílas para aprender la geografía, os sus murales del famoso trasvase Tajo-Segura. Desde estas líneas les emplazo a leer la magnífica biografía “Arroyo, mi caro Arroyo” que de don Juan hace el amigo Javier García.
Mi maestro fue don Vicente Lorenzo Amador, un maestro soltero que se hospedaba en la calle Camberos. Paisano para la eternidad de Gabriel y Galán (aunque éste era del pueblo salmantino de Frades de la Sierra, ambos están enterrados en Guijo de Granadilla, el pueblo de don Vicente) fue un estupendo maestro. Tenía otro cuarto curso. Con el aprendimos a jugar al ajedrez, ecuaciones, raíces cuadradas y un montón de poesías tales como “Mi vaquerillo”, de Gabriel y Galán, “Las dos grandezas”, de Campoamor o “Los motivos del lobo”, de Rubén Darío. Como el colegio (ni la localidad) no contaba con biblioteca llegaron al mismo unos cajones llenos de libros que iban rotando por aulas. Así fue como nos aficionamos a la lectura y conocimos obras como la Odisea; también, la historia de España reflejada en libros de héroes como el Cid Campeador, Colón,…claramente marcados por el ideario del régimen. Era lo que se daba. No faltaban en la pared de la pizarra la foto de la Inmaculada o la del dictador. Como, también, era muy normal el famoso “Cuaderno de Rotación”, o el escribir con “letra inglesa”(los maestros de esta época cursaban en la carrera una asignatura llamada “Caligrafía”. Incluso, ¡hasta “Agricultura”!).
El aula restante daba cabida a los alumnos de quinto y sexto curso. Nuestro maestro era don Eusebio López Fernández (de Alía). (Descansa en el cementerio arroyano por decisión propia).
Fue en el curso 1969-1970 cuando Televisión Española inauguró un programa, en horario matinal. La emisión era de 11 a 12 de la mañana, sin programación alguna que le acompañase antes o después. La tele-escuela no pretendía suplir la misión del maestro en clase, sino completar su labor aportando elementos nuevos. De hecho, los propios maestros recibían previamente los contenidos de las clases de la TV escolar para así no tener que estar en un segundo plano durante la emisión, sino que podía intervenir, sugerir, corregir, vigilar... lo que nosotros veíamos en la tele. La idea principal era realizar un trabajo sobre nuestra localidad en todos los aspectos (historia, orografía, economía, folklore…). En los años noventa vi, por última vez (en el edificio del Cerro) el trabajo que realizamos aquel año. Y aquel televisor Iberia que se había comprado, con colecta de todos nosotros, unos años antes fue la herramienta principal para involucrarnos en el citado concurso. Algunas tardes salíamos a ver series como “Bonanza” o “Viaje al fondo del mar”. Incluso vimos la retransmisión de algún viaje espacial.
En la plaza, además del edificio de Párvulos, había dos aulas en la llamada “escuela de don Guillermo”. Recuerdo en una de ellas a don Ángel Marín (marido de doña Petra, ya mencionada). Vivieron en la calle Ricos (hoy tienda de electrodomésticos). Otra maestra, doña Pilar, estaba al frente de un aula en la calle Larga, en planta alta (por debajo del comercio de Antonio Jerte). Y más abajo, en la calle Olleros, a continuación del desaparecido Cuartel de los Carabineros, había otra aula: la de don Demetrio Baz, un hombre de casi 1,90 metros. Allí, además de dar clase, tenía un huerto escolar. No fue maestro mío pero conocí esa aula en alguno de aquellos recados a los que, en ocasiones, se nos enviaba.
Este fue, a grandes rasgos, el mapa escolar de los sesenta en nuestro pueblo. Con mayor o menor acierto, y en función de las circunstancias personales y sociales, todos estos maestros pulieron nuestra mente y moldearon nuestra personalidad para hacer de cada uno de nosotros lo que, posteriormente, hemos sido de adultos. A todos mil gracias por ello.
(Dedicado a esos maestros de Arroyo en los años sesenta)










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